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El joven Getty

miércoles, 27 de abril de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Los despachos internacionales de noticias, especializados en el laconismo,  son fríos y deshumanizados en el estilo de transmitir los aconteceres del mundo. Su brevedad es cortante. El lenguaje, empero, es elocuente y tal parece ser la norma preconcebida por las agencias noticiosas que, sujetas al rigor de la velocidad, deben concentrarse en la novedad a secas, sin ropaje ni perifollos.

Al joven J. Paul Getty, que solo cuenta 17 años de vida, le ha correspondido el humillante privilegio de ocupar la primera página de la prensa mundial. Si no fuera nieto de uno de los hombres más ricos del mundo, su caso habría pasado ignorado. Aunque si no fuera por eso, tampoco habría despertado ningún interés y segura­mente sería un joven feliz. El vandalismo, la voracidad, no se saciaron reteniéndolo en la clandestinidad como apetecible rehén para pactar un valioso rescate, sino que le han cercenado la oreja derecha para apurar la negociación.

Ha resultado la oreja más costosa del mundo. El prepotente abuelo Getty acaba de pagar la fabulosa suma de tres millones de dólares, según reza el cable internacional, a secas. Produce escalofríos esta clase de sequedades. Detrás de la noticia escueta hay todo un mundo de infamia para la dignidad del hombre. El caso hace revivir las épocas de la tortura, del campo de concentración, no completamente dis­tantes y tampoco exterminadas por completo, pero bastante superadas.

Menos mal que Getty, el amo del dinero, comprendió en últimas que, incapaz la ley de garantizar la seguridad de su descendiente (marcado, en un destino que no parece envidiable, como Getty III), había llegado el momento de hablar, también a secas pero con la elocuencia de tres millones de dólares, cuya conversión a nuestra desnutrida moneda es mejor no intentarla para sentirnos menos apenados.

Meses atrás el abuelo Getty se había encarado a los extorsionistas con el rechazo abierto a pagar suma alguna. Su actitud se mostró firme, por lo menos en comienzo o en apariencia. Parecía repetirse, en terreno diferente, el tem­ple del general Moscardó cuando prefi­rió dejar pasar a su hijo por las armas antes que entregar el Alcázar de Tole­do. Moscardó cumplió su palabra. Las milicias rojas también su amenaza Y el Alcázar de Toledo es hoy monu­mento impresionante al valor de un hombre convencido de sus virtudes guerreras y de la grandeza de sus idea­les.

Getty, el abuelo, que no defiende ningún castillo sino su propio fabulo­so tesoro, es posible que pronto se des­dibuje, pues no es lo mismo resistir la arremetida del enemigo en acto he­roico, que pagar tres millones de dó­lares para que la cuchilla no continúe cercenando miembros y valorizando cada vez más el precio de la devolu­ción. Dice la noticia internacional (que es tan seca, pero que a veces deja cam­po para la imaginación) que este opu­lento rey de la moneda tiene una veintena de nietos.

El joven Getty III manifiesta que no permitirá la cirugía plástica porque de­sea conservar la cicatriz para recordar su suplicio. Es, la suya, más que muti­lación física, una cicatriz moral. Si se tratara de disimular un defecto exter­no, bastaría con organizar su melena de adolescente. La cirugía plástica no remienda las desgarraduras del alma con todos los millones del abuelo Getty.

La Patria, Manizales, 23-XII-1973.

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