Inicio > Instituciones, Quindío > El Cuerpo de Bomberos

El Cuerpo de Bomberos

lunes, 10 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Nos hemos acostumbrado al Cuerpo de Bomberos como algo natural, que casi no se nota. Si no lo tuviéramos, lo estaríamos extrañando. Este voluntariado significa para las ciudades una defensa permanente contra riesgos comunes, como el fuego, el agua, los percances callejeros, y los extremos, como los terremotos, los envenenamientos masivos o las inundaciones.

El bombero es un vigilante que avizora los peligros y está listo para cualquier emergencia. Expone su vida por salvar la vida de los demás. Preparado para luchar contra las llamas, el humo, los gases y toda clase de imprevistos, su sentido de la solidaridad no lo detiene ante ningún obstáculo.

Hemos visto que gracias a su acción, por lo general intrépida, se salvan vidas y se recuperan propiedades aun en las condiciones más adversas. Es un ser sufrido e incluso ignorado. Las llamas, que nada respetan, devorarían una ciudad si no existieran medios y hombres idóneos para contrarrestarlas. Es el bombero un elemento valiente y disciplinado, forjado para el combate y dotado de gran sensibilidad social. Por eso, su actividad es un sacerdocio.

Es elemento cívico de primer orden. En es­tos días ha estado presente en dos actos dignos de aplauso. El primero, acompañando el desamparo del hijo del fundador de Armenia, muerto en completa pe­nuria económica y en lastimosa soledad. Sin amigos ni parientes, por poco se le entierra como un anónimo mendicante. Su padre, el legendario Tigrero, tumbó montaña y desafió contratiempos para plantar el case­río que después sería nuestra brillante ciudad; y su hijo por poco no encuentra sepultura.

Un decreto de la Alcaldía se acordó de él, cuando ya no lo necesitaba, y esto luego de haber sido rescatado su cadáver por el Cuerpo de Bomberos. Lo condujo a su última mo­rada entre sirenas y cortejos que bien se merecía, y en esto se tomó la vocería de Armenia para proclamar que el hijo de su fundador no podía desaparecer entre la indiferencia.

El segundo acto fue en el viejo cementerio, cuando impidió que los restos de don Vicente Giraldo se fueran a la fosa común por carecer de dolientes. ¿No  es Ar­menia la beneficiaría de la capacidad de este hombre emprendedor? La memoria de las ciudades es a veces despiadada. ¿Dónde, a propósito, hay un mármol digno de quien modeló una pujante ciudad? Menos mal que el Cuerpo de Bomberos llegó a tiempo para desviar el curso indigno de la ingratitud.

Nos acordamos de que la ciudad tiene defensas cuando oímos las sirenas vigilando las amenazas que se ciernen sobre la vida y los bienes. Pero la memoria falla respecto de quienes permanecen en vigilia las 24 horas del día esperando el llamado de socorro de la comunidad y expuestos a los rigores de este oficio arriesga­do.

La Patria, Manizales, 13-IX-1980.

Comentarios cerrados.