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De humorista a historiador

miércoles, 17 de marzo de 2021 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

A José Jaramillo Mejía lo conozco hace más de 40 años, desde cuando dirigía en Manizales La Nacional de Seguros y yo ocupaba en Armenia la gerencia del Banco Popular. Su primer libro, publicado en 1980, se titula A mitad de camino. Hoy, con Monólogos de Florentino, salido en noviembre pasado, su producción llega a 20 obras. Esto significa que no se quedó a mitad de camino, sino que siguió adelante, con vigoroso empeño, tanto en la labor literaria como en la periodística.

En 1980 me hizo el honor de nombrarme, junto con Adel López Gómez y Humberto Jaramillo Ángel, jurado de un concurso de periodismo que se realizaba en la capital caldense con el auspicio de La Nacional de Seguros. Jaramillo Mejía ha sido gran promotor de la cultura regional. Nació en La Tebaida, Quindío, en 1940 y a la edad de 38 años se radicó en Manizales. Con orgullo se proclama hoy escritor quindiano-caldense como autor que es de excelentes investigaciones, crónicas y estudios surgidos en las dos comarcas cafeteras.

Sus textos son ágiles, concisos, claros y amenos. Posee exquisita vena humorística  que se manifiesta en varios de sus libros, lo mismo que en sus crónicas en el diario caldense. Es un placer leerlo. Ha incursionado en diversos géneros y sobresale por su esmero gramatical y la sindéresis de sus ideas, bien sean estas elaboradas con tono divertido o con el rigor del ensayista y el historiador que escudriña interesantes temas movidos por su inquietud intelectual.

Además, ha demostrado buenas dotes para el arte poético, como lo acredita su libro La vida sonreída y 12 sonetos para leer después de muerto (2004), que para mi gusto personal son “poemas de fino humor, a lo Luis Carlos López, llenos de ironía y encanto”, según lo expresé cuando fueron publicados.

En los últimos años, sus preferencias se han manifestado en el ámbito de la historia, la biografía y las memorias, con la exaltación de personajes del pasado como José Restrepo Restrepo, Arturo Arango Uribe, Eduardo Arango Restrepo y Rafael Arango Villegas; o en el rescate de sus propias raíces ancestrales, que recoge en Las trochas de la memoria. Tales calidades le valieron, desde tiempo atrás, su elección como miembro de la Academia Caldense de Historia.

A Monólogos de Florentino, su reciente libro, le agregó el subtítulo de Reflexiones de un ideólogo empírico. La obra está prologada por el exvicepresidente Humberto de la Calle Lombana y lleva una nota de presentación del historiador Albeiro Valencia Llano. Florentino es el alter ego de Jaramillo Mejía. En 1995 ya había establecido nexos con él en Coloquios de Berceo con Florentino. Es este un personaje típico de la región, de profesión tinterillo, con honda sabiduría en los campos del derecho, la economía, la política, la literatura, la religión, la historia… Todo un prototipo de la ciencia de la vida. Por largo tiempo, Florentino fue secretario del juzgado de Circasia, Quindío, donde Jaramillo Mejía vivió memorables andanzas luego de su residencia en La Tebaida.

Valiéndose de este personaje emblemático, el escritor explaya sus ideas liberales y penetra en palpitantes temas de la vida nacional. Le rinde homenaje a Circasia, y a través de ella, al Quindío. Esta hermosa población, de seductores paisajes, sanas costumbres y gente amable, posee un pasado glorioso con su Cementerio Libre, símbolo de la libertad liderado por el patricio Braulio Botero Londoño, figura relevante de la región. Florentino –no cabe duda– es el propio José Jaramillo Mejía.

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El Espectador, Bogotá, 13-III-2021.
Eje 21, Manizales, 12-III-2021.
La Crónica del Quindío, Armenia, 14-III-2021-

Comentarios 

Gracias, Gustavo, por el artículo. Resolví recoger mis “divertimientos” poéticos en un libro que hoy te envío. A propósito de los poemas, me dijo Aída Jaramillo Isaza (directora de la revista Manizales): “Yo no sabía que tú eras poeta”. Y le contesté: “Yo tampoco”. José Jaramillo Mejía, Manizales.

Muy justo el reconocimiento a José Jaramillo de su obra y de su vida. En efecto, es un gran escritor. Una persona dedicada al oficio y purista con el lenguaje; le tengo gran admiración y afecto. La publicación más reciente titulada Yo, Quijote, con ilustraciones de Ferney Vargas Jaramillo -Feroz-, es magnífica. Nada más grato que reconocer los valores de los amigos y tú lo has hecho siempre con generosidad y rigor. Esperanza Jaramillo, Armenia.  

 

 

El “leopardo” legendario

martes, 19 de enero de 2021 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

Hacia 1920 hizo su aparición en el escenario nacional una asociación de protesta contra la política imperante y los dignatarios de su propio partido, el Conservador, grupo que estaba formado por cinco aguerridos y elocuentes jóvenes nacidos entre 1900 y 1903: Augusto Ramírez Moreno, José Camacho Carreño, Silvio Villegas, Eliseo Arango y Joaquín Fidalgo Hermida –quien se retiró al poco tiempo–. Ramírez Moreno bautizó el movimiento con el rótulo de “Los leopardos”, en alusión a un circo llegado aquellos días a Bogotá, y con el argumento de que el apelativo debía significar “un nombre de guerra, algo que dé la sensación de agilidad, de fiereza, algo carnicero como los leopardos”.

De ahí en adelante se sintió la garra de estos intrépidos luchadores que gracias a su inteligencia y valentía, a la agudeza de sus ideas y el brillo y vigor de su oratoria estremecieron la opinión pública y marcaron una época en la vida política y literaria del país. Célebres fueron los debates que adelantaron contra Laureano Gómez y su poder avasallante, lo mismo que contra prestantes figuras nacionales.

Quien más sobresalió en esas lides al mismo tiempo fogosas y estelares fue José Camacho Carreño, nacido en Bucaramanga el 18 de marzo de 1903. Debido a su actuación fulgurante en el ámbito parlamentario y en los estrados judiciales fue denominado el príncipe de la elocuencia colombiana.

Hace muchos años Vicente Pérez Silva me habló por primera vez de su devoción por Camacho Carreño y de su interés por escribir un libro sobre él. Con el correr del tiempo acumuló abundante y valioso material para forjar dicha idea. Este archivo lo fue incrementando en un álbum de tamaño oficio y color azul purísimo –enseña política de los “leopardos”– que superó las 240 páginas, en el que recogía recortes de prensa, fotografías, cartas, comentarios y otros testimonios de inestimable valor. Tuve la oportunidad de conocer este tesoro en la refinada biblioteca de mi amigo, y de paso acrecentar mi propia admiración por el “leopardo” legendario.

Comenta Pérez Silva que su entusiasmo por Camacho Carreño nació en los días de su adolescencia, cuando adquirió en su tierra nariñense un libro sobre el personaje, en cuya segunda página anotó debajo de su firma: 2 de abril de 1947. Han pasado desde entonces 73 años. En 1952, Manuel Serrano Blanco, eminente escritor y orador santandereano, envió a Pérez Silva una carta que este le había pedido a propósito del libro que adelantaba sobre el “santo de su devoción”, como ha llamado a su ídolo. Corrieron los días y los días sin que el texto viera la luz pública. Cuando le preguntaba por él, me contestaba que le faltaba el último hervor.

Este libro, que presenta una certera semblanza sobre el ilustre hijo de la comarca santandereana, acaba de publicarse en los talleres de Armando Serna Giraldo, en Medellín, y lleva por título José Camacho Carreño. Un “leopardo” de leyenda. En él se encuentra incluida la carta de Manuel Serrano Blanco que ha permanecido inédita durante 68 años, la que hace un enfoque preciso sobre la personalidad de su colega y paisano.

Aparte de resaltar esta noticia, quiero señalar el largo camino que ha recorrido el  proceso bibliográfico hasta hacerse realidad con ocasión de los 80 años de la muerte del hoy desconocido “leopardo”, quien falleció ahogado en Puerto Colombia, Atlántico, el 2 de junio de 1940. Toda su vida fue una cadena de adversidades en medio de sus resonantes triunfos oratorios.

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El Espectador, Bogotá, 16-I-2021.
Eje 21, Manizales, 15-I-2021.
La Crónica del Quindío, Armenia, 17-I-2021.

Comentarios 

Había leído algo acerca de «Los leopardos», pero la verdad, ignoro mucho sobre ellos. Desconocía todo sobre José Camacho Carreño y tu artículo me dio pie para consultar por internet algo sobre su vida. Tú, como siempre, sacando a la luz personajes y valores que son desconocidos para la mayoría, pero con méritos suficientes para figurar y ser reconocidos. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Interesantísima historia. Vicente Pérez Silva se lleva un hit con esta publicación. Tan acucioso siempre y profundo investigador para hacer que sus libros se conviertan en verdaderas joyas literarias. Es un tesoro en razón de los rasgos que describes del personaje José Camacho Carreño, quien fallece, como cuentas, trágicamente a la temprana edad de 37 años y quien alcanzó sin duda un destacado camino por la oratoria y la literatura. Inés Blanco, Bogotá.

Muchas gracias por la nota informativa sobre el libro del “leopardo”. Vicente Pérez Silva es una garantía cuando investiga y da sus opiniones. He pedido a mi librero de Medellín que me lo consiga para leerlo con interés. Estudiando a Bernardo Arias Trujillo descubrí su amistad con Camacho Carreño cuando el uno hacía parte de la Delación que negociaba límites con el Perú y el “leopardo” ejercía de diplomático en Buenos Aires. Es a través de Camacho que Bernardo logra hacer la primera edición con seudónimo de Por los caminos de Sodoma en la Argentina. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

A mi padre muchas veces le oí hablar de “los leopardos”. Ahora, en tu escrito, encuentro las bases del interés y razón de mi papá por dichos personajes. Carlos Martínez Vargas, Fusagasugá.   

Las memorias de Alberto Casas

miércoles, 16 de septiembre de 2020 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Leídas las Memorias de un pesimista, de Alberto Casas Santamaría, me queda el grato sabor de encontrar en ellas un compendio del pensamiento del autor, inspirado por sus firmes convicciones políticas, éticas y morales. Como testigo que ha sido de grandes sucesos de la historia nacional, su visión es nítida en los aspectos que trata, y sus juicios son dignos de la mayor consideración por reflejar la postura de un colombiano controversial y respetable, que además es amigo del diálogo y la concordia.

El hecho de adjudicarse la calificación de pesimista frente al manejo que han tenido los capítulos más protuberantes de la nación indica su capacidad de análisis y su rechazo a los dirigentes que no han sido capaces de encontrar las soluciones que remedien los agudos problemas que agobian al país. Dice que Colombia siempre ha vivido polarizada entre el sí y el no, a partir del enfrentamiento entre Bolívar y Santander.

El ánimo opositor llevado a extremos arrasadores ha sido la brújula constante en los dos siglos que siguieron a la Independencia. Como nadie quiere ceder y todos quieren ganar, la armonía de los colombianos se ha hecho trizas –expresión muy adecuada en el momento actual, cuando unos defienden los acuerdos de paz y otros quieren destruirlos–. La época de la Violencia, el episodio más nefasto del siglo XX, marcado en sucesivas reyertas por el sí y el no, obedeció a la lucha imparable entre liberales y conservadores, que se disputaron el poder entre 1930 y 1948 y dejaron miles de cruces a lo largo y ancho del país.

Alberto Casas posee amplia autoridad para discernir la realidad del país. Ha sido ministro de Comunicaciones y Cultura, embajador en Méjico y Venezuela, diputado a la Asamblea de Cundinamarca, concejal de Bogotá, miembro de la Cámara de Representantes, senador de la república. En el campo del periodismo ha estado vinculado a El Siglo, las revistas Diners y Bocas, el Noticiero de Mediodía, La FM y La W Radio.

Su presencia en la vida pública viene desde sus albores estudiantiles. Cuenta que a los siete años conoció a Laureano Gómez en su casa de La Candelaria, cuando el líder conservador fue a visitar a sus padres con motivo de sus bodas de plata. “Siempre me pareció una figura descomunal”, anota. Esta admiración ideológica se caracterizó más tarde, siendo estudiante del Colegio del Rosario, cuando se dedicó a promover las ideas de Álvaro Gómez Hurtado. La cercanía con la casa Gómez le fijó un puesto en la política, y ahora, en sus memorias, hace un análisis minucioso sobre el 13 de junio y la dictadura de Rojas Pinilla que nació allí.

Para la gente de hoy resultan lejanos aquellos episodios. Pocos saben que Vicente Casas Castañeda, el padre de Alberto Casas, fue el amigo más leal del presidente derrocado, y que con su célebre paraguas salió a despedirlo al aeropuerto de Techo el día lluvioso que fue desterrado a España, donde años más tarde pactaría con Alberto Lleras Camargo, el líder del liberalismo, la fórmula para acabar con el gobierno usurpador e implantar el sistema de conciliación conocido como Frente Nacional.

El sí y el no, según lo expresa el memorialista, ha sido la mecha detonante que ha agudizado los conflictos sociales de Colombia. Situados en la actualidad, dice que “lo más grave es la incapacidad del sistema judicial para castigar a los agentes de la corrupción e impedir la rentabilidad del delito”.

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El Espectador, Bogotá, 12-IX-2020.
Eje 21, Manizales, 11-IX-2929.
La Crónica del Quindío, Armenia, 13-IX-2020.
Aristos Internacional, n.° 35, Alicante (España), sept/2020

Comentarios 

Muy triste comprobar que nada ha cambiado, que la polarización bipartidista desde hace años ha causado la desgracia para que el país no avance y por el contrario se mantenga en el limbo de una justicia corrupta y un estado inepto. Inés Blanco, Bogotá.

Qué excelente análisis sobre el libro de Casas Santamaría, testigo presencial de muchos hechos nacionales. Jaime Vásquez Restrepo, Medellín.

Anzoátegui, en el fragor de las batallas

miércoles, 27 de noviembre de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Hace 200 años –el 15 de noviembre de 1819– murió a los 30 años de edad, en Pamplona, Colombia, el general José Antonio Anzoátegui, uno de los próceres más destacados de las batallas del Pantano de Vargas y del Puente de Boyacá. Había nacido,  con precario estado de salud, en Barcelona, Venezuela, el 14 de noviembre de 1789, en vista de lo cual fue bautizado de emergencia siete días después, ante el temor de que no se salvara.

Pero sobrevivió, y libraría 20 campañas y 37 acciones militares, lo que parece increíble. Hacía parte de la guardia de honor de Bolívar. Sobresalió por su valor, decisión y estrategia, rasgos que le hicieron ganar el hondo aprecio del Libertador. En 1810 se integró a la causa de la libertad. En 1813, luego de haber estado preso por los realistas, regresó al ejército de Venezuela con el grado de capitán.

En 1814, bajo el mando de Bolívar, sobresalió en la toma de Santafé de Bogotá. Ambos se compenetraban cada vez más en su misión de libertar los pueblos americanos del dominio español. En 1818, con motivo de la toma de Angostura, le fue conferido el grado de general. Para el Libertador no podían pasar inadvertidas la destreza y lealtad del aguerrido militar.

Decidida la batalla de Boyacá, Bolívar asumió las riendas de la operación, junto con el general Santander como jefe de la división de vanguardia; del general Anzoátegui como jefe de la división de retaguardia, y del general Soublette como jefe del estado mayor. Gracias al brillante desempeño que tuvo Anzoátegui en esa contienda, recibió un nuevo grado: el de general de división. Había coronado una de las etapas más gloriosas de su carrera, y pensaba, por supuesto, seguir adelante en el terreno que aún faltaba por conquistar.

Después de la batalla de Boyacá, el Libertador lo nombró comandante del Ejército del Norte. Era una altísima distinción para el exitoso guerrero. Pero se interpuso el destino inescrutable, y Anzoátegui, en su viaje a Venezuela, sufrió en Pamplona una grave enfermedad que nunca se ha precisado. Había salido triunfador en numerosas batallas, y ahora la batalla de la muerte lo cercaba y lo sacaba de combate.

El deceso ocurrió en el agasajo que se le tributaba el día de su cumpleaños: entró en estado de inconsciencia a la una de la tarde del 14 de noviembre y murió a las diez de la noche del día siguiente. A falta de un diagnóstico preciso, se habló de “una fiebre mortal”. Ante su repentina desaparición, exclamó Bolívar, estremecido por el dolor: “Habría preferido yo la pérdida de dos batallones a la muerte de Anzoátegui. ¡Qué soldado ha perdido el Ejército y qué hombre ha perdido la República!”.

El héroe fue exaltado con la Orden de los Libertadores de Venezuela y con la Cruz de Boyacá. Sus cenizas quedaron guardadas en la catedral de Pamplona, pero el terremoto de 1875 –que destruyó a Cúcuta– las hizo desaparecer. El estado de Barcelona, donde nació, pasó a recibir su nombre. En Puerto La Cruz también se bautizó el estadio olímpico con su nombre. En referencia a  las penalidades sufridas por el ejército en su recorrido desde Venezuela a Colombia, y acentuadas en su paso por el páramo de Pisba, Anzoátegui le decía en carta a su esposa:

“Solo el genio del Libertador pudo salvarnos y nos salvó efectivamente; auxiliados, eso sí, por el patriotismo y el entusiasmo de los patriotas de la provincia de Tunja, especialmente por las mujeres que, ¡no lo creerás!, se despojaron realmente de su ropa para hacer con ellas camisas, calzoncillos y chaquetas para nuestros soldados, y de todo lo que tenían en sus casas para socorrernos. Fue esta una resurrección milagrosa. Nos devolvió la vida, el valor y la fe”.

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El Espectador, Bogotá, 23-XI-2019.
Eje 21, Manizales, 22-XI-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 24-XI-2019.

Comentarios 

Por todo lo que dice el columnista es que me extraña que en la serie Bolívar que transmite Caracol hayan ignorado a Anzoátegui y a Soublette. Los borraron de la historia. Rosariofer (correo a El Espectador).

Aplaudo este artículo sobre Anzoátegui, pues estoy seguro de que la mayoría de colombianos ignoran casi todo acerca de nuestros héroes de la gesta libertadora. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Muy oportuna esta reseña de un gran personaje que, inexplicablemente, ha pasado a un segundo plano en nuestros registros de historia.  Malhumorado y dueño de un carácter recio, Anzoátegui fue, sin duda, uno de los estrategas más importantes de la gesta libertadora y probablemente el oficial de mayor confianza de Bolívar en ese momento, por lo cual no se entiende su olvido parcial, por lo menos en Colombia. Pedro Fernando Páez González, Bogotá.

En efecto, aparte de gran guerrero, Anzoátegui era de la plena confianza de Bolívar. Revisando la historia, encontré este dato: él no se entendía muy bien con Santander, sobre todo en los días precedentes a la Batalla de Boyacá, lo que da pie para pensar que ya la distancia entre Bolívar y Santander era manifiesta, y por eso mismo la lealtad del general venezolano hacia el Libertador era irrestricta. Columnista.

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El niño héroe

miércoles, 21 de agosto de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En julio de 1819 llega Bolívar a Belén, Boyacá, y se entrevista con Juan José Leiva, amigo de la causa libertadora. Allí conoce a Pedro Pascasio Martínez, joven campesino que aún no ha cumplido los doce años de edad y tiene el oficio de cuidar los caballos del hacendado. Enrolado en las filas patriotas, el Libertador le asigna la tarea de cuidar su propio caballo.

En el Pantano de Vargas, Bolívar recibe el obsequio que le hace Casilda Zafra, natural de Santa Rosa de Viterbo, de “un hermoso caballo tordillo, radiante, espumoso y triunfal”, como se le describe, y que el nuevo dueño bautiza con el nombre de Palomo en honor a su blancura y bizarra estampa. Con él cabalgará triunfante por las batallas del Pantano de Vargas, Boyacá, Bomboná y Junín.

Con el tiempo, Palomo llega a ser tan famoso como Bucéfalo (el de Alejandro Magno), o Marengo (el de Napoleón Bonaparte), o Rocinante (el de don Quijote). El humilde campesino se vuelve el gran amigo del caballo predestinado para la gloria, al que da de comer, baña y consiente como no ha mimado a ningún otro caballo.

Como soldado del batallón Rifles, Pedro Pascasio aprende el arte de la guerra y persigue al enemigo con la valentía que le inspira el Libertador. Bolívar y Palomo son sus ídolos y de ellos recibe el vigor con que ataca a las fuerzas enemigas. Presencia los horrores de la guerra y su espíritu se llena de ardor patriótico para no desfallecer en su misión.

Cuando por todas partes resuena el triunfo en el Campo de Boyacá, y él ve el entorno  cubierto de sangre y tragedia, comprende lo que significa la libertad. La batalla ha sido ganada. El guerrero está exhausto y jubiloso a la vez. Ahora es libre, y volverá a su parcela como el leñador y carguero que ha sido. En pocos días ha madurado muchos años. Se siente todo un hombre.

Con hombría y valor se enfrenta al poderoso coronel José María Barreiro, comandante del ejército español, a quien descubre oculto en unas rocas próximas al río Teatinos. Pedro Pascasio le apunta con su arma, al tiempo que el militar le ofrece varias monedas de oro a cambio de su libertad. Y queda estupefacto cuando escucha esta orden del soldado intrépido: “Siga adelante, si no lo arriamos”. Y sin vacilación lo entrega a Bolívar. El 11 de octubre, Barreiro es fusilado en Bogotá junto con otros prisioneros.

El Libertador premia la acción del niño héroe con la suma de cien pesos, y lo asciende al grado de sargento. ¡Un sargento que no ha cumplido los doce años de edad! Caso único. Muchos historiadores lo consideran el prócer más joven del mundo. Cuando la independencia es ya una realidad, Pedro Pascasio regresa a sus faenas agrícolas.

En 1880, 61 años después de la Batalla de Boyacá, el Congreso de Colombia enaltece su proeza y le otorga una pensión vitalicia de veinticinco pesos, que solo cobra una vez debido a la dificultad de viajar a Bogotá por los pésimos caminos de entonces.

Muere en su tierra natal a los 77 años de edad, el 24 de marzo de 1885. Su heroísmo, coraje y pulcritud escriben una nota grandiosa en la historia de la patria. Tal vez su mensaje contra la ambición y la avaricia llegue a los días actuales, pero pronto se olvidará en medio de la disolución de valores que desquicia la vida nacional.

Desde las estatuas levantadas en varios lugares del país, la mirada del héroe se dirige hacia el Ejército de la nación y con dedo acusador señala a los autores de los actos de corrupción que han estallado en estos días, en plena celebración del bicentenario de la Independencia. Al mismo tiempo, mira a los miles de valerosos soldados –como él lo fue– que con abnegación, sacrificio y grandeza luchan en ciudades, pueblos, campos y selvas por conquistar para los colombianos una patria grande, tranquila y amable. Patria que no hemos logrado tener.

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Academia Boyacense de Historia. El escritor Vicente Pérez Silva ha dirigido una carta de adhesión a esta prestigiosa entidad con motivo de la omisión que tanto el presidente de la república como la vicepresidenta y el gobernador del departamento tuvieron al dejar de mencionar en sus discursos en el Puente de Boyacá el nombre del principal organismo cultural de la región. De esta manera, pasaron por alto el papel fundamental que este ha ejercido en la preservación de la memoria de grandes sucesos históricos, como el que acaba de evocarse. Inaudita esta falta de reconocimiento. Me solidarizo con la nota de Pérez Silva.

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El Espectador, Bogotá, 17-VIII-2019.
Eje 21, Manizales, 16-VIII-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 18-VIII-2019.