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Archivo para viernes, 16 de diciembre de 2011

Defensa de la heredad

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

He recibido de Beatriz y Antonio Caballero, hijos de Eduardo Caba­llero Calderón, esta vehemente carta a propósito de la mención que hice de la hacienda de Tipacoque en columna de es­te diario:

«Por su artículo publicado en El Especta­dor vemos que usted, como la pavimenta­ción de la carretera central del Norte, no ha pasado más allá de Soatá. Pues si lo hubiera hecho habría podido comprobar con sus propios ojos que la hacienda de Tipacoque no ‘amenaza ruina’, como asegura con ale­gre irresponsabilidad.

«Es verdad que no ha sido nada fácil, y sí muy costoso, protegerla de las depredacio­nes de los ‘promotores del progreso boyacense’ que, desde que en mala hora fue de­clarada Monumento Nacional, la han con­siderado como bien mostrenco, sin otro dueño que ellos mismos. Así, los párrocos corrieron las cercas del lote prestado para casa cural por los hermanos Caballero Calderón, y el ancho predio resultante se lo vendieron al departamento, el cual contribuyó al progreso local construyendo ahí un vasto mamotreto de piedra y cemento para un co­legio departamental que, en irónico home­naje a una de las víctimas del expolio, lleva el nombre de ‘Lucas Caballero Calderón’.

«Así, los alcaldes y los concejos munici­pales de Tipacoque no contentos con urba­nizar comercialmente los terrenos arbola­dos donados al pueblo para plazas y par­ques, reclaman la huerta que aún subsiste, con el argumento de que en el pueblo no hay plazas ni parques. Y no contentos con haber usufructuado gratuitamente –durante treinta años– instalaciones de la casa de la hacienda para un centro de salud municipal ‘provisional’, han querido incautarlas para poner en ellas un restaurante para camioneros.

«Y no contentos con haber recibido para el municipio los solares donde hoy se levan­tan la iglesia, la alcaldía, el juzgado, las ofici­nas de Telecom y el puesto de policía, han re­clamado repetidamente, aunque hasta aho­ra en vano, la expropiación definitiva del Monumento Nacional para convertirlo en un Palacio Municipal como Dios manda. Y así, también, los propios vecinos de Tipaco­que a diario se roban las tejas de las tapias para techar sus casas, porque entienden que un Monumento Nacional no es de sus due­ños, sino de todo el pueblo.

“Pero en fin, contra todos ellos hemos podido mantener intacto –aunque mutilado de sus terrenos aledaños– el casco de la casa de Tipacoque. Para que ahora venga usted, señor Páez, y otro ‘gran promotor del progreso boyacense’ como Carlos Eduardo Vargas Rubiano, a proponer públicamente, y como si fuera la cosa más natural del mun­do, que los descendientes y herederos de los Caballero Calderón ‘redimamos’ la vieja ca­sa familiar para levantar ‘una gran hostería’ que atraiga turistas.

«¿Qué es esto de ‘redimir’? ¿Dejar libre de hipoteca una cosa, como dice el dicciona­rio? ¿O ‘regalar’, como parece dar a entender usted? Sea serio, señor Páez. Si tanto anhe­lan ustedes grandes hosterías que promue­van el progreso turístico, rediman para ese fin la casona del señor Vargas Rubiano en Paipa, o la que según entiendo (sic) tiene us­ted en Soatá, en vez de proponer la reden­ción de bienes ajenos alegando falsamente una ‘ruina’ inexistente. Tal vez no atraigan turistas a admirar los paisajes, pero sin duda atraerán politiqueros a hacer campaña elec­toral. Y tal vez así pueda Boyacá volver a te­ner esos ‘líderes de verdadera dimensión nacional’ que usted echa de menos. Beatriz Caballero, Antonio Caballero».

RESPUESTA.– Pasando por encima de los términos airados de la comunicación, hay que aplaudir el sentimiento familiar que así defiende la heredad. El columnista sí ha pasado más allá de Soatá, desde luego, hasta Tipacoque: años atrás tuvo allí una amable entrevista con Eduardo Caballero Calde­rón.

Reconforta saber que la vieja casona, cuyo sostenimiento demanda gastos consi­derables, no sufre los destrozos que a simple vista se observan. Aunque sí: ustedes hablan de robos diarios de tejas por parte de los ve­cinos, de expoliaciones y depredaciones. «Redimir» no sólo significa dejar libre de hi­poteca una cosa, o regalar; el diccionario le da al término otras acepciones figuradas. En el mundo entero se instalan lugares de turis­mo en inmuebles históricos, sin irrespetar la tradición. En cuanto a la idea de montar una hostería en la hacienda de Tipacoque, como son ustedes los que mandan, queda descar­tada. La propuesta puede ser utópica, pero no por eso deja de ser seria.

El Espectador, Bogotá, 1-II-1998.

 

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Soatá con carretera

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Logra Soatá, tras un siglo de penalidades, tener carretera pavimentada. Los pocos kilómetros que faltaban desde la salida de Susacón, donde la obra –que ya estaba a punto de llegar a mi pueblo olvidado– se paralizó por largo tiempo, al fin fueron conclui­dos. Desesperante y monstruosa esta in­diferencia con una de las carreteras vita­les para el progreso del país –la que va de Bogotá a Cúcuta–, que el presidente Re­yes impulsó a comienzos del siglo hasta Santa Rosa de Viterbo. Y allí se quedó dormida por una eternidad.

Contra esa eternidad, o sea, contra la apabullante incuria oficial, no se cansó de protestar Eduardo Caballero Calde­rón. Al caballero de Tipacoque lo leían, claro está, los presidentes y los ministros del ramo, pero no le hacían caso. Y lo de­jaron morir sin que la carretera llegara hasta su pueblo.

Detenido hoy el milagro en Soatá –noticia que merece destacarse con letras de periódico como tributo a las sinfonías inconclusas que gastan cien años en su ejecución–, habrá que pre­guntarnos cuántos años más se gastarán para realizar los 13 kilómetros que sepa­ran a Soatá de Tipacoque.

No hagamos cuentas alegres respec­to al avance de la vía hasta Capitanejo, y mucho menos hasta Cúcuta, porque pa­ra estos propósitos se requieren volunta­des progresistas y patrióticas (tan escasas en nuestros días) como la del presidente boyacense Rafael Reyes, que tantas obras públicas construyó en el país. ¿Cuándo Boyacá volverá a tener líderes de verdadera dimensión nacional?

He celebrado con Carlos Eduardo Vargas Rubiano, hoy el mayor promotor del progreso boyacense, la buena nueva de esta carretera eterna. Me comenta él que ojalá los descendientes de Caballero Calderón rediman la legendaria hacien­da de Tipacoque, erigida como Monu­mento Nacional en el gobierno de Carlos Lleras Restrepo, y que hoy amenaza rui­na, para levantar una gran hostería que atraiga turistas hacia aquellas tierras de maravillosos paisajes. Excelente idea.

El norte de Boyacá recibe algún alivio con la conversión de sus viejos caminos en vías pavimentadas. Esto es halagüeño, pero no suficiente. La pauperización que allí se vive a causa de la esterilidad de las tierras, de la falta de industria y de los es­casos medios de subsistencia, ha creado, tras largos años de orfandad causada por los gobiernos, un dramático estado social que reclama urgente atención. Los grupos guerrilleros, que cada vez pene­tran más en aquellos contornos, desdi­bujan el sosiego pastoril de otras épocas y agravan la miseria.

De todas maneras es preciso aplaudir la llegada de la carretera a la Ciudad del Dátil. No hay mal que dure cien años.

El Espectador, Bogotá, 19-I-1998.

 

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Revista Consigna

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Consigna, fundada en 1976, toma nuevo brío al regreso de su director, Jorge Mario Eastman, de la embajada de Chile. La revista, que fue en sus comienzos un medio de comunicación de tinte partidis­ta, ha estado dirigida en sus diversas eta­pas por las siguientes figuras de la vida nacional: Jorge Mario Eastman, Carlos Lemos Simmons, César Gaviria Trujillo, Hernando Reyes Duarte, Darío Ortiz Vidales y Jaime Mejía Duque.

Hoy, sin abandonar sus ideologías políticas, la revista ha adquirido mayor carácter cultural y académico. El núme­ro que circula, correspondiente al último trimestre del año, contiene novedosos temas sobre diversos asuntos sociales, económicos y culturales que revisten es­pecial interés.

Jacques Attali, autor del best seller Milenio y uno de los escritores más sobresalientes de Francia, analiza en brillan­te ensayo la evolución que tendrá el mun­do en el próximo siglo. Cuando la supre­macía de Estados Unidos tiende a debili­tarse, surge la pregunta que presenta Attali: es saber dónde estará mañana el «cora­zón» del mundo. Se ve llegar el momento de grandes hallazgos que opacarán el pre­dominio norteamericano, con liderazgos marcados desde ahora en algunas po­tencias (las potencias del futuro) como Japón.

Este número de Consigna recoge una página del expresidente César Gaviria Trujillo sobre la apertura econó­mica –la bandera estratégica de su gobier­no–, política que en reciente ocasión fue controvertida por el expresidente López Michelsen. Documentos ambos que, por la vastedad de ls tesis y la respetabili­dad de los autores, merecen alta consi­deración.

El ingreso de Fernando Hinestrosa Forero, rector de la Universidad Externado de Colombia, como miembro correspon­diente de la Academia de la Lengua, lo impulsó a escribir un ensayo genial en torno al mal manejo de la lengua españo­la en nuestro país. Una parte del discur­so se refiere, con énfasis y con gracia, a los desaciertos idiomáticos de los propios abogados, gremio del que es figura des­tacada el exponente.

La semblanza que hace el expresidente López Michelsen sobre Misael Pastrana Borrero, uno de los ilustres fallecidos del año, reconoce la significación histórica de uno de los colombianos más batalladores y pensantes del presente si­glo.

Otto Morales Benítez, Darío Ortiz Vidales y Jorge Mario Eastman evocan la personalidad del maestro Echandía en el centenario de su nacimiento. Rubén Sán­chez David enfoca el tema de la gobernabilidad y la participación social. En fin, todo el material de Consigna, en su edi­ción navideña, invita al análisis y la re­flexión.

La Crónica del Quindío, Armenia, 15-I-1998.

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Ritornello

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Buen suceso el de este libro de poesía de Roberto Pacheco Osorio que lleva por título Ritornello. ¿Por qué Ritornello?’, se pregunta Enrique Medina Flórez, autor del prólogo y secretario perpetuo de la Academia Boyacense de Historia: «¿Es algo que retorna? ¿Es algo que retiñe como un caracol de luz? ¿Es algo que viene del modo itálico o de las modas y madonas florentinas? ¿Habla de un Renacimiento? ¡Múltiple significación; sagrada polifonía del arte!».

El autor de la obra, asesor laboral de empresas, se retira de la profesión a los 75 años de edad y recibe una hoja de laurel con este su primer libro,que sin embargo ha escrito a lo largo de su existencia, en los entreactos de su actividad de abogado y en sus recorridos por la patria y por la geografía universal. Ya en el ocaso de la vida se gradúa de poeta, con lo que demuestra, de paso, que el arte no tiene edad.

Su esposa, Merceditas Medina de Pacheco, escritora y académica, con quien Roberto ha cumplido la parábola del amor ideal, y con quien además ha acariciado múltiples emociones en sus travesías por diversos países, ha sido la guardiana de este tesoro que hoy, ella misma y tal vez sin el consentimiento de su esposo, divulga en las páginas del libro.

Si el destino de la poesía es permanecer en el universo, mover sentimientos e irradiar belleza, esta obra oculta, forjada bajo el fuego silencioso del amor conyugal, realiza su cometido cuando llega al público.

Leyendo el libro, se encuentra uno con el hallazgo de una poesía cincelada con los rigores del orfebre, donde todo está medido, meditado, elaborado. Las palabras son exactas y las imágenes, fascinantes. El manejo de las metáforas, que relucen como piedras preciosas, ha sido, quizá, el mayor afán del poeta. Se sale él de los lugares  comunes para crear el aleteo invisible de las hadas, en copiosa lluvia de estrellas, que cautiva el sentimiento. Si el poeta no es un enajenado –acaso un ser extraterrestre– no logrará pulsar los misterios del alma.

Ritornello es verdadera poesía. No es el viaje del regreso, como pudiera pensarse, sino la introspección, la mirada al universo del poeta, alimentado con el torrente de placeres estéticos que lo han llevado a vislumbrar paisajes y recrearse con sus desasosiegos espirituales. Es, también, el testimonio, la afirmación de sí mismo, que sirve para que otros, en el decurso del tiempo, reciban y entiendan el mensaje de esta vida consagrada al arte. Aquí hay reminiscencia, amor, peregrinaje, luz. No hay   sombras, ni laberintos, ni abismos, porque para el autor todo es armonía y diafanidad.

Bien lo advierte el poeta al comienzo del libro: «La poesía es un acto de amor». Y siéndolo, Roberto refrenda en sus poemas que el amor no puede ser borrascoso, sino meridiano. El amor es vida y sueño y canto. Esta obra es un himno al amor.

Revista Manizales, N° 681, febrero de 1998.

* * *

A  TI,   MERCEDES,

INSPIRADORA  DEL CANTO

Gota amarga, salobre.

 Sino y destino.

Eterna muerte sin paz,  sin alegría,

     sin esperanza.

Estaba solo.

De pronto,  la montaña fue fresca

y me entregó su entraña de musgo.

Surgieron arroyuelos.

La piedra se hizo viva

y el aire transparente.

Habías nacido tú en las nubes,

en el viento,

en el grito de los montes,

en la abscóndita selva,

   y en mi tierno corazón de niño.

Te sigo amando.

Roberto Pacheco Osorio

Junio de 1978

 

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Fabio Arias Vélez

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Su espíritu cívico por el progreso de Armenia, ciudad donde vivió la mayor parte de su vida, fue su virtud sobresaliente. Sin embargo, no era oriundo de esta ciudad, sino de Neira, en el departamento de Caldas. Concluida su carrera de ingeniero en la Universidad del Cauca, se radicó por algún tiempo en Manizales y más tarde se trasladó a Armenia, que se convertiría en su cuna adoptiva.

Fabio Arias Vélez no nació en el Quindío, pero se ganó el aprecio de la gente y el título de quindiano por su estrecha vinculación a la región y sobre todo por el cúmulo de obras de beneficio público que realizó a lo largo de su existencia. «No con quien naces, sino con quien paces», dice un sabio refrán español. Hasta tal punto llegó su compromiso con la tierra quindiana, que pocos sabían que era caldense.

En dos ocasiones fue rector de la Universidad del Quindío y en ambas dejó huellas de su capacidad ad­ministrativa. Una y otra vez le tocó recibir la institución en condiciones precarias. Era un mago para conse­guir recursos y solucionar los déficits presupuestales. Como gerente que fui del Banco Popular en aquellas ocasio­nes sé del enorme esfuerzo y de los ostensibles resultados que caracteri­zaron sus administraciones.

En la última de ellas tuvo que afrontar una desastrosa crisis econó­mica, y en poco tiempo logró las fórmulas maestras para salir de la encrucijada. No sólo enderezó las ci­fras sino que proyectó la entidad por derroteros seguros. No me cabe duda de que Fabio fue uno de los motores fundamentales del avance y la estabi­lidad del centro docente.

Como presidente de la Sociedad de Mejores Públicas, que ejerció por lar­gos años, desarrolló formidables rea­lizaciones.

Los parques y las avenidas, la cara más visible de toda ciudad, tuvieron –y siguen teniendo hoy, gra­cias a la semilla bien sem­brada– la lozanía y encanto que son tan admi­rados en la Ciudad Mila­gro. Hoy las distinguidas damas que conforman el cuadro laborioso de la be­nemérita institución lloran la partida de uno de los grandes promotores del ornato y el desarrollo de la ciudad.

Le correspondió ser el primer alcalde de Ar­menia por elección popular. En alguna forma siem­pre lo había sido: era el alcalde cívico que impulsa­ba la conciencia colectiva con hechos evidentes. La Sociedad de Mejoras Públicas es en Armenia, como en pocas ciudades, la gran coadministradora del progreso local, y está comprometida no sólo con las obras ma­teriales sino con la vida cultural. Ese impulso se lo imprimió Fabio, y a él también se debe la cons­trucción de la magnífica sede de la entidad.

Isabela y sus hijos pueden tener la certeza, en esta hora de dolor que todos compartimos, de que no en balde se ha cumplido este apostolado social. Ha muerto un ilustre benefac­tor de Armenia. Su nom­bre queda escrito con gra­titud, para recuerdo de las futuras generaciones, en la memoria de la gente.

La Crónica del Quindío, Armenia, 15-XI-1997.
El Espectador, Bogotá, 16-XI-1997.