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Galán en Armenia

miércoles, 28 de enero de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El país recuerda en estos días los 25 años del magnicidio de Galán, ocurrido en Soacha el 18 de agosto de 1989. Y yo recuerdo el día en que lo conocí en Armenia, en 1979, hace 35 años. Fue un encuentro inesperado y efusivo, que voy a  reconstruir en esta página como tributo a su memoria. Hay hechos fortuitos que perduran en el sentimiento durante toda la vida, como este del saludo privilegiado con el dirigente político, lejos de discursos, de protocolos y afectaciones sociales.

Aquel día estaba yo invitado al acto en que el Comité de Cafeteros del Quindío iba a mostrar al líder nacional las instalaciones donde funcionaba, en la sede de un antiguo convento, una empresa extraordinaria: el Centro de Servicios para el Trabajador Cafetero, situado cerca a la plaza de mercado. El Comité había establecido dicha obra para satisfacer necesidades importantes del trabajador campesino, al tiempo que le brindaba esparcimiento y educación.

Los principales servicios consistían en consulta médica y odontológica, cine recreativo y educativo, alfabetización, restaurante, farmacia, salón de juegos, almacén agrícola, biblioteca, correo, televisión, peluquería y una enramada para practicar deportes. Se disponía además de un empleado experto para escribir las cartas que los trabajadores analfabetos, provenientes de otros sitios del país, desearan enviar a sus novias o familiares.

En ese momento había inscritos 3.500 campesinos, provistos del respectivo carné para hacer uso de los servicios, sobre todo los sábados y domingos. Era un verdadero club del campo, único en Latinoamérica. Pero a diferencia de un club social, no se expendían bebidas alcohólicas. Varios servicios se prestaban gratis, y otros a precios módicos.

Esta vez el político invitado era Galán, que ya poseía amplio prestigio en el país.  Yo me había encontrado con dos amigos, media hora antes del acto. Eran ellos los escritores Euclides Jaramillo y Alirio Gallego. De pronto, como un ser anónimo, vimos al personaje, solo, que caminaba por entre los tenderetes y observaba con interés el movimiento de la ciudad y la actitud de la gente en ese sector popular. Nos apresuramos a saludarlo e hicimos la presentación de nuestros nombres y actividades (los tres, fuera de escritores, ocupábamos posiciones representativas en la ciudad).

Luego lo invitamos a tomarnos un café en un sencillo local vecino a la plaza de mercado. De inmediato surgió el diálogo cordial. Nos preguntó por las vicisitudes del café, por la vida social y económica de la región, por los problemas públicos. La conversación fluyó espontánea, como si fuéramos viejos amigos. Esa media hora de franca tertulia, en medio del ambiente desprovisto de solemnidad, agigantó la dimensión del caudillo.

Como admirador de la gran facilidad de palabra que tenía Galán, se me ocurrió preguntarle cómo había adquirido el don maravilloso de la oratoria, que hacía estremecer las plazas públicas. Nos hizo esta sorprendente revelación: él era una persona tímida que no gustaba de las reuniones sociales de mucha gente, en las que se sentía cohibido y hablaba poco. Sus tertulias favoritas eran las que no sobrepasaban las cinco o seis personas, como la que  realizábamos en ese momento. Pero cuando se ponía ante un micrófono, se transformaba. Se olvidaba de su timidez, y su espíritu y sus ideas vibraban en presencia de las multitudes.

Cuando finalizó el acto del Comité de Cafeteros y los directivos del gremio lo invitaron a una reunión privada, el exministro y posible presidente de la República buscó entre la concurrencia a sus tres amigos ocasionales y se despidió de nosotros con un cálido apretón de manos, manifestándonos que habíamos sido sus mejores interlocutores en su paso por el Quindío.

Nunca más volví a hablar con Galán. Y siempre lo admiré desde la distancia. Cuando diez años después lo asesinaron en la plaza de Soacha, duré varios días conmocionado ante el monstruoso suceso que le arrebató la esperanza a Colombia en aquellos momentos cruciales.

El Espectador, Bogotá, 22-VIII-2014.
Eje 21, Manizales, 22-VIII-2014.
La Crónica del Quindío, Armenia, 24-VIII-2014

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Comentarios:

Gracias por participarme tu amena y nostálgica nota. Yo también fui admirador de Galán y recuerdo que la noche de su asesinato salía yo de una reunión social en la empresa en la cual trabajaba. Mi esposa me llamó y me comunicó la trágica noticia y de inmediato me puse a llorar desconsoladamente. Estaba tenso, porque esa mañana también habían asesinado en Medellín a Valdemar Franky, alto oficial de la Policía que estuvo en Tunja (casado con tunjana) y con quien habíamos departido algunas veces. Fueron dos asesinatos absurdos y crueles. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Interesante la remembranza, con la evocación, además, de dos personas tan interesantes, mi amigo y maestro Alirio Gallego y el profesor Euclides Jaramillo. Gustavo Valencia García, Armenia.

Conocí a Luis Carlos en los aún adolescentes corredores de la Universidad. Cortejaba él por entonces a una compañera que “no le hacía caso”… y yo quedaba admirada porque era un  “muchacho” brillante; tuvimos charlas interesantes en la cafetería sobre filosofía, la política de entonces permeada por esa izquierda naciente en América a raíz de Paris, mayo/68. Luego, cuando fui estudiante en Roma, él llegó a Italia de embajador, ya casado con Gloria, y creo con el hijo mayor. Allí también lo vi. Cuánto hemos lamentado su vil asesinato. Siento que podemos hacer un inmenso homenaje a tantas víctimas si aportamos un grano de arena a la paz de Colombia. Marta Nalús Feres, Bogotá.

Nunca nos cansaremos de lamentar un hecho tan doloroso en la historia del país. Perdió Colombia la oportunidad de un verdadero cambio. Ante la falta de líderes de su talante no es muy promisorio el futuro. Esperanza Jaramillo García, Armenia.  

Un día tuve la oportunidad histórica de cruzar dos o tres palabras con el doctor Galán Sarmiento, y me impresionó su manera de ver el país. Seguí su trayectoria y me dolió como a muchos colombianos su trágica muerte. Lástima que su legado haya sido traicionado. Luis Fernando Franco Ceballoos, Universidad del Quindío, Armenia.

Gracias por esa linda anécdota con nuestro querido y admirado Galán. Usted confirma el ser sencillo y maravilloso que fue él. Seleny Arcila Lozada, Armenia.  

Y sucedió lo que siempre pasa en Colombia. A los 30 días después del crimen, nadie volvió a hablar del tema y la gran prensa jamás volvió a hablar del caso, y se tendió un vergonzoso velo de silencio pues parece que Galán no gozaba de mucho prestigio entre esos medios. De no ser por el gran esfuerzo que hizo la familia Galán, ese silencio sería eterno. Algo parecido a lo que hicieron con el caso del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. flecha veloz 1943 (correo a El Espectador).

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Nariño: prócer olvidado

lunes, 23 de diciembre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

El próximo 13 de diciembre se cumplen 190 años del fallecimiento en Villa de Leiva del gran Precursor de nuestra Independencia, Antonio Nariño. Con tal motivo, la Academia Patriótica Antonio Nariño, presidida por Antonio Cacua Prada, y de la que es vicepresidente Eduardo Durán Gómez, realizará el mismo 13 de diciembre, en la casa hacienda El Cedro, de Bogotá, un acto conmemorativo de la muerte del prócer.

Por otra parte, la revista Semana, asociada con la Gobernación de Cundinamarca y el Banco de Bogotá, ha elaborado una edición especial de 130 páginas para celebrar los 200 años de la independencia de Cundinamarca, donde el actor principal es Antonio Nariño. Duele decir que su nombre, que tanta participación tuvo en la gesta emancipadora de la corona española, y tantos presidios y dolores sufrió por la causa de la libertad, se encuentra opacado en nuestros días.

Poco es lo que a las nuevas generaciones les dice hoy la figura de Nariño, y de ahí la importancia de los dos sucesos antes mencionados. El hombre contemporáneo se ha desentendido en tal forma de la historia que configuró nuestro carácter republicano, que le cuesta trabajo identificar a los próceres del pasado. Con dificultad distingue a Bolívar y Santander, y de ahí en adelante surge una enorme nebulosa.

Ignora, por ejemplo, que la Casa de Nariño, o Palacio de Nariño, donde reside el Presidente de Colombia y es la sede del Gobierno nacional, se construyó en el terreno que ocupó la casa natal del héroe. Y se le dio su nombre para recuerdo de los tiempos futuros. Sin embargo, semejante tributo ha dejado de tener significación en los días actuales, por deplorable olvido de la Historia, que ni se enseña en los centros educativos, ocupados a veces en afanes baladíes, ni ejerce su papel de maestra y orientadora de la vida social del país.

Antonio Nariño nació en Santafé de Bogotá en 1765. Pertenecía a una de las más distinguidas y acaudaladas familias santafereñas. En tal condición, hubiera sido uno de los hombres más prósperos de la época. De hecho, fue notable su éxito en la vida de los negocios. Pero él era más de estudio e ideas que atado al dinero. Como persona ilustrada, bien pronto se identificó con los líderes de la Revolución Francesa. A su biblioteca llegaron los libros de Voltaire y otros pensadores franceses.

En 1794 utilizó su imprenta Patriótica para imprimir y difundir la Declaración universal de los derechos del hombre y el ciudadano, que él mismo había traducido del francés. Por este hecho, considerado un delito, fue condenado a diez años de cárcel. Además, se le confiscaron todos sus bienes y fue desterrado a perpetuidad de la Nueva Granada. Tres veces recibió condenas penitenciarias. Buena parte de su vida la pasó en la cárcel. Lograba escapar, pero más tarde era aprehendido.

Nunca desistió de sus ideas, y siempre chocaba contra obstáculos poderosos: tanto los provenientes de las autoridades españolas, como los infligidos por contradictores de sus causas patrióticas. En 1814 realizó ante el Congreso una defensa magistral de su posición ideológica, hecho que acrecentó su fama de estadista.

Agotado por esa racha de adversidades, sus últimos días los pasa en Villa de Leiva. Allí ha ido a buscar reposo y la cura de su salud. Aparentaba veinte años más de los que tenía. Tres meses después de su llegada a la población boyacense, muere a la edad de 58 años, el 13 de diciembre de 1823. Sobre él dice Indalecio Liévano Aguirre que “personifica los valores auténticos de la nacionalidad, porque nadie como él los encarna con mayor grandeza”.

El Espectador, Bogotá, 30-XI-2013.
Eje 21, Manizales, 30-XI-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 30-XI-2013.
Mirador del Suroeste, N° 50, Medellín/2014.

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Comentarios:

En mis nebulosos recuerdos de bachillerato leí un epitafio de Nariño que decía algo así: «Amé a mi patria, cuánto la amé…” Me gustaría que me enviaras el texto completo del epitafio. En cuanto a los jóvenes de ahora, escasamente se acuerdan de Bolívar y Santander. Luis Quijano, colombiano residente en Estados Unidos.

Respuesta. Este es el epitafio, pronunciado por Nariño cuando entró en los momentos de la agonía: “Amé a mi Patria: cuánto fue este amor lo dirá algún día la Historia. No tengo qué dejar a mis hijos sino mi recuerdo. A mi Patria le dejo mis cenizas». GPE


En buena hora tu pluma sale en defensa de la memoria del prócer. Acertado escrito, que estoy seguro tendrá un importante impacto entre la intelectualidad colombiana. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

Es cierto, ahora no se  enseña historia, mucho menos valores patrios. A pesar de su temprana muerte, fue mucho lo que Nariño hizo por el país y por  las futuras generaciones. Inés Blanco, Bogotá.

Antonio Nariño es el verdadero héroe de nuestra revolución y prócer colombiano. Es triste que las nuevas generaciones y algunas viejas no lo conozcan. Estoy seguro que seríamos una mejor sociedad si intentáramos seguir sus ideales y vocación de servicio hacia la comunidad. Ojalá los políticos actuales tuvieran algo de su grandeza y rectitud. King62 (correo a El Espectador).

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¿Por qué lo mataron?

lunes, 7 de octubre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

¿Por qué mataron a Álvaro Gómez Hurtado? Es la pregunta que formula su hermano Enrique en el libro que publica al conmemorarse los quince años del magnicidio, ocurrido el 2 de noviembre de 1995, cuando unos sicarios lo acribillaron mientras salía de dictar su clase en la Universidad Sergio Arboleda.

Es la misma pregunta que se hace el país frente a este crimen político que permanece impune en la historia nacional, comparable a los de Gaitán y Galán: los tres iban camino de la presidencia de la República y fueron eliminados por oscuros criminales en el momento cenital de sus carreras. Estos y otros sucesos similares se han perpetrado para crear caos y desestabilizar la democracia, y con ellos se ha buscado acallar la voz de los líderes de mayor arraigo popular.

En el caso de Álvaro Gómez Hurtado, se trataba del dirigente más notable y más aguerrido de la oposición contra el gobierno de Ernesto Samper, cuya imagen se había deteriorado, de manera drástica, por lo que era de dominio público –y sigue siéndolo–: el ingreso a su campaña presidencial de dineros del narcotráfico. El proceso 8.000, a pesar de la absolución política que obtuvo el mandatario, se volvió figura histórica que siempre perseguirá a Samper y no lo liberará de culpa. El veredicto del pueblo, en muchos casos manejados por la política, es superior al de los tribunales o los cuerpos legislativos.

Aquella célebre frase de Samper: “De comprobarse cualquier infiltración de dineros (provenientes del narcotráfico) se habría producido a mis espaldas”, no convenció a nadie. El cardenal Pedro Rubiano ofreció el símil perfecto para esa situación salida de lógica: es como si un elefante se mete a la casa y uno no se entera.

Gómez Hurtado, que en los inicios del gobierno de Samper expresó su voz de apoyo a los programas en ejecución, cambió de actitud cuando aparecieron los graves lunares, de tipo ético y moral, que echaban a perder todo lo bueno que pudiera existir. Y pasó a la oposición seria, responsable y vigorosa, que se dejaba sentir, como eco del clamor popular, desde las columnas editoriales de su periódico y desde el Noticiero 24 Horas que él dirigía.

Manifestaba el líder conservador que la continuación de ese gobierno afectado por la corrupción representaba una deshonra para la dignidad de la República, y por lo tanto la solución estaba en la renuncia al cargo. En eso alcanzó a pensar el Presidente, pero luego cambió de parecer. Y se sintió una fuerza de intimidación contra el líder nacional de la oposición, a quien llegó a calificarse de conspirador en asocio de militares y otros sectores de la ciudadanía. Esta acción no ha podido ser demostrada.

El 30 de octubre de 1995, Gómez Hurtado dijo en su Noticiero 24 Horas: “El Presidente no se va a caer, pero tampoco se puede quedar”. Al día siguiente, el editorial de El Nuevo Siglo reprodujo la misma declaración. Dos días después, el caudillo fue asesinado a la salida de la Universidad Sergio Arboleda. Ahora, su hermano Enrique recoge en su libro el itinerario tortuoso que duerme en 150.000 folios del expediente, sin que se vea el propósito de descubrir la realidad de los hechos. Este espinoso camino de la impunidad está sembrado, como otros procesos similares de la violencia colombiana, por desviaciones de la investigación, falsos testigos, mentiras, contradicciones, encubrimientos, falsas acusaciones…

¿Por qué lo mataron? El autor de la obra, que no quiere irse del mundo sin dejar constancia de su perplejidad ante la justicia del país, aspira a que su  pregunta no continúe en el vacío y se conozca al fin la verdad.

El Espectador, Bogotá, 16-II-2012.
Eje 21, Manizales, 16-II-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 18-II-2012.

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Comentarios:

Todo sigue tapado. Como decía Laureano Gómez: «Tapen, tapen, tapen»…, con sus frases fustigantes acerca de todas las ollas podridas que descubría en el Congreso. Y el tiempo sigue pasando, y todo lo mismo y todo igual o peor. Ironías y tristezas de nuestra querida tierra y política colombianas. Luis Quijano, Houston (USA).

Muy  interesante y precisa visión sobre este doloroso acontecimiento de nuestra vida nacional. Repito la frase que  decía  mi profesor de Historia del Arte, Francisco Gil Tovar: “El día del Juicio, de los niños y de los libros sabremos los autores”. Marta Nalús Feres, Bogotá.

Impecable artículo. Siempre en busca de la verdad y la conciencia de Colombia. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Muchas cosas sentí al leer esta columna. Muchas cosas recordé de mi caminar en los medios de comunicación en Colombia. Entre ellas, las amenazas de muerte por algunos denuncios que como periodista y patriota me vi obligada a hacer. Yo podría atreverme a decir que a uno en Colombia lo matan por decir la verdad; lo matan por preguntar, lo matan por defender a inocentes; lo matan por lo que sea. Porque en Colombia se cumple lo de la canción mejicana: La vida no vale nada. Colombia Páez, periodista colombiana residente en Miami.

El mariscal

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Horacio Gómez Aristizábal y Jorge Mario Eastman han puesto en circulación dos libros en homenaje a Gilberto Alzate Avendaño con ocasión de los 40 años de su muerte. La formación de Alzate Avendaño estaba en el humanismo, y con ese carácter se desempeñó en la vida pública, en el periodismo y en las letras. En 1936 ocupa el cargo de secretario general del Partido Conservador. En 1946 es elegido senador de la República, y cuatro años después es presidente del Senado. En 1951 se le postula como designado a la Presidencia, ofrecimiento que no acepta.

Es un rebelde dentro de su partido y con ese espíritu combate el gobierno hegemónico de Laureano Gómez. Por eso apoya el golpe militar del 13 de junio de 1953. Después será embajador en España. Cuando el dictador Rojas Pinilla abusa del poder, se opone a su reelección por parte de la Constituyente.

Forma una alianza con Mariano Ospina Pérez y se matricula en el Unionismo, movimiento que produce la derrota de Laureano Gómez. Alzate –al igual que otro combatiente de la orilla contraria: Carlos Lleras Restrepo, con quien se caracteriza por las batallas que ambos acometen en distinto terreno– siempre sale fortalecido de sus fracasos.

En 1960 es elegido representante a la Cámara. Su nombre tie­ne amplia audiencia nacional. Es la figura más descollante del mo­mento para pelear la candidatura presidencial (1962-1966) en con­tra de Guillermo León Valencia. La muerte súbita lo sorprende en su mejor estado físico y mental, cuando apenas ha cumplido 50 años de vida. Cabe recordar la fra­se que él mismo se endilgó: «Yo soy un barco que se hunde con las luces encendidas».

Su temprana muerte represen­tó para el país enorme frustra­ción, lo mismo que ha significado la de otros líderes que encarnaron en su momento grandes esperan­zas nacionales: Gabriel Turbay, Jorge Eliécer Gaitán, Luis Carlos Galán, Álvaro Gómez Hurtado… Gladiador de ideas, dueño de estilo mordaz y refulgente, vigoro­so tribuno que sobresalía por su ímpetu rebelde y creador, era una personalidad absorbente y arro­lladora.

Nació para ser capitán de multi­tudes. Con su gesto enérgico y su verbo lacerante –que solía tocar los predios de la irreverencia con lenguaje cáustico y florido– fue protagonista de sonados debates que estremecían a la opinión pública y creaban alrededor de su nombre fuertes núcleos de solida­ridad. Su categoría mental le per­mitía fabricar geniales chispazos matizados de vivacidad y fulgor. A la par que político de casta era le­trado de exigentes rigores y no descansaba –en la elaboración de sus escritos– en la búsqueda del término preciso y de la oración clásica.

Sus fúlgidos editoriales como director de La Patria y de Diario de Colombia señalaban horizontes claros y fijaban firmes derroteros para el rumbo del país. Era opositor contumaz de statu quo y esto explica su disentimiento de los jefes de su colectividad, al no estar de acuerdo con la férrea y excluyente disciplina conservadora que por aquellos días se implantó. Pocos espíritus tan altivos, admirables e independientes como el suyo.

El alzatismo nació como un sello de rebeldía intelectual y conquistó numerosos adeptos. Alzate era el francotirador de la inteligencia que no les daba tregua a sus adversarios, ni él mismo se permitía reposo. Amante de la literatura, de la buena mesa y de los gustos refinados, era diletante de la vida y filósofo del poder. Y se reía de sí mismo: «Yo no soy en el fondo sino un gordo benévolo”.

Los autores de los libros citados, conservador el uno y liberal el otro, han querido traer a los nuevos tiempos la figura legendaria –tocada de genialidad– del conductor extraordinario que buena falta le haría a la Colombia de hoy, sumida en el caos y carente de auténticos líderes.

El Espectador, Bogotá, 20-X-2000.

 

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Vigencia de Gaitán

miércoles, 11 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando Horacio Gómez Aristizábal tenía 14 años de edad conoció a Gaitán. Aquella vez, en una manifes­tación que se realizaba en la plaza de Armenia, se sintió deslumbrado con la presencia del hombre público que enardecía multitudes con su talante de caudillo y su oratoria estremecedora. La sola noticia de que Gaitán llegaba a la capital quindiana en una de sus giras políticas por el país, mantuvo durante varios días, en ardorosa ex­pectativa, al joven estudiante que en secreto había creado un ídolo en la persona del tribuno del pueblo.

El magnetismo ejercido por Gaitán se venía incrementando al paso de los días, y cuando Gómez Aristizábal gozó del privilegio de escucharlo y presenciar de cerca sus ademanes oratorios, sintió que algo fulminante había ocu­rrido en su vida. El ídolo, ahora de carne y hueso en la plaza de Armenia, no sólo avivaba su entusiasmo juvenil sino que lo impulsaba a seguirlo.

Es posible que aquel día Gómez Aristizábal se hubiera decidido por el derecho penal. No hay duda: la admiración despierta el deseo de imi­tación. Hace surgir una envidia sana por poseer las mismas virtudes del maestro. Tal fue la irradiación que produjo el líder social en el menudo estudiante quindiano, que de ahí en adelante, y a pesar de que éste milita­ría en el partido contrario, las ideas del caudillo serían fuente de estudio y orientación para el brillante penalista que es hoy Gómez Aristizábal.

Leyendo el libro que éste escribe sobre Gaitán, acabado de salir al pú­blico en nueva reedición, no me cabe duda de que dicha obra comenzó a escribirse en la mente del escritor el día que el jefe de multitudes pasó por la plaza de Armenia e hirió con su elo­cuencia la sensibilidad de su futuro admirador.

Obra que recoge y analiza el pen­samiento de Gaitán, no hasta el extre­mo de la idolatría, sino como faro de un ideario político de avanzada, que ha ejercido papel esencial en la vida del país. Las posiciones vertica­les del caudillo revolucionario cuando embestía contra los oligarcas y defen­día la causa de los humildes, que otros han tratado de imitar sin convicción, y sobre todo sin la fuerza del intelectual y el dirigente que era Gaitán, se echan hoy de menos en esta Colombia mar­cada como nunca por las desigualda­des sociales.

El repaso histórico que hace Gómez Aristizábal sobre la vida de Gaitán y la vigencia de su filosofía política, resul­ta aporte sustantivo para enaltecer la memoria del mártir, cincuenta años después de su holocausto. Jorge Eliécer Gaitán sigue vivo en Colombia. Su doctrina continúa incólume. Nadie ha logrado enarbolar sus mismas ideas, aunque muchos pretendan apa­recer como sus abanderados. ¿Dónde están los verdaderos luchadores de los intereses populares? A estas reflexio­nes convoca la lectura del ensayo del penalista y escritor quindiano.

La Crónica del Quindío, Armenia, 9-VII-1998

 

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