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La incógnita de Michelle

viernes, 12 de junio de 2020 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Pocas mujeres en el mundo han tenido éxito tan fulgurante como el que tiene Michelle Obama. De cuna humilde y raza negra, desde su niñez en el sur de Chicago, rodeada de pobreza y múltiples obstáculos, aprendió de su madre a pensar por sí misma. Ella le enseñó a leer y ser fuerte. Su hija le debe el espíritu de lucha y superación que ha mostrado paso a paso, hasta conquistar inmensos logros en su vida personal y en la actividad pública.

Consciente de que en su ascendencia figura un infamante pasado de esclavitud, Michelle no ha negado nunca ese hecho. Por el contrario, se siente orgullosa de proclamarlo. Con ello quiere significar la dimensión de sus actuaciones y el sentido de liberación que deja para la mujer. Lo importante para ella está en traspasar las barreras y saber que el mundo es de todos.

Su primer reto grande fue conseguir su ingreso a la universidad, que parecía estarle negado en un país tan racista como Estados Unidos. En la Universidad de Princeton, una madre protestó porque su hija compartía la habitación con una negra, y tuvieron que separarlas. Y hubo quienes dudaban de que fuera aceptada en la Universidad de Harvard. Sin embargo, fue recibida y sobresalió por sus capacidades.

Como primera dama dejó claro su carácter innovador y no se plegó a las costumbres establecidas. De entrada anunció que sus hijas se arreglarían la cama y harían otros  oficios personales. Digna de resaltar es esta frase de su libro Mi historia: “Me habían educado para ser capaz de resolver mis propios asuntos”. Para ella, que había crecido en medio de privaciones, no cabían los privilegios. Se llevó a vivir a su madre a la Casa Blanca, dándole realce a lo que representaba en la formación de su personalidad.

Fue la mano derecha de Barack Obama tanto en sus campañas para ascender al poder como en el ejercicio presidencial. Caso sorprendente el de este liderazgo conjunto que, desafiando tempestades, fue capaz de modificar la arraigada tradición de un país despreciativo de los afroamericanos.

Desde la Casa Blanca puso énfasis en los peligros de la obesidad infantil, mal crónico en el país; fomentó el acceso a la comida sana y saludable y promovió la actividad física. En el palacio presidencial creó el jardín orgánico como un legado perdurable. Al retirarse, el índice de aprobación era del 68 %. De su libro autobiográfico Mi historia ha vendido más de once millones de copias, récord impresionante. Hoy es la mujer más popular de Estados Unidos y la más admirada del mundo.

Puede pensarse que con semejante imagen está llamada a ser figura determinante en noviembre, cuando se lleva a cabo la elección presidencial. Por lo pronto, ha anunciado su respaldo a Joe Biden, candidato de los demócratas y vicepresidente de su esposo durante ambos periodos. Otros desean que sea la ficha para la Vicepresidencia en la contienda actual, y muchos ponen los ojos, incluso republicanos insatisfechos, en su candidatura presidencial para el  2024.

En estos momentos, Michelle hace presencia pública debido a los ataques de Trump contra su esposo, que han buscado debilitar programas fundamentales del gobierno Obama. Pero manifiesta que no tiene intención de presentarse a un cargo público. Así lo dijo de manera rotunda en su libro. Pero la política es dinámica y como tal puede cambiar según los tiempos y las circunstancias. Las cartas están por jugarse.

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El Espectador, Bogotá, 6-VI-2020.
Eje 21, Manizales, 5-VI-2020.
La Crónica del Quindío, Armenia, 7-VI-2020.

Comentarios 

Esa dama es uno de esos personajes que aparecen providencialmente en la historia. El libro es revelador, interesante y bello. ¡Vaya contraste entre la pareja presidencial de los Obama y el monstruo disfrazado de payaso actual! Alguien dijo: «La vida da muchas vueltas, y en una vuelta de esas lo desnuca a uno». José Jaramillo Mejía, Manizales.

Yo admiro a esa mujer por su capacidad de salir adelante a pesar de sus carencias económicas familiares y el estigma (en su país) de ser negra. Hace poco vi una película por netflix sobre su vida y ello me motivó para emprender su libro Mi historia. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Con mucho agrado leí Mi Historia, su autobiografía. Muy admirada y respetada por sus valores, empeño y liderazgo. Gustavo Valencia García, Armenia.

Bella página dedicada a la señora Obama, quien sin duda y gracias a su formación ha sobresalido en varios ámbitos, sin necesidad de  «muletas» o «escaleras» ajenas; ella ha utilizado su inteligencia, sus conocimientos y su gran personalidad para mantenerse a flote en diferentes campos y no está lejana la posibilidad de llegar a ser candidata presidencial con muchas posibilidades de acceder, con gran éxito,  a tan alto cargo. Inés Blanco, Bogotá.

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Jirones de niebla

miércoles, 12 de febrero de 2020 Comments off

Conocía a los hombres a la perfección. Sabía de sus engaños, fantasías, comedias y vilezas. Los conocía en todos sus matices, en todas sus hipocresías y jactancias, en sus íntimas y exactas realidades. Conocía a los hombres por fuera y por dentro. Pero no los amaba ni por fuera ni por dentro.

Prólogo

EL AUTOR Y LA OBRA

A Fabricio Perdomo no se le borrará de la mente la imagen fantasmal en la que  fueron abatidos el día de elecciones, en la plaza del pueblo, tres vecinos por un soldado atemorizado ante la turba enfurecida. Era apenas un niño. Con el correr de los años, muchas veces se sentirá solitario en el balcón desde el que presenció esa escena de terror, imposible de olvidar.

En 1948, a raíz de la muerte de Gaitán, se vivía una de las convulsiones más atroces de la violencia fratricida que no ha dejado de azotar a Colombia desde los días de la Independencia. Era época de bárbaras naciones originada, bajo la ley del talión, por los odios atizados por el fanatismo político y religioso. El contubernio entre clero y política generó uno de los estados más funestos de la vida colombiana.

Tiempo, además, regido por la mojigatería y la hipocresía fomentadas por el poderoso dominio patriarcal de que dan cuenta las crónicas de la época. Bajo esa atmósfera de falsedad, opresión y simulación, a la familia se le nubló el horizonte. Y la sociedad perdió su rumbo. En el ámbito hogareño prevalecía la falta de libertad para que la mujer opinara y escogiera sus propios caminos del amor.

Colombia vivía el período tenebroso de la violencia encarnizada que ponía muertos a granel en los dos partidos tradicionales. Hasta el balcón de la plaza llegó el eco de los disparos, y a partir de entonces Fabricio Perdomo comenzó a captar la realidad nacional y a sufrir la dureza de su destino.

Por estas páginas, movidas –como debe suceder en la novela– por la realidad y la ficción, corren sucesos de distorsión social y desasosiego familiar, y también, por supuesto, de lucha, esfuerzo, amor y esperanza. Así es la vida.

Palmasola, que es cualquiera de los municipios del país, dibuja una época. El eje de esta historia, o de las varias historias narradas, es una casa solariega que ha resistido la embestida del tiempo y emerge entre la niebla de los años como un emblema del pasado y una reflexión para el futuro.   

Bogotá, octubre de 2018

Gustavo Páez Escobar

cenefita

Un fragmento de la obra

Este sitio era un cruce de caminos. Los viajeros veían surgir de repente, como un oasis en mitad del desierto, el pintoresco pueblo habitado por gente alegre y hospitalaria, después de atravesar las vías polvorientas, las estepas heladas y los panoramas sombríos.

Al bajar del vehículo, la naturaleza paramuna que aún le rutilaba en los ojos se iluminó con el rostro fulgurante de Paloma. Oculta a medias por una palma, surgió poco a poco, a medida que el viento azotaba las ramas del árbol, la linda mujer. “Aquí está mi Cardeñosa”, pensó con un brote de embeleso, como si un rayo lo hubiera herido en mitad de la plaza.

Paloma estaba sentada en una banca de madera, frente a un jardín de lirios, orquídeas y trinitarias, flores típicas de la región. El pensamiento de la joven giraba en torno al encuentro que tendría con Ernesto Saravia, su novio, ingeniero que adelantaba los trabajos de la carretera entre Palmasola y Vigía del Viento.

Por el apuesto profesional de carreteras, llegado a la región siete meses atrás, se desvivían las muchachas del pueblo. En cambio, para Paloma Eslava no sería suceso feliz el programa acordado con él, pues iría obligada a la reunión donde el pretendiente pediría su mano.

Ese era el protocolo que regía la vida social. Ajena a tales ritos y reacia sobre todo a la boda con Ernesto Saravia, se sentía como una liebre caída en la trampa. Quería huir, pero no tenía por dónde escapar. Sus padres, en cambio, no ocultaban su agrado al saber que haría excelente elección al unirse con el destacado ingeniero.

Era Paloma la única de los siete hermanos que contraería matrimonio. El idilio de Angelina, que alcanzó a ir por la misma ruta, fracasó por la oposición de sus padres. Tampoco tuvieron final feliz los noviazgos de Mirta y Ana Pastora, por el malestar de los novios frente al régimen austero de la familia. En el pueblo se tejían rumores diversos sobre el futuro opaco de las cinco hermanas.

Palmasola gozaba de fama por la variedad y el esplendor de su flora. En el parque de la entrada, donde se enaltecía la memoria de un prócer de la gesta libertadora, y luego en la plaza principal, donde Paloma rumiaba sus dudas atroces, la exuberancia vegetal refrescaba el alma de los transeúntes.

Y brotó, como un hada en el camino, la figura hechizante de Paloma.

Jamás los ojos del caminante habían visto juntas tanta belleza, candidez y dulzura. Allí estaban las tres Gracias de Rubens reunidas en la misma persona: la imprevista mujer de provincia que parecía salida de un cuento de hadas.

La delicada línea del cuerpo, que se ofrecía a su contemplación en medio de la floresta; el tono alabastrino de la piel, que refulgía bajo los rayos del sol como una piedra preciosa; la estructura del talle, tentadora y delicada; el contorno del busto y la cintura, que enardecía su fibra sensual; en fin, todo el conjunto, premiado por la gracia y la fascinación, irrumpieron en el ser romántico del transeúnte, que sintió el alma absorta ante semejante derroche de belleza.

cenefita

Comentarios

Fragmentos

Llama la atención en la reciente novela de Gustavo Páez Escobar el interés en rescatar del olvido la forma como, durante la violencia partidista de los años cincuenta, los sacerdotes hacían proselitismo en favor de los candidatos conservadores. Jirones de niebla recrea lo que fue esa época aciaga. Lo que se narra sobre Palmasola, un pueblo boyacense, imaginario, levantado por los lados del cañón del Chicamocha, fue lo mismo que vivieron cientos de poblaciones colombianas asoladas por el enfrentamiento entre liberales y conservadores en los años comprendidos entre 1946-1953. La historia dice que esta guerra civil no declarada dejó cerca de 300.000 muertos.

La novela narra la vida de una familia que de ricos hacendados pasan a ser gente sin dinero. Sin embargo, conservan la prosapia de los apellidos y, también, la vivienda aristocrática donde nacieron los hijos, venida a menos por la acción del tiempo. La presencia en Palmasola de Abelardo Eslava desata la ira de Nicolás Sandino, un hombre que nunca aceptó que el hijo de Ana Mercedes Ronderos conquistara a una mujer de quien estaba enamorado: Oriana Morantes. Esta hermosa mujer, dueña de un cuerpo escultural, llegó al pueblo para ejercer la prostitución.

Jirones de niebla es una radiografía exacta de lo que vivieron cientos de municipios colombianos en la época de la violencia. Escrita con lirismo, con minuciosidad en el relato, con unos diálogos bien concebidos. A la par que cuenta los hechos violentos ocurridos en Palmasola, narra también una historia de amor. José Miguel Alzate, El Tiempo, Bogotá, 7 de enero de 2019.

El prestigioso y reputado escritor Gustavo Páez Escobar entregó en estos días un libro artístico maravilloso titulado Jirones de niebla. Otros trabajos parecidos suyos han sido escenificados en la televisión. En esta novela con inspiración, altura, control y gran equilibrio cuenta apasionantes episodios de la violencia nacional. En la obra no encuentra uno divagaciones, sino realidades. Muchas amargas y tormentosas.

La prosa, los personajes se mueven en un ambiente de unidad, dentro de la diversidad, sin perder coherencia, manteniendo en suspenso al lector. El estilo es un instrumento musical dúctil, juega, se altera, vuelve a la línea trazada por el autor. Y lo que es más trascendental, el creador de la trama está en todas partes, pero nadie lo ve.

Uno de los requisitos esenciales en los relatos novelados es que el autor no hable por él a los personajes. El buen novelista oye a los protagonistas y jamás los sustituye. En Jirones de niebla todo sucede con autenticidad, con lógica, con fuerza y con calidez humana. Gustavo Páez Escobar es muy profesional en su actividad, se desvela, corrige, mejora o borra, es muy perfeccionista. Horacio Gómez Aristizábal, El Nuevo Siglo, Bogotá, 5 de enero de 2019.

Gustavo Páez Escobar publicó Jirones de niebla, una extraña novela para la época. Porque es una narración limpia, escueta, que se desenvuelve como un ovillo de lana de la abuela, tanto en el espacio como en el tiempo. No se dejó seducir el escritor por las técnicas abstrusas de la literatura trascendental, sino que echa la historia casi que como tomando agua. Lenguaje directo, sin pretensiones, neto, el que utiliza Páez en su obra. Ya con Jirones de niebla son como seis novelas que tiene a su haber, la primera de ellas Destinos cruzados, que fue llevada a la televisión por Fernando Soto Aparicio. Periodista con vocación perenne, Páez publica sus columnas en El Espectador, La Crónica del Quindío y Eje 21 de Manizales. Colaboró en el diario La Patria durante varios años. Fue banquero, pero lo secuestró la literatura y no lo liberó. Grato es leer su prosa, castigada, escrita con la difícil facilidad que mandan los cánones. Augusto León Restrepo, Eje 21, Manizales, 18 de enero de 2019.

En verdad, quedé encantado con Jirones de niebla. Aparte de estar bien escrita, captó mi interés desde las primeras páginas. Muy bien manejadas las características físicas, morales y sicológicas de cada uno de los personajes. Y las descripciones son muy coloridas. Desde el principio intuí que el escenario es Soatá, la tierra del novelista, y que algunos hechos narrados pertenecen a episodios que él vivió. Creo que el cura Aristides es el canónigo Cayo Leonidas Peñuela, con el que se describe muy bien la tortuosa injerencia del clero en la política de esa época y la responsabilidad que le corresponde en la violencia partidista que causó tanta tragedia y muerte. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Acabo de terminar la lectura de Jirones de niebla. Debería tener muchos lectores por su alta calidad narrativa, por su versatilidad. Nos mete en sus páginas trayéndonos recuerdos de los episodios que vivimos. La torpe lucha de godos y rojos desde que se inició la «nacionalidad». La novela es costumbrista y destapa las sotanas equivocadas. «Leer El Tiempo o El Espectador es pecado mortal», así lo predicaba el superior agustino Ezequiel Moreno desde Pasto (creo que ya lo canonizaron), y monseñor Builes: “matar liberales no es pecado” (parece que tienen ganas de canonizarlo). Es relato maravilloso por lo real y sobre todo muy bien contado. Alberto Gómez Aristizábal, médico, director de la revista La Píldora, Cali.

Jirones de niebla es la historia de un pueblo, de sus gentes, de valores y miserias humanas, con amargos tintes políticos y religiosos que empañan la vida del hombre junto a sus ambiciones, egoísmos, riquezas decadentes, tragedias humanas, que podrían, sin duda, ubicarse en cualquier parte de nuestro territorio manchado de sangre o en cualquier pueblo del planeta, donde el ser humano echa raíces y donde la honestidad y el buen juicio son apenas «jirones de niebla» que opacan la alegría de la vida. Inés Blanco, Bogotá.

Terminé la grata lectura de la novela; muy triste y real todo lo acontecido a la familia Eslava Ronderos. El poeta, Plinio Perdomo, hizo quedar muy mal a los señores que manejan dicho género literario. Doña Ana Mercedes me pareció una mujer muy fuerte e inteligente. Cualquier pueblo de Colombia puede ser un ejemplo de Palmasola. Los sucesos descritos en los Llanos Orientales muestran fielmente lo inhóspito y abrupto de la región; sentí la tempestad que padeció la pobre y engañada Paloma. La lectura me resultó muy placentera. Esperanza Jaramillo, Armenia.

La novela me dejó muchas sensaciones y tristezas al recordar las épocas terribles de la violencia, descritas con realismo y exactitud, lo mismo que sucede con las tramas del amor y sus desencantos, con los ambientes y los lugares. La obra ahonda en muchas facetas del alma. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Con mucho agrado y admiración, Mirador del Suroeste plasma en estas líneas un nuevo aporte a la cultura y a las letras de nuestro incondicional columnista Gustavo Páez Escobar, quien desde sus 17 años empezó su carrera literaria exitosa con su primera novela, Destinos cruzados, la cual fue adaptada por Fernando Soto Aparicio como telenovela nacional. Hoy nos presenta esta nueva obra, Jirones de niebla, que degustamos y disfrutamos por su alta calidad narrativa y por su versatilidad, y que nos trae recuerdos de los episodios tristes que vivimos por odios partidistas repartidos en pueblos azules de sotanas incendiarias y rojos anticlericales, a partir de 1948, a raíz de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán.

Es una novela costumbrista, con un relato maravilloso por lo real y bien contado, que nos lleva a esa época aciaga de nuestra historia. La familia Eslava Ronderos, Fabricio y Plinio Perdomo, entre otros, son personajes que podemos ubicar en cualquier pueblo de nuestra Colombia y que, en este caso, es Palmasola. Mirador del Suroeste, N.° 66, Medellín, diciembre de 2018.

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Jirones de niebla

miércoles, 12 de febrero de 2020 Comments off
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Humberto de la Calle y la paz

miércoles, 29 de mayo de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

En tono categórico, Humberto de la Calle refutó la aseveración del expresidente Uribe en el sentido de que la Jurisdicción Especial para la Paz demostraba, al impedir la extradición de Santrich, que en los acuerdos de La Habana se había pactado un cogobierno con el narcotráfico. Muy grave este comunicado del Centro Democrático, leído por el propio Uribe, y muy explosiva la acusación, tratándose de una sentencia que era apelable, como en efecto lo fue por la Procuraduría General de la Nación.

La censura del expresidente puso en tela de juicio el papel ejercido por el equipo negociador del Gobierno bajo la jefatura de Humberto de la Calle. En tal condición, De la Calle salió en defensa de los acuerdos y le dijo a Uribe que sus palabras “no solo son falsas, sino que utiliza un lenguaje incendiario que parece destinado a volver invivible la República”.

Y le hizo ver que ante la falta de pruebas para determinar si el delito imputado a Santrich fue anterior o posterior a la firma del acuerdo, la JEP carecía de razón jurídica para autorizar su extradición, y este acto no la debilitaba. Hechos nuevos han surgido después de la providencia, los que serán evaluados en el tramo judicial que falta por recorrerse. Mientras tanto, la JEP, tan atacada por Uribe y sus seguidores, conserva el carácter respetable para el que fue creada.

Colombia vive una de las mayores encrucijadas de la historia. Dos fuerzas se disputan el predominio de la vida nacional, y cada una lanza y recibe dardos de mayor o menor contundencia. La polarización del país es el mayor detonante del desajuste que impera en todos los ámbitos. Se necesita un gran viraje. Se echan de menos líderes superiores para salvarnos de la hecatombe.

He leído con mucho interés el libro Revelaciones al final de una guerra, de Humberto de la Calle. Es el testimonio serio, veraz, patriótico, a la vez que ameno y didáctico, de quien en busca de la paz nacional alteró su propio sosiego y el de su familia, e incluso su bienestar profesional, para buscar los caminos del diálogo que los enemigos de la sociedad se empeñan en mantener obstruidos.

Este diario de La Habana –como puede llamarse– cuenta al detalle muchos de los episodios ignorados que fueron surgiendo bajo el fragor de las discusiones, y enseña cuán difícil es la vida pacífica del hombre. Se trataba de salir de medio siglo de violencia fratricida que había dejado más de 8 millones de víctimas, 220.000 muertos y  tragedias insondables.

El primer capítulo del libro tiene este título por demás elocuente: No hay violencia buena. Puede suponerse que hasta los propios guerrilleros de las Farc se convencieron de esta verdad patética. Y accedieron a la dejación de las armas. De la Calle es un gran pacifista. De este carácter ya había dado muestras en anteriores ocasiones. Y no abandona su vocación conciliadora. Dice al final de su libro: La verdadera paz está allí, en el seno mismo de la sociedad. Quienes propendemos por el logro de una paz firme tenemos que continuar la marcha.

Lo que vino después es el capítulo borrascoso que hoy agita al país. La implementación de los acuerdos, fórmula para la que el camino ya estaba allanado, se volvió una batalla campal, un callejón sin salida, una guerra entre hermanos. La sinrazón quiere imponerse sobre la sensatez. Pero hay que derribar los estorbos. Hay que derrotar a los eternos depredadores de la paz.

El Espectador, Bogotá, 25-V-2019.
Eje 21, Manizales, 24-V-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 26-V-2019.

Comentarios 

Nosotros, que somos de la que tristemente llamó Fabio Lozano Simonelli «generación de la violencia», hablamos un lenguaje de paz y Humberto de la Calle es un magnífico vocero. El país ha estado manejado desde los albores de la República por dirigentes de noble estirpe y gran fortuna económica, que juegan a la guerra. Prima la arrogancia de ganar contiendas electorales o batallas fratricidas; y no conocen el valor de la palabra conciliar. José Jaramillo Mejía, Armenia.

Excelente y justa reflexión sobre la labor de Humberto de la Calle, un colombiano que no sólo se distingue por su corrección ética sino por sus calidades de estadista. Alpher Rojas, Bogotá.

Esto es lo que nos falta: desarmar los espíritus y buscar a toda costa la reconciliación, de otra forma seguiremos arrasando con nuestra querida patria. En cualquier acuerdo  de paz hay que hacer concesiones. Tulio Neira Caballero (correo a La Crónica del Quindío). 

Estoy ciento por ciento de acuerdo con estos planteamientos acerca del proceso que lideró De la Calle y que mucha gente, más de la que uno quisiera, no ha entendido o se niega empecinadamente a hacerlo, simplemente por odio o resentimiento político. Es muy triste que muchos antepongan esos sentimientos negativos ante los beneficios que el país recibe. Pero la esperanza de que podamos disfrutar algún día una Colombia con plena paz sigue en pie. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

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El viento de Aranzazu

miércoles, 23 de enero de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

¿Qué motivo tuvo José Miguel Alzate para llamar San Rafael de los Vientos a Aranzazu? Con dicho nombre bautizó su reciente novela en la que presenta una alegoría de su patria chica. Se me ocurre pensar que mediante esta poética insignia se propuso regresar a la niñez y la juventud vividas en medio de la exuberancia de la montaña y frente a la tersura de las madrugadas y el embrujo de los atardeceres de Aranzazu.

Y como parte de ese escenario edénico, el sonido del viento… El viento es un ser sobrenatural, que camina, vuela, habla, refresca el ambiente y el espíritu. El viento de Aranzazu, que desde siempre se quedó anidado en el alma del escritor, le irradia embeleso. Le produce alegría. Y él trasmite esas emociones al lector. A veces el viento se enfurece, pero luego se aplaca. Con eso, le enseña al hombre a moderar sus pasiones y obrar con serenidad.

El viento es vida, armonía, entusiasmo. Y tiene color. Eso es la novela de José Miguel Alzate: una cadena de gratas reminiscencias. Es la propia existencia la que desfila por estas páginas memoriosas. Dijo Antonio Machado: “Abril sonreía. Yo abrí las ventanas / de mi casa al viento… El viento traía / perfumes de rosas, doblar de campanas”.

Además, tiene esencia femenina. La poetisa Laura Victoria, al recordar las muchachas de su pueblo, las evoca como “compañeras del viento, / que juegan con las flores / y bajan las pestañas / cuando el aire las besa / y les alza la falda / de pespuntados vuelos”. Este viento travieso y coquetón corre por todas partes, y en Aranzazu es un emblema del contorno bucólico.

Todo lo que pasa en la historia de un pueblo ocurre en San Rafael de los Vientos. Aquí se agitan, conforme se avanzan páginas, los problemas sociales, los vicios públicos, los abusos de las autoridades. Se percibe la comunidad pacata de todas las latitudes, la que peca y reza, enamora y traiciona, se santigua y luego se olvida de las buenas intenciones. De otro lado, surgen las rectas conductas y los sueños vivificantes. Se rememoran los días de la colonización antioqueña y el esfuerzo creador de los arrieros. Nos acordamos entonces de que estamos en Aranzazu.

¿Por qué, unido al nombre del pueblo, está Rafael el santo? Supongo que el arcángel, patrono de los enfermos y los peregrinos, es, junto con el viento, un oráculo de la población. En viejas épocas, Aranzazu era conocida como “la ciudad levítica de Caldas” en razón del número de clérigos que de allí salía. Al fique, otra de sus preseas, se le rinde tributo en la Fiesta de la Cabuya que se celebra cada año.

En San Rafael de los Vientos la vida transcurre con amor, sosiego y poesía. Una nómina esclarecida de escritores y periodistas realza la historia local: César Montoya Ocampo, José Miguel Alzate, Javier Arias Ramírez, Uriel Ortiz Soto, los cuatro hermanos Zuluaga Gómez, Jorge Ancízar Mejía, Rubén Darío Toro, Pedro Nel Duque González –Crispín–, Carlos Ramírez Arcila, Juan de Dios Bernal.

Hace años, en viaje con Otto Morales Benítez hacia su finca Don Olimpo, en Filadelfia, pasé por Aranzazu y quedé fascinado con sus paisajes y la calidez de la gente. Hoy regreso a la población mítica –donde “se ama, se vive y se espera”, según el eslogan de José Miguel Alzate–. Me trae el viento seductor de esta apasionante novela.

El Espectador, Bogotá, 19-I-2019.
Eje 21, Manizales, 18-I-2019.
La Crónica del Quindío, 20-I-2019.
El Caldense, Aranzazu, 20-I-2019.

Comentarios 

San Rafael es el nombre de una vereda de Aranzazu donde ventea mucho. Era adonde yo iba en vacaciones cuando era niño. Esa misma  pregunta me la hizo Juan Gossaín. Yo le respondí lo mismo que a él le respondió García Márquez cuando le preguntó por qué en una película utilizó el nombre de San Bernardo del Viento: porque es un nombre inspirador, muy bonito. Yo le dije a Gossaín que por ese San Bernardo del Viento fue que yo titulé así mi novela. José Miguel Alzate, Manizales.

No en vano el viento es una alegoría etérea y real en la vida del hombre, del hombre sensible que lo sabe sentir y apreciar. Tampoco es  fortuito que en poesía, como lo mencionas en el caso de Laura Victoria, este se campee en los versos de ella y de muchos poetas que han sentido su caricia y su ausencia. Los libros que recogen memorias de la infancia y de la juventud, como creo es el caso del escritor Alzate, tienen el tinte del recuerdo y la nostalgia que como la llama de una vela, se mecen perennes en el recuerdo y se hacen presentes y gozosos en la edad madura.  Inés Blanco, Bogotá.