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Un filántropo quindiano

martes, 1 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Braulio Botero Londoño nació en La Unión (Antioquia) pero desde niño se estableció en el Quindío. Circasia se convirtió en su segunda patria chica. Viajero de diversas geografías, tanto de Colombia como del mundo, siempre mira hacia el Quindío como  su horizonte sentimental. En esta tierra de cafetales y hombres de trabajo ha librado sus batallas de libertad y ha visto coronar sus sueños de grandeza.

Sufrió cárceles, persecuciones, estrecheces económicas. Conoció en toda su intensidad la violencia política. Ocupó una de las secretarías de la Go­bernación de Caldas y fue alcalde de Armenia. En todas partes dejaba vestigio de su contextura como hombre de ideas y de progreso.

Braulio, que siempre se ha definido como librepensador —discípulo de Voltaire y sus fórmulas de libertad—, un día se enfrentó, en la bella y tranquila población de Circasia, al fanatismo de la Iglesia retardataria que hacía discrimi­naciones para enterrar a los muertos. Eran los tiempos en que se negaba la sepultura en los cementerios católicos a los suicidas, los librepensadores o quienes murieran en estado de pecado, a criterio del señor cura.

Miguel Botero, su padre, había donado un lote para la construcción del cementerio laico. La idea tomó fuerza y dio origen al Cementerio Libre, fundado el 28 de agosto de 1932, que nacía como respuesta a la actitud de la Iglesia y que desde entonces se designa como «un monumento a la libertad, la tolerancia y el amor». Braulio Botero Londoño ha sido su principal mentor y sostenedor.

Alrededor del Cementerio Libre, convertido en ver­dadera obra de arte, y que está despojado, en medio del hermoso paraje florido y pas­toril, del sentido de la muerte, existen veinticinco cuadras de terreno donadas por Braulio para el funcionamiento de una guardería infantil y un sa­natorio para enfermos menta­les, lo mismo que para la cons­trucción de hornos cre­matorios para todo el Quindío, obra que ha sido propuesta al gobierno departamental y que será, sin duda, acogida en corto tiempo.

Este personaje de provincia, al mismo tiempo lugareño y trotamundos, poseedor de vasta cultura forjada en la vida práctica —entre sudores, viajes y lecturas—, es uno de los ma­yores valores del Quindío. Amasó, gracias a su labor in­fatigable y su visión porten­tosa, respetable fortuna.

Pero no siguió el camino de la mayoría, que hacen de la ri­queza un medio de egoísmo y explotación, sino que ha com­partido la buena suerte con los seres desdichados. Nació para ser bondadoso. Y pasará a la historia como el mayor filán­tropo del Quindío, lo que es bastante decir, ya que el quin­diano es por naturaleza abierto y humanitario.

«Siempre he preferido conseguir un grano de amor que una tonelada de  oro», es frase suya que tengo enmarcada como definidora de su alma grande.

La Fundación Braulio Botero Londoño, que funciona desde hace varios años con estatutos claros y vida jurídica y económica muy despejada, ha recibido buena parte de sus bienes para seguir incrementando el servicio a la humanidad. Braulio, que es un filósofo del dinero, entiende que cuando éste se desvía causa desastres. Leo, en el reportaje que le hace una revista caleña, estas sabias definiciones:

“El interés destruye los afectos, el dinero corrompe los más nobles principios. Donde hay dos hombres hay una discusión reclamando para sí lo mejor. Siempre he procurado no tener negocios con personas que están cerca de mi corazón».

*

Cuando recibí la invitación formulada por el gobernador del Quindío para la imposición de la Orden del Café, en la inauguración de la Casa de la Cultura en Circasia, en verdad sentí no poder concurrir al acto. Conozco a fondo la dimensión de este espíritu generoso, salido de lo común en momentos de avaricias y pequeñeces, que hoy se encumbra sobre los aires libertarios de Circasia y sobre los vientos frescos del Quindío como ejemplo de desprendimiento para los ricos de Colombia.

Braulio emerge de la tierra cafetera como lo que ha pregonado para su Cementerio Libre: libertad, tolerancia, amor.

El Espectador, Bogotá, 7-VI-1988.

 

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