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La Virgen rica y pobre

domingo, 10 de abril de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

El delito tiene muchas modalidades. No respeta personas ni cosas. Ni lugares sagrados. Mucho menos los no sagrados. Es por lo general ingenioso y en ocasiones irónico. Ahora las ba­terías han sido enfocadas contra los intereses de la Virgen. Preciosas joyas acaban de ser ro­badas del Santuario de Las Lajas. El asalto se cometió a plena luz del día, sin me­tralletas ni antifaces.

A estas horas los malhechores se reirán de su proeza. Han dejado un mensaje mordaz. «Laja», en sentido literal, es una piedra lisa. Se ha de­bido, entonces, entronizar allí una Virgen pobre. Pero la jactancia del hombre, tan apegado a lo material, colocó una Virgen rica, excesivamente rica. La llenó de costosas “alhajas”, en lugar de justificar el sentido de «laja», de liso, de mo­desto. Era suficiente la simple evocación. Pero el hombre no se conforma con los símbolos y pre­fiere colmarlos de riqueza.

Quiero imaginarme a la Virgen deshacién­dose de su corona repleta de piedras preciosas, y de su gargantilla de oro purísimo, y de sus aretes de esmeralda, para entregarlos sin resistencia al asaltante. Quién sabe si este llevaba el estómago vacío y lo esperaban en su casa siete cria­turas desnutridas Y de pronto la Virgen se hizo cómplice del asalto.

En Boyacá

Recorriendo los caminos de Boyacá, llegué un día a Monguí. Fue preciso esperar algún tiempo para que se permitiera la entrada a este monumento religioso, que permanecía cerrado con fuertes candados y enormes trancas, como si se tratara de una fortaleza. En su interior el espíritu se conmueve ante el arte, ante la magni­ficencia. Se respira olor a santidad. Los cuadros son verdaderas reliquias.

Es un museo de extraordinario valor, que debe conservarse y protegerse. Me encontré allí con otra Virgen rica. Confieso que me deslumbró tanto derroche, tanta suntuosidad. Abandonando el recinto, pregunté si esta era más milagrosa que la de Morcá, su vecina. Pregunta ingenua, casi que infantil. La respuesta era lógica:

—Es más milagrosa la nuestra. Y también más rica. ¿No sabe que a la de Morcá acaban de robarla?

A Monguí se llega por carretera asfaltada, muy bien mantenida. El camino a Morcá es abrupto, casi de herradura. Pero experimenté una grata sensación al visitar a la Virgen pobre. La iglesia estaba abierta y solitaria. En la plaza dos parroquianos espiaban. De seguro no desconfiaban, pues la patrona había perdido todos sus bienes. Cuando los recobre, la puerta de la iglesia no permanecerá tan desamparada.

Si de mí dependiera, haría rápido un traslado: me llevaría la Virgen de Morcá a Las Lajas, desprovista de atuendos y fantasías, como yo la vi. En el vacío, mi paisana exhibiría como una reina su pobreza boyacense. La de Las Lajas no tendría inconveniente en ascender el escarpado camino, tan transitado como el de Ipiales en tiempo de romería.

Pero el regionalismo y el exceso religioso no permitirán estos canjes. Entre tanto, seguirán llegando donaciones convertidas en coronas, y en gargantillas, y en aretes. Quizá la evolución de la Iglesia permita que se transmuten esos obsequios en obras benéficas, sin herir sus­ceptibilidades. La Virgen no necesita oro. El mundo tiene hambre. Su vida transcurrió entre los tablones y virutas de un taller modesto. Allí no había el menor atisbo de opulencia. ¿Para qué tentar ahora la codicia?

Esta multiplicación de Vírgenes es separa­tista. Los bienes tienen carta de propiedad en ca­da región. Y los ladrones van también a romerías, a explorar mercados. Se abusa de la fe religiosa, hasta el punto de inventar símbolos, o piendamós, como imán para los incautos.

Pero la Virgen está prevenida después de los últimos atentados y es posible que ilumine a alguien para que el patrimonio que se le ha acomodado sirva para calmar penurias, antes de que los vivos sigan apuntando sus baterías.

El Espectador, Bogotá, 4-IX-1972.

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