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Manizales bajo el volcán

viernes, 11 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El escritor caldense Hernando Salazar Patiño no pone a Manizales como dominadora del volcán, sino que la define en su reciente libro como la diosa arrodi­llada que ha dejado perder su pasado de glorias para descender la cuesta de su presente de cenizas. Sostiene que, tras una larga etapa de liderazgo nacional –acaudi­llado por una constelación de prohombres que dirigían unos la economía cafetera y sobresalían otros como brillantes políticos o humanistas–, el decai­miento de la ciudad se hizo notorio a partir de 1973.

Hay una frase punzante con que Salazar Patiño descri­be el deterioro actual de la urbe: «El acelerado y con­fuso proceso de urbanización, sin pautas de bienestar ambiental y futuro, ni planeación racional, ha vuelto sus alrededores inexpresivos, terrosos y sin verdes. Una dramática invasión de grises petrifica el paisaje».

El volcán, entonces, ha impuesto su garra cenicienta sobre la noble villa, otrora soberana y cubierta de cum­bres iluminadas. El paisaje se ha oscurecido, no tanto por la irrupción del cráter furioso –que a Manizales no le causó ningún daño material–, sino por el declive de su clase dirigente y la ausencia de sus mejores hijos. «Tiene una élite cerrada –dice Salazar Patiño–, nada au­tocrítica y un poco alejada de la realidad, de la que se dice no le duele la ciudad». Y agrega que el proble­ma fundamental es «la falta de compromiso profundo, real y eficaz con la ciudad, de propósitos firmes y co­munes (…) Se ha perdido la gana. El lenguaje se ha res­tringido. Se volvió más provinciana».

Este duro diagnóstico, de eminente intención constructiva, levantará ampollas. Pero no puede despojár­sele de la verdad que contiene. Es pertinente anotar que el ensayista, hombre de vasta erudición y destaca­da actuación en la cultura de Caldas, exdirector del suplemento literario de La Patria, fundador de la re­vista universitaria Siglo 20, creador del Instituto Caldense de Cultura y de la Fundación Caldas Ayer y Hoy, es un inquieto y reconocido escritor que susci­ta con sus ideas interés y polémica.

Sus dardos intelectuales cayeron en buen terreno. Otro hombre culto de la región, Fernando Londoño Ho­yos, quien en excelente disertación presentó el libro en el Club Caldas de Bogotá, comparte la tesis de que a Manizales la abandonaron sus mejores hijos, unos au­sentes de la ciudad y otros resignados entre las ceni­zas del Ruiz. Londoño Hoyos hace un repaso de la época cenital de su departamento, cuando sus grandes hombres dominaban la economía y la política de la nación, y sus ilustres letrados hacían pasar por Manizales la brúju­la de la cultura nacional, para admitir que la verdad enorme que hoy esgrime su coterráneo «está escrita en­tre la melancolía de la decadencia».

La tierra de Silvio Villegas, y de Gilberto Alzate Avendaño, y de Aquilino Villegas, y de Manuel Mejía, y de José Restrepo Restrepo, y de Fernando Londoño Lon­doño, y de Antonio Álvarez Restrepo, y de tantas otras figuras estelares, queda sometida al juicio histórico en la pluma incisiva y galante (ambas cosas unidas) de un gran escritor de la región.

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Este libro de Hernando Salazar Patiño es un hermoso canto al pasado caldense y una voz de confianza en el futuro que es preciso vitalizar. Lo más bello de Manizales –la tierra, los paisajes, la raza, las tradicio­nes, sus lindas y virtuosas mujeres, sus virtudes an­cestrales– desfila, en afortunadas síntesis, por estas páginas inspiradas bajo la sombra del volcán. “Manizales –concluye el escritor– es un sitio donde todavía se puede soñar. Un territorio de esperanza”.

El Espectador, Bogotá, 21-III-1991.
Eje 21, Manizales,   -VII-2015.

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