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La remesa fúnebre

miércoles, 27 de abril de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Eso de descuartizar un hombre, suc­cionarle la sangre, empacarlo en bolsas plásticas como a los pollos congelados, acomodarlo en dos maletas y ponerlo a rodar hasta que el bus detiene la mar­cha en Cali, no sólo resulta macabro, sino que parece inverosímil. El caso, por más tétrico que sea, tiene un fon­do de chiflada comicidad.

La vida es una comedia. La historia parece una tragedia griega. Esquilo, o Sófocles, o Eurípides, hubieran montado un drama para ridiculi­zar, en nuestra época, tanto disparate de la humanidad, como en su tiempo lo hicieron con los aconteceres de su pueblo.

Detrás de esto que ha dado en lla­marse la «remesa fúnebre» hay un telón de burla. Y la burla se contrae con un rictus de risa y de tragedia. Fue primero la madre angustiada que reco­noció en los restos al hijo ausente, el calavera que se había perdido muchos años atrás. Pero el hijo descarriado, a la vista de su propia estampa publicada en los periódicos, debió cerciorarse pri­mero de que sus costillas estaban com­pletas y que aún mantenía puesta la cabeza sobre el tronco, para luego con­solar el llanto de su familia. Se presen­tó a las autoridades en carne y hueso y caminando por sus propios medios, para probar su supervivencia y acusar al muerto de ser un vil usurpador de derechos ajenos.

No ha sido bastante, para el pobre difunto, el haber recorrido media Co­lombia entre la incomodidad de una bodega, expuesto a los zangoloteos de un bus desaforado, sino que por segun­da vez vuelven a perturbar la tranquili­dad de su morada para verificar si coin­ciden sus huellas, y la mueca que aún le baila en el rostro desfigurado, con los rasgos de otro candidato a difunto que, como el anterior, pudo ser utiliza­do para escribir el mensaje que quiso enviarse a Cali con fines que, si no completamente claros, tampoco son indescifrables.

Pero, según reza la noti­cia, también en este intento el indefen­so cadáver regresa a su tumba como un simple suplantador, ya que en los Esta­dos Unidos «resucita» el mortal sospe­choso.

Tener semejanzas con momias sin dueño ni identificación no es nada agradable. Sigue, entre tanto, la incóg­nita. ¿Quién es el muerto? Lástima grande que Agatha Cristhie se nos haya vuelto tan vieja para que descubra el misterio. Para quienes creen en la reen­carnación, el ánima de esta remesa fúnebre ya está unida a otro ser y desde allí se burla de los investigadores que no han podido identificar la osamenta.

Habría un buen consejo para las es­posas con maridos parrandistas, de esos que acostumbran perderse duran­te varios días sin dejar huella. La sos­pecha, hecha pública, con la divulga­ción de la fotografía en los periódicos, seguramente logrará que su marido «resucite» en el acto y que, como los anteriores, demuestre su integridad.

Pero si en tres días no ha aparecido, permítame darle desde ahora mi más sentida condolencia –o mis parabie­nes, según sean sus circunstancias personales–, y no porque sea el hombre de la remesa fúnebre, sino porque hay maridos muy vivos que no resisten las bromas pesadas y prefieren que se les tenga por muertos.

La Patria, Manizales, 18-II-1974.

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