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Caminos de Boyacá

martes, 1 de noviembre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

La cita con el ilustre gobernador de Boyacá, Carlos Eduardo Vargas Rubiano, era en Soatá, capital de la provincia del Norte. Allí se cumplió, con gran pompa, un importante acontecimiento cultural que hizo desplazar, desde Bogotá y otras ciudades, a muchos soatenses solidarios con su tierra y que se vio enaltecido con la presencia del mandatario y otras personalidades del Gobierno seccional.

Esta oportunidad me permitió captar de cerca la situación de la carretera del Norte, o sea, la que partiendo de Bogo­tá debe llegar algún día, pavimentada, a la ciudad de Cúcuta. Carretera eterna, que parece nunca ha de concluir. Fue el general Rafael Reyes quien le dio un impulso hasta su tierra natal, Santa Rosa de Viterbo, y allí quedó congelada casi por espacio de 80 años. Se dice ahora que el presidente Barco, que mira hacia su cuna cucuteña, habrá de hacerla progresar otro tramo, quizá hasta Capitanejo.

Cuatro años hacía que no visitaba mi patria chica. Esta distancia en el tiempo me ha facilitado apreciar con más obje­tividad el adelanto logrado. Mi parte periodístico no es favo­rable. No puede serlo, si aún se trata de una carretera llena de baches, descuidada en muchos trechos y con pasos difíciles en otros. El pavimento ha avanzado, pero este ha vuelto a levantarse en algunos lugares por falta de mantenimiento. Faltan 50 kilómetros para llegar a Soatá, tramo en apariencia fácil si existieran el dinamismo y el control necesarios para proseguir la marcha, pero vivimos en el país de los despilfarros y las obras inacabables.

Lástima que esto ocurra en el paraíso turístico que es Boyacá. Paraíso sin explotar y que produciría en manos de los gringos, por ejemplo, montañas de dinero. Con el Goberna­dor, situados más tarde en la legendaria hacienda de Tipacoque, nos lamentamos, como buenos boyacenses, de esta indolen­cia con la tierra pródiga.

Supe por él del programa de sembrar la hoya del Chicamocha con un fruto de gran  porvenir en el extranjero: la pitaya. Los japoneses han descubierto en ella excelentes poderes medicinales y hacia ese país se están exportando hoy frecuentes cantidades del pro­ducto. De intensificarse su siembra en las zonas pedregosas del Norte de Boyacá, aptas para ese cultivo, vendría un alivio económico para los agricultores del tabaco, el que no sólo ha esterilizado las tierras sino que ha atado a los campesinos a un mercado ruinoso.

El 12 de octubre, día de la raza, partimos a Güicán, pri­morosa población suspendida en el abismo, en una estribación del Nevado de El Cocuy. Los pueblitos por donde pasamos (Boavita, La Uvita, San Mateo, El Cocuy, Guacamayas, El Espino, Panqueba, Güicán), intercomunicados por vías estrechas que bordean aquellos precipicios de impresionante belleza, parecen refugios aéreos que le rinden adoración al gigante de la nieve y el misterio.

En la plaza de Güicán se realizó emocionante acto acadé­mico –con la presencia de la Academia Boyacense de Historia–, como una afirmación de la patria en aquellos lejanos riscos del asombro y la majestuosidad. El Peñón de los Muertos (o Peñón de la Gloria, como lo llama Carlos Eduardo Vargas Rubiano) se levanta como coloso amenazador al filo de la profundidad.

Desde aquel pico prefirieron lanzarse al abismo, antes que entregarse a los españoles, numerosos indígenas que se habían refugiado allí y que luego, perseguidos por el enemigo, buscaron la muerte y escribieron con su sacrificio imperecedera página de libertad y coraje. Allí debe erigirse un monumento a la raza. Rodrigo Arenas Betancourt sería el artista ideal para ponerle nuevas alas al patriotismo.

*

¡Caminos de Boyacá, lentos y gloriosos! ¡Caminos estrechos, de grandeza y soberanía, que hoy recuerdan las gestas libertadoras realizadas en el vórtice del peligro y la muerte! Hoy regreso de ellos, abismado y fortificado.

Bogotá, 14-X-1987.

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