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La tinta política

jueves, 28 de abril de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Hay algo de pintoresco en la arreme­tida con que las brigadas de los distin­tos sectores políticos se han dado a la tarea de embadurnar, en múltiples tonalidades, la cara del país. Cada parti­do, cada grupo, cada fracción de gru­po tienen signos caracterizados pa­ra identificar, a veces con el simple brochazo estampado de afán y al filo de la penumbra, la omnipresencia de su candidato.

El país puede ser en gran parte anal­fabeto pero sabe leer de corrido estas reseñas que, como por obra de encan­tamiento, aparecen impresas por do­quier, con velocidades desconcertan­tes. Recorriendo los senderos de la pa­tria, la vista se detiene a cada mo­mento en los frágiles pero nutridos mensajes electorales que buscan, con premuras nerviosas, conquistar los vo­tos fugitivos. Nada se respeta en esta guerra de los barnices. Son los postes sitios predilectos para que la imagen del candidato fulgure en la pupila y penetre al subconsciente.

El árbol solitario, la bancada vistosa, la curva forzada, la piedra estratégica, todo resulta retocado, in­vadido por frases y consignas que se interceptan, hablan idiomas dife­rentes y terminan devorándose unas a otras, pues cuando apenas se está retirando la mano diestra del emi­sario que ha podido encaramar en el mejor sitio la efigie de su héroe, llegará el enemigo, que también medra en las noches, a superponer con sigilo las tin­tas de su devoción, que luego serán borradas o barridas por otras aves nocturnas.

A noventa días de las elecciones, cuando el país se mueve entre ideas, incertidumbres, programas y buenas intenciones, la batalla del papel es implacable. La tinta política no solo se riega por carreteras y veredas, atropella la vegetación y afea las ciudades, sino que se ha adueñado de las páginas de los periódicos.

Vivimos el apogeo de la palabra. Nunca el vocabulario, como en las jornadas  electorales, es tan elocuente. Es el momento de las fra­ses de impacto, de las ofensas, de las susceptibilidades, de los arranques hu­racanados, de las interpretaciones ab­surdas. Tal el impulso de estos días irritables, que, de no serlo, no impresio­narían la epidermis del  pueblo que reclama ser aguijoneado para respon­der con entereza y con cierta euforia a las proclamas de los partidos.

La tensión política se acelera con­forme avanza el calendario hacia la ho­ra cero, el día de la claridad y de las lamentaciones. Detrás de cada candida­to se esconde un engranaje publi­citario experto en lanzar carteles, en preparar fórmulas de combate, en inge­niarse máximas que calen en la con­ciencia del pueblo, y hasta en fabricar sonrisas, muecas y poses magnéticas, signos todos que, regados a lo ancho y largo del territorio, levantan el interés que despiertan estos rizos de la demo­cracia

El país, pintorreado y medio bullan­guero, juega a la farándula, con su cor­te de predicadores, de charlatanes y comediantes. Todo cabe en el sano debate electoral. Y es natural que los personeros de los partidos, animados a veces por propósitos sa­nos, aunque no siempre practicables, nos tienten con la vida barata, con la distribución de la riqueza, con la reba­ja de impuestos, con la educación fácil, con la fertilidad de los campos, con el hallazgo de yacimientos petroleros y, en fin, con el engorde de nuestras po­bres vacas flacas. Todo esto, y mucho más, a cambio del voto, del simple voto que se pide a gritos en la plaza pública, en el muro o en la carretera.

Cuando miro tanto barniz, tantos colorines, pienso en mi patria disfraza­da y algo me dice que detrás del hala­go, si es tan profuso, debe haber mu­cho de farsa. Pero me alegro, al mismo tiempo, con estas policromías de la democracia que son capaces de inyectar saludables expectativas, confortables optimismos, así llegue más tarde el agua a borrar, de los muros y de las memorias, tantas promesas imposibles.

La Patria, Manizales, 27-I-1974.

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