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Un rotarismo participante

lunes, 10 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El Club Rotario, entidad conformada por prestantes elementos y vinculada a obras sociales y cívicas que pregonan el afán del organismo progresista, ha ejercido en los últimos días iniciativas que vale la pena destacar.

El doctor Belisario Betancur atendió la invitación de los rotarios para examinar problemas cafeteros de gran actualidad y demostró agudo conocimien­to de los misterios que rodean esta actividad. Fue una intervención profunda y documentada, y no una respuesta demagógica para tocar te­mas sin mayor detenimiento por quien se propone conquistar el primer puesto de la nación.

Hacer de la tribuna rotaria un foro respetable de ideas, donde se prescinde de los colores políticos para debatir con altura importantes asuntos del país o de la ciudad, es una demostración de calidad. No es fácil, por cierto, conseguir la presencia de hombres de la valía del doctor Belisario Betancur.

Días después fue invitado al mismo recinto el doctor Ernesto Samper Pizano a hablar sobre economía y recesión, otro tema del momento que requiere ser tratado por expositores de amplio vuelo. Samper Pizano, uno de los mayores críticos de la vida nacional, posee agudeza para discernir las coyunturas de un país en continuo conflicto y aporta ideas interesantes, puede que controvertidas en ciertos casos, pero de todas maneras valiosas. Es bien conocida, por ejemplo, su campaña para legalizar la marihuana, medida que según él combatirá un mal que está carcomiendo la sociedad y se convertirá en motor para aumentar los ingresos del país.

Ya en lo doméstico, se proponía el Club reunir un foro de intelectuales para repasar la historia de Armenia en sus orígenes, idiosincrasia, desarrollo social  y económico y su realidad como ciudad progresista. Sin embargo, no es posible llevarlo a cabo para las festividades de Armenia por circunstancias insal­vables, como la asistencia del doctor Euclides Jaramillo Arango, por la misma fecha, a un congreso sobre el fol­clor en la ciudad de Cali; el accidente que acaba de sufrir el doctor Bernardo Ramírez Granada, y los compromi­sos ya adquiridos por don Adel López Gómez.

Son ellos voceros de primer orden para dialogar con sobra de conocimientos sobre la vida de Armenia. Sus calidades intelectuales y permanente vocación de estudio los convierten en voces respetables para ade­lantar con brillo este repaso histórico. Sin ellos, el foro no tendría el lucimiento que se busca.

Todo esto resalta el interés de la entidad rotaria por pro­mover inquietudes positivas. Contrasta esta actitud con la de algu­nos elementos que nada construyen y en cambio son dados a criticarlo todo. Hay entidades y personas que mueren por inercia, o vegetan sin ningún sentido. En cambio, los rotarios son una organización dinámica.

La Patria, Manizales, 27-IX-1980.

El Cuerpo de Bomberos

lunes, 10 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Nos hemos acostumbrado al Cuerpo de Bomberos como algo natural, que casi no se nota. Si no lo tuviéramos, lo estaríamos extrañando. Este voluntariado significa para las ciudades una defensa permanente contra riesgos comunes, como el fuego, el agua, los percances callejeros, y los extremos, como los terremotos, los envenenamientos masivos o las inundaciones.

El bombero es un vigilante que avizora los peligros y está listo para cualquier emergencia. Expone su vida por salvar la vida de los demás. Preparado para luchar contra las llamas, el humo, los gases y toda clase de imprevistos, su sentido de la solidaridad no lo detiene ante ningún obstáculo.

Hemos visto que gracias a su acción, por lo general intrépida, se salvan vidas y se recuperan propiedades aun en las condiciones más adversas. Es un ser sufrido e incluso ignorado. Las llamas, que nada respetan, devorarían una ciudad si no existieran medios y hombres idóneos para contrarrestarlas. Es el bombero un elemento valiente y disciplinado, forjado para el combate y dotado de gran sensibilidad social. Por eso, su actividad es un sacerdocio.

Es elemento cívico de primer orden. En es­tos días ha estado presente en dos actos dignos de aplauso. El primero, acompañando el desamparo del hijo del fundador de Armenia, muerto en completa pe­nuria económica y en lastimosa soledad. Sin amigos ni parientes, por poco se le entierra como un anónimo mendicante. Su padre, el legendario Tigrero, tumbó montaña y desafió contratiempos para plantar el case­río que después sería nuestra brillante ciudad; y su hijo por poco no encuentra sepultura.

Un decreto de la Alcaldía se acordó de él, cuando ya no lo necesitaba, y esto luego de haber sido rescatado su cadáver por el Cuerpo de Bomberos. Lo condujo a su última mo­rada entre sirenas y cortejos que bien se merecía, y en esto se tomó la vocería de Armenia para proclamar que el hijo de su fundador no podía desaparecer entre la indiferencia.

El segundo acto fue en el viejo cementerio, cuando impidió que los restos de don Vicente Giraldo se fueran a la fosa común por carecer de dolientes. ¿No  es Ar­menia la beneficiaría de la capacidad de este hombre emprendedor? La memoria de las ciudades es a veces despiadada. ¿Dónde, a propósito, hay un mármol digno de quien modeló una pujante ciudad? Menos mal que el Cuerpo de Bomberos llegó a tiempo para desviar el curso indigno de la ingratitud.

Nos acordamos de que la ciudad tiene defensas cuando oímos las sirenas vigilando las amenazas que se ciernen sobre la vida y los bienes. Pero la memoria falla respecto de quienes permanecen en vigilia las 24 horas del día esperando el llamado de socorro de la comunidad y expuestos a los rigores de este oficio arriesga­do.

La Patria, Manizales, 13-IX-1980.

Dignidad y servicio

sábado, 8 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Es un hecho meritorio el de la anti­güedad en el trabajo. Se dice que quien persevera llega lejos, lo cual es verdad, pero solo en par­te, porque de nada ser­virá hacernos viejos en una institución si no he­mos sabido aprovechar las sabidurías del diario vivir para forjar un des­tino digno y vivificante.

Cumplir etapas de servi­cios debe ser algo más que acumular años. Los años se pue­den poner unos detrás de otros sin que logren hacernos ni más importantes ni más experimen­tados. Una vida solo vale la pena cuando va orien­tada hacia nobles ideales y se cumple con la con­ciencia tranquila y el áni­mo dispuesto a superar obstáculos y conseguir realizaciones.

En este mundo propenso a la liviandad y tan engañado por los oropeles de una época sin demasiadas exi­gencias, ser hombres de bien no es fácil. Vencer la mediocridad y elevarnos a plano destacado; romper el cer­co de lo superficial para adquirir una personali­dad estructurada; no resignarnos con ve­getar sino alegrarnos con producir acciones fecundas, y en definitiva, ser útiles a la familia y a la so­ciedad, debe ser la verdadera meta del hombre.

Bien está que men­cione estos ingredientes como primordiales para el auténtico hombre de empresa. De nada val­drán ni los estudios pro­fundos, ni el brillo social, ni el bolsillo próspero, ni el talante personal, si se carece de ética y afán de servicio.

Re­clamo estas virtudes al llegar a mis 25 años de dedicación al Banco Po­pular. Lo hago con mo­destia y con la íntima satisfacción que depara el trabajo honesto, leal y combatiente. Ha sido dura la faena, pero vitalizante por haberla desarrollado con ánimo sereno y resuelto, lo mis­mo en la hora adversa que en la afortunada. La actividad bancaria exige temple y con­vicción para que sea valedera.

No es con vanidad que hablo en nombre propio. Es con la sana intención de hacer un acto de fe en la empresa. El momento es oportuno para invo­car los principios que gobiernan cualquier sociedad bien­hechora.

El Banco Popular sobre­sale por la probidad de sus funcio­narios y la rectitud de su labor, den­tro de una etapa compleja y sujeta a la agresividad de una competencia aguda. Con todo, se ha mantenido firme contra las desviaciones por haber apren­dido a desempeñarse en franca lid, con la ventaja de que la gente cree en él, en sus postulados y en sus directivos.

Si ha conocido los re­cios temporales, es para impulsarse más. El timón está en buenas manos, doctor Francisco Gaviria Rincón. Usted conoce los secretos del oficio. Hay confianza en usted y en su equipo de colaboradores.

Las cosas fáciles no son norma de vida. El significado de vivir está en el esfuerzo creador. Sólo en la lucha el hombre se forma y adquiere dimen­sión. El hombre es el mayor capital de la empresa. A él le rindo mi mejor tributo en esta ocasión. Humanizar la empresa es mirar por nosotros mismos. La má­quina es hábil para hacer números, pero torpe para tener sentimientos.

Satisfecho de co­ronar esta etapa de servicio, veo que la vida no ha pasado en balde. Ha ha­bido incluso tiempo para explayar el pensamiento, logro nada común en este ofi­cio dominado por las ci­fras y los sobresaltos. Es para mí enaltecedor, y lo proclamo con legítimo orgullo, haber ejercido el arte de la escritura en un medio que no es el más propicio para esta clase de afanes.

No todos entienden que sólo con disciplina es posible en­trelazar la literatura y las finanzas. Llegar a las páginas de los periódicos y ser autor de libros y de inquietudes intelectuales no es in­compatible con la dura labor bancaria si hay voluntad para salir del montón. Si este ejemplo de tenacidad sirve para mover otros entusiasmos, queda como motivo de reflexión. Serán los hijos los que más sabrán apreciar en el tiempo lo que valen la dignidad y el servicio.

Mensajero, Banco Popular, abril de 1980.

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Un hombre de empresa

miércoles, 5 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Óscar Jaramillo Jaramillo ha demostrado a lo largo de toda una vida de trabajo, de visión y constancia, hasta dónde puede llegar un objetivo industrial. Recibió de su padre la empresa Juan N. Jaramillo, una de las pocas muestras industriales que florecieron en esta ciudad de marcado destino agrícola, y no se conformó con la tradi­ción familiar, sino que la hizo crecer.

Si el Quindío es conocido por su café, lo es también, y en esto no hay exageración, por esta sencilla y al propio tiempo pujante fábrica de Armenia que acaba de cerrar sus puertas después de medio siglo de efi­caces servicios al país.

Esto de hablar de servicios nacionales en una ciudad no industrializada, hay que aclararlo. El nombre de Juan N. Jaramillo, industria procesadora de la madera, le dio la vuelta al país y puede decirse que hasta en los más remotos confines queda constancia de esta acometida.

Después de intensa trayectoria en la transformación de la madera, Óscar Jaramillo, pionero del trabajo y la simpatía, especializó su firma en la adaptación de bancos y logró tanto presti­gio, que de todas partes lo buscaban como una autoridad indiscutible.

Experto no solo en manejar excelentes relaciones públicas, sino en dar el consejo exacto para ensamblar a distancia los despachos bancarios, se convirtió en sorprendente ejecutivo del país, acaso el que más haya viajado por aire, agua y tierra. Su capacidad de desplazamiento le permitía visitar una obra en Cúcuta a las nueve de la mañana; volar luego al Meta o al Putumayo en inspección de nuevos locales; cumplir en la tarde la cita en Bogotá o en Cali y pernoctar ese mismo día en Armenia.

Los presidentes y altos funcionarios de los bancos, conocedores de sus habilidades y la calidad de sus productos, sabían que Óscar no podía fallarles, así se tratara de los encargos más complicados y de los sitios más inaccesibles, porque para todos tenía calendario y la fórmula maestra. Diestro en las medidas y las exigencias bancarias, se retira de su profesión como un verdadero mago que aprendió a coordinar la parte funcional de los bancos, con la misma destreza con que decoraba un espacio y se acomodaba a cualquier gusto.

De un momento a otro tomó la decisión, muy en privado, de retirarse. Antes, ensayó varias veces montar una escuela de su actividad, pero no encontró  »madera». Necesitaba, ante todo, un segundo con sus mismas o parecidas condiciones administrativas y personales, pero le falló la gente. Aunque no sea razonable que las indus­trias se extingan con sus hom­bres, bien claro resulta en este caso que Óscar era la empresa.

Consideró que no debía expo­ner el prestigio de su firma a imprevisibles contingencias al perder su capacidad ejecuti­va, y por eso prefirió cerrarla. Fue responsable su decisión, para qué dudarlo. Muy en se­creto vendió el terreno, las ins­talaciones y la maquinaria, y cuando la ciudad comenzó a darse cuenta, ya se estaban pa­gando las prestaciones sociales del personal.

La industria se desintegró en ocho días. Triste fin, pero ad­mirable este Óscar Jaramillo hasta en la precisión para no prolongar un réquiem que a él, el mayor afectado, le dolía profundamente. En la operación de marcha entró también la tradicional Fune­raria Jaramillo, otra empresa de su propiedad, que es también patrimonio de Armenia.

Óscar dice que se ha jubilado porque necesita descanso. Es, sin duda, una jubilación bien merecida. Hay que deplorar, sin embargo, con cierto egoís­mo, que así termine una indus­tria floreciente y tan vinculada a los sentimientos de la ciudad. Pero las decisiones justas hay que respetarlas, si bien no es posible dejar cerrar estas puertas industriales sin rendir tributo de admiración y respeto a este hombre vigoroso, amable, viajero incansable del trabajo y la amistad, que deja ejemplo de rendimiento y servicio.

Bien por él que se jubila cargado de merecimien­tos, para continuar siendo productivo en otras actividades menos extenuantes, y mal por Armenia y el Quindío que pier­den una industria insignia.

La Patria, Manizales, 31-I-1979.

Una institución vigilante

miércoles, 5 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Este 5 de noviembre, día tra­dicional de la Policía, es al mis­mo tiempo fecha importan­te para el país, que conmemo­ra la mayoría de edad de una de sus instituciones más represen­tativas. Ha sido la Policía Na­cional, a lo largo de 87 años de existencia, pilar fundamental de la seguridad del Estado y defensora vigilante de la tranquilidad ciudadana.

No en vano las instituciones se proyectan sobre la base de su experiencia hacia el cumplimiento de mejores programas, como ocurre, cada vez con mayor celo, con este organismo preocupado no solo por preve­nir el delito sino además por garantizar al ciudadano los derechos esenciales de la seguri­dad personal.

En un medio como el nuestro contaminado de descomposi­ción social y propenso a la distorsión de la personali­dad por el influjo de costumbres frívolas y dañinas, la sociedad debe prote­gerse contra el enemigo común que lo mismo deambula por la calle pública en permanen­te ofensiva contra la integri­dad del individuo, que se vis­te de personaje falso cara aten­tar contra la moral desde las casillas del erario.

Ese menudo agente de poli­cía que ya se nos ha hecho tan familiar y que vela, con sacri­ficios y riesgos no siempre justipreciados, por el bienestar de la comunidad, es amigo de la sociedad y una de las mayores garantías ciudadanas.

Bien está que celebremos con él esta efemérides y lo seña­lemos como símbolo del tra­bajo y el esfuerzo. Los altos mandos de la Policía pueden sentirse satisfechos por contribuir a mantener un país respetable, contra el querer de los estados antiso­ciales que luchan por implantar la anarquía.

El Consejo Superior de la Po­licía, al que me honro en pertenecer, presenta por mi conduc­to un cordial saludo al coro­nel Miguel Carrillo García, comandante de la Policía en el Quindío, y lo congratula por la excelente labor que ha realiza­do. El Consejo Superior es eslabón impor­tante entre la ciudadanía y la Policía al estar integrado por elementos representativos de distintas actividades. Son ellos:

Monseñor Libardo Ramírez Gómez, obispo de la Diócesis; teniente Rafael Parra Garzón; Humberto Sabogal Ospina, fiscal del Tribunal; Luis Fernando Palacio Gómez, secreta­rio de Gobierno departamen­tal; Óscar Jaramillo Jaramillo, industrial; Eduar­do Montoya Betancourt, secretario de Hacienda departa­mental; Guillermo Ángel Mejía, comerciante, y Gustavo Páez Escobar, en representación de la banca.

El país y la ciudadanía saben y valoran lo que represen­ta la Policía como vigilante de la paz.

La Patria, Manizales, 5-XI-1978.
Policía Quindío (editorial), Armenia, 5-XI-1978.

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