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La prima Bette

martes, 6 de marzo de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En mi época adolescente compré en Tunja la colección Grandes novelas de la literatura universal, de Ediciones Jackson (Buenos Aires), compuesta por 32 volúmenes y 63 novelas. Estos preciosos libros, de pasta dura color verde y letras y signos artísticos estampados en el lomo, han estado conmigo desde entonces.

Esas fueron mis primeras lecturas, bastante alborotadas, y han sido relecturas recurrentes a lo largo de los años. En mis albores en Tunja, incitado por las historias alucinantes que brotaban de aquella serie bibliográfica, escribí, a los 17 años, mi propia novela: Destinos cruzados, prematuro ensayo de juventud (o sea, de emoción y espontaneidad) que en 1987 adaptó Fernando Soto Aparicio como telenovela. Con esa obra inició RCN sus telenovelas nacionales.

En el sello de la Jackson están recogidas grandes obras clásicas, comenzando por Cervantes y la novela picaresca española. Y desfilan las literaturas francesa, rusa, inglesa, portuguesa, alemana… con títulos como Orgullo y prejuicio, de Jane Austen; La cartuja de Parma, de Stendhal; Madame Bovary y Salambó, de Flaubert; Werther, de Goethe; Crimen y castigo, de Dostoievski; Germinal, de Zola; Los campesinos, de Chéjov; Las almas muertas, de Gogol; Manón Lescaut, del abate Prévost; Dafnis y Cloe, de Longo; Cumbres borrascosas, de Emily Brontë; El padre Goriot y La prima Bette, de Balzac…

En estos días volví a encontrarme con La prima Bette. Personaje grandioso de Balzac que es símbolo de la envidia. Por lo tanto, se halla en todas partes. Y se esconde dentro de nosotros mismos. Ideada como novela corta, Balzac la amplió hasta convertirla en una de sus obras más extensas (453 páginas de la edición que poseo).

Comenzó a escribirla en junio de 1846 y la terminó en noviembre del mismo año. Está considerada su última gran obra. Era escritor incansable y compulsivo, que dedicaba a dicha labor hasta 15 horas diarias (a veces transcurrían hasta 40 horas continuas) y pasaba las noches bajo el estímulo de constantes tazas de café negro. Ese régimen minó sus energías y explica su muerte temprana a los 51 años (agosto de 1850). Elaboró cerca de 95 novelas, fuera de gran cantidad de relatos cortos, obras de teatro y artículos de prensa.

Forjó a Bette en su propia madre, con quien llevó relaciones frías y distantes; en la poetisa Marceline Desbordes-Valmore, que tuvo una vida agitada por el odio y las desgracias, y en la tía Rosalie, otra existencia también tormentosa. “Novela terrible”, declaró el autor. De tales prototipos sacó un compuesto adecuado para plasmar el alma de la prima solterona que ambicionaba casarse, sin lograrlo, y que se llenó de envidia y rencor hasta destruir una familia.

Muchas Bettes pululan en la vida cotidiana. Tal enfermedad la sufren por igual hombres y mujeres, ya que la envidia es la pasión más arraigada en la naturaleza humana. Caín mató a Abel por envidia. La historia de Balzac discurre a mediados del siglo XIX y calca el ambiente parisiense de vicios, desvíos morales y poder del dinero, sin desconocer la virtud y el mérito de la gente respetable.

Pinta la sociedad de todos los tiempos, porque ni el mundo ni el hombre cambian. Novela de nuestros días, a pesar de los 171 años que han corrido. Dijo André Maurois: “Balzac no ha escrito nada más atroz ni más bello”.

El Espectador, Bogotá, 2-III-2018.
Eje 21, Manizales, 2-III-2018.
La Crónica del Quindío, Armenia, 4-III-2018.
Mirador del Suroeste, n.° 69, Medellín, octubre de 2019.

Comentarios

Bien traída la remembranza de los inicios en Tunja, base de su cultura literaria. Balzac, todo un genio en la tarea de describir, en  algunos de sus personajes, las debilidades humanas. ¿Qué tal la avaricia personificada en el padre de Eugenia Grandet, otra de sus famosas novelas? Gustavo Valencia, Armenia.

Uno de los grandes de la literatura universal, Balzac, nos regala una obra multidimensional en La prima Bette. Desafortunadamente los jóvenes de hoy poco leen. matjos03 (correo a El Espectador).

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Los estragos de la envidia

miércoles, 18 de octubre de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Miguel de Unamuno (1864-1936) fue el escritor y filósofo español más destacado de su generación. Ocupó tres veces la Rectoría de la Universidad de Salamanca. El último período se inició en 1931 y concluyó en octubre de 1936, cuando fue destituido por orden de Franco y condenado a arresto domiciliario. Agobiado por      el desespero, la tristeza y la soledad, murió tres meses después, el 31 de diciembre, en forma repentina.

Su pensamiento político lo mantuvo enfrentado a la República española por la división social originada en los comienzos del siglo. En 1917 escribió la novela Abel Sánchez, obra brevísima, y densa en ideas. En ella dibuja la anatomía de la envidia, basado en la historia de Caín y Abel, y crea dos personajes modernos, similares a los bíblicos: Joaquín Monegro y Abel Sánchez.

Estos tienen sangre española, como que el propósito del novelista es resaltar la envidia como un mal de su patria. Al mismo tiempo, le sirven de protagonistas de la pasión más extendida por el mundo. La envidia es un mal universal y eterno. Se inocula en el organismo desde la concepción de la criatura.

La novela lleva como subtítulo “Una historia de pasión”. Es la pasión que nace en el paraíso terrenal con los dos hijos de Adán y Eva: Caín, que se dedicaba a la agricultura, y Abel, al pastoreo. Al presentar sus ofrendas en los altares, Dios  prefirió la de Abel. Enceguecido por los celos, Caín mató a su hermano.

Al final de su vida atormentada, Joaquín Monegro (Caín) dice: “¿Por qué nací en tierra de odios? ¿En tierra en que el precepto parece ser: ´Odia a tu prójimo como a ti mismo´?”. Es la misma pregunta que puede hacerse el hombre colombiano. Aquí el odio germina como la mala hierba. Se extiende por todas las capas sociales, pero tiene más raigambre en las altas esferas del poder, que transmiten esa úlcera del alma a los seguidores de sus causas políticas, y estos se encargan de inyectarla a diestra y siniestra como una lepra social.

Nos odiamos sin motivo. Sin saber por qué. No fue suficiente la visita del papa Francisco, que vino a predicar el perdón y la reconciliación, y no logró penetrar con sus mensajes de paz en el alma de quienes parecen nutrirse con la envidia y el odio como si fueran un alimento sano.

Al presidente Santos, artífice de la paz, lo odian los políticos malquerientes y sus huestes, que riegan ese veneno por las redes y los periódicos. Lo que hay en el fondo, para qué dudarlo, es envidia. Envidia por hacer lo que ellos no pueden hacer.

El odio es envidia. “Un envidioso jamás perdona el mérito”, dice Pierre Corneille. Ya lo había advertido Ovidio desde lejanos tiempos: “La envidia, el más mezquino de los vicios, se arrastra por el suelo como una serpiente”.

Grandes núcleos de la población colombiana piensan y proceden de otra manera. Entienden que la convivencia está por encima de la envidia y el odio. En Colombia hay más Abeles que Caínes. La novela de Unamuno, que cumple 100 años de escrita, serviría para hacer pensar a los violentos que la vida es más grata, más sana y más útil, cuando se consigue controlar este morbo destructor. Por desgracia, con él  nace el ser humano.

El Espectador, Bogotá, 13-X-2017.
Eje 21, Manizales, 13-X-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 15-X-2017.

Comentarios

Absolutamente cierto: «cizaña» regada a lo ancho y largo del país. Jamás han visto con alegría el triunfo ajeno. Cuando alguien triunfa, saltan a desprestigiarlo haciendo uso de lo más bajo que albergan en su ser. Ni Botero, Patarroyo, Llinás o Gabo se han librado de sus ladridos. En otro país más agradecido y menos ignorante, el actual presidente estaría gozando de inmensa popularidad en las encuestas. Sin embargo, con el tiempo la Historia, ese gran juez, sabrá evaluarlo y ubicarlo en el sitio de honor que le corresponde. William Piedrahíta (en La Crónica del Quindío).

La envidia es un veneno que corroe el alma y hace daño a los demás. Pero como todo sentimiento negativo, realmente a quien enferma es a quien alimenta un rencor hacia los demás, es quien vive con esa carga y un corazón enfermizo. Opino que cuando nacemos venimos inocentes y nos contaminamos de la maldad del mundo. Liliana Páez Silva, Caracol, Bogotá.

Muy oportuna la mención de la novela de Unamuno. A propósito, te comento que la semana pasada estuvimos dos días en Salamanca conociendo tantas joyas arquitectónicas que allí existen, entre ellas la Universidad. El último  día entramos a desayunar al Café Novelty, que está ubicado en la Plaza Mayor y me llamó la atención la estatua de un señor en una de las primeras mesas. Al averiguar, supe que se trataba de Gonzalo Torrente Ballester, quien vivió y murió allí. Fue colega de Unamuno y en dicho café se reunían con otros pensadores, escritores y profesores a tertuliar. Este café data de 1904. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Me fascinó la columna Los estragos de la envidia. No sabía que Unamuno había terminado sus días preso. Estoy muy de acuerdo con la premisa de que «el odio es envidia». Quiero creer que «en Colombia hay más Abeles que Caínes». Colombia Páez, El Nuevo Herald, Miami.

Dos libros con alma quindiana

jueves, 21 de julio de 2016 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La escritora, periodista y educadora Gloria Chávez Vásquez, oriunda del Quindío, cumple 46 años de residencia en Estados Unidos. Allí ha publicado la mayoría de sus libros y de sus artículos de prensa. Ahora sale a la luz su novena obra, que lleva por título El libro de Yodín, y se puede adquirir a través de su página web.

En esta novela me ha despertado especial interés, como morador que fui de Armenia durante 15 años, encontrarme con el despegue del pueblo grande que era, hacia la ciudad moderna que llegaría a ser.

La protagonista repasa su familia, su barrio en formación, la vida social del pueblo, y trata de entender lo que le ha tocado vivir. Regresa a su adolescencia, evoca la naciente sensualidad, asiste al colegio de monjas, se acuerda de los muchachos enamorados, y en ese itinerario surgen veleidades, sueños y frustraciones.

Se construyen otras calles, aparecen personajes singulares, crece la familia, soplan nuevos vientos en el contorno. El pueblo comienza a borrarse, al tiempo que emerge la ciudad. Con la mutación y el progreso, con la irrupción del ruido y la alteración del sosiego, aumenta en Maribel “la necesidad de escapar a otra parte”. Palabras textuales que pintan una etapa de la vida de Gloria Chávez.

Novela de introspección, de vuelta al recuerdo, de arraigos y desarraigos, de buceo en la niebla y en la oscuridad, de apertura de otras dimensiones. Y también de identidad con la familia, ya que el libro está dedicado a sus ocho hermanos. En el éxodo de la patria chica anduvo lacerada la vida del inmigrante, que Gloria sufrió durante largo tiempo, hasta lograr la tranquilidad actual. Tranquilidad relativa en medio de la distancia de sus lares perdidos en las brumas del tiempo.

Leído el libro, me queda el sabor de la soledad que se percibe en Maribel. Para mitigar ese estado del alma, ella dialoga con el mago Yodín, espíritu que le susurra consejos al oído y le dicta sabias enseñanzas de vida.

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En el Quindío ha nacido un nuevo escritor: Josué Carrillo, ingeniero geólogo de la Universidad Nacional y doctorado en la Universidad Técnica de Aachen (Alemania). En dicho país vivió durante largos años, y ha vuelto a su tierra nativa, donde en la edad dorada se revela como autor de tres libros de literatura: Memorias de un estudiante desmemoriado (2014), Un cuyabro en Alemania (2015) y Te acordás hermano qué tiempos aquellos y otras crónicas (2016).

Tuve la oportunidad de descubrir en el último de ellos a un prosista de estilo  ameno, ágil y descriptivo, que se solaza con la Armenia de mitad del siglo pasado y pinta a la maravilla sus modas y costumbres, entreveradas con el transcurrir de personajes singulares que marcaron la época.

Entre esos personajes está Vicente Giraldo, gran promotor del civismo y el progreso regionales. Una de sus empresas era Vigig, dedicada a la fabricación de arietes hidráulicos, trapiches y despulpadoras. Otra, la que elaboraba el champú Caspidosán Vigig, para eliminar la caspa, y el jabón Afeitol Vigig, para ablandar la barba. Sobre el primer producto, una propaganda decía: “Si no le cura la caspa, córtese la cabeza”.

En la Tipografía Vigig publicaron sus primeras obras los escritores quindianos. Y se editó Mi Revista, que bien puede considerarse la mejor del país en los años treinta. Yo conocí la colección completa que guardaba, con el mayor celo, mi amigo Mario Álvarez Maya, y escribí, entre agosto y septiembre de 1980, diez crónicas en La Patria de Manizales con el título La Armenia antigua, las que pueden consultarse en mi página web. Hoy casi nadie conoce la existencia de dicha revista.

Otro personaje que se airea en las páginas de Josué Carrillo es Euclides Jaramillo Arango, que nació en Pereira, y más tarde se radicó en Armenia, donde cumplió brillante labor como escritor, dirigente cívico y cafetero. Cuando alguien se mostraba indeciso para emprender un acto, Jaramillo Arango le decía, como empujándolo: “Hágalo, no se quede con la gana de hacerlo, que la vida es un quitadero de ganas”.

Sobre Evelio Quintero Villa, residente en Montenegro, dice que “fue una personalidad inclasificable y fascinante”. Era amante de la música y el arte, la poesía y las flores, y muy apasionado por la colección de guaquería que guardaba en su vivienda.

Desfilan actores de la vida pintoresca, como Repollito, que debía su nombre a su estatura de enana y era invitada de honor a las comparsas y las fiestas populares; o el “Conde del Jazmín”, o “Doctor Cuajada”, personaje entre excéntrico y fantástico, con toques de genialidad y locura; o el “Mocho” Jaramillo, que estacionaba su esbelto caballo frente al café “Destapado”, y la gente acudía a leer los anuncios de propiedad raíz que se anunciaban en el pescuezo, las ancas y los ijares del animal.

Y la “Ñata Tulia”, dueña de un renombrado burdel por cuya puerta penetraban con sigilo los notables de la población. Ella era muy complaciente con los jóvenes, a quienes enseñaba con generosidad las artes amatorias. En su honor, Alberto Gutiérrez Jaramillo, célebre por su chispa repentista y picante, escribió este soneto:

Era la «Ñata Tulia” un monumento / sin pedestal en mi ciudad, rescoldo / de un juego juvenil, vaso sin fondo, / lista al amor para cualquier momento. / Nos explicaba el sexto mandamiento, / y en la 50 levantó su toldo. / ¡Qué teatro era aquel! Mondo y lirondo / nadie la superó en sus movimientos. / De acuerdo al feligrés ella cobraba; / la tarifa no obraba en la premura / pues era Tulia la que más gozaba. / Todo Armenia recuerda su dulzura, / puesto que su portal lo traspasaban / ¡el notario, el alcalde y hasta el cura!

El Espectador, Bogotá, 15-VII-2016.
Eje 21, Manizales, 15-VII-2016.

Comentarios

En el meticuloso y acertado análisis de ambas obras, tanto la de Josué como la mía, ofreces a tus lectores lo mejor de nuestras intenciones. Muchas gracias por hacer las cosas tan bien hechas. Como decimos por aquí: haces la tarea. Y la haces a conciencia. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Me parece que se excedió; emplear la palabra escritor, tal vez sea demasiado pretensioso. Sin embargo, no deja de ser muy grato leer sus comentarios; aunque soy modesto, no dejo de recordar el “vanidad de vanidades” que dice el Eclesiastés del rey Salomón, y siento que con las palabras del artículo se ha inflado un poco mi ego. Créame que su opinión es un estímulo y me compromete a mejorar y a superarme en mi nueva ocupación de jubilado. Josué Carrillo, Armenia.

Interesante y provocador el libro del geólogo, no porque trae a recuerdo ese monolito inmarcesible del Quindío que fue, es y deberá ser Euclides Jaramillo Arango, sino porque les deja una huella a esos quindianos de hoy que creen que Vigig no existió poniendo granos de arena para que Armenia fuera lo que es hoy. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

Con Josué Carrillo he tenido amistad desde que, siendo yo gerente de Empresas Públicas de Armenia durante el terremoto y la reconstrucción, con Josué ideamos la nueva estación de bombeo para la planta de Regivit y contraté con él los diseños para reforzar en concreto tres de los 21 túneles que traen el agua a Armenia desde la bocatoma, en La Playa (Salento), sobre el río Quindío. (Además de su amena pluma, tiene un verbo cargado de picaresca que resulta definitivamente entretenedor). Extraordinario el soneto del poeta Alberto Gutiérrez, quien fue un hombre excepcional, no sólo por su gran versatilidad para improvisar y su fino humor, sino por su visión como ingeniero. Armando Rodríguez Jaramillo, Armenia.

Aprecio tus enormes cualidades y condiciones de gran ciudadano y admiro al escritor que se llevó para siempre en su corazón al Quindío. Ojalá entre nuestros coterráneos existiera el sentido de pertenencia, la admiración y el amor que siempre ha demostrado en su obra literaria y sus columnas mi siempre apreciado Gustavo Páez Escobar. Jorge Eliécer Orozco Dávila, Armenia.

Respuesta. Muchas gracias, Jorge Eliécer. El Quindío sigue y seguirá vibrando en mi sentimiento. Gustavo Páez Escobar.

La despedida de Eco

miércoles, 9 de marzo de 2016 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

De Umberto Eco había leído su célebre novela El nombre de la rosa (1980), que lo llevó a la fama y se convirtió en sonado suceso bibliográfico, con 50 millones de copias vendidas, la traducción a numerosos idiomas y la versión para el cine en 1986. Con esta obra inició la publicación de sus 7 novelas, a la edad de 48 años. Además, es autor de numerosos libros de ensayos.

Gloria Chávez Vásquez, escritora y periodista quindiana residente en Nueva York, me recomendó a finales de enero el último libro de Eco: Número cero. Me anotó que se trataba de una crítica mordaz sobre el periodismo contemporáneo, materia que a los dos nos interesa, por supuesto, y me pidió que le hiciera conocer mi opinión sobre dicho texto, para intercambiar ideas.

Adquirí el libro y lo leí con mucha atención. El mismo día en que iba a enviarle el mail a mi amiga (19 de febrero), comentándole mis puntos de vista, Umberto Eco moría en Milán (Italia) a los 84 años de edad. Este hecho me impresionó sobremanera. Al coincidir la lectura con la muerte del autor, esto tenía un significado de despedida macabra.

Prescindiendo de esa circunstancia acaso fantasmagórica, podría decirse que la novela Número cero representa, en efecto, la despedida del mundo con que el autor concluye su carrera literaria y deja un rotundo mensaje a los poderosos, los políticos,  los gobernantes y los periodistas sobre los flagrantes sistemas de corrupción que invaden al mundo entero.

El misterio con que el escritor se va del planeta (pocos conocían la noticia del cáncer) parece corresponder al clima policíaco que puso en varias de sus novelas. El nombre de la rosa se mueve en una abadía medieval, y en esa historia gravita el espíritu policíaco, el mismo que se siente en el último libro.

El aire monacal que se percibe en varias escenas de los dos libros (los monjes de la abadía de los Apeninos, en el primero, y el ámbito religioso de la Argentina y el Vaticano, en el segundo) es recurrente en la obra de Eco.

Los novelistas se contagian en tal forma con el carácter de sus criaturas y sus ambientes, que sin darse cuenta terminan ellos mismos impregnados de esas atmósferas y pareciéndose a sus personajes. Esto fue lo que estableció Flaubert con su famosa frase: “Madame Bovary soy yo”.

Si nos ubicamos en otro aspecto de la creación de Umberto Eco, los 35.000 volúmenes de su biblioteca son los mismos volúmenes de la abadía plasmada en su novela. Nada nuevo se descubre aquí, y no sobra advertir que el novelista solo debe escribir sobre lo que conoce y lo que vive. Sin notarlo muchas veces, él es el mejor biógrafo de sí mismo.

Lo más relevante en Número cero es la fuerza histriónica con que el novelista recrea la vida imaginaria del periódico y encierra en él al grupo trenzado en diversas labores y maniobras de un periódico real, bajo la oculta dirección del magnate que se mueve en la sombra y convierte su empresa en instrumento corruptor de la política y el capital.

A través de esta parodia manejada con buenas dosis de humor, gracia y sarcasmo,  Umberto Eco, agudo conocedor de los intríngulis y las zonas oscuras del periodismo (que comprenden, claro, los hilos peligrosos de internet con sus mensajes apócrifos y la manipulación de los hechos reales), deja una lección impactante para reflexión de la época actual.

El Espectador, Bogotá, 4-III-2016.
Eje 21, Manizales, 4-III-2016.
Mirador del Suroeste, n.° 59, Medellín, diciembre/2016.

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Comentarios

Gran homenaje a un escritor que le hará falta al mundo, no solo por su calidad narrativa, sino por el contenido filosófico que introducía a sus producciones. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

Eco era un intelectual a carta cabal. José Nodier Solórzano Castaño, Armenia.

He leído atentamente la columna por más que nunca tuve interés en leer a Eco. De hecho, de él sólo he leído un texto que encontré cuando preparaba mi conferencia sobre Mafalda, un texto que escribió para presentar la traducción de las tiras de Mafalda, y era tan superficial que no fue difícil rebatirlo frase a frase. Ricardo Bada, Colonia (Alemania).

Excelente artículo sobre Umberto Eco. Bien remarca usted sobre «los hilos peligrosos de internet con sus mensajes apócrifos y la manipulación de los hechos reales». Si bien internet ha sido un gran paso para la humanidad, en el cual podemos encontrar casi toda la información que necesitamos y nos ayuda a enriquecer nuestros conocimientos, también sabemos que por la facilidad que se tiene de subir a la red toda clase de información, hay mucha que es falsa y apócrifa, como lo es la carta dirigida al presidente de la República que circula a nombre del periodista Juan Gossaín Abdala, quien acaba de decir que es falsa, que no fue él quien la escribió. Alvaro Pérez León, París.
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En nuestro idioma, por usos y costumbres en el español nuestro, no en el de España, se nombra Humberto con H y allá, en Italia, se dice: «mío caro Umberto, per favore Umberto, andiamo». Virruaco (correo a El Espectador).

Curioso el comentario de Virruaco respecto a que en Colombia debe escribirse Humberto (con h), y en Italia, Umberto (sin h). Voy a contarle una simpática anécdota sobre este caso. El escritor calarqueño Humberto Senegal escribía su nombre con h, y desde hace varios años optó por suprimirle la h, y ahora es Umberto Senegal. Vaya uno a saber por qué hizo esta modificación, que de todas maneras es contraria a lo que usted predica. La escritura de los nombres es muy caprichosa y por lo general no obedece a reglas gramaticales, sino a la real voluntad de sus portadores. Gustavo Páez Escobar.
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El atardecer de Soto Aparicio

martes, 15 de diciembre de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

“Para un hombre que ha cumplido sus deberes naturales, la muerte es tan natural y bienvenida como el sueño”, dice Santayana. Estas palabras parecen escritas para Fernando Soto Aparicio, que penetrado por la idea de la muerte a raíz del cáncer gástrico que lo aqueja, se despide de sus lectores, con poética valentía, en el libro Bitácora del agonizante (Panamericana Editorial, noviembre de 2015).

Desde que se presentaron los primeros indicios sobre el grave deterioro de su salud, me comuniqué con él para expresarle mi voz de solidaridad. Cuando el mal fue confirmado por los médicos, la noticia, no por presentida, dejó de serme traumática. Así define Fernando su sufrimiento: “Me ha tocado (no en suerte; tampoco sé si en desgracia) una de esas enfermedades irreversibles y perversas (un cáncer agresivo y cruel). Pero voy a vivir hasta el último instante, hasta el aliento final, hasta el postrer destello”.

En medio del dolor, mantiene la serenidad. Esta fortaleza espiritual trasciende a su libro del adiós, compuesto por 36 poemas (que él llama salmos) escritos durante los días de la atroz contingencia. Pocas personas tienen el valor de hacer pública esta embestida del destino, y los propios parientes suelen eludir la palabra “cáncer” como causa del deceso del ser querido, y acuden al rodeo de “la penosa enfermedad”. Prurito social que no cabe en el carácter del escritor boyacense.

Soto Aparicio vio la luz en Socha (Boyacá) el 11 de octubre de 1933, pero a los pocos meses sus padres se trasladaron a Santa Rosa de Viterbo, considerada su verdadera patria chica, donde estudió las primeras letras, comenzó a trabajar, se casó e inició su carrera literaria.

Nació con el don de la palabra. Desde muy corta edad ya era lector y escritor. De 10 años escribió 2 novelas a la vez, que más adelante destruyó. Su primera poesía, Himno a la patria, fue  publicada en 1950 (a los 17 años de edad) por el suplemento literario de El Siglo. Hacia la misma época escribió Oración personal a Jesucristo, obra que en 1954 llenó la totalidad de la página literaria de La República, y lo mismo ocurrió en 1964 con el Magazín Dominical de El Espectador.

A los 28 años escribió su novela más nombrada, La rebelión de las ratas, que resultó ganadora del premio Selecciones Lengua Española de Plaza & Janés. De ahí en adelante arrancó su carrera ininterrumpida en todos los géneros literarios. Es de los autores más prolíficos y más brillantes del país. Su obra llega a 70 volúmenes. Ha sido además guionista y libretista para cine y televisión. En el gobierno de Belisario Betancur estuvo vinculado a la diplomacia, como representante de Colombia ante la Unesco, y en los últimos años ha sido asesor de la Universidad Militar Nueva Granada.

“Tengo que escribir para sentirme vivo”, confiesa en reciente entrevista con Marco A. Valencia Calle, escritor payanés (El Tiempo, 8 de diciembre). Y agrega: “Mi rutina es trabajar en un libro e ir investigando sobre el próximo. Algunos críticos dicen que escribo mucho, pero es mi manera de ser, y mi manera de contribuir a que la literatura nos haga entender un poco más de la vida. Ellos que opinen, que yo hago mi trabajo: escribir”.

Ese es Fernando Soto Aparicio: escritor empedernido y obsesivo que desde el día que tuvo consciencia de la función literaria no ha hecho otra cosa que llenar cuartilla tras cuartilla, en irrenunciable alianza con las causas del hombre. De hecho, la temática de sus novelas está dirigida a los asuntos sociales. En 1982, Beatriz Espinosa Ramírez elaboró un sesudo ensayo sobre la calidad de Soto Aparicio en este campo, y lo definió como el novelista más consagrado y el más identificado con la causa del hombre latinoamericano.

Se nace para morir. Nada más cierto que la muerte. Pero la muerte no es igual para todos. No todos merecen morir en paz con la vida. Esto lo sabe muy bien mi infatigable compañero de luchas y realizaciones que, ante la cruda realidad de la parca que acecha, tiene el coraje de afrontar esta verdad inexorable. Quedan los personajes de sus novelas como testimonio perenne de su tránsito por el mundo.

El Espectador, Bogotá, 11-XII-2015.
Eje 21, Manizales, 11-XII-2015.

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Comentarios

No sabía del grave estado de salud de Fernando Soto Aparicio, que lamento de veras. De Fernando sé desde la época de sus libretos para televisión cuando yo era niño. Le agradezco por darme tan mala noticia, pues la aprovecharé «por el lado amable», como decía Chespirito, y memoraré varias de sus lecturas (las que hice de él), empezando por repasar la vida de Rudecindo Cristancho y su entorno familiar y campesino invadido, usurpado. Sebastián Felipe (correo a El Espectador).

Muy bonita y sentida columna. En el boletín de la Academia Colombiana de la Lengua, segundo semestre de 2015, saldrá un extenso artículo mío: De vuelta sobre Soto Aparicio. Hernán Alejandro Olano García, Bogotá.

Pero la muerte no es igual para todos. No todos merecen morir en paz con la vida. Me temo que esa frase con que encabezo y que es la usada para terminar el bellísimo texto sobre Fernando, días antes de emprender el viaje final, no pega en este país. No entendemos la muerte y, a veces, cuando alcanzamos a estar listos para irnos, nos hemos dado cuenta de que no entendimos todo lo que vivimos. Por el amigo que se está yendo, un abrazo estrecho de gratitud. Gustavo Alvarez Gardeazábal, Tuluá.

Qué triste debe ser escribir una nota para despedir a un amigo, pero también satisfactorio tiene que ser hacerle el reconocimiento público de los méritos cuando está aún vivo. Y lo digo porque en la mayoría de los casos ese reconocimiento es póstumo, y aunque válido, no deja de ser extemporáneo. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Esta columna en honor a Fernando Soto Aparicio es el mejor homenaje al connotado escritor boyacense. Lo mejor de sus expresiones es que con ellas se está interpretando fielmente lo que dice el famoso poema: «En vida, hermano, en vida…» Jorge Enrique Giraldo, Íquira (Huila).

Fernando es una persona entrañable para mí; hace diez años lo invité a Medellín y recorrimos diez bibliotecas hablando de su obra. Nos escribimos por un tiempo y nos veíamos en las ferias del libro de Bogotá. Iván de J. Guzmán López, Medellín.

Leí tu artículo, lo imprimí y descendí al primer piso para leérselo a mi esposa Luz Irlanda. Con voz entrecortada, pues bien sabes del infinito aprecio que guardamos por nuestro compadre Fernando, di lectura a tan bello y sincero comentario. Qué grato y satisfactorio confirmar una vez más el valor y sencillez con que aludes a circunstancia tan difícil, como real y absoluta, por la que está viviendo, porque aún vive y «vivirá hasta el postrer destello», nuestro común amigo. Carlos Martínez Vargas, Fusagasugá.

Carlos: Sé del hondo aprecio que has sentido por él y recuerdo tu campaña por el Premio Nóbel que le quedan debiendo (escribo Nóbel con tilde, contra el querer de los académicos, como lo pronuncia la gente en español). Gustavo Páez Escobar.

Maravillosa descripción de la vida de Fernando Soto sobre su paso por la vida. Solo Dios sabe cuándo se acaba el tiempo acá, y esperemos que Fernando pueda seguir haciendo lo que más le gusta que es escribir. Son dones especiales que solo quienes los tienen conocen su importancia. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Colombia debe darse cuenta de que se está extinguiendo la vida de un ser humano extraordinario, que nunca buscó la gloria literaria. Pero sus libros serán una guía para millones de colombianos que, como nosotros dos, supimos valorar el contenido social de su obra en conjunto. Ya empiezan a sentirse los homenajes a su vida. La página que le dedicó El Tiempo, dos días antes de publicar mi artículo, fue un bello homenaje a un escritor que ha estado marginado de las páginas de los grandes diarios. José Miguel Alzate, Manizales.

Nacemos para morir. Lo que pasa es que entre uno y otro hecho corre mucha agua bajo los puentes, pero de lo que sí estoy seguro es que con el prolífico escritor se cumple el poema En paz, de Amado Nervo. Por encontrarse en paz y no deberle nada a la vida, tiene esa visión y esas profundas convicciones que le permiten esperar con serenidad el momento final, dando inmenso ejemplo de grandeza y riqueza espiritual. Luis Carlos Gómez Jaramillo, Cali.

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En paz

(…) Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas…
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Amado Nervo
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Qué artículo tan lindo. Qué triste es saber que Fernando Soto puede irse pronto. ¡Que Dios lo proteja! Fabiola Páez Silva, Bogotá.

Despides bellamente a un ser humano muy valioso y valiente. Además, a un escritor que honra las letras de nuestro país. Esperanza Jaramillo García, Armenia.

Valientes somos quienes enfrentamos el realismo absoluto. Honor a nuestro querido amigo Fernando. Seguimos transitando este hermoso camino de la vida hasta cuando «la siempre inoportuna» parca se aparece. Eduardo Malagón Bravo, Tunja.

Los grandes escritores jamás mueren. Sus ideas, sus pensamientos, sus obras, sus nombres quedarán en sus libros. La partida del escritor Fernando Soto Aparicio dejará una estela perenne de hombre de bien. De persona impoluta, intachable. De gran colombiano que dedicó su vida a enriquecernos con sus libros. El primer libro de literatura que leí fue Mientras llueve, que conservo en París y que he vuelto a leer dos veces más. Alvaro Pérez Franco, París.

Qué valentía la de Fernando Soto Aparicio. Coger al toro por los cuernos. Examinar el dolor mientras se sufre. Eso para mí es heroísmo. Todo un referente para cuando llegue lo nuestro. Dios lo bendiga y le guarde un sitio de privilegio en su seno. Rezo para que el dolor no se ensañe en él. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Aflige saber la dolencia del maestro, prolífico escritor de la tierra y de la sociedad colombiana, como usted bien lo caracteriza, con total compromiso hacia la literatura. Hugo Hernán Aparicio Reyes, Armenia.

Me alegra que escribas sobre uno de nuestros importantes autores. Fue uno de los primeros que leí en el colegio. Álister Ramírez Márquez, Estados Unidos.

Muchos colombianos crecimos, en nuestra adolescencia, con los personajes creados por Fernando Soto; muchos colombianos, millares, conocimos que la literatura estaba en los libros cuando leímos sus novelas, duras y melancólicas, pero todas muy cercanas a lo que era nuestro país. José Nodier Solórzano Castaño, Armenia.

Dolorosa la noticia y admirable la valentía de Fernando para enfrentar lo irremediable. Está dándole la cara con el arma que mejor conoce: la literatura. Lástima que la muerte no haga excepciones, pues personas tan valiosas, en este mundo plagado de tanto malandro, son las que nos alegran la vida y nos hacen conservar la esperanza. William Piedrahíta González, Estados Unidos.

Tuve la oportunidad de leer el artículo sobre Fernando Soto Aparicio y causa pena saber de la enfermedad que lo aqueja. Quiera Dios que el sufrimiento que el cáncer conlleva lo siga soportando con valentía. Ligia González, Bogotá.

Conmovedor, sentido y casi poético el diálogo entre tú y Fernando Soto Aparicio a quien no tengo el gusto de conocer personalmente, pero sí de admirar a plenitud. Hazle llegar mi mensaje de solidaridad, no de pesar, porque la muerte es una realidad para todos, pero la valentía para ser consciente sobre su ineluctable ocurrencia es cualidad de mentes brillantes. La frase de tu hija me conmovió. Luis Fernando Jaramillo Arias, Bogotá.

Siento mucho los graves quebrantos de salud de Fernando Soto, figura grande de nuestro país, escritor y hombre de calidades relevantes. Ojalá encuentre mejoría y permanezca con el ánimo que lo ha sostenido. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Qué humana columna sobre Soto Aparicio. Se lee y se relee, y mientras se hace, más se aprecia la pluma de Fernando. Armando Rodríguez Jaramillo, Armenia.