Inicio > Evocaciones, Personajes singulares > Teresa Cuervo: una lección palpitante

Teresa Cuervo: una lección palpitante

jueves, 10 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Fue mujer excepcional. Al lado de Carlos Cuervo Márquez, su padre –político, ministro, parlamentario, diplomático y hombre de letras–, aprendió hondas leccio­nes de vida. Viajera constante, se impregnó de cultura y de experiencias diversas y asimiló el movedizo y edi­ficante mundo de la diplomacia. Cuando él murió en 1930, siendo embajador en Méjico, su hija sintió que el mundo se le había partido en dos.

Teresa Cuervo Borda, que a los veintidós años era una inquieta estudiante de pintura, sorprendió a la recatada sociedad bogotana de principios del siglo con la apari­ción, entre escandalosa y revolucionaria, de la primera mujer que en Colombia dibujaba desnudos. Ya desde enton­ces reflejaba un rasgo sobresaliente de su personalidad: la independencia y la audacia. En Méjico tomó ciases de pintura del maestro Armando Dreschler, con quien estuvo a punto de casarse, y allí forjó, entre la vida social y la labor artística, la sólida estructura para lo que sería en Colombia su desempeño como fundadora del Museo de Arte Colonial y directora, por espacio de 28 años, del Museo Nacional.

Luchando contra la penuria de las finanzas y los esco­llos propios de organizaciones en formación, esta dama intrépida, que no había nacido para la quietud, le ponía claridad a todo cuanto tocaba. La firmeza de su carácter y el sutil encanto de sus dotes femeninas le abrían las puertas de los gobiernos y el corazón de los hombres. Talentosa y culta, discreta y batalladora –e irradiando siempre ese charme francés que le hacía ganar admiracio­nes por todas partes–, Teresa fue la gran ejecutiva de su época, cuando la mujer apenas se atrevía a abrir el portón de la casa paterna.

En 1942 creó la Sociedad de Amigos del Museo de Ar­te Colonial. Conforme crecían las donaciones y progre­saban las salas de artistas, el patrimonio cultural se afianzaba más en Colombia. Ella trajo la primera exposi­ción de originales de Goya, Watteau, Pantoja de la Cruz, Bassano, Ribera y otras celebridades.

En 1944 fue invitada por Estados Unidos a inter­cambiar conocimientos con los bibliotecólogos, directo­res de archivos y de museos del país. Allí fue objeto de grandes homenajes y al cabo de varios meses regresó a Co­lombia con la riqueza de nuevos descubrimientos. Su nom­bre tenía trascendencia internacional.

En 1946 fue nombrada directora del Museo Nacional, car­go que desempeñó hasta poco antes de morir. Le correspon­dió transformar el antiguo Panóptico, donde eran guardados los mayores delincuentes del país, en templo del ar­te. Venció todos los obstáculos hasta lograr consolidar una obra inmensa, orgullo hoy de la nación. Teresa Cuervo Borda hizo de su apostolado una norma de vida. Y de su virtud, una lección palpitante.

A la muerte de su padre pasó por una dura época de es­trechez económica, que resistió con fortaleza y dignidad. Era toda una dama, amable y encantadora, que derrotaba los infortunios con el temple de su alma. El recuerdo del gran amor de su vida, el capitán de barco Collins, de origen inglés, siempre la acompañó y la fortaleció. Poco antes de morir (a los 86 años) le pidió a Elvira, su so­brina predilecta –Elvira Cuervo de Jaramillo, la política de hoy–, que le bajara del armario unas cartas y unas fotos. Eran de Collins, que había continuado escribiéndo­le y amándola. Un dulce amor secreto, que Teresa se llevó a la tumba: dispuso que las fotos y las cartas fueran en­terradas con ella, como así sucedió.

Varios gobiernos extranjeros la habían condecorado por su prestancia internacional. El nuestro le concedió en dos oportunidades la Cruz de Boyacá, en las administra­ciones de Carlos Lleras Restrepo y de Misael Pastrana Borrero.

*

Al cumplirse en 1989 el centenario de su nacimien­to, se unieron el Ministerio de Educación Nacional, la Fundación Beatriz Osorio, la Sociedad de Mejoras y Or­nato de Bogotá, Salvat Editores y Villegas Editores, bajo el entusiasmo de Elvira Cuervo de Jaramillo, para ren­dir a la dama ilustre un hermoso homenaje en el libro que lleva por título Teresa Cuervo, el que cuenta con prólogo de Álvaro Gómez Hurtado. Su autor, Juan Luis Mo­reno Carreño, ha escrito, en galano y descriptivo lenguaje, la afortunada semblanza sobre esta mujer de alcur­nia –descendiente de José Ignacio de Márquez y de Rufino José Cuervo– que es reconocida por la historia como la pionera del arte en Colombia.

El Espectador, Bogotá, 30-XII-1989.
Noticias Culturales, Instituto Caro y Cuervo, Nos. 46-47, enero-abril/1990.

 

Comentarios cerrados.