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Archivo para jueves, 15 de diciembre de 2011

Clínica Central del Quindío

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Gran suceso representa para la gente del Quindío el tener de ahora en adelante una moderna clínica concebida dentro de las mayores exi­gencias de la ciencia hospitalaria, a la altura de los centros más avanzados del país. La ambiciosa idea se hizo pensando en el futuro, sin escatimar esfuerzos para que la obra arquitectónica contribuyera al auge de una ciudad en florecimien­to, y para que el engranaje sanitario cumpliera los rigores de la moderna tecnología.

El pueblo quindiano contó duran­te largos años con el apoyo de la tra­dicional Clínica Central del Quindío, la cual, conforme pasaba el tiempo y la ciudad crecía, se quedaba estre­cha. No se trataba sólo de ampliar el centro de salud, sino sobre todo de modernizarlo. Tarea en extremo compleja tanto por los costos de la construcción como por el sentido de esfuerzo y liderazgo con que deben acometerse las obras de envergadu­ra, vocación a la que no siempre res­ponden los promotores del desarrollo local.

Surgieron, por fortuna, volunta­des decididas para llevar a cabo un proyecto sólido como el que hoy se vuelve realidad. Se necesitaban in­versionistas que tuvieran fe en la eje­cución del plan, y por encima de todo se requería un gran empeño gerencial para sacar adelante seme­jante reto. No se podía proceder con criterio estrecho –llamémoslo parroquial– cuando se trataba de lanzar una obra estructurada que resistiera el paso de muchos años.

El líder principal es Jaime More­no Espinosa, médico boyacense que llegó al Quindío en los propios albores de su profesión y aquí se quedó como un quindiano más. Vin­culado al servicio social dentro de sus postulados médicos, comprendió que servirle a la gente es también programar el futuro regional. Se puso al frente de la empresa y tra­bajó por ella con entrega y tesón, hasta que él y quienes lo han acom­pañado en la gigantesca labor ven hoy coronados sus propósitos.

Hay que celebrar esta noticia con la satisfacción que despiertan los anuncios de bienestar. Esto, en efec­to, debe ser una clínica: una aliada de la comunidad. Una clínica debe ser asequible a las posibilidades eco­nómicas de la gente, y no sólo una edificación suntuosa. Jaime More­no, sus socios y colabora­dores, que merecen público recono­cimiento por su aporte cívico, de­muestran con esta contribución que quieren a la ciudad.

La Crónica del Quindío, Armenia, 5-XI-1995.

 

 

 

 

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Carmen de la Fuente – Mensajera del amor y la tempestad

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

No conozco personalmente a la poetisa mejicana Carmen de la Puente, pero me unen a ella, desde mi Colombia distante, sus libros y sus cartas. Muy de veras lamenté no haberla saludado durante mi viaje a Méjico en 1988, cuando fui tras la huella de Germán Pardo García, para rematar, poco después, la obra que titulé Biografía de una angustia. En aquella oportunidad me vi, en el mundo intelectual –aparte del poeta del cosmos–, con su ángel tutelar, el colombiano Aristomeno Porras; con la poetisa Laura Victoria –mi ilustre paisana– y con el poeta ecuatoriano Henry Kronfle.

Conozco de vieja data la devoción de Carmen de la Fuente por la figura de Pardo García. Fue una de sus colaboradoras más cercanas en la revista Nivel, y ha sido pregonera de su trascendencia literaria. En sus cartas siempre hay alguna referencia hacia él. Con la siguiente dedicatoria acabo de recibir  uno de sus libros: «Para un hermano en el arte, Gustavo Páez Escobar, y con la luz estelar de Germán Pardo García».

Mi entrañable amiga colombiana que vive en Méjico hace 24 años, Diana López de Zumaya, me envió en mayo pasado el recorte del periódico Excelsior donde se registró el grandioso homenaje tributado a la poetisa de la Fuente con motivo de sus 80 años de vida. Todo esto pone de presente la cercanía cada vez más estrecha con que hoy llego, a través de este comentario, a su obra poética.

Ella nació para la poesía y respira con la poesía. Hizo del canto un alimento del espíritu. Buscó los paisajes exteriores para armonizar su mundo interior, el cual, a lo largo de su obra extensa y refinada, se ha recreado en los eternos temas amor, la nostalgia, la ternura, el combate, la soledad, el dolor y la alegría. Su palabra es enamorada.

También es elemento de lucha y protesta. La llama sedienta –título de uno de sus libros– que duerme en el fondo de su ser, la mantiene en constante combustión espiritual. El amor se confunde con el paisaje y la nutre de fuentes vitalizantes. Y exclama: ¡Estoy enamorada!, más que nunca amorosa, enardecida de una pasión tan honda que el corazón me nace rosas de lava y fuego… ¡Él llevará en su carne la rosa de mis besos! ¡Yo llevaré en mis venas la lumbre de su espada!

Andando el tiempo, ya en la edad de las evocaciones y las elegías, surge la presencia de la madre que le arrulló el alma y se evaporó como una lágrima silenciosa; y de la infancia que pierde en la lejanía; y de los rostros que no volverán; y de la casa sepultada en el derrumbe de los años; y del amigo que cayó en las horas del crepúsculo…

Esta poetisa testimonial, a quien le duele el desamparo del hombre y la patria desdichada, se vuelve tempestad cuando se trata de denunciar los problemas sociales. Entonces, su verbo huracanado desenmascara la injusticia, fustiga a los torturadores de la sociedad, clama por la suerte de los desheredados. Y lanza esta advertencia y esta voz de esperanza a los vientos de Méjico, que es lo mismo que esparcirlas por los pueblos de América, nuestra patria grande y vilipendiada: No lograréis parar a un pueblo que camina batallones del hambre, jornadas de suicidas, iremos uno a uno construyendo la casa de justicia para el hombre.

Carmen de la Fuente ha cumplido múltiples jornadas en la vida de Méjico y se ha caracterizado por su criterio libre y el temple de su carácter. Ha sido gran exponente de la cultura nacional y ha enriquecido, con su legado lírico y su presencia en los puestos de combate, el significado de un país con tantas raíces históricas y perturbado –como mi patria colombiana– por tanto conflicto social.

Habrá que decir que la poesía se hizo para dignificar la vida, embellecer la naturaleza y redimir a la humanidad de sus miserias. Nunca el hombre ha sido libre ni feliz, y siempre ha sufrido oprobios y soledades. El poeta aprende, por ventura, a volar sobre las adversidades propias y extrañas para que el planeta conserve la última esperanza de salvación.

Así lo ha entendido mi noble amiga mejicana, cuya poesía perdurará por los aires de América como semilla del amor y la tempestad, signos perennes  del hombre.

Bogotá, 12-X-1995

 

Sutil evocación

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Supe que a Miriam Ariza León, mi an­tigua compañera de la banca, la traían de urgencia a la capital del país, aquejada por sorpresiva y cruel enfermedad. Ella había sido mi mano derecha durante bue­na parte de mi gestión como gerente del Banco Popular en la ciudad de Armenia. La recuerdo, cuando llegué a la sucursal, como la sutil y hermosa oficinista, casi una niña, que llamaba la atención del público en su casilla de ahorros.

Al año siguiente se casó, y al poco tiem­po quedó viuda –y desencantada– en ple­na edad de la ilusión. Se tornó taciturna, y así se mantuvo durante un par de años. El destino le propinaba tan agudo revés cuando apenas comenzaba a vivir. Recu­perada del infortunio, se vio renacer en ella otra mujer. Era como si se hubiera producido un milagro. La niña tímida y pesarosa había madurado de la noche a la mañana. Se había vuelto a llenar de optimismo en la vida. Se volvió alegre y desenvuelta. El gris que le opacaba el alma lo cambió por el verde de la esperanza.

Ya para entonces había subido unas escalas en su incipiente carrera. Y cada vez demostraba mayor rendimiento y evi­dentes aptitudes para la vida bancaria. Tal vez sin darse cuenta ella misma, su firme voluntad de superación le hacía ga­nar, gracias a su eficiencia, dinamismo y don de gentes, un marcado liderazgo empresarial.

Así, luchando contra su frustración sentimental y resuelta a conquistar el futuro promisorio, llegó a la segunda posición de la oficina, rodeada del aprecio de sus compañeros y el agrado de la clientela.

Ahora, 12 años después de mi venida de Armenia, me avisaban de la nueva y absurda embestida del destino, cuando Miriam apenas acababa de retirarse del Banco Popular para gozar de la merecida etapa de la jubilación. Fui a visitarla aquí en Bogotá en su clínica del dolor, y esta vez, rodeada de cables y atacada de mortal padecimiento, se me ocurrió regresar a nuestros propios inicios en la oficina bancaria: ella, la silenciosa y agraciada adolescente que despertaba la admiración del público en su despacho de ahorros; y yo, el directivo que presenciaba, y por fortuna pude propiciar, su ascendente y brillante carrera.

Los designios insondables de Dios le descarga­ban incomprensible. golpe. Y ella, otra vez, mostraba valor en la hora final de la vida. Algo me hizo ver que nuestro barco, la entidad bancaria que habíamos manejado con buen pulso y afortunado éxito, estaba resquebrajado. Otro tripulante más desaparecía de la escena. Pero nos quedaba, para ella y para quienes un día nos embarcamos en esa travesía, la satisfacción del correcto desempeño y el regocijo de las concien­cias rectas.

Cuando con mi esposa deslizamos en su oído un recuerdo grato, ella, que ya no podía sonreír, sonrió. Esa sonrisa se quedó bailando un rato en su rostro decaído, y con esa expresión regresamos al pasado. Así es como hay que seguir recordando a Miriam: risueña y efusiva, como en sus buenos tiempos.

La Crónica del Quindío, Armenia, 15-X-1995.

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Hernando García Mejía

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Escritor polifacético: poeta, cuentista, novelista, ensayista, periodista, editor, antólogo. Su obra, conformada por unos veinte libros, si es que ya no los pasó, ha crecido en los últi­mos tiempos de mane­ra sorprendente. No sé cómo hace para repro­ducirse con la veloci­dad que registran sus perseverantes correos bibliográficos, que en el caso mío tocan en mi puerta con alborozada in­sistencia.

Y no es que ser prolífico en las letras sea, por sí solo, signo de calidad. Por el contrario, se corre el riesgo de la ligereza, la repetición o la infecundidad (esto, aunque suene extra­ño). En cuanto se relaciona con Hernando García Mejía, puede decirse que sus trabajos los perfila con dedicación admirable. Los piensa y repiensa antes de entregarlos al pú­blico. Como vive consagrado a la literatura, esto le permite producir más, pero también corregir con mayor esmero.

Es uno de los escritores más exigentes con el idioma y las reglas del bien decir, a la par que reflexivo en la creación artística y respetuoso con ese personaje oculto –por lo ge­neral ignorado y pisoteado– que es el lector.

Hace ya largos años me conocí con Hernando en la ciudad de Armenia. Ya su obra era representativa y mostraba el vigor de lo que se ejecuta no tanto con el ritmo de la emoción –que también es importante–, sino sobre todo con la firmeza y el regocijo de la convicción.

Cantor del amor y de la mujer, sus Inicia­les poemas líricos revelaban la fibra sensible del romántico que él ha sido por excelencia. En Los cuerpos enlazados –un opúsculo de­licioso– fluyen finas gotas de sensualidad que proclaman el eterno hechizo femenino. También era en aquellos días manifiesta su afición por la narrativa infantil, una vena creciente que a lo largo de los años le ha hecho estructurar una de las obras de este género no sólo más constantes sino mejor logradas en el país.

Profundo conocedor del alma del niño, forma con sus fábulas universos de fantasía donde la realidad se confunde con la magia de los sueños. Ha adquirido el raro poder de educar jugando. El mundo infantil, seducido por los personajes que vuelan por las novelas y cuentos ideados por este maestro de la fic­ción, se deja llevar de la mano por entre el en­jambre de aventuras, sorpresas, miedos cosquilleantes y suspensos encantados, a tiempo que el narrador desgrana las semillas que enseñan al pequeño lector a formar la mente y ennoblecer el alma. «Conduce bien a un niño y harás un hombre», dijo Kennedy.

Me surgen estas líneas al darle vuelta a la última página de la remesa recibida del ami­go: Cuentos de asombro y humor, Cuen­tos de hoy con espantos de ayer y Todo por el fútbol. El niño grande que es Hernando García Mejía ha aprendido con sus invencio­nes a mantener fresco el corazón y lubricada la existencia. Esto justifica, con creces, la razón de ser escritor.

Prensa Nueva Cultural, Ibagué, noviembre de 1995.
Dominical, El Colombiano, 28-I-1996.

Testamento lírico de Óscar Echeverri Mejía

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Nació predestinado para la poesía. Casi un niño, ya hacía sus primeros versos  furtivos. Lo descubre el intelectual Fabio Vásquez Botero, quien en carta  secreta al diario La Patria, de Manizales, anota: “Tiene un trino vacilante que denuncia al pichón, pero la idea –honda y purísima– revela que él es también de la ‘Real Casa de Madrid’. En la poesía está amaneciendo. De trucos y primores idiomáticos ignora lo mejor. Carece de información. Eso sí: su edad biológica lo absuelve del pecado: tiene 17 años”.

Y han corrido 60 años. Hoy, ya informado de los menesteres del sagrado oficio,  Óscar Echeverri Mejía es uno de los poetas grandes de Colombia. Lleva 22 libros publicados. Su obra es ejemplo de casticidad y galanura gramaticales. En sus co­lumnas de prensa ha batallado siempre por la pureza del idioma. Esto le hace conquistar, a los 38 años de edad, su ingreso a la Academia Colombiana de la Lengua, y sobre todo el respeto de sus colegas y la admiración de sus lectores.

A su descubridor literario es preciso reconocerle el don de la profecía. El pupilo se fue lejos y ya coronó los nimbos de la gloria. Tras una vida de total entrega al arte de los dioses, el adolescente de los 17 años, que ahora recrea la edad dorada en un predio campestre de Buga, ha demostrado asombrosa vitalidad entre surcos sentimentales y copiosas cosechas líricas. Su pasión por el campo se la transmitió su padre, un poeta y elemental –“a la manera del pájaro que canta sin recordarlo luego”–, quien le hirió el alma con las embriagueces de la naturaleza y lo incitó a ser cantor de montañas y paisajes.

El mundo cotidiano ha sido capturado por la honda sensibilidad de este viajero de encantados caminos; unas veces fueron las sendas de su tierra colombiana, y otra, las lejanas geografías a donde se desplazó con su valija diplomática y su maleta de ensueños. Con su Lección lírica de Colombia, que es un viaje emotivo por el alma de la patria, fue recibido con aplausos en la Academia Colombiana de la Lengua. Con España vertebrada, un canto a la tierra ajena que le dio albergue maternal y le ensanchó los horizon­tes poéticos, refrendó su amor por la historia y los pueblos.

Óscar Echeverri Mejía, de raza an­dariega, no fue hombre de residencia fija. Transitó muchos senderos y pro­bó muchos vinos. Nace en Ibagué, y a los tres meses se traslada a Pereira,  la que considera su cuna verdade­ra. Se moviliza por distintos lugares de Colombia. Como diplomático visita España, Méjico, Venezuela y Pana­má. Trotador de mundos y experien­cias diversas, en la edad del sosiego se afinca, con la piel curtida y el corazón lozano, en su parcela idílica de Aguasabrosa.

Analicemos el significado de esta morada: agua sabrosa. El agua ha sido para él obsesionante. El mar siempre lo ha seducido. En su alma resuenan, y lo abisman, las gaviotas, las caracolas, los oleajes, las barcas, los arrecifes, los cielos abiertos, con sus ecos de eternidad. Botella al mar se denomina su columna de prensa, y dos de sus libros reciben los nom­bres de Mar de fondo y Escrito en el agua.

Uno de sus poemas más her­mosos es el titulado El mar inmóvil de los Llanos, donde establece el símil entre las aguas embravecidas del océano y el embrujo de las llanuras. Allí sitúa al hombre con sus deslumbramientos, soledades y borras­cas interiores.

Este maestro de la palabra, artífice del soneto clásico y la metáfora de fina estirpe, y romántico por naturaleza, le ha cantado a todo. Su alma no tiene país, ni fronteras. Tal es el fin de la auténtica poesía. Su primer libro, Destino de la voz (1942), publicado a los 24 años de edad, sería premoni­torio de su vocación irrenunciable. Pudo haber sido hombre de negocios, pero prefirió serlo de versos. Su pa­rábola está escrita. Sin embargo, si­gue enhebrando emociones en su paraíso de Buga. Es un alma cau­dalosa como los ríos y los mares que se deslizan por su obra.

Severino Cardeñoso Álvarez, escri­tor y periodista español, rinde tributo al ilustre colombiano en espléndida edición de 400 páginas que recoge no sólo un gran volumen de la poesía de Óscar Echeverri Mejía, sino juicios críticos y valiosas referencias sobre su vida y sus libros. El homenajeado no conoce personalmente al editor, lo que representa un milagro dentro del mundo avaro de las publicacio­nes. Este hecho insólito, y desde luego envidiable, pone de relieve la valía de la obra. Con la grata sorpresa para el vate de que la tierra lejana a la que cantó en sus poemas, hoy retribuye su afecto. El libro es un testamento lírico. Pero el poeta resiste aún muchas travesías.

Boletín de la Academia Colombiana, Nos. 187-188, enero-junio de1995.
Revista Manizales, diciembre de 1995.
Dominical – La Tarde, Pereira, 11 de febrero de 1996.

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