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Mensaje al dios Baco

domingo, 10 de abril de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

El alcohol vuelve a ser preocupación del día. Lo ha sido a lo largo de los siglos y dudo que ninguna otra cos­tumbre tenga mayores adeptos. El dios Baco, contagiado de inmortali­dad, se refrescará en su paraíso de uvas con el zumo de las millonadas de liba­ciones que a diario le tributan los borrachitos de todo el mundo.

Hay estadísticas escalofriantes. La última de ellas habla de un millón de alcohólicos en Colombia, que afectan el bienestar de seis millones más. Pero el insuperable inquisidor Alfonso Cas­tillo Gómez contradice categórica­mente tan precaria afirmación y anota que solo Bogotá cuenta con tres millo­nes. 0 sea que los recién nacidos llegan con su botella de aguardiente como biberón. Y el computador de «Coctele­ra» no puede equivocarse, si por algo se licuan allí toda clase de pócimas.

Nuestro Estado cantinero debe ha­cerse el de la vista gorda ante las embestidas de los últimos días. Cerrar o limitar las 18 fábricas de licores que tiene montadas en el país equivaldría a alborotar a los maestros y estos no tienen por qué sufrir los descalabros de las finanzas etílicas. Líbreme Dios de hacer la apología del licor, pero tam­poco me apunto en la lista de los abstemios.

Se dice que el trago es ingrediente de primer orden en las relaciones pú­blicas, y se abusa de su empleo en relaciones que no tienen nada de públi­cas. No se concibe un buen promotor que no sepa empinar el codo. Entonces no solo es cantinero el Estado, sino también la empresa.

Voy a echar un cuento, que es histo­ria. Un buen amigo, de esos que nacen con la botella debajo del. brazo, fue bebedor empedernido durante bue­na parte de su vida. El oficio de viajero fue cómplice de su dipsomanía. Y de tanto consumir aguardiente, la nariz se le esponjó, los cachetes se ilu­minaron, la mujer se la llevó el vecino, lo botaron de cinco puestos, se volvió neurasténico y se le afectaron el híga­do, el corazón, los riñones, el cerebro, la estabilidad emocional y varios etcéteras. Sospecho que también su po­tencia sexual, pero no me atreví a pre­guntárselo.

Cualquier día el médico le dio este ultimátum: «Deja de tomar, o se va camino  del manicomio o del cemente­rio». Al correr de los días lo encontré totalmente reformado. Me habló mara­villas de los alcohólicos anónimos y hasta me entregó una tarjeta de presentación por si pudiera serme útil con el tiempo. Se había producido el milagro. El hígado y los otros órganos que he nombrado o sugerido estaban repo­niéndose, la nariz ya no era la breva monstruosa de antaño y los cachetes habían cambiado de color; o mejor, se habían tornado desteñidos (para no mezclarle política al asunto).

Cansado de viajar, pidió que lo ubi­caran en determinada plaza, donde lle­varía nada menos que la representa­ción de la firma y sin duda le daría lustre al cargo. Se reunió la junta di­rectiva, fue examinada cuidadosa­mente la hoja de servicios, se pondera­ron múltiples virtudes del aspirante, pero se dejó una anotación en el acta, que decía: «Magnífico elemento, pero no nos sirve por abstemio».

Quería contar otra historia semejan­te, pero salgo para un coctel.

La Patria, Manizales, 26-IX-1972.

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