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Premio al esfuerzo

domingo, 25 de julio de 2010

Gustavo Páez Escobar

Fidel Cano Correa ha obtenido, como cabeza de El Espectador y director de un eficiente equipo de colaboradores, el Premio Simón Bolívar que lo distingue como el Periodista del Año. Con este hecho se reconocen las altas calidades que el periodista –el único de los Cano vinculado hoy a El Espectador– ha puesto en evidencia desde que asumió el difícil reto de hacer viable la vida del periódico.

El jurado calificador tuvo en cuenta varias circunstancias para conferir el galardón: destacar el sello singular e independiente con que el periódico se desempeña en su nuevo espacio semanal; el estilo particular que lo diferencia de los otros medios de comunicación; su actitud crítica y profesional, que le permite buscar enfoques diversos y muchas veces diferir de los criterios oficiales; el sentido de investigación, análisis y novedad que caracteriza la edición de fin de semana; la pluralidad y la calidad de opiniones que mueven sus columnistas.

Estos logros han sido posibles gracias al espíritu de “precisión y creatividad”, como lo califica el jurado, con que  Fidel Cano ha dirigido el nuevo programa periodístico. De esta manera se enaltecen el empuje y acierto con que el bisnieto del fundador –el tercer Fidel periodista de la familia– impulsa la centenaria publicación que varias veces ha estado a punto de cerrarse, en unas ocasiones por persecución de los gobiernos y en todos los casos por sus campañas moralizadoras.

En los años 60 del siglo pasado, varias empresas se unieron para quitarle la publicidad,  y en los 80, el Grupo Grancolombiano tuvo la misma actitud, aunque más acentuada y atrofiante, por las denuncias contra las maniobras que ejecutaba el pulpo financiero. En el auge del narcotráfico, la voz clamorosa de Guillermo Cano enjuició los actos criminales con que los capos atropellaban la moral pública, asesinaban a la gente e incrementaban sus fortunas ilícitas.

De no haber sido por la vigilante actitud de El Espectador, el país se hubiera hundido en un desastre más grave aún que el vivido en aquellos días de terror. Esto le costó la vida a Guillermo Cano el 17 de diciembre de 1986, por orden de Pablo Escobar, y al mismo tiempo sacudió la conciencia nacional en busca de soluciones. Tres años después, el 2 de diciembre de 1989, una bomba arrasó las instalaciones del periódico, mientras de los escombros salía la voz invencible de José Salgar, fiel escudero de la casa, que se encaraba a los malhechores con esta advertencia perentoria: “Seguimos adelante”.

Mientras el mundo se enteraba del estallido de la dinamita, una vez más El Espectador lograba sobrevivir. Las naciones se solidarizaron con el diario valeroso que no se dejaba ganar la partida y que, por el contrario, ponía las energías que aún le quedaban para combatir la corrupción y frenar las hordas destructoras. Días después, la Unesco creaba el Premio Mundial a la Libertad de Expresión Guillermo Cano, en honor del héroe inmolado a la salida del periódico, quien por toda arma portaba su célebre Libreta de apuntes, en la que acababa de escribir su última columna, titulada Navidades negras. Irónico y doloroso presagio.

Y pasaron los hijos del director, Juan Guillermo y Fernando, a tomar las riendas del diario. Pocos años después estalló la peor crisis económica que sufría El Espectador, a raíz de los atentados y la consiguiente estrechez de recursos. Ante el dilema de cerrarlo o volverlo semanario, el nuevo dueño, Julio Mario Santodomingo, que en forma prodigiosa había entrado a salvar las cifras, optó por la segunda fórmula. Vinieron luego directores que no pertenecían a la familia Cano. Ya la empresa no era suya, pero por sus venas corría la sangre que le había inyectado su fundador en 1887 y que habían mantenido sus descendientes sin dar un paso atrás en los principios tutelares.

Hoy, en proximidades de los 120 años de su nacimiento en humilde imprenta de Medellín, mucha agua ha corrido bajo los puentes de El Espectador. Tras los ajustes de los últimos años, es evidente su saneamiento financiero como resultado de la buena administración que ha tenido para posicionarlo, como ha sucedido, dentro del periodismo moderno, veraz e independiente, premisa que ha gobernado sus actos. Aparte de recuperar la pérdida acumulada en los años de adversidad, las cifras crecientes, tanto en las finanzas como en el número de suscriptores, lo consolidan hoy, vencida la tormenta, como un organismo confiable y promisorio.

El triunfo de Fidel Cano es el triunfo de El Espectador. Abuelo y bisnieto, situados en los dos extremos del periplo cronológico, se unen dentro del mismo empeño que ha sido norma invariable del periódico: trabajar por Colombia y por la moral pública.

El Espectador, Bogotá, 5 de diciembre de 2006.

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Comentario:

Muy oportuna tu columna y muy justo el homenaje que has rendido a todos los Cano, pues se trata de la familia que más méritos puede mostrar en el ejercicio del periodismo colombiano. Eduardo Durán Gómez,  Bogotá.

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