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Mundo curioso (4)

sábado, 31 de julio de 2021 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

Luis Arturo, un lector de mi columna, me anima con las siguientes palabras a seguir escribiendo esta serie de hechos curiosos que hoy cumple la cuarta entrega: “Este tipo de columnas deberían ser más seguidas: son lecturas amenas que no hacen daño a nadie y distraen mucho”. Con esta voz de aliento, sumada a la de otros generosos lectores, continúo en el propósito de buscar un respiro o una diversión en medio de la tormenta causada por la pandemia y la crisis social que vivimos.

(2/8/1969). La escena ocurrió hace medio siglo en San Francisco, Estados Unidos, y la protagonizó Shelly Drake, joven secretaria que se quitó el brasier y lo agitó en la mano –no como una bandera de la feminidad, sino como una tela desgastada por el uso y el abuso– ante la numerosa manifestación que apoyaba su campaña de abolir esta prenda. La razón era clara: aunque el invento servía de sostén, también lo era de tortura. Así pues, Shelly Drake actuó sin inhibiciones y proclamó ante el numeroso público, en nombre de infinidad de mujeres oprimidas por el brasier, el repudio contra la crueldad de la moda.

Moda que ha resistido el paso de los siglos. En efecto, el brasier tuvo su origen en Creta 4.500 años antes de Cristo. Entonces se llamaba sostén –la palabra cabal–,  y su objetivo era el de sujetar una parte del cuerpo femenino. Esa parte, como nadie lo ignora, es unas veces robusta, airosa y erguida, y otras, debilitada, caída o flácida, según la edad de la mujer o su anatomía.

El brasier, que tiene como seudónimos las palabras sostén, corpiño, portasenos, corsé, sujetador, ajustador, bralette… nació de una necesidad y se convirtió en una polémica. De todas maneras, acentúa la sensualidad femenina. Le da realce a la mujer y estimula la provocación. Se considera que el brasier moderno fue creado en 1914 por la neoyorquina Mary Phelps Jacob. Y 55 años después, la también norteamericana Shelly Drake se lo quitó en sitio público e invitó a destruirlo. ¡Guerra entre mujeres!, podría ser el titular de la noticia. Mientras tanto, la prenda ha seguido campante y es posible que nunca desaparezca. Va pegada a la piel como una identidad femenina, como un señuelo, como una tradición ancestral.

Su uso y desuso gira en ambos sentidos. El millonario Howard Hughes, productor de cine y cazador de mujeres hermosas, hizo construir para Jane Russell una pieza de sujeción de los senos para que apareciera más sensual en la película El forajido. Marylin Monroe lució el modelo puntiagudo del brasier en el filme Con faldas y a lo loco, y con este encanto estremeció a sus enamorados, que se contaban por miles en el mundo.

Años después, muchas modelos y celebridades dejaron de usarlo en público. Las playas se veían llenas de mujeres atractivas con los senos al aire, ante la mirada absorta de los hombres y la envidia de las mujeres que no podían exhibir los mismos atributos.

Bien claro está que el brasier es un fetiche para el hombre. Lo ha sido desde tiempos remotos, y todo parece indicar que Shelly Drake perdió el tiempo con su protesta en la plaza de San Francisco contra la esclavitud de la moda. Pero hoy gana ella notoriedad con el recorte de prensa que está en mis manos y que revive esta historia curiosa. Habrá quienes piensan que lo importante no es el brasier, sino lo que esconde.

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El Espectador, Bogotá, 3-VII-2021.
Eje 21, Manizales, 2-VII-2021.
La Crónica del Quindío, Armenia, 4-VII-2021.

Comentarios 

Por supuesto que estos aparentes asuntos baladíes cautivan. Y no tanto por el sustrato mismo de la materia, como por la presa a que alude, de eterna fijación en el macho: alimento en un comienzo y entretención en otro plato. Y de veras que el sostén cuánto levanta y da firmeza, a la par que despierta más deseos por tan provocador volcán. Atenas (correo enviado a El Espectador).  

Quería saludarlo y felicitarlo por tan interesante columna. Es lo que necesitamos leer en estos momentos tan apremiantes de cultura y sabiduría. Fany Ríos Muñoz, Bogotá.

La secretaria Shelly Drake tomó la bandera del brasier para irse, tela en ristre, contra esta magnífica prenda que a nosotras las mujeres nos presta el beneficio de levantar y mantener en su sitio (en lo posible) los senos, jóvenes o no tan jóvenes, firmes o no tanto. También contribuye enormemente a definir la silueta de la mujer y lucir los trajes con elegancia. Existen tribus que no la usan o no la conocen, y les importa un pepino a dónde van a parar sus escurridos senos. Casos culturales, imagino. Estimo que por lo menos el 90% de las mujeres gozamos con esta prenda. Inés Blanco, Bogotá.

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Mirada a los grecolatinos

miércoles, 14 de abril de 2021 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

Me pregunta Gustavo Álvarez Gardeazábal si conozco en qué momento el grupo llamado grecolatino pasó a llamarse grecoquimbaya. Es una duda que siempre he tenido. Con motivo de la inquietud anotada, me propuse indagar más sobre el caso, y para el efecto consulté algunos textos y me dirigí a varios amigos que podían resolverla. Debe saberse, ante todo, que los grecoquimbayas no desplazaron a los grecolatinos, sino que coexistieron ambas denominaciones. Eran los mismos.

Josué López Jaramillo halló la siguiente precisión en El hada Melusina, epistolario sentimental de Silvio Villegas, sobre quién fundó el grecolatinismo: Otto Morales Benítez, prologuista de dicha obra, manifiesta que a Silvio Villegas “siempre se le ha señalado como padre de una escuela, agrupación, tendencia, que se ha denominado grecolatinismo”, y cita estas palabras del propio Villegas: “Haciéndome un homenaje que no me merezco se me ha considerado como el progenitor de un movimiento literario que ha tenido su casa matriz en la capital de Caldas y que suele denominarse con el nombre de grecolatinismo”.

José Vélez Sáenz dice que “cuando Arias Trujillo escribió su célebre carta a una reina de belleza (Josefina Dugand), y publicó su Risaralda (1935), el grecolatinismo pasó a ser grecoquimbayismo, por el fuerte contenido indiano, tropicalista, de la obra de Arias”. Aquí está la respuesta para Álvarez Gardeazábal.

El grupo se consolidó hacia el final de la década de los años 40 a 50, según afirma Octavio Jaramillo Echeverri en su libro ¿Qué es el grecolatinismo? Brillaba entonces en Manizales una pléyade de escritores formada, entre otros, por Silvio Villegas, Fernando Londoño Londoño, Antonio Álvarez Restrepo, Roberto Londoño, Arturo Arango, Gilberto Alzate, pertenecientes a la generación del 30. Otro grupo no menos importante venía de la generación del 10 y estaba constituido por personajes de la talla de Aquilino Villegas, Bernardo Arias, Rafael Arango, Francisco Marulanda, Emilio Robledo.

Existen diversas versiones sobre quién los bautizó como grecolatinos. Jaime Lopera dice que pudo ser Guillermo Valencia al oír un brillante discurso de Fernando Londoño, o Aquilino Villegas en una tertulia con Alzate Avendaño, o el cronista Luis Tejada. Ahora bien, ¿de dónde proviene el nombre de grecoquimbayas? Augusto León Restrepo cree que “como sus gestores y sus exponentes pasaban de la literatura a la oratoria y la política, los enemigos que cosechaban, para bajarlos del Olimpo, los aterrizaban con el apelativo de grecoquimbayas, peyorativo y descalificatorio”. Lo mismo considera José Jaramillo Mejía.

Los grecolatinos o grecoquimbayas marcaron una época. Eran altas figuras de las letras, la política y la oratoria, y esa escuela se prolongó por mucho tiempo. Quedó extinguida con la muerte, en mayo de 2019, de César Montoya Ocampo, el último grecolatino que quedaba. Él los define así: “Cultos en latines, conocedores de los meandros históricos de Grecia y Roma, formados en las academias de Cicerón y Demóstenes. Exquisitos en cultura, emperadores de la palabra. Hicimos historia en los areópagos con vivacidad mental apabullante”.

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El Espectador, Bogotá, 10-IV-2021.
Eje 21, Manizales, 9-IV-2021.
La Crónica del Quindío, Armenia, 11-IV-2021.

Comentarios

Qué bueno ir desvelando el origen de este apelativo que, para algunos, era una chanza pachuna de los cachacos, y para otros una prenda de orgullo de estar en tales gestas, como decía César Montoya. Eso por el lado literario. Lo que no solían perdonarnos a los caldenses en el Gun Club era que mucha parte de la economía colombiana (en los periodos conservadores, especialmente) se manejaba por ellos, como Manuel Mejía, Arturo Gómez Jaramillo, Hernán Jaramillo Ocampo, Antonio Álvarez Restrepo, Germán Botero de los Ríos, Hernán Uribe, José Restrepo, Cástor Jaramillo Arrubla y Augusto Ramírez Moreno, entre otros. Jaime Lopera, Bogotá.

Muy bueno, Gustavo, tu aporte a la historia de la región, a la que tanto quieres. Y en la que tantos amigos cosechaste. Sin lugar a dudas, por el afecto y la admiración que te profesamos, eres uno de los nuestros. Augusto León Restrepo, Bogotá.

He leído con mucho agrado la escanografía forense que ha surgido de mi pregunta sobre los grecoquimbayas, y no andaba tan equivocado cuando presuponía que algo tenía que ver el verbo de Arias Trujillo. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

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viernes, 2 de octubre de 2020 Comments off
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