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Archivo para jueves, 15 de diciembre de 2011

El ritmo de la emoción

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

(Palabras en el libro Al paso de los días)

Este libro intimista y melodioso que escribe Homero Villamil Peralta con ánimo evocador –Al paso de los días– se hizo para soñar y querer. Es un libro enamorado. He repasado su obra publicada y encuentro que el amor es la columna vertebral de toda su producción.

Incluso el titulado Hoy es día de cantarle a todo, siendo un himno social de batalla –en el que, al decir de Vicente Landínez Castro, «el verbo se hace látigo vengador y silbante»–, está inspirado por el amor. En él se pinta el Apocalipsis del mundo actual movido por el odio y las pasiones, para clamar por la armonía del planeta y la convivencia de los espíritus.

Este quinto libro que hoy ve la luz probará el aserto popular de que no hay quinto malo. Tiene la virtud de engrandecer lo elemental, y por eso en él se recrean los menudos sucesos que giran a los cuatro vientos por la vida del hombre.

Villamil Peralta no hace otra cosa que ennoblecer los sentimientos y hermosear la palabra. Es un sembrador de esperanzas, pero antes ha sido un encantador de cosechas. ¿Y qué es el poeta sino un hechicero, un mago, un curador de almas?

Este sacerdote del verbo iluminado se va por los senderos de la existencia y, cual otro samaritano, riega las semillas de la fraternidad humana. Da consuelo a los seres tristes, levanta a los caídos, ríe con las auroras y las almas puras. Posee el poder de la metamorfosis para volverse niño y adulto, hada y embeleso, rosa e ilusión. Explora y entiende los secretos del mundo y sobre todo el significado de los seres simples y los hechos triviales. El abuelo poeta se mete en el corazón de su nieta Heidi, de quien dice que no es un genio, y afirma: “Apenas una flor. O si acaso un suspiro. Cuando más un rumor».

Al paso de los días es un cofre de emociones. Los temas que toca están henchidos de calidez y dulzura. Villamil Peralta no sólo entiende la ternura como un requisito para ser humanos, sino que la lleva por dentro como una estirpe de su fibra creadora. Es la suya una refrescante actitud ante la vida, penetrada de deslumbramientos, conmociones y asombros. Sus emocionados cantos a las sencillas criaturas y las cosas tenues que dulcifican la existencia, y que ignoran los seres anodinos, son reveladores de su mundo interior, imbuido de música, paisajes y fantasías.

Sin el poeta, el orbe no existiría. Para no sucumbir en los despeñaderos de la ruindad espiritual, el hombre necesita elevar el alma hacia las estrellas. Para romper las ligaduras con la bestia, una maldición que pesa sobre la especie humana para obligarnos a ser racionales, debe ennoblecer los sentimientos. Para que la conciencia no sea tortuosa, hay que ponerle lumbre al corazón. Para que la mirada no sea opaca, hay que iluminar el panorama. Aquí es donde el poeta se justifica. Y donde Homero Villamil proclama su trono de sortilegios, que hemos de decantar al paso de los días para salvarnos de la desesperanza.

Todo en este libro, repito, está impregnado de amor. Y conduce al amor. Es una poesía vibrante, a veces con apariencia de prosa lírica, que enaltece los vínculos de la sangre cuando gira en torno de los seres queridos; o le canta a la comarca nativa representada en la radiante reina chiquinquireña y en las sensuales ollas de barro de Ráquira; o se desliza, llena de musicalidad, detrás del agua que se hace lluvia, manantial y río; o refunde su saudade en la Nochebuena que pasó y en el rostro desvanecido en la distancia; o declara, en fin, que no puede haber poesía sin amor.

Su vena lírica esparce, en ciertos trozos, filosóficas nostalgias. Oigamos esta reflexión sobre las estrellas de enero: Pienso que la vida es así: en el enero de todos los hombres, el mundo es claro y bello. Y hay estrellas que traen ilusiones. Pero llega la hora del invierno y todo se va volviendo lluvia. Lluvia de penas y recuerdos. De fantasías inconclusas. De las mañanas que hace rato murieron.

Además, descubro en el libro un recóndito tono de memorias manejado con la lira de la añoranza. Es lo que hacen los vates cuando quieren consentir sus sueños huidizos. Tal, por ejemplo, el caso de Gabriela Mistral en Páginas memorables; o de Pablo Neruda en Confieso que he vivido; o de Rafael Alberti en La arboleda perdida; o de Rosario Sansores en Rutas de emoción.

El ritmo del corazón, el de Homero Villamil Peralta, vibra en estas páginas como perenne canto a la vida.

Revista Cultura, N° 138, Tunja, diciembre de 1995

 

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Hechos culturales

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En mi reciente viaje al Quindío me encontré con algunos signos culturales que vale la pena resaltar. No conocía la biblioteca formada en la Sociedad de Mejoras Públicas para servicio de la co­munidad, y fui a visitarla. Lía Giraldo Soto, la directora, me puso en antecedentes del impulso que ha tenido la actividad cultural en los últimos años, lo mismo que del interés existente para acometer otros programas.

Grata impresión recibí con la colección de libros de autores quindianos que protege la Sociedad de Mejoras Públicas como patrimonio de la ciudad. Iniciativa que se debe al exalcalde César Hoyos Salazar, hoy consejero de Estado, cuyo paso por la administración municipal dejó honda huella.

Óscar Jaramillo García, director del Comité de Cafeteros, me hizo entrega del libro Husos, sellos y rodillos, que la en­tidad acaba de publicarle a Jesús Arango Cano. Magnífico que esto ocurra por cuen­ta de la entidad más comprometida con la región.

Cordial sugerencia: es preciso ree­ditar la obra indigenista de Jaime Buitrago Cardona, una gloria de las letras quindianas. Siendo Hernán Palacios Ja­ramillo presidente del Comité, dirigí la publicación de la novela Bajo la luna ne­gra, de Eduardo Arias Suárez, que per­manecía inédita hacía 50 años. Ojalá el rescate de otros libros valiosos, ya olvida­dos o desconocidos, sea inquietud permanente del Comité.

Quise hablar con el rector de la Uni­versidad del Quindío para observar el desarrollo de la institución y enterarme de sus planes, pero no fue posible llevar a cabo dicha entrevista. En mis épocas quindianas mantuve estrechos vínculos con el Alma Máter, sobre todo en las rectorías de Fabio Arias Vélez y Horacio Montoya, y conservo con mucho aprecio la moción con que me honró el Consejo Académico en el momento de mi partida.

Grandiosa obra la del Parque del Café. Se halla a la altura de los mejores parques del mundo. A Diego Arango Mora, realizador de la idea, le repito mi sorpresa y admiración. La cultura del café ha lo­grado el mayor monumento que pudiera levantársele.

La Crónica del Quindío, Armenia, 24-IX-1995

 

Una jornada en Macondo

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El fotógrafo alemán Hannes Wallrafen, de 44 años de edad, no cuenta en el libro de fotografías que acaba de publicar –con el patrocinio de Gavicafé y el sello editorial de Villegas Editores– cómo nació su pasión por la obra de Gabriel García Márquez. Sólo sabemos que como fotógrafo documental se lanzó en 1976 a recorrer el mundo, llevado por su arte y su imaginación, y que entre  1988 y 1991 realizó tres viajes a nuestro país que aprovechó para entender el clima mítico de los pueblos macondianos y plasmar escenas que pudieran traducir los pasajes que más lo habían impactado de los libros leídos.

Habrá que deducir que desde su lejana geografía se sentía seducido por el enjambre fantástico de mariposas amarillas en eterna proliferación; de seres increíbles con cola de cerdo; de mujeres huidizas en perfecta levitación; de buques fantasmas y soledades milenarias; de coroneles silenciados y patriarcas inmortales; de fijodalgos adúlteros y plebeyas pecadoras, en medio de la explosión de Úrsulas, Amarantas, Arcadios, Ferminas… y Buendías de múltiples generaciones.

Hannes le tomó la temperatura al ambiente caribeño después de entrar por las tierras sedientas de Aracataca, Ciénaga, Mompox, la Guajira y Cartagena, sitios ideales para seguir los duendes de la creación hechizada que buscaba desentrañar.

Bien sabía el fotógrafo que Macondo no era un pueblo sino una ficción. Una alegoría, un territorio onírico, y no un lugar geográfico sujeto a deformaciones y mentiras. Macondo era un estado del alma, y por consiguiente no se podía fotografiar con placas comunes y corrientes.  A la lente había que ponerle poesía y sor­tilegio para que captara la atmósfera alucinada. Y lo consiguió.

Cuando el novelista vio las imágenes fotográficas creyó hallarse ante una de las recónditas fantasías. Así describe su sorpresa: «Sufrí una rara con­moción cuando Hannes me las mostró, bajo el sopor de los calores de marzo, en una destartalada oficina de Cartagena de Indias. No encontré ninguna imagen igual a las que sustentan de algún modo mis novelas, y sin embargo, el clima poético era el mismo».

Al universo literario de Gabriel García Márquez le resultó, sin que él lo hubiera buscado ni presentido, un retratista de almas. Era lo que le faltaba al realismo mágico patentado en su obra. Quizá, ahora sí, se anime el escritor a permitir una versión de Cien años de soledad para el cine, aventura que no ha querido correr por la dificultad de que alguien, que no sea él mismo, sepa inter­pretar los personajes. Si un fotógrafo lo hace, también lo haría un experto director del arte cinematográfico.

Las espléndidas fotografías que pre­senta Hannes Wallrafen valen por sí so­las. Y compaginadas con textos de los libros, adquieren otra personalidad. Sea­mos precisos: se volvieron macondianas, es decir, intemporales.

La Crónica del Quindío, Bogotá, 12-XI-1995.
Prensa Nueva Cultural, Ibagué, octubre de 1995.

 

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Revista Manizales: 55 años de labor continua

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Si la revista no hubiera tenido un receso en el gobierno del general Rojas Pinilla al ordenársele a la Imprenta de Caldas que suspendiera su publicación, en octubre de 1995 –cuando cumple 55 años de fundada con la edición 653–  habría llegado al número 660. Hoy el ejemplar consta de 20 páginas, lo que daría, calculando un promedio de 16 páginas por emisión a lo largo de 55 años, un total de 10.000 páginas editadas.

No sólo se trata de un milagro de supervivencia sino de un fenómeno cultural. Imaginemos una colección contenida en 10.000 páginas de 23 por 34 cms., y hagamos cuenta del espacio que necesita una biblioteca para albergarla. No hay que pensar sólo en el papel que se ha consumido, que pesa toneladas, sino en el acervo de cultura que guardan estas hojas silenciosas.

Blanca Isaza, la fundadora, nacida en Abejorral en enero de 1898, llega a Manizales de tres años de edad. Cuarenta años después, ya consagrada poetisa, pone la primera piedra –o sea, la primera línea– en esta pirámide de papel. Por otros caminos arriba a la misma ciudad el con el tiempo también connotado poeta Juan Bautista Jaramillo Meza, nacido en Jericó en mayo de 1892.

Dos antioqueños andariegos que se habrán de encontrar para realizar una proeza. Muy jóvenes –ella de 18 años, y él de 24– se casan en agosto de 1916. Su sangre de poetas fertiliza las letras caldenses con una cascada de libros que les hacen conquistar sitios de honor en la literatura colombiana. En diciembre de 1951 son coronados poetas, el máximo trofeo del arte otorgado en aquellas calendas.

Blanca Isaza de Jaramillo dirige la ga­ceta hasta el día de su fallecimiento, ocurrido en septiembre de 1967. Al desaparecer la capitana, su esposo, el copiloto, se pone al frente de la nave y allí permanece también hasta el momento de su muerte, que tiene lugar en abril de 1978. Han corrido 38 años desde que se inició la publicación men­sual. Todo hace suponer que Manizales, la ciudad señera, se quedará sin su atalaya espiritual, la revista Manizales. Mas en forma inesperada, como otra sorpresa de la fecundidad del pensamiento, surge la tercera re­velación: Aída Jaramillo Isaza.

Nadie la conoce en el campo del pe­riodismo. Se sabe que es la hija ama­da, calurosa y coloquial en el ámbito hogareño, pero se ignoran sus artes de escritora. Tal vez es una vocación que se mantiene adormecida a la espera de la señal precisa. Por aquellos días re­sido yo en la ciudad de Armenia y ha caído en mis manos la página añeja de una revista local donde descubro a la futura directora vistiendo hábitos de monja como sor María de la Miseri­cordia, en compañía de sus padres y al lado de una publicidad que anun­cia: Poker – Costeña – Maltina, tres cervezas de Bavaria.

Desde luego, no me imagino a Aída Jaramillo el día de su toma de  hábitos (enero de 1955), en medio de un ambiente cervecero. Le remito la foto curiosa y ella me dice que algún día me hablará «sobre ese pasado ma­ravilloso que ocupó apenas dos años de mi vida». Cuando asume la direc­ción de Manizales, que parece le hu­biera llegado como herencia inex­cusable, alguien me cuenta que la anti­gua monja viene, desde años atrás, al frente de la Fundación Santa Ana, obra benemérita que hoy cumple 45 años de existencia. Se había retirado de la comunidad religiosa para desem­peñar como laica una productiva fun­ción social.

Hoy lleva 17 años como directora de la gaceta. No sólo ha sido la continua­dora eficaz de una labor admirable, sino que le ha inyectado a la publica­ción su propia personalidad. Sin ella, el empeño cultural de sus padres ha­bría fenecido. Dotada de fina sensibili­dad humana, que compagina con su fibra espiritual, en cada número expla­ya ideas avanzadas sobre los hechos sociales y el mundo cultural.

Los bre­ves y ágiles escritos con que encabeza las ediciones (y este juicio ha de herir su modestia proverbial) tienen el ca­rácter de editoriales de prensa grande. Ojalá alguna entidad caldense recogie­ra en libro, para gloria de las letras regionales, estos ensayos elaborados con rigor gramatical, firmeza y claridad intelectuales y bello estilo.

No he de privarme del agrado de expresar estas verdades, como tri­buto a los ilustres progenitores al co­ronar su revista 55 años de glorioso batallar. Parece que ellos continuaran vivos, y en realidad lo están, ya que la hija solícita rescata sus escritos en cada número, en asocio de las páginas selectas de otros autores. Para que ellos vivan, el alma de Aída anda suelta por los surcos de la edición.

La Patria, Manizales, 20-IX-1995.

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La borrosa imagen presidencial

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El presidente Samper no ha contado con la suerte de una imagen nítida. La aparición de los narcocasetes en los pro­pios momentos en que se pregonaba su triunfo electoral se convertiría en signo aciago para su administración. Y no ha logrado, a pesar de las acciones contun­dentes desplegadas contra el cartel de Cali, tener la credibilidad de los co­lombianos.

El rumor de que su campaña estuvo alimentada por los dineros del narcotráfi­co no ha cesado de caminar por el país como una sombra persistente.

Ya hemos oído los repetidos mensajes optimistas sobre la reducción a rejas de los principales jefes del cartel y la incau­tación de valiosos equipos y archivos que antes parecían impenetrables. Nadie ig­nora estos avances significativos dentro de la lucha contra la corrupción. Existen otros aciertos que también merecen aplau­so, y no pueden subestimarse la volun­tad y el esfuerzo del mandatario para ata­car, todavía sin esperanzas, el flagelo de la guerrilla.

A pesar de que el balance del primer año pueda resultar más positivo que negativo, la imagen presidencial continúa borrosa.

El cheque de los 40 millones aporta­dos por el cartel hace crecer la sombra de sospechas. Son detenidos el tesorero de la campaña y el exministro Fernando Botero, mientras el Presidente se lava las manos con el argumento de que los fon­dos del narcotráfico ingresaron con des­conocimiento suyo. Tal aseveración no convence a nadie.

El porvenir de la nación es incierto cuando no hay fe en la palabra de los gobernantes. Si en los días de la euforia electoral se ofreció que no habría más impuestos, y más tarde el ministro Perry presenta un proyecto de ley donde se pla­nean nuevos tributos disfrazados, hay derecho a desconfiar.

El candidato Samper ofreció que el Banco Popular no sería privatizado. Ya en el gobierno, el instituto se encuentra en venta como fórmula para arbitrar recursos con destino a su ambicioso Sal­to Social, idea que no logra progre­sar. Además, y dicho sea de paso, es in­audito que en este banco oficial no se haya dado solución al pliego de peticiones que ha debido comenzar a regir desde el mes de enero.

Es preciso, para salir del ambiente de incertidumbre que hoy se apodera de los colombianos y no deja avanzar al país, que exista claridad en los altos mandos del Estado. De lo contrario, seguiremos en las nebulosas.

La Crónica del Quindío, Armenia, 21-VIII-1995.