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Duelo en la literatura quindiana

viernes, 11 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Alirio Gallego Valencia deja honda huella en la vida cultural del Quindío. Cuando allí llegué, en 1969, lo conocí como director de Cultura del recién creado departamento. Era él, con Euclides Jaramillo Arango, gran promotor de los afanes intelectuales de una tierra ba­talladora que, independizada en ese momento de la admi­nistración de Manizales, lla­maba la atención del país no sólo por su fuerza cafetera sino por el vigor de su raza y la nombradía de sus escritores.

Alirio Gallego Valencia había sido uno de los dirigentes cívicos de la campaña de separación territorial, y años atrás, en 1960, había cumplido destacado  desempeño en la organización de la Universidad del Quindío, la primera universidad que se creaba por fuera de capital de departamento, como una terapia para la violencia que azotaba por aquellos días a la región.

Esta idea, trabajada con denuedo y optimismo, se hizo posible gracias a la labor dinámica de cuatro o cinco ilusos —como lo recuerda Euclides Jaramillo Arango en uno de sus libros—, y en ese grupo se hallaba Alirio como realizador admirable del entonces quijotesco proyecto, que contó con la colaboración, desde el alto Gobierno del país, de Otto Morales Benítez. Hoy la Universidad del Quindío es una de las realidades más positivas de la comarca.

Alirio había nacido en Aguadas (Caldas), pero llevaba cerca de 50 años de residir en el Quindío. A Armenia llegó con su grado de químico far­macéutico y allí estableció la Droguería Selecta, muy pon­derada en la ciudad. Más tarde conoció a quien sería su entrañable amigo del resto de la vida, el escritor Euclides Ja­ramillo Arango.

Ninguno de ellos, como ocurre con otras personalidades de aquel de­partamento poblado por corrientes de inmigración, era oriundo del Quindío. Ambos realizaron destacada labor por el progreso local. Hoy los dos están muertos, apenas con cuatro años de diferencia, y la ciudad y el departamento enaltecen sus nombres como hijos dilectos de la región.

Alirio fue siempre trabajador incansable de la cultura. Este era su nervio vital. Desde su llegada a Armenia comenzó a dictar clases de literatura y fi­losofía en los principales colegios de la ciudad. Profundo estudioso de ambas materias, que para él eran una pasión creadora, había hecho de su selecta biblioteca un semillero de la ciencia y el arte. Allí pa­saba sus mejores horas com­penetrado con el espíritu de los grandes forjadores del pen­samiento, y extrayendo de los clásicos el venero de la vasta erudición que llegó a poseer.

En su libro Huellas en la Historia, publicado en 1986, deja  constancia de sus quietudes como hombre de estudio y raciocinio. «Las artes plásticas, la filosofía, todo lo abarca su cultura y en todo se desenvuelve con la facilidad del maestro. No le hacen falta cartones académicos y muchos profesores quisieran poseer equipaje intelectual», manifiesta Jaramillo Arango en la presentación de esta obra. En estos últimos días trabajaba en otro libro, que la muerte le frustró.

En su biblioteca hay material para varios tomos. Se espera que uno de ellos salga pronto con el sello de imprenta del Quindío, como homenaje póstumo  a  su  memoria. Ojalá fuera publicado por la Universidad del Quindío, su casa espiritual, en  la cual, por afortunada coincidencia, se desempeña hoy como secretaria general su hija Laura Victoria.

Como catedrático, como promotor cultural, como escritor, como presidente de la  Asociación de Periodistas y de la Academia de Historia del Quindío, y como elemento cívico siempre a la orden de las causas grandes de la región, el nombre de Alirio Gallego Valencia –con quien yo compartí entrañables horas de regocijo espiritual– queda grabado en la memoria de la comarca como título de honor para su esposa y sus hijos.

El Espectador, Bogotá, 26-IV-1991.

 

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