Archivo

Archivo para la categoría ‘Otro Género’

Otro plagio de Evangelista Quintana

martes, 19 de marzo de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En artículo de días pasados comenté el hurto literario de la Alegría de leer, famoso método de lectura creado por el educador nariñense Manuel Agustín Ordóñez Bolaños, de cuya autoría se apropió Evangelista Quintana Rentería, inspector escolar del departamento del Valle, valiéndose de la influencia que ejercía en el campo educativo. Y quedó impune. Entre 1930 y 1932 fueron publicados por él los cuatro volúmenes que conforman esta obra maestra. Se calcula que en sucesivas ediciones se vendieron alrededor de un millón de ejemplares.

Hay quienes todavía creen que el autor de la Alegría de leer es Quintana. Durante varias generaciones, este hecho se ha repetido de boca en boca y está registrado en numerosos textos bibliográficos. En cambio, el nombre del verdadero autor, el sencillo profesor Bolaños, quedó silenciado en las sombras del oprobio.

Tras rigurosas indagaciones, el connotado escritor Vicente Pérez Silva y el doctor en Historia  José Oliden Muñoz Bravo pusieron al descubierto la realidad de este melancólico suceso que ha permanecido en el olvido durante 89 años, y que sufrió con resignación, hasta su muerte, el maestro nariñense. De este modo, aunque en forma tardía, se le hace justicia al verdadero autor de la Alegría de leer. Se aplica aquí el conocido refrán: “La justicia cojea, pero llega”.

El segundo plagio de Evangelista Quintana fue el perpetrado con el libro Apuntes sobre los emblemas de la Patria, cuyo autor es Luis Antonio Bohórquez Casallas (1914-1984), oriundo de Santa Sofía (Boyacá) y doctorado en Pedagogía y Letras en la Universidad Javeriana. Fue miembro destacado del magisterio y de varias academias de historia del país y escribió alrededor de doce libros, entre ellos Breve biografía de Bolívar (1980), la que fue patrocinada por el Congreso Nacional con motivo del sesquicentenario de la muerte del Libertador.

Es otra vez Vicente Pérez Silva quien devela este hurto literario en su reciente título Anécdotas y curiosidades alrededor del libro en Colombia (Grupo Editorial Ibáñez). Guillermo Bohórquez, hijo de Luis Antonio Bohórquez, mostró a Pérez Silva fehacientes testimonios que dan cuenta del nuevo fraude de Quintana. La Academia Colombiana de Historia, conocido este trabajo sobre los emblemas patrios, expresó a Bohórquez su voz de apoyo. Este hecho consta en el Boletín de Historia y Antigüedades de la entidad (septiembre y octubre de 1946).

Viene luego un enlace entre los dos educadores. En razón de él, Quintana dirigió al autor de la obra esta comunicación: “Bogotá, abril 20 de 1950. Mi dilecto amigo: Recibí en Cali el ejemplar de su trabajo y empecé su lectura. Le agradezco la confianza. Luego le escribiré”.

En junio de 1954 salía de los talleres gráficos de la acreditada editorial Peuser de Buenos Aires el libro Símbolos de la nacionalidad colombiana bajo la autoría de Quintana. Es decir, le había cambiado el título a los Apuntes de Luis Antonio Bohórquez y con el nuevo rótulo aparecía esta edición como suya. Es bueno señalar que la editorial argentina era la misma en la que Quintana había publicado, en 1932, el segundo tomo de la Alegría de leer.

Evangelista Quintana –qué duda hay– perdió el decoro y los resortes morales para convertirse en redomado usurpador de los derechos de autor. Falta saber si las otras obras que anota el Diccionario de escritores colombianos son en realidad suyas: Historia de mi patria, Nuevo programa analítico de religión, Nueva cartilla de urbanidad y Nuevo programa de matemáticas.  

El Espectador, Bogotá, 16-III-2019.
Eje 21, Manizales, 15-III-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 17-III-2019.

Comentarios 

Desde el año 2010 el blog PlagioSOS, un portal original, hemos develado en calidad de denuncia pública casos de violación al derecho de autor, en artículos en revistas indexadas, libros, trabajos de grado y tesis de posgrado. En ocho años hemos presentado 33 estudios de casos, 18 de ellos sucedidos en universidades de Colombia, públicas y privadas. A pesar de aportar todas las pruebas y evidencias documentales de plagio a las directivas institucionales, la inmensa mayoría de los plagiarios disfrutan de silencio e impunidad institucional. Tal vez en los medios de comunicación oficiales reporten esos casos. www.plagios.org/casos/ 

Envié copia de su denuncia anterior sobre el plagio de Alegría de leer, a la cual agrego mi comentario: aún contamos con el valor civil de algunos escritores/periodistas. Aleluya, nos quedan la fe y la esperanza. Ahora enviaré esta otra denuncia. Fui compañero del profesor Luis Antonio Bohórquez Casallas en la Asociación de Autores Colombianos de Obras Didácticas –Aucoldi–. Javier González Q.

Quisiera manifestar que como vallecaucano da pena saber que hemos tenido aquí a semejante pícaro, aunque en honor a la verdad, de ellos en Colombia estamos llenos. Octavio Cruz (correo a El Espectador).

Ahora sí quedé atembado (palabra hoy desconocida para muchos) al leer este artículo y enterarme de que el usurpador Quintana lo fue no solo de la Alegría de leer, sino también de otra obra y otro autor. Qué desfachatez la de ese Quintana, quien más bien era un pícaro que otra cosa. Experto cazador de oportunidades para usurpar autorías y sus derechos. Gracias al investigador Pérez Silva se ha desenmascarado, aunque tardíamente, a este individuo tramposo y deshonesto. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Categories: Otro Género Tags:

El verdadero autor de la “Alegría de leer”

lunes, 25 de febrero de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

La obra más difundida en Colombia a partir de su aparición en 1930 fue la Alegría de leer, que estaba compuesta por cuatro cartillas. Se convirtió en un best seller que vendió alrededor de un millón de ejemplares. Caso insólito. Las cartillas, que en realidad eran libros separados y fueron editadas en diferentes fechas, las conserva en Manizales, como verdadera reliquia, Jairo Arcila Arbeláez. En esa obra aprendimos a leer miles de colombianos. Después vendrían los libros de García Márquez, que registrarían ventas fabulosas.

Evangelista Quintana Rentería figura como el autor de la Alegría de leer. Él fue inspector escolar en su departamento del Valle (nació en Cartago en 1896) y poseía influencia en el campo pedagógico. Su nombre, por supuesto, adquirió alta ponderación como escritor de la obra, y así pasó a la historia bibliográfica.

En internet se encuentran numerosos registros que acreditan a Quintana como el afortunado autor de uno de los textos más emblemáticos del siglo XX. Incluso mucho tiempo después, en febrero de 1999, Jorge Orlando Melo, prestigiosa figura de la cultura nacional, destaca su nombre en artículo de la revista Credencial. De la misma manera, esta información la reproducen muchos tratados de literatura y educación.

Pero la realidad dice otra cosa. Hoy puede asegurarse que se trató de un hurto literario cometido por Quintana en la Colombia sosegada de su época, y que por extraña circunstancia quedó impune. Hay nudos tan bien hechos, que nadie logra deshacerlos. Hay mentiras tan bien urdidas, que terminan convirtiéndose en verdades. Verdades falsas, como los “falsos positivos” en el área militar de Colombia en los últimos años. Esto sucede lo mismo en los sucesos  históricos que en la literatura y en la propia vida.

Dos fuentes respetables demuestran que el verdadero autor de la Alegría de leer es el educador nariñense Manuel Agustín Ordóñez Bolaños, nacido en La Cruz en 1875. Esas fuentes son:

  1. la de Vicente Pérez Silva, cuya labor en los campos histórico y literario es bien conocida, y quien pronunció en 1999, durante la Feria Internacional del Libro, una conferencia en la que aportó suficientes pruebas que no dejan duda sobre el plagio. Dicha conferencia fue recogida en el folleto que tituló Ventura y desventura de un educador (2001);
  2. la de José Oliden Muñoz Bravo, doctor en Historia, que escribió en la revista Historia de la Educación Colombiana (número 13 de 2013) un exhaustivo estudio sobre los pormenores del plagio.

Según testimonio de Manuel Agustín Ordóñez, se sabe que en diciembre de 1926 su paisano nariñense Abraham Zúñiga, también pedagogo y que poseía hermosa caligrafía, le sacó en limpio, para su posible publicación, dos cuadernos que contenían el material de la Alegría de leer. Ejecutado el trabajo, Ordóñez viajaba un día en ferrocarril de Popayán a Cali, cuando de pronto sintió que alguien le ponía la mano en el hombro y le preguntaba por los cuadernos que portaba. Era Quintana, quien se interesó por ellos, y de ahí en adelante se dedicó durante horas a leerlos durante el viaje.

Cuando se los devolvió, muy cerca de Cali, Quintana le dijo: “Yo le voy a ayudar a usted, aprovechando mi amistad con el director de Educación y con mis demás amigos, para que usted pueda cumplir mejor con el deseo de publicar sus obras que considero muy importantes”. Ante esta perspectiva halagüeña, Ordóñez depositó su obra en la Dirección de Educación Pública de Cali, con la solicitud de que se hiciera el registro de la propiedad literaria. Y no obtuvo ninguna respuesta.

En junio de 1931, volvió a verse con su colega Abraham Zúñiga, quien le hizo esta tremenda revelación: “Evangelista Quintana ha publicado unos libros de lectura, que son la misma cosa que los suyos”. El plagio estaba cometido. De ahí en adelante, la vida del verdadero autor de la Alegría de leer estuvo marcada por el dolor y la tristeza.

Su obra no es un simple texto escolar, sino una técnica de enseñanza –original, asombrosa y docta– que mereció los mejores reconocimientos de eruditas personalidades, entre ellas el eminente pedagogo, médico y sabio belga Decroly, quien en 1925 expresó estas palabras: “Yo admiro el método inteligente empleado por el señor Manuel Agustín para enseñar la lectura. El procedimiento puede perfectamente asociarse al sistema ideovisual o global que yo preconizo”.

Así mismo, otros personajes de las letras y la cultura colombianas, como Luis Eduardo Nieto Caballero, Juan Lozano y Lozano y Agustín Nieto Caballero, honraron la sabiduría del sencillo y virtuoso maestro nariñense a quien Evangelista Quintana despojó de su creación magistral. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué la justicia no castigó al usurpador? ¿Por qué los registros bibliográficos no han corregido el error? Las preguntas siguen sin respuesta nueve décadas después de cometido el fraude.

Episodio estremecedor. El verdadero autor de la Alegría de leer hizo el 10 de septiembre de 1947 la siguiente imprecación, abatido por el infortunio: “Qué terrible será cuando la conciencia le grite a Quintana, si no le está gritando ya: ´Día llegará en que haya de venir el Impartidor de los dones perfectos, el Justo, para impartirme su justicia´”. 

El Espectador, Bogotá, 23-II-2019.
Eje 21, Manizales, 15-II-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 17-II-2019.
El Velero, revista de Coempopular, n.° 35, Bogotá, junio de 2019.
Mirador del Suroeste, n.° 68, Medellín, junio de 2019.   

Comentarios 

Acabo de leer la historia de aquella cartilla en la que yo, por supuesto, aprendí a leer. Hasta me acuerdo de que había un cuentecito que se refería a «Clotilde era una bruja que… era la bruja de los claveles…» Por eso mismo me ha parecido tan interesante, tan desconocido y tan bueno de saber el contenido de esta crónica. Los robos y los plagios abundan, sin duda alguna, y deben molestar, tallar en la conciencia de los que los cometen. Diana López de Zumaya (colombiana residente en Méjico).

Este artículo es un aporte más a las injusticias que se cometieron. José Oliden Muñoz Bravo, Pasto.   

Gracias por el mensaje que todos los colombianos debemos conocer. En lo personal, fui uno de los beneficiados de la obra,  pues ella me enseño a conocer la Alegría de leer que hoy me  llena de vida. Mariano Sierra.  

Muy interesante artículo, justo cuando estaba escribiendo sobre el tema de las primeras lecturas escolares. Luis Eduardo Páez García, Academia de Historia de Ocaña. 

Qué bueno dar a la luz pública este triste episodio, que los colombianos que aprendimos a leer con ayuda de esas cartillas ignorábamos. Que quede, así sea tardíamente, la constancia del delito cometido por el usurpador Quintana y el reconocimiento al mérito del modesto profesor nariñense. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Nota del columnista. Dos revistas me han solicitado autorización para publicar este artículo en próximas ediciones: Mirador del Suroeste (Medellín) y El Velero, de Coempopular (Cooperativa de Empleados del Banco Popular y sus filiales). Además, la nota ha tenido amplia difusión en las redes sociales, y numerosas personas me han hecho llegar sus expresiones de rechazo al plagio y admiración por el profesor Ordóñez.

Entre la música y el sueño

miércoles, 12 de diciembre de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Leí en estos días dos obras que me impactaron: Otto, el vendedor de música, y La alegoría del sueño, de Mauricio Botero Montoya, editadas por La Serpiente Emplumada, que dirige Carmen Cecilia Suárez, cuyo nombre adquirió notoriedad hace varios años con el libro de cuentos Un vestido rojo para bailar boleros (1988). El primero de los títulos de Botero Montoya va por la cuarta edición y además fue traducido al alemán.

El autor nació en Bogotá y estuvo vinculado al servicio diplomático. En Buenos Aires fue amigo cercano de Jorge Luis Borges, cuyo pensamiento ha influido en su obra. Ha sido profesor,  periodista y conferencista en diversos países. Y ha escrito otros libros, entre ellos Cóncavo y convexo, El baile de los árboles y No vi otro refugio.

Al libro de Otto le agregó más tarde el texto Un hombre que se va, que es la despedida del vendedor de música al cerrar su negocio, o mejor, al irse del mundo. Despedida anticipada y simbólica, ya que este simpático personaje, erudito en música clásica y gran intérprete de la sociedad que pasa por su tienda musical (con interlocutores como León de Greiff), no desaparece en las páginas del libro, aunque sí anuncia su familiaridad con la muerte y deja su testamento en las 144 páginas de la obra. Y hasta se idea este posible epitafio para su tumba: “Perdonen si no me levanto”.

Otto –que es el alter ego del autor– no hace otra cosa que filosofar con los compradores de los discos y trasmitir a los lectores las graciosas conversaciones que tiene con su clientela en el negocio que lleva por nombre Caja de Música, al frente de la iglesia de Lourdes en Chapinero. Otto, por supuesto, es el mismo Mauricio Botero Montoya. Está hecho a su medida exacta. El alma del escritor queda plasmada en esta obra escrita con fino sentido del humor, la risa y la ironía, y que contiene incisiva penetración en los menudos y grandes sucesos de la cotidianidad.

Es un libro curioso, cuyo género no es fácil definir. Está ubicado entre el cuento y la crónica, quizás la autobiografía, y cabe pensar que el escritor no se detuvo en cánones literarios para decir su palabra libre y expresiva, la que llega al público diverso que entra a una venta de música. Por allí desfilan adultos y jóvenes, mujeres atractivas, viejos enamorados, viudas sin rumbo, intelectuales ociosos, filósofos andariegos… El gancho es la música. En el capítulo de Vivaldi, la pelipintada pregunta por discos de Julio Iglesias, y Otto, el vendedor de mente perspicaz, le responde que no los tiene porque el médico le prohibió el dulce.

La alegoría del sueño tiene el carácter de diario. Enfoca la condición humana. El hombre es el gran protagonista. Como tal, los problemas que caben en el ser humano se ventilan en esta obra genial, breve en páginas y densa en raciocinio, divagaciones, perplejidades y asombros, en la que hay lugar para todo: la política, la música, la religión, la literatura, la ciencia, la guerra, la pintura, e incluso la logia (ya que una legión de masones no cesa de viajar por todos los escenarios con su verbo reflexivo, el mismo verbo del escritor del diario).

El fondo de este prontuario de citas célebres es el derecho a soñar. “Estás hecho de la misma materia que los sueños”, dijo Shakespeare. Son deslumbrantes los destellos de este libro. A veces me parece escuchar a Fernando González, el brujo de Otraparte.

Copio al vuelo estos pensamientos de la obra: “La juventud es un gran defecto cuando no se es joven”. “Al final no me preguntarán si fui creyente, sino si fui creíble”. “En los negocios, los hambrientos no quieren a los sedientos”. “El primer requisito de la brevedad es no quedar corta; el segundo, no alargarse”. “Demasiados autores redactan como si escribieran en un idioma extranjero, trasmiten sin expresarse”. “La risa, el buen humor del cuerpo, es un canto de alondra sobre la llanura prosaica”. “Trabajar no es trajinar, para eso están los robots. Ninguna velocidad suple la calmada rapidez del pensamiento”.

El Espectador, Bogotá, 8-XII-2018.
Eje 21, Manizales, 7-XII-2018.
La Crónica del Quindío, Armenia, 9-XII-2018.

Comentarios 

Se me antojan esos dos libros como un dulce y delicado bocado, ya con respecto al vendedor de música Otto, quien hace las delicias en su despacho como expendedor del arte sonoro, o ya en los sueños del alquimista donde entrega frases magistrales que parecen un merengue filosófico que se deshace en la boca, con una lectura que llena los sentidos de verdadero placer estético, risueño y afortunado. Inés Blanco, Bogotá.

Artículo ameno, interesante e ilustrativo. Me encantaron los pensamientos del autor Botero Montoya. Ellos solo pueden salir de una mente brillante y aguzado sentido del humor. El que más me gustó: «Trabajar no es trajinar, para eso están los robots. Ninguna velocidad suple la calmada rapidez del pensamiento». Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Categories: Cuento, Otro Género Tags: ,

Memorias de paisas

miércoles, 9 de agosto de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

José Jaramillo Mejía nació en La Tebaida, vivió en Montenegro y Circasia, y desde 1978 reside en Manizales, donde es columnista de La Patria y ha escrito 18 libros en los géneros de la crónica, la historia, la poesía y la biografía. En la capital caldense se vinculó a actividades comerciales, financieras y culturales, y hoy en la etapa de la jubilación, su oficio primordial es la escritura.

Acaba de publicar el libro titulado Las trochas de la memoria, que lleva como subtítulo Historias de la segunda colonización antioqueña. Está dedicado a sus ancestros, las familias Jaramillo Guzmán y Mejía Palacio, “cuyos títulos nobiliarios no han sido otros que las manos encallecidas por el trabajo”.  

La Colonización Antioqueña, iniciada a finales del siglo XVIII y que llegó hasta comienzos del XX, es uno de los hechos más destacados en la historia del país. Representó la movilización de núcleos familiares hacia Antioquia, y de allí a los hoy departamentos de Caldas, Risaralda y Quindío, el norte del Valle del Cauca y del Tolima. Su propósito era descubrir y cultivar nuevas tierras, afincar a sus familias y encontrar medios de vida.

La que el escritor quindiano-caldense llama segunda colonización antioqueña se produce con la migración, desde el suroriente antioqueño, de su padre don Ernesto Jaramillo Guzmán, su madre y sus hermanos. Él llega en 1924 a La Tebaida,  donde adquiere una casita y un local e instala una tienda de abarrotes. Al año siguiente regresa a Antioquia para casarse con Elvira Mejía Palacio, unión de la que nacen varios hijos y da paso a nuevas generaciones.

Más adelante, don Ernesto compra una finca en Montenegro y luego se traslada a Circasia. En este tránsito laborioso por el territorio quindiano empeña sus mayores energías como comerciante, agricultor, criador de bestias y hábil negociante de ganado. Esto le permite levantar una familia formada dentro del apego al trabajo y los sanos principios.

Junto con él, otras familias antioqueñas se desplazan por la geografía regional y los territorios aledaños. Están identificadas por los mismos ideales del trabajo arduo y honrado y el ánimo de progreso. Así van poblando las tierras, impulsando los negocios y ensanchando la esperanza.

Bien claro, entonces, queda el criterio de la “segunda colonización” que inspira este libro de memorias salido de la pluma amena de Jaramillo Mejía. Rindiéndoles tributo a sus ancestros, recoge en sus páginas pequeñas y grandes historias que se van esparciendo por el entorno al paso de los colonizadores por las tierras de sus fatigas y sus ensueños.

Este libro es la historia general de numerosas familias vinculadas a un propósito común, y que llevan en la sangre la marca de la raza antioqueña, que lo mismo puede estar ubicada en Antioquia, Caldas, Risaralda o el Quindío. Como dice el autor en entrevista con La Patria, “cámbiele el apellido y es el mismo cuento”.

Por lo demás, hay que celebrar, cómo no, el fino humor, la gracia, la imaginación y el ingenio con que Jaramillo Mejía, con lenguaje grato y descriptivo, matiza sus recuerdos y rescata estos trozos de historia. Son como brochazos sobre el paisaje que pintan la idiosincrasia regional y enaltecen los hábitos y las virtudes de su gente.

El Espectador, Bogotá, 4-VIII-2017.
Eje 21, Manizales, 4-VIII-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 6-VIII-2017.
Mirador del Suroeste, n.° 62, Medellín, septiembre/2017.

Comentarios

Las trochas de la memoria me hicieron evidenciar el valor del esfuerzo colonizador, y la necesidad de profundizar en esa saga que agotó los sueños, la energía y la vida de tantas personas. Es muy grato leer a José Jaramillo Mejía con su fino humor e impecable uso del género narrativo. Esperanza Jaramillo, Armenia.

Igual que otros investigadores, tengo discrepancias con el modelo colonizador. Sin embargo, pienso que los trabajos de José Jaramillo Mejía tienen un sello propio, además de un exquisito buen humor. Alpher Rojas, Bogotá.

Le deja a uno un sabor amargo el contraste entre el escenario que cuenta el artículo y el de los últimos 20 o 30 años durante los cuales, principalmente en Antioquia, las mafias cambiaron radicalmente el ambiente, el proceder y la mentalidad de los paisas. Afortunadamente quedan personas que por lo menos añoran los tiempos en los que la palabra, el honor y la buena educación eran los emblemas y tratan de no dejarlos perder del todo en las generaciones jóvenes. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Categories: Otro Género Tags:

El hombre clave

martes, 29 de noviembre de 2016 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El secreto mejor guardado del proceso de paz fue la actuación del empresario quindiano Henry Acosta Patiño, residente en Cali hace largos años. Allí ha tenido brillante desempeño en distintas posiciones, como estas: secretario de Desarrollo Social del departamento del Valle, director ejecutivo de Coomeva, líder cooperativista.

Es economista y magíster en Administración de la universidad del Valle y ha adelantado cursos en diferentes entidades académicas de Colombia y de otros países. Ha sido consultor permanente de la OIT en Turín (Italia) y de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Es oriundo de Génova (Quindío), donde comenzó a conocer los problemas del campo y la violencia. Nació el mismo año que mataron a Gaitán (1948), hecho que parece adquirir especial relevancia frente al papel que habría de ejercer, seis décadas después, como facilitador de los diálogos entre el gobierno de Santos y las Farc para obtener el acuerdo firmado tras medio siglo de hostilidades.

A la madurez que le conceden sus 68 años de edad, se suman sus virtudes como persona cordial, simpática, prudente y conciliadora. A esto se agregan la sencillez y la generosidad que son características de su carácter, además de sus firmes convicciones por la conquista de la paz, que lo llevaron a proponerle a Santos en el 2010 –como presidente electo– los sistemas para entenderse con las Farc y lograr el fin del conflicto.

Santos le creyó. Había aparecido el consejero perfecto. A partir de ese momento se iniciaron los contactos con el grupo guerrillero, y conforme avanzaba el tiempo, se veían mayores resultados. Henry Acosta se convirtió en el mediador ideal, no solo por la confianza que inspiraba en las dos partes, sino por su tacto, paciencia y sabiduría para conseguir fórmulas factibles de arreglo luego de vencer los innumerables obstáculos que surgían a cada paso.

Mantuvo siempre un nivel bajo, lindante con la humildad. El oficio lo cumplió en absoluta reserva. Estuvo sometido a grandes sacrificios, como la dedicación exclusiva a esa actividad altruista, que implicaba viajar de continuo, en compañía de su esposa Julieta, por trochas y montañas. Dormían en casas campesinas, en cambuches y caletas, y vivían expuestos a enormes peligros.

Para el éxito de su misión contaba con la amistad de ‘Pablo Catatumbo’, otro convencido de la paz, a quien había conocido en 1998. Este hecho fue decisivo para el contacto con las Farc, y luego para los numerosos diálogos que tuvo con la guerrilla en su condición de mensajero del Presidente.

Dice Henry Acosta en su libro El hombre clave, publicado hace poco con el sello editorial de Aguilar, que existieron diferencias notorias en los contactos de Uribe y de Santos con las Farc.

Uribe solo reconoció una vez la existencia del conflicto armado interno de Colombia, mientras que Santos aceptó ese hecho con carácter constitucional. Uribe quería negociar con las Farc la entrega de las armas, pero no el conflicto. En cambio, Santos buscaba los caminos de la reconciliación que llevaran a la dejación de las armas. Dos estilos contrarios. A la postre el que triunfó fue el de Santos mediante la firma del acuerdo final de la paz.

El Espectador, Bogotá, 26-XI-2016.
Eje 21, Manizales, 25-XI-2016.
La Crónica del Quindío, Armenia, 27-XI-2016.

Comentarios

Me parecen muy valiosos los numerosos documentos y patriótico su gesto de apoyo a la paz, con muchas experiencias difíciles y de alto riesgo. César Hoyos Salazar, Armenia.

Desconocía la existencia de Henry Acosta y por supuesto su influencia en favor de la terminación del conflicto. Siempre hay protagonistas ocultos en los procesos importantes. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Qué bien reconocer los esfuerzos meritorios de los nuestros, que sin hacer mucho despliegue de protagonismo sirven a los intereses del país. Eduardo Orozco Jaramillo, Armenia.

Entre las múltiples virtudes de este hombre memorioso, con su libro que es testimonio literario, político y social de transparencia, lealtad, discreción y total amor por su país y por la paz, sin asumir posiciones radicales, destaco también la de ser este quindiano-caleño un corresponsal activo quien, a sus amigos, nos mantiene informados con minuciosidad sobre múltiples aspectos de los actuales procesos de la paz. Cuando se hable del libro y del histórico rol desempeñado por Henry, es insoslayable destacar, además, el arduo trabajo que a la par con Henry desarrolló «Dulcinea», su esposa Julieta López. Desde sus sensatas descripciones y develamientos políticos, los lectores podrán tener otra visión de las Farc-EP, no condicionadas por los medios habituales que tanto daño le hacen a la verdad. Umberto Senegal, Calarcá.