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Paz en Urabá

viernes, 11 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Se llega a la región de Urabá, en plan de descubri­miento como lo hago yo, y se experimenta de entrada cierto temor por lo que cuentan las noticias acerca de los asesinatos frecuentes y de la violencia regada por los ricos campos del banano y el plátano. Por allí estu­vo el médico Tulio Bayer y fue él de los primeros que entendió el porvenir promisorio de esa zona y avizoró, con su novela Carretera al mar, una realidad y una necesidad que son hoy evidentes.

Desde el avión se contempla el soberbio espectáculo de grandes extensiones vestidas de verde y fertilizadas por numerosos ríos y quebradas, ajenos a los conflictos que produce el capital. Parece como si las corrientes de agua calmaran el sofoco de los campos arrasados por la canícula.

Cuando me hospedo en el hotel de Chigorodó, me acuerdo de que estoy en área de violencia. Es la zona roja o de candela de que hablan los periódicos. A la salida del hotel entablo conversación con un muchacho que revela 20 años, afable y comunicativo, y le pregunto por el orden público de la región. Me dice que hoy existe tranquilidad y que ésta apenas se ha visto alterada con la muerte de tres sindicalistas, ocurrida días antes.

Como la conversación surge espontánea, me cuenta que es jornalero de una finca de banano, vecina a la que pertenecían los tres sindicalistas. Los bajaron del camión donde se transportaban y los asesinaron al borde de la carretera. Le pregunto si él tiene miedo y me contesta que no. Ahora va a jugar fútbol a un campo próximo al aeropuerto, bajo el rigor de 32 grados de temperatura

Hablo con distintas personas y todas coinciden en que la paz está retornando a Urabá. La muerte de los tres sindicalistas es un hecho aislado, me aclaran. En virtud de las conversaciones que se adelantan con el Gobierno, ha cedido el ambiente de tensión. Recorro la población, y más tarde lo hago por Carepa y Apartadó. Observo que la gente está tranquila.

Las carreteras se hallan militarizadas. Al poco tiem­po se acostumbra uno a circular por entre fusiles y sol­dados. La fuerza pública es una garantía que, lejos de incomodar, aporta confianza. Al ritmo de la riqueza de los campos, las poblaciones muestran acelerado progre­so. Son pueblos jóvenes que han nacido al impulso de la feraz agricultura. Carepa lleva como municipio ape­nas 7 años y Apartadó, 23. Chigorodó es el más antiguo de los tres, con 78 años.

Este foco de pueblos vecinos, y los que siguen hasta Turbo y sus alrededores, constituye una esperanza. Maña­na serán líderes del progreso. Ahora luchan por derrotar la inseguridad y lo están logrando. Montados sobre ba­ses poderosas de riqueza, se espera de ellos que cumplan su destino de sociedades civilizadas.

Los obreros del campo, que cada vez obtienen de los patronos mayores beneficios, saben que sus luchas no han sido estériles. Hoy disponen de mejores condiciones de vida y han conquistado un nivel humano  más elevado. Esto se convierte en ingrediente básico para la paz que ha comenzado a avizorarse.

Urabá es una zona neurálgica para el país. Allí per­manece una mecha encendida, que a cualquier momento puede hacer estallar el polvorín. Lo importante es que el ca­pital y el trabajo se mantengan en armonía. Si ambos conservan su dignidad, la paz seguirá garantizada.

*

Así se expresaba el médico guerrillero Tulio Bayer en 1959, al comienzo de su novela atrás citada: «El autor no garantiza dentro de la presente narración sino tres cosas reales: una aldea de Antioquia que un tiempo fue muy desdichada. Un pueblo que hoy, como ayer, lucha por recuperarse de su larga ruina. Y una carretera que centenares de seres humanos desearon ver atravesando la selva, húmeda y alta, y el extenso pantano. Y que hoy llega hasta el mar”.

El Espectador, Bogotá, 13-IX-1990.

 

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