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Editorial Kelly

jueves, 10 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Me ha llamado la atención, al entrar a la editorial –situada en la avenida 32 con calle 13 de Bogotá–, un recorte de periódico que se encuentra enmarcado cerca del escritorio de la gerencia. Es una crónica de Lucas Caballero Calderón –el inmortal Klim–, de fecha indeter­minada, en uno de cuyos apartes leo lo siguiente: «El éxito de Editorial Kelly se debe a la consagración, in­teligencia y constante actividad que posee en abundan­cia el Chiquito Gómez –como le llamamos sus amigos–, un individuo que no tuvo tiempo de crecer, porque ya desde niño les estaba sirviendo a sus amigos».

Indagando por la historia de la editorial, me entero de que la vieja casa impresora de los bogotanos –que también ha publicado libros de distintas regiones del país e incluso del exterior– cumplirá próximamente 50 años de fundada. El sello Kelly es muy conocido en la bibliografía colombiana, y entre los libros que yo re­cuerde, de reciente data, están varios de Horacio Gómez Aristizábal, el de Antonio Cacua Prada sobre Aurelio Martínez Mutis y el titulado Lo que el Quindío le ha aportado a Colombia. Allí también se imprime el Bole­tín de la Academia Colombiana.

El Chiquito Gómez, célebre entre los escritores contemporáneos de Klim, todavía asiste a su despacho tradicional, vestido con elegancia, aunque ha delegado en sus hijas el manejo de la empresa. Jorge Gómez Borrás, su verdadero nombre, santandereano de pura cepa, se bogotanizó desde muy temprana edad e inició su actividad la­boral como administrador de El Gráfico y linotipista de El Espectador. En 1939 se independizó y le dio vida a Editorial Kelly, cuyo nombre lo tomó de la primera prensa con que comenzó su aventura libresca.

«Nunca se ha publicado nada que pueda avergonzarnos», comenta con orgullo su hija Beatriz, una de las ejecu­tivas de la firma. Y Lucila, la otra hermana emprende­dora, agrega: «Ha habido problemas, pero han sido ma­yores los éxitos». Da gusto ver a este par de hermanas entregadas al afán diario de una empresa dinámica.

Ellas me cuentan los inicios difíciles de la edito­rial, cuando ésta adquiría los derechos de autor y no lograba rescatar la inversión, salvo excepciones como las de Figuras políticas de Colombia, de Klim, Las haciendas de la sabana y Los toros en Bogotá, de Cami­lo Pardo Umaña, Ancha es Castilla, de Eduardo Caballe­ro Calderón, o las ediciones populares de las novelas de Arturo Suárez, libros que se agotaron en poco tiempo.

El mayor tiraje ha sido el de un folleto para la Casa Ross, un millón de ejemplares, a dos colores. Cuando estuvo terminado se halló este error: en una cifra se puso un 5 en lugar de un 6 y esto trastornaba el texto. Para salvar la situación, se corrigió el error a mano.  ¡Un millón de veces!

La primera sede de la empresa fue la avenida 19 arriba de la carrera 7a. Por los días del 9 de abril se decidió su traslado varias cuadras abajo y, al esta­llar la revuelta popular, la Kelly figuró entre los negocios saqueados. Pero no había sido así. El día anterior había ocurrido la movilización de los equipos al nuevo local, y al aparecer vacío el anterior, esto dio lugar a la falsa noticia.

El Chiquito Gómez sonríe con picardía cuando re­cuerda el episodio. Ni las llamas ni las rapiñas de aque­lla horrenda catástrofe llegaron a su sitio de trabajo, el que nunca, como los viejos capitanes, ha abandonado desde hace 50 años. Sigue asistiendo a la oficina en forma rigurosa, como una necesidad vital. El ruido de las .máquinas le hace falta, le transmite energía. Su presencia es sim­bólica y sentimental, pero se siente en su ambiente contemplando la marcha de sta empresa meritoria, de su esfuerzo envidiable, bajo el impulso de manos femeninas, como una realización del trabajo productivo y enaltecedor.

El Espectador, Bogotá, 8-III-1989.

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