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La Ciudad Bonita

jueves, 10 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Un nuevo título ostenta hoy Bucaramanga: el de Ciu­dad Bonita. Desde que se ingresa a ella por el aero­puerto, o por cualquiera de sus vías carreteables, se hallarán a lo largo del recorrido numerosos avisos que le recuerdan al visitante la nueva insignia. Tal vez los bumangueses comprendieron que la antigua Ciudad de los Parques, y más tarde la Ciudad Cordial, no podía dormirse sobre sus laureles. Era preciso re­mozarle el alma y ponerle, como a las quinceañeras, la cara bonita.

En esto de asignar apelativos a los pueblos y ciuda­des juega mucho el ingenio popular. Es un arte de la si­cología lugareña. Hay bautizos de tal impacto y tal pe­netración en la conciencia colectiva, que poseen un po­der mágico para que los actos del conglomerado se muevan bajo la misma inspiración.

Cuando, por ejemplo, se hablaba de Bogotá como la Atenas Suramericana era porque en realidad se había conquistado esa categoría que destacaba a nuestra capi­tal como una de las urbes más cultas del continente. Con el paso de los días quedó borrado ese blasón, y hoy se sabe que Bogotá perdió, como consecuencia de la me­tamorfosis de las costumbres y sobre todo por culpa de los mismos habitantes, ese rótulo insigne. La Ate­nas Suramericana pasó al olvido.

Lo de Ciudad Bonita no es una frase caprichosa. No se hizo para que suene bien. Aquí habría que señalar que los honores hay que ganarlos. Bucaramanga, por su civismo, por su hospitalidad y su hondo sentido de pro­greso, que no son de ahora sino de siempre, viene dando pasos gigantes en el concierto de las grandes capitales colombianas. Ciudad amable, metódica, culta, previsiva del futuro, tiene asegurado un rumbo cierto de desarro­llo. Se ha preocupado tanto por ofrecer eficientes ser­vicios públicos como por mantener aseadas sus calles.

Da gusto llegar a Bucaramanga. En ella impera la ley de la estética. Por doquier se encuentran avisos que in­vitan al orden, al aseo, a la disciplina ciudadana. Los recipientes de la basura no sólo son decorativos sino que prestan el servicio para el cual fueron diseñados. La gente se acostumbró a una regla: la limpieza.

Vive Bucaramanga en permanente afán de planeación. No conoce los sobresaltos de otros lugares. Su acueduc­to y alcantarillado cubre el 98 por ciento de la población. Cuen­ta la ciudad con 70.000 líneas telefónicas, que pronto se ampliarán en otras 28.000, lo cual establece, de acuerdo con la población, uno de los índices de mayor eficiencia del país. La Corporación de Defensa de la Mese­ta de Bucaramanga es la entidad tutelar del saneamiento ambiental, de la erosión, de los barrios subnormales y del acue­ducto y alcantarillado, entre otros objetivos.

Y como la ciudad debe protegerse contra el tráfico pesado que llega de otros sitios, se ideó una vía cir­cunvalar entre Girón y Floridablanca. Esta obra ha sido acometida por el Área Metropolitana, compuesta por Buca­ramanga, Floridablanca, Girón y Piedecuesta.

Siendo un sitio culto que ha sabido prolongar el pasa­do, cuenta con numerosos centros docentes y casas de cul­tura. Una de ellas, la Biblioteca Pública Gabriel Turbay, es de las mejor dotadas y de mayor utilidad que existen en el país. La Academia de Historia de Santander es otro permanente hervidero de ideas.

No hay duda en el apelativo: Bucaramanga es la Ciu­dad Bonita. Su belleza no es sólo ornamental: también se lleva en el alma.

El Espectador, Bogotá, 11-VI-1990.

 

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