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Año oscuro, gobierno gris

viernes, 11 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Con sabor amargo termina para los colombianos el año 92. A 19 meses de concluir el mandato del presidente Gavina, pe­ríodo que para el Gobierno será de inevitable y progresivo desgaste ante la agitación política que se inicia, la gente, desencantada, se pregunta si va a mejorar la situación, o por el contrario se tornará más dramática.

Por lo vivido en los meses preceden­tes, no existen demasiados motivos de optimismo para esperar sustancia­les progresos. No es que seamos profetas del desastre o casandras equivocadas, como califica el señor Presidente a sus críticos, sino intér­pretes realistas de la desazón nacional.

En momentos en que el salario mínimo, antes de comenzarse a dis­frutar, queda pulverizado por el alza precipitada de la gasolina, con la consiguiente arremetida de toda la canasta familiar, los entusiasmos pre­sidenciales no convencen al pueblo. Menos al trabajador de los $81.510, el eterno sacrificado por la insensibilidad oficial, a quien se regatean dos o tres puntos mientras los congresistas, por obra y gracia del Gobierno negociador, entran a devengar $3’500.000 (43 salarios mínimos).

Migdonia Barón, combatiente li­beral de tiempo completo, muerta hace poco en estado de insatisfacción (quien suscribía su columna periodística con el seudónimo de Criticona, o sea, una casandra equivocada), iniciaba así su última nota que no alcanzó a publicar: «Nunca he creído en brujas, espantos, duendes, fantasmas, gnomos, hadas, zombis u otros monstruos, pero lo cierto es que nos han pasado tantas cosas en este desventurado año bisiesto del 92, que va a ser una herida siempre abierta y que empañará nuestra historia, nuestra conciencia y nuestra dignidad».

Con tres lastres mayúsculos se cierra este año oscuro que ya pasó (sin saber si habrá luz al final de la cisterna): el fracaso con la guerrilla y el aumento de la violencia, hecho que tiene desangrado al país; la crisis energética, atribuida a imprevisión gubernamental, y la fuga de Pablo Escobar, el suceso más penoso para Colombia ante el mundo entero, y que sin embargo no produjo siquiera – por hábiles arreglos con la clase política– el veto que alcanzó a proponerse contra el ministro de Defensa. Aquí todo lo borra la impunidad. También la Comisión de Ética del Congreso se ha convertido en figura inope­rante.

Nos sobran leyes y nos falta rigor –y sobre todo valor– para aplicarlas. En lugar de buenas intenciones nece­sitamos realidades tangibles. Se cam­bió un Congreso mediocre por otro mediocre. En este campo nada logró la nueva Constitución: continúa el viejo país político manejado por las mañas, las componendas y la corrup­ción. En los festines palaciegos queda fácil, como lo hemos visto con estu­por, conseguir votos para determina­dos propósitos, a cambio de embaja­das y otras canonjías. En varios de estos tratos el señor Presidente ha actuado más como diestro político que como equilibrado estadista. So­bre él gravitan las miradas de todos los compatriotas.

Con campos arrasados por la gue­rrilla, éxodo constante hacia las ciudades y, por consiguiente, sin la necesaria producción de alimentos, la política agraria es un fracaso. Mientras tanto, el ministro del ramo se vuelve, desde su escritorio privilegiado, terra­teniente de ricas tierras petroleras. El indolente y festivo ministro de Ha­cienda, tan ducho en malabarismos, ya no tiene terreno dónde escarbar para crear nuevos impuestos. Confor­me crece la voracidad fiscalista, se rebasan las angustias hogareñas. Con el IVA al 14 por ciento nos pone a estrenar el año.

No puede negarse que ha habido aciertos. Bajar la inflación al 25 por ciento es un resultado plausible. Pero no lo es el crecimiento del 3,3 por ciento en la econo­mía, ya que los países de América Latina tuvieron el 4,3 por ciento en promedio. Con la llamada modernización del Estado, que saca de la nómina a 25.000 funcionarios (cuyo costo por indemnizaciones supera los $70.000 millones), se obtendrá a largo plazo, según se dice, una economía de $250.000 millones.

Los funcionarios despedidos, engolosinados hoy con las cifras ilusorias de la marcha, entran taciturnos a engrosar las filas del desempleo. Esto se llama cambiar plata por seguridad. ¿Se conseguirá más eficiencia estatal con la cacarea­da reforma? Habrá que verlo. Lo que no se ve es la austeridad en el gasto público.

En reciente encuesta, el señor Presidente fue calificado con 2,7 por ciento por su desempeño en 1992. O sea, perdió el año. Esto no lo dicen las casandras equivocadas sino la opi­nión pública. Como en medio de las desgracias somos optimistas (los co­lombianos no sólo somos optimistas sino resignados a morir), confiamos en que la nota se recupere en el 93.

El Espectador, Bogotá, 12-I-1993.

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