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Evocación de Gómez Valderrama

lunes, 11 de octubre de 2010

Por: Gustavo Páez Escobar

En el año 1992 falleció en Bogotá Pedro Gómez Valderrama, que prestó valiosos servicios al país: ministro de Estado en dos ocasiones –de Educación y Gobierno–, magistrado, parlamentario, embajador ante la OEA, la URSS y España.

Por encima de esas dignidades, ejercidas con brillo y donaire –notas predominantes de su exquisita personalidad–, se encuentra la de escritor, campo donde obtuvo alta nombradía como uno de los promotores más destacados de la cultura colombiana en la segunda parte del siglo XX.

Egresado de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, adelantó estudios de especialización en Londres y París. Fue estudioso permanente, tanto dentro del ámbito de su formación académica como en el campo de las letras. Sus disciplinas y espíritu viajero por distintas latitudes del mundo le hicieron adquirir vasta cultura, de la que jamás hizo alarde. Como profesor universitario, irradiaba sencillez y gallardía y transmitía sabiduría. Escribía en periódicos y revistas notas de grata lectura para el común de la gente, y ensayos sustanciosos para niveles superiores.

Recuerdo el cordial encuentro que tuve con él en Pereira, a finales de 1980, cuando un selecto grupo de escritores y periodistas de ambos partidos, con participación del entonces expresidente Lleras Restrepo, rindió clamoroso homenaje a Otto Morales Benítez, cuyo nombre ganaba adhesiones como candidato a la Presidencia de la República. Meses atrás, Gómez Valderrama me había hecho llegar su último libro, con amable dedicatoria que honra mi biblioteca.

Nacido en Bucaramanga en 1923, inicia su carrera de escritor en 1938, como poeta. De esta etapa quedan huellas en sus libros Norma para lo efímero y Biografía de la campana. En 1946, de 23 años, renuncia a la poesía y se dedica a la prosa. Prosa rigurosa, castiza y sagaz. Su mente inquieta lo lleva al descubrimiento de las obras maestras del mundo, entre las que siente especial atracción por el ensayo y la narrativa. Este último género se convierte en acicate de su portentosa imaginación. La novela y el cuento serán sus dones literarios de mayor riqueza estilística.

En 1955 ocurre un hecho relevante en el mundo de las letras: la creación de la revista Mito, ideada por Jorge Gaitán Durán y que cuenta con la codirección de Gómez Valderrama. Mito no solo será el nombre de una revista literaria, sino que se convierte en el emblema de una generación. Sus páginas son engrandecidas por selecto grupo de escritores que representan un aire renovador del talento nacional. Hacen parte de dicho movimiento Hernando Valencia Goelkel, Eduardo Cote Lamus, Gabriel García Márquez, Fernando Charry Lara, Jorge Eliécer Ruiz, Álvaro Mutis, Hernando Téllez, Fernando Arbeláez, Álvaro Cepeda Samudio, entre otros.

La palabra mito tiene especial significación en la narrativa de Gómez Valderrama. Sus criaturas literarias dejan de ser personas corrientes, por más que retraten la realidad del  ámbito en que actúan, y se vuelven fantásticas bajo el manejo de la fábula y la historia. El realismo mágico (cuando todavía no se había inventado esta patente) permitió al autor recrear su universo de diablos y brujas, de ángeles caídos y monjes libertinos, de lujuriosos deseos y dudosas virtudes, de que es tan rica su obra.

Como maestro en el conocimiento de las artes diablescas, sugiere en sus libros que la libertad del demonio sucede cuando las almas se adormecen. En sus creaciones cuentísticas, se abren infiernos como trampas mortales, por aquí y por allá, pero no son los infiernos pintados por la religión, sino los que vive el hombre en su cotidiano transitar por las asperezas del mundo. A veces llegan sus escritos a lindes de la demencia humana, ante la que el autor se detiene presa de alguna dubitación, y no deseando enturbiar la mente, le da un empujón a la nave de los locos.

Gómez Valderrama no reprueba, sino insinúa. No lanza juicios moralistas, ni enrostra el pecado, sino dibuja estados del alma. En este terreno es gran sicólogo, como competente fabulista. Y lo hace con sutileza y fino humor, “con aire de Mefistófeles bonachón, de amaestrado diablo de sí mismo”, como lo describe alguien. El mito camina con él.

La Historia –en mayúscula– surge al paso de sus personajes. La otra raya del tigre, su obra maestra, es un cuadro mítico del departamento de Santander, y como tal simboliza el proceso histórico de la comarca nacida al impulso de la aventura: el viaje a lo largo de los mares y los montes del inmigrante alemán Geo von Lengerke, perseguido por la justicia de su país, y que en Colombia se transforma en conquistador. Detrás de él llegan otros alemanes que se asientan en el territorio que dará vida a una civilización. En esos tramos de la historia santandereana del siglo XIX surge la epopeya en la pluma maestra del escritor. Su imaginación hace brotar, con el recurso de su palabra mágica, el mito de la fundación de su patria chica.

Pedro Gómez Valderrama es autor de libros de excelente factura, traducidos a varios idiomas, entre cuyos títulos se destacan Muestras del Diablo, El retablo del maese Pedro, La procesión de los ardientes, Invenciones y artificios, La otra raya del tigre, Los infiernos del jerarca Brawn, La nave de los locos.

Al registrar los 15 años de su muerte, es grato verificar, como el mejor homenaje que pudiera tributársele, que su nombre y su obra enaltecen el patrimonio cultural de Colombia.

El Espectador, Bogotá, 13 de abril de 2007.

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Comentarios:

Es un justo homenaje a su memoria, llena de merecimientos y de gloria para las letras colombianas. Lo acompañé personalmente en el camino de Lengerke y disfruté enormemente su amistad. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

Muy interesante tu artículo, donde citas la creación de Mito, la revista literaria de la que fue codirector, grupo donde perteneció mi primer marido, Fernando Arbeláez. También conocí, en los días en que yo salía con Fernando, a Jorge Gaitán Durán. Después en Estocolmo, Cote Lamus estuvo tres días con nosotros. Beatriz Segura de Martínez de Hoyos, Ciudad de Méjico.

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