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Dignidad y servicio

sábado, 8 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Es un hecho meritorio el de la anti­güedad en el trabajo. Se dice que quien persevera llega lejos, lo cual es verdad, pero solo en par­te, porque de nada ser­virá hacernos viejos en una institución si no he­mos sabido aprovechar las sabidurías del diario vivir para forjar un des­tino digno y vivificante.

Cumplir etapas de servi­cios debe ser algo más que acumular años. Los años se pue­den poner unos detrás de otros sin que logren hacernos ni más importantes ni más experimen­tados. Una vida solo vale la pena cuando va orien­tada hacia nobles ideales y se cumple con la con­ciencia tranquila y el áni­mo dispuesto a superar obstáculos y conseguir realizaciones.

En este mundo propenso a la liviandad y tan engañado por los oropeles de una época sin demasiadas exi­gencias, ser hombres de bien no es fácil. Vencer la mediocridad y elevarnos a plano destacado; romper el cer­co de lo superficial para adquirir una personali­dad estructurada; no resignarnos con ve­getar sino alegrarnos con producir acciones fecundas, y en definitiva, ser útiles a la familia y a la so­ciedad, debe ser la verdadera meta del hombre.

Bien está que men­cione estos ingredientes como primordiales para el auténtico hombre de empresa. De nada val­drán ni los estudios pro­fundos, ni el brillo social, ni el bolsillo próspero, ni el talante personal, si se carece de ética y afán de servicio.

Re­clamo estas virtudes al llegar a mis 25 años de dedicación al Banco Po­pular. Lo hago con mo­destia y con la íntima satisfacción que depara el trabajo honesto, leal y combatiente. Ha sido dura la faena, pero vitalizante por haberla desarrollado con ánimo sereno y resuelto, lo mis­mo en la hora adversa que en la afortunada. La actividad bancaria exige temple y con­vicción para que sea valedera.

No es con vanidad que hablo en nombre propio. Es con la sana intención de hacer un acto de fe en la empresa. El momento es oportuno para invo­car los principios que gobiernan cualquier sociedad bien­hechora.

El Banco Popular sobre­sale por la probidad de sus funcio­narios y la rectitud de su labor, den­tro de una etapa compleja y sujeta a la agresividad de una competencia aguda. Con todo, se ha mantenido firme contra las desviaciones por haber apren­dido a desempeñarse en franca lid, con la ventaja de que la gente cree en él, en sus postulados y en sus directivos.

Si ha conocido los re­cios temporales, es para impulsarse más. El timón está en buenas manos, doctor Francisco Gaviria Rincón. Usted conoce los secretos del oficio. Hay confianza en usted y en su equipo de colaboradores.

Las cosas fáciles no son norma de vida. El significado de vivir está en el esfuerzo creador. Sólo en la lucha el hombre se forma y adquiere dimen­sión. El hombre es el mayor capital de la empresa. A él le rindo mi mejor tributo en esta ocasión. Humanizar la empresa es mirar por nosotros mismos. La má­quina es hábil para hacer números, pero torpe para tener sentimientos.

Satisfecho de co­ronar esta etapa de servicio, veo que la vida no ha pasado en balde. Ha ha­bido incluso tiempo para explayar el pensamiento, logro nada común en este ofi­cio dominado por las ci­fras y los sobresaltos. Es para mí enaltecedor, y lo proclamo con legítimo orgullo, haber ejercido el arte de la escritura en un medio que no es el más propicio para esta clase de afanes.

No todos entienden que sólo con disciplina es posible en­trelazar la literatura y las finanzas. Llegar a las páginas de los periódicos y ser autor de libros y de inquietudes intelectuales no es in­compatible con la dura labor bancaria si hay voluntad para salir del montón. Si este ejemplo de tenacidad sirve para mover otros entusiasmos, queda como motivo de reflexión. Serán los hijos los que más sabrán apreciar en el tiempo lo que valen la dignidad y el servicio.

Mensajero, Banco Popular, abril de 1980.

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