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Palabras cruzadas

domingo, 25 de julio de 2010

Por: Gustavo Páez Escobar

Desde mi traslado de Armenia a Bogotá, hace más de veinte años, ya sabía que el odontólogo Daniel Ramírez Londoño preparaba un diccionario para crucigramas. Como apasionado por dicho pasatiempo, Daniel se forjó el plan de ir elaborando una obra de consulta fácil para resolver los acertijos que plantean los crucigramas, desde los más comunes hasta los más ingeniosos y complicados.

El amigo quindiano se había ideado su propio método de trabajo, consistente en adelantar la tarea con base en los crucigramas que él mismo descifraba en sus ratos de ocio, lo que suponía ponerse en el lugar de la persona enfrentada a esta afición, para suministrarle una serie de posibilidades o fuentes de consulta que lo llevaran a encontrar respuestas en la obra novedosa que planeaba, la que por supuesto exigiría largo trabajo para su elaboración.

Me desentendí de la noticia sobre dicho propósito, y en estos días llegó a mis manos, publicado por la Universidad del Quindío, un tomo de 328 páginas, en formato de 21 por 27 centímetros, que lleva por título Diccionario de sinónimos y Diccionario al revés para crucigramas. Considerando que cada página tiene cuatro columnas para las definiciones (es decir, unas 1.300 columnas en total), puede deducirse la ingente labor que ha significado la fabricación de la obra.

Si se pusieran en fila los crucigramas que el autor ha resuelto en más de veinte años, y que le proporcionaron la materia prima para armar este libro curioso y útil –tanto para crucigramistas como para cualquier persona que busque información rápida sobre diversos tópicos–, tendríamos una extensión incalculable, que a buen seguro el mismo autor no podrá determinar.

Desde luego, el diccionario no da todas las respuestas a la infinidad de preguntas y dudas que surgen en estos rompecabezas, pero sí contiene un inmenso acervo de datos (como el de los sinónimos y parónimos, campo muy fértil en el libro) que en la mayoría de los casos conduce a la solución acertada. Tampoco ningún diccionario da todas las respuestas, y ni siquiera el de la Real Academia Española, que vive desactualizado en razón de la permanente evolución del idioma.

Al crucigrama se le califica el “rey de los pasatiempos”. Es la diversión más popular en todo el mundo. Tiene la ventaja de que entretiene enseñando. Practicando esta disciplina constante, que apenas requiere unos minutos diarios, como lo hace el inquieto amigo quindiano desde que comenzó a leer periódicos –¡cuántos años hace!–, se mejora el vocabulario y se adquieren diversos conocimientos sobre las ciencias, ha historia, los países, la gente notable, las ciudades, los ríos, la naturaleza, el arte, la mitología, las plantas… Sobre la vida humana en general.

Según los médicos, la lectura y la actividad de descifrar crucigramas favorecen la función cerebral y protegen a la persona contra algunos deterioros y enfermedades, como la pérdida de la memoria, el alzhéimer y la demencia senil. Es conducente pensar que Daniel se encuentra amparado contra estas embestidas de la edad adulta en virtud de su disciplina impenitente por las palabras cruzadas, que le prometen gozosa longevidad.

No se sabe a ciencia cierta quién fue el creador del pasatiempo que hoy le da energía a esta columna. Según el prologuista de la obra, médico y crucigramista Rubiel Mejía Ramírez (otro apasionado del sano hábito de no tener la mente ociosa), sería Tour Wynner, en Norteamérica. Por internet me entero de que una primera versión apareció en Inglaterra en el siglo XIX, y que el crucigrama moderno hizo su primera aparición en Estados Unidos, en New York Word, en diciembre de 1913. Quizá algún lector pueda aportar mayores datos.

En el Quindío suceden cosas extraordinarias. En 1980, el escritor folclorista Euclides Jaramillo Arango publicó, con el sello de la Editorial Bedout, otro diccionario singular, donde recoge el habla propia de las gentes del Quindío, en especial el que tiene que ver con la actividad cafetera. Y lo llamó Un extraño diccionario. Obra deliciosa, llena de humor, de anécdotas y de historia, donde se deslizan costumbres y apuntes regionales movidos con la gracia que caracteriza toda la producción literaria del genial escritor.

Ahora, la labor silenciosa de Daniel Ramírez Londoño representa otro hecho destacable en la comarca quindiana. Valioso aporte para la cultura de su tierra y del país. Su paciencia benedictina le ha permitido coronar con creces este empeño digno de ponderación.

El Espectador, Bogotá, 24 de julio de 2006.

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