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Los pequeños lectores

lunes, 25 de abril de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

La aparición de Las siete vidas de Midas, libro número 100 de la biblio­teca de Colcultura, trajo cierto revuelo en mi casa, y voy a explicarlo: Mis dos hijas, menores de 10 anos, ya habían oído hablar de un gato literato que estaba escribiendo sus memorias en el zarzo de una casa vieja.

Cuando les tra­je el librito de regalo, la tranquilidad casera se alteró, pues no quisieron con­formarse con el mismo volumen para las dos y no quedó otro remedio que duplicar el obsequio; lo que hice, des­de luego, con legítimo orgullo al en­contrarme con dos señoritas lectoras que emulaban en el afán de conocer las aventuras del singular personaje,

Y es que ellas se mandan sus humos. Cuando les entregué Los cuentos del pícaro tío conejo y les expliqué que quien había rotulado el libro para «mis queridas amiguitas» era su propio au­tor, el doctor Euclides Jaramillo Arango, maestro de las letras, se sintieron de tú a tú por el trato que se les daba, y ya tienen escritos varios cuentos que guardo celosamente sin saber si maña­na llegan a ser obras maestras de la lite­ratura.

La lectura es uno de los mejores me­dios de preparación. Y se inicia, como en el ejemplo propuesto, desde la ni­ñez. Es el libro el gran maestro de la vida. Pero por desgracia anda desterra­do de los hogares y solo excepcionalmente se habitúa al niño a leer des­de los primeros años. Se da por lo ge­neral mayor importancia a juegos y otros pasatiempos no siempre sanos, como el cine o la televisión cuando no se saben administrar, antes que a guiar la mente hacia horizontes desprovistos de cosas dañinas.

Si el mundo contemporáneo es más abierto que el que vivimos los padres actuales, es lo cierto que la libertad de hoy se ha deteriorado hasta el punto que la desviación de la juventud (la re­beldía, la vagancia, la frustración, la neurosis, el desenfreno sexual y tantos problemas de la época) depende del descontrol de los pri­meros pasos ¡Y los primeros pasos se dan siempre en el hogar!

La niñez necesita leer. Requiere de buenas y sanas lecturas. Hay que encaminarla. Separémosla, por momentos, del televisor cuando ningún bien le ha­ce el conocimiento anticipado de la droga que embrutece, o del puñal que hace brotar sangre, o del padre vicioso, o de la madre descarriada, o del hijo frustrado.

El pequeño lector de hoy se­rá sin duda la revelación del mañana. Despertar temprano estas inquietudes es quizás proyectar vocaciones que de otra manera pueden quedar dormidas para siempre por falta de estímulo y dirección.

Se le preguntó alguna vez a un señor erudito que había tenido pocos estu­dios cómo se había superado, y él res­pondió que la suya era una cultura de «antesala», explicando que en las espe­ras que tenía que hacer en razón de su oficio ante diversos despachos se dedi­caba a leer lo que encontrara a la ma­no. Y ya se sabe que en las antesalas se encuentra de todo, hasta monos animados; y estos también forman.

Y sin ir tan lejos, aquí en Armenia manifestaba un ejecutivo su interés por adquirir cultura leyendo, pero se que­jaba del poco tiempo que le quedaba para hacerlo, ante lo cual el autodidacto de mi amigo le replicó: «debe leerse hasta en el baño». ¡Y hay personas que gastan demasiado tiempo en el baño!

¿Por qué no aparecerán más gatos Midas? ¿O loros declamadores, o gor­gojos políticos, o perros filósofos, o conejos astronautas, o zorros médicos, o burros intelectuales?

La Patria, Manizales, 30-XI-1973.

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