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Reflexiones sobre la vejez

martes, 20 de julio de 2010

Por: Gustavo Páez Escobar

He leído un interesante libro sobre el tema anunciado, que lleva por título Relatos sobre la vejez (Editorial Códice, Bogotá), cuyo autor es el médico tulueño Francisco Londoño Pineda, que durante largos años ejerció su profesión en Cali y hoy reside en Estados Unidos. También es autor de La vejez como oportunidad y ha publicado diversos artículos sobre la misma materia en revistas especializadas.

Ya en la edad del retiro (78 años), su vida discurre entre el reposo y la serenidad proporcionados por su experiencia en los campos de la gerontología y la geriatría, y entregado a vastas lecturas humanísticas y científicas. Es un jubilado feliz y posee, por supuesto, sólidas bases de filosofía sobre la vejez, área de la que fue docente universitario en Cali. En la misma ciudad obtuvo, a los 73 años, el título de magíster en ciencias políticas, conferido por la Universidad Pontificia Javeriana.

A todo esto, de por sí ejemplar, se agrega otra faceta encomiable: un día se enteró de la existencia de una entidad que apoyaba en Miami la tercera edad, llamada Legacy Corps, y ni corto ni perezoso se vinculó a esa campaña como voluntario para visitar ancianos, dialogar con ellos y ofrecerles sus amplios conocimientos sobre esta difícil etapa de la vida, donde era uno más del grupo.

El contacto entusiasta con su propia realidad se ha convertido en una terapia para él y sus amigos. Como si fuera poco, dicta conferencias para ancianos en una emisora de Miami y le queda tiempo para escribir una novela. Una vejez venturosa como la suya no es, por cierto, rasgo característico del declinar de la vida.

La regla ideal sería envejecer sin sentirnos viejos. Esto supone mantener el espíritu juvenil, a pesar del avance inexorable del calendario, que conlleva la visita ingrata de enfermedades propias del deterioro físico. A veces esas enfermedades suelen ser simples achaques, pero los viejos pesimistas las vuelven dolencias graves y se echan a morir. Es decir, se mueren antes de tiempo.

“La vejez aparece exactamente el día en que no queremos estar gozosamente asombrados”, dice el padre Bro, citado por Londoño en su obra. Esto del asombro como ingrediente del entusiasmo –agrego yo, que como escritor y lector vivo de asombro en asombro– ha de ser la chispa constante, sea cualquiera la edad, nivel educativo o actividad de la persona, para impulsar el ánimo y no declinar ante los reveses o caídas, que nunca dejarán de existir.

Cicerón, uno de los grandes filósofos de la senectud –autor de El diálogo sobre la vejez, escrito hace más de 2.100 años–, expuso para su tiempo, como si se tratara de la época actual, pautas inmejorables para que el anciano aprenda a vivir, como las contenidas en este párrafo:

“Es nuestra obligación resistir a la vejez, compensar sus defectos con una vida sana, luchar contra ella como si de una enfermedad se tratara. Gran cuidado se debe tener con la mente y con el espíritu, porque, igual que las lámparas, se apagan con el tiempo si no se las provee de gas. La actividad mental da energía a la mente. Los ancianos retienen sus facultades mentales cuando mantienen el interés y continúan usando sus capacidades”. 

El énfasis que da el médico escritor a las tesis siempre vigentes de André Maurois me llevó a releer una maravillosa obra suya (que leí por primera vez hace más de 30 años), titulada Un arte de vivir (Editorial Azteca, 1970), en cuyo capítulo final –El arte de envejecer– sostiene: “El verdadero mal de la vejez no es el debilitamiento del cuerpo: es la indiferencia del alma”.

Dicha afirmación la vigoriza Londoño con esta hermosa frase suya, que refrenda el sentido de su propia existencia senil: “Al adulto-anciano todas sus preguntas le han sido resueltas, pero debe continuar viviendo en primavera para que florezcan con mayor verdor sus sentimientos al llegar a la serenidad y a la paz”.

He aquí, en estas frases que resalto, el secreto para no languidecer en la edad provecta, cuya evidencia es común para todos, pero no todos saben vivirla: mantener prendida la llama del espíritu. Si falla el combustible, la oscuridad será total.

El Espectador, Bogotá, 3 de abril de 2006.

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Comentarios:

Lo importante es mantener prendida la llama del espíritu. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Mientras el espíritu esté joven no hay temor a envejecer. Aunque te lleguen los achaques de este período de la vida, debe uno sentirse feliz de haber podido llegar a él con alegría y optimismo. Nydia Ramírez Londoño, Armenia.

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