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Archivo para viernes, 16 de diciembre de 2011

La voz del siquiatra

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Entre los libros publicados por el Co­mité de Cafeteros del Quindío con motivo de sus 30 años de vida, y que he tenido la oportunidad de leer por amable envío que me ha hecho la entidad, se encuentra el titulado Reflexionar, crecer y compartir, del médico siquiatra Roberto Estefan Chehab.

Su autor, que en forma ocasional llegó hace pocos años al Quindío, aquí se que­dó. Ostenta un sólido recorrido en el cam­po de la siquiatría, como médico, profesor universitario, miembro de varias asocia­ciones médicas y autor de columnas es­pecializadas en periódicos y revistas. Se nota en él una constante actividad tanto en su ejercicio profesional como en el aná­lisis de sus ideas sobre el poder de la men­te.

Mantiene una columna fija en el pe­riódico La Crónica, que leo con frecuen­cia. Desde que comencé a enterarme de su contenido, me interesaron sus tesis. Yo no sabía, en los inicios de esas lectu­ras, que Estefan fuera siquiatra y lo suponía, más bien, un escritor de reciente aparición en la tierra cafetera.

Al descubrir su profesión, me ha sor­prendido que un especialis­ta en siquiatría, a quien se supone a todo momento al frente de su consultorio, dis­ponga de tiempo y sobre todo de disposi­ción para exponer en su columna de prensa las tesis que con tanta propiedad trata en su espacio de La Crónica.

Tenemos, entonces, que el personaje posee dos profesiones casi reñidas: la de médico y la de escritor. Caso admirable.

La última actividad queda refrendada con el libro que aquí comento. No se trata de la simple recolección de variadas notas de prensa, sino que ellas estructuran una obra coherente sobre la infinidad de problemas siquiátricos y morales que agobian al hombre contemporáneo. Sin duda, el trato permanente con quienes acuden a su consultorio le ha permitido, con las dotes del escritor, trasladar al pa­pel el escenario que vive en la intimidad de las consultas y en el ámbito de la cáte­dra universitaria.

En su libro aprecio una nota destacada: la afirmación de los valores, tanto los del espíritu como los de la ética y la moral. Es una obra de aliento y orientación. Aun sin conocer al autor, puedo ase­gurar que él posee la necesaria fuerza espiritual para transmitir consistencia a sus ideas. Si no fuera así, sus tesis serían frá­giles o rebuscadas. Por el contrario, ellas aparecen firmes, nítidas, convencidas. Y además, transmisoras de un sano men­saje llamado a perdurar.

Su libro se lee con agrado y provecho Yo, que un día pasé por la comarca  quindiana y también me comprometí con su gente y su cultura, celebro que una persona nue­va e inesperada, como el doctor Estefan Chehab, haga obra en provecho de la región. Esto es positivo y merece franca ponderación.

La Crónica del Quindío, Armenia, 4-XI-1997

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Indolencia con los pensionados

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La ley 100 de 1993 dejó algunos va­cíos que se prestan para injusticias. Tal el caso del artículo 143, que establece para los pensionados con anterioridad al  primero de enero de 1994 un «reajuste mensual equivalente a la eleva­ción en la cotización para salud». Y al mismo tiempo dispone que la cotización para salud (que hoy es del 12%) sea en su totalidad a cargo del pensionado.

Este sistema no ofrece dificultad cuando la pensión la paga directamente la empresa, es decir, antes de que opere la fi­gura de la compartibilidad y en tal virtud se decrete la pensión de vejez que entra a atender el Seguro Social al cumplirse la edad reglamentaria, pensión que puede llegar hasta el 90% de la cifra total. La em­presa, antes del reparto de la prestación en dos pagadurías (Seguro Social y em­presa), ajustaba la mesada en la forma or­denada por la ley, y al mismo tiempo de­ducía el 12%, lo que equivalía a que el verdadero porcentaje que pagaba el tra­bajador para salud fuera de 2,33%.

¿Qué ocurre, o puede ocurrir, cuando el Seguro Social se hace cargo del 90% de la pensión? Que sobre ella, que es casi to­da la mesada, le deduce al beneficiario la totalidad de la cotización para salud (el 12%). Desde luego, en este caso el patro­no debe seguir haciendo el incremento sobre toda la pensión (dividida ahora en dos pagadurías), y no sólo sobre la suma que le quedó de remanente, que es una mínima parte.

Cuando se procede en perjuicio del antiguo trabajador –y hay empresas que lo hacen por estrechez de criterio o por falta de equidad– se está burlando el espí­ritu de la ley. Sería utópico pensar que por efecto de la compartibilidad deba el pensionado (que cotizó toda una vida para salud) recibir, cuando más méritos ha acumulado, el considerable perjuicio que se derivaría de una errada interpre­tación de la ley.

¿Acaso sería justo que la mesada que antes contribuía con el 2,33% para dicho renglón se disminuyera con el 12% al asumirla el Seguro Social? Este es un por­centaje excedido, que no lo pagan los trabajadores en servicio activo (cuya cotización corresponde a la tercera parte de la tabla, o sea, el 4%).

El Ministerio de Trabajo, en con­cepto que tengo a la vista, señala que «los pensionados con anterioridad al primero de enero de 1994 no deben sufrir disminu­ción alguna en sus mesadas como conse­cuencia de la cotización en salud». Esto está claro. Es de elemental sentido co­mún. Sin embargo, no todas las empre­sas entienden, o practican, ese principio de justicia.

Es necesario que la propia ley busque mecanismos operantes para evi­tar las evasivas de las empresas. Así, ade­más, se protege a la llamada tercera edad –la cenicienta triste de todos los Gobier­nos–, cuya causa abandera ahora el Banco Central Hipotecario en cabeza de su líder, animada de una gran sensibilidad social, la doctora María José García.

El Espectador, Bogotá, 8-XI-1997.
Avancemos –Asociación de Pensionados del Banco Popular–, diciembre de 1997

* * *

Comentarios:

A propósito del injusto des­cuento del 12% que se hace a los pensionados para atender el ramo de la salud, a que se re­fiere mi comentario reciente en El Espectador, me permito transcribir la siguiente comu­nicación recibida del senador Alfonso Angarita Baracaldo: «Con relación a su inquietud permítame comunicarle que una de mis preocupaciones es exactamente la de lograr que el 12% con el que hoy contri­buye el pensionado para salud no se siga descontando de las menguadas mesadas pensionales que reciben. Con el apo­yo de ustedes lograré que esto se constituya en una realidad». GPE (El Espectador, 14-XI-1997)

En Cartas de los Lectores, de El Espectador, el señor Gustavo Páez Escobar transcribe apar­tes del comunicado del sena­dor Angarita en el cual mani­fiesta que una de sus preocu­paciones es la de lograr que el 12% que se descuenta mensualmente a las mesadas de los pensionados con destino a la salud, no se siga cobrando: «Con el apoyo de ustedes –di­ce– lograré que esto se con­vierta en realidad». Lástima que tanta belleza no fuera ver­dad, como sucedió con el proyecto de ley de nivelación pensional prometido por él durante tantos años y nunca cumplido. ¿Cómo vamos a creer que ahora sí logrará la supresión de este gravamen oneroso con destino a la sa­lud, si ya no quedan ni trazas de credibilidad? Álvaro Duarte Gutiérrez, Bogotá (El Espectador, 1-XII-1997)

En comunicación dirigida al columnista don Gustavo Páez Escobar se indica:

Ante el gran drama de los pensionados de Colombia, bien definidos por usted co­mo «la cenicienta triste de to­dos los Gobiernos», un hálito de consuelo y esperanza reci­ben los eméritos, cuando pe­riodistas llenos de sensibili­dad social, como usted, com­parten y exteriorizan el recla­mo y la protesta por el trato inhumano y discriminatorio que en este país del Sagrado Corazón sufre el gremio más necesitado e inerme, sin tener en cuenta que es el que con mayores merecimientos re­quiere de protección y grati­tud por haber entregado los mejores años de su capacidad laboral al servicio de la patria y de la sociedad. Su acertado artículo Indolencia con los pensionados, escrito, como todo lo suyo, con ese agrada­ble estilo que sus perseveran­tes lectores disfrutamos, refle­ja las consecuencias de una de tantas normas y reglamenta­ciones absurdas, inclusive de caprichosa interpretación, siempre en favor de las entida­des patronales. Tan interesan­te escrito suyo merece la grati­tud de los pensionados que esperan que su aporte, como periodista destacado, conti­núe favoreciendo la obten­ción de propósitos y el reco­nocimiento de justicia hacia los pensionados.

Enrique Caycedo Tello, Carlos Felipe Franco Niño, Asociación de Pensionados del Banco Central Hipotecario, Bogotá (El Espectador, 10-XII-1997)

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Echandía en Armenia

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En los cien años del nacimiento del maestro Darío Echandía, conmemorados este 13 de octubre, el país ha recordado al jurista, al político, al filósofo, al hombre de Estado. Se han mencionado sus grandes ejecutorias en buena parte de los sucesos nacionales de este siglo, como jefe político, catedrático, parlamentario, ministro, embajador, designado, encargado de la Presidencia de la República.

Hay una faceta, sin embargo, que poco se cita: la de banquero. Etapa atípica en su vida, y tal vez por esa razón se pasa por alto y no se le concede la importancia que tiene. Echandía, que pasó su adolescencia en las fincas cafeteras de su padre, vendría, a sus 30 años de edad, a ocupar la gerencia de un banco agrícola en la ciudad de Armenia. Se trataba del Banco Agrícola Hipotecario, del que nacería más tarde el Banco Central Hipotecario.

Corría el año de 1927 cuando ingresó a la banca –la banca rudimentaria de aquellos tiempos–, y allí permanecería hasta 1931. Estos cuatro años de actividad bancaria en tierra provinciana de hondo espíritu cafetero –como era la suya– y en estrecho poblado que todavía no hacía presentir las dimensiones de la Armenia actual, significaban para él una compenetración entrañable con su propia esencia campesina. El sencillo hijo de Chaparral, que había crecido entre cafetales, volvía a ellos con sólo traspasar los linderos inmediatos de su Tolima grande.

Recién graduado de abogado fue juez en Ambalema, pequeño municipio tolimense donde trabajó gratis por espacio de un año, ya que las precarias condiciones presupuestales no permitían mantenerlo en la nómina ni pagarle los útiles de escritorio. Tal vez fue entonces cuando le nació la célebre frase: «¿El poder para qué?» Lo importante era la práctica profesional. De allí se trasladaría años después al Quindío, pero ya con sueldo y con dinero en las arcas institucionales para prestarles a los labradores de las tierras cafeteras, de donde él provenía.

En Armenia, donde también fue abogado litigante, se inició en la vida política,  dato que no suministran sus biógrafos. En efecto, fue concejal y presidente de la corporación. En tal carácter adelantó la transformación de los precarios servicios públicos de esa época. Por aquellos días se fundaba el Cementerio Libre de Circasia, idea revolucionaria que contó con su apoyo y con su vibrante voz de caudillo liberal (que ya lo era) en el ámbito del Quindío.

Y de allí pasaría a la Asamblea de Caldas, de donde daría el salto grande al  Senado de la República, como suplente de Fabio Lozano Torrijos, su paisano tolimense. Lo que sigue, todo el mundo lo sabe. Lo que se ignora es que un día fue banquero y político en la ciudad de Armenia.

La Crónica del Quindío, Armenia, 16-X-1997.

 

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¡Sálvanos, señor don Quijote!

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Poco les dirá a los colombianos, tan hundidos en otros menesteres, que este 9 de octubre celebra el mundo los 450 años del nacimiento de Cervantes. ¿Quién será ese señor?, se preguntarán los jóvenes de la llamada generación X, generación iconoclasta e indesci­frable que por sus hábitos y su manera de pensar (o de no pensar) ha roto con los nexos del pasado y no está dispuesta a aceptar los ídolos que pretenden incul­carles los mayores.

Esta generación, con todo, es la que mandará en el siglo que se avecina. Esta gene­ración es la que pondrá los gobernantes, los políticos y los delincuentes de una nueva sociedad –marcada por el proceso 8.000, pero dueña de sus propias decisio­nes y libre de ataduras con nada ni con nadie– que emerge entre las veleidades de esta época frívola y violenta –¡qué paradoja!– y los avances impredecibles de la ciencia. Ciencia desconcertante que ya nos tiene delineado el mundo nuevo, espectacular y revolucionario, que en na­da habrá de parecerse a los 20 siglos pre­cedentes.

Se me antoja pensar que en el siglo XXI no ca­brá don Quijote. Además ya fue desterrado de los tiempos actuales, y por eso suena a utopía querer dárselo de ejemplo a una generación que ignora la mística caballeresca, los molinos de vien­to y las castas Dulcineas. El caballero an­dante, que sólo conocía el paso calmoso de su taciturno rocín, fracasaría hoy –para qué dudarlo– entre el estrépito de la ciencia y de las naves espaciales, los arrebatos del sexo y los embrutecimientos de la droga.

Los políticos, ante el discurso de las armas y las letras, si tuvieran paciencia de leerlo, se preguntarían: ¿Quién es ese se­ñor que pretende enseñarnos lecciones de gobernabilidad cuando aquí tenemos nuestros propios Mogollones y dictamos nuestras propias leyes? Los violentos, an­te las palabras del iluso señor cuando dice que «las armas requieren espíritu como las letras», se mofarían de él y pondrían a funcionar sus fusilerías. Ellos están muy distantes de saber que el personaje que así peroraba, a quien han oído mencionar como un loco de viento era un guerrero intelec­tual, no un guerrillero asesino.

Por eso te digo, noble caballero de la triste figura: no se te ocurra asomar tus ilustres barbas por este mundo nuestro, deshumanizado y atroz, tan diferente del que forjaste por los anchos caminos de La Mancha, porque aumentarían tus tristezas. Duerme en tu paz solariega y no salgas nunca de allí porque se te enfriaría el alma.

Sin embargo, te digo que tu mensaje ha calado hasta los huesos a quienes en verdad lo leímos y asimilamos. El quijotismo, que es una religión, una norma del buen vivir y del dulce soñar, nunca morirá.

El Espectador, Bogotá, 11-X-1997.

Celajes contra el azar

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Bernardo Pareja, hijo de uno de los fun­dadores de Quimbaya, donde nació en 1918, ve transcurrir sus días del atarde­cer en un predio cafetero cercano a dicha población. En época lejana ejerció la polí­tica y fue concejal de su pueblo y diputado a la Asamblea de Caldas. Como caficultor que siempre ha sido, ha vivido ligado a los vaivenes del grano y conoce, por consiguiente, las angustias y recompensas de esta actividad azaro­sa.

Su fundo es más sentimental que eco­nómico. Allí ha pasado la mayor parte de su vida dedicado a pensar y soñar. Sus libros nacieron entre surcos y paisajes cam­pesinos. Antes que cafetero ha sido poeta. Desde que adelantaba los estudios prima­rios en Cartago ya era poeta. Después se volvió lector voraz. Y escribíaen periódicos y revistas de la comarca.

Sus dos primeros libros –Arcilla ilumi­nada y Limo constelado– le dieron celebridad. Sus títulos parecen emerger de la propia entraña de la tierra. Sobre el prime­ro dice el crítico antioqueño Anto­nio Mora Naranja: «Sus versos suben a esferas apenas vislumbradas por el sue­ño, son ellos como sutiles vuelos de gavio­tas espirituales, cadenciosos y armónicos, llenos de humanidad y divinos acentos».

Recibo ahora su tercera obra, Celajes contra el azar. Bella edición patro­cinada por el Comité de Cafeteros del Quindío y que lleva el sello de Fudesco, empre­sa editora que se distingue por el esmero de sus publicaciones.

Bernardo Pareja, a quien conocí en mis remotas andanzas por lo caminos quindianos, me llega en las páginas de este libro con su palabra iluminada y su estampa de soñador, de la que es im­prescindible su pipa irrevocable. De ella salen versos telúricos como volutas de ilu­sión. Libro memorioso, de evocación y nostalgia, que se desliza por las simien­tes de su parcela y el alma del tiempo y escribe el testimonio de un andador de emociones estéticas.

Hondos sentimientos, bellas imágenes, dolorosos recuerdos afloran al borde del camino, unas veces en el verso leve y otras en el soneto perfecto, de este poeta itinerante por las tierras cafeteras, que se pega a su propio fundo para ennoblecer el tránsito humano.

Discípulo de León de Greiff, es pes­quisidor del idioma que crea vocablos y metáforas plenas de ritmo y vivacidad, de destello y sinfonía. En sus notas de pesa­dumbre deja jirones del alma enamorada: enamorado de la mujer, de la tierra, del paisaje, del afecto y la esperanza. Le canta al dolor, a la muerte y al olvido para recordar que el hombre es transeúnte de su propia soledad.

La Crónica del Quindío, Armenia, 25-IX-1997.

 

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