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Economía miníma

jueves, 14 de abril de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Mi peluquero tenía la rara cualidad de trabajar callado. Así lo había acostumbrado desde que le prometí no ma­tricularme en la escuela de los melenu­dos si durante los treinta minutos de la motilada me permitía leer cualquiera de las revistas que se prestan en tales establecimientos, no sé para qué, pues cuando no es el ruido que infesta el am­biente con los silbidos selváticos de la canción protesta, es la cotorra del tor­turador de turno que, armado de bar­bera y de cuerdas bucales que parecen de acero inoxidable, termina metién­donos en la cabeza que la viuda de veinte días ya está saliendo con el mo­fletudo tenorio que mantenía en dis­ponibilidad.

En los dos últimos meses, mi peluquero ha hablado dos veces, en lenguaje bre­ve y elocuente. La primera: «Si la vida subió el 30 por ciento, como dice la revista que “estuvimos” leyendo mientras lo arreglaba, tres pesitos más en adelante son una bicoca para usted». Y la otra: «Con dos pesitos más compensamos la devaluación del dólar». Desde enton­ces no leo revistas y permanezco más actualizado, pues mi confidente de “ca­becera” me ha contado, con pelos y se­ñales, que la viuda ha cambiado tres veces de acompañante, porque ella también se ha valorizado.

El lustrabotas es analfa­beto, pero también sabe economía. Le subieron el betún y aún sigue sacando las mismas 67 emboladas de la caja, sin sacrificar el brillo profesional, pero con ligero reajuste de cincuenta centa­vos en la tarifa. Me cuenta que a pesar de que la carne, y los cigarrillos, y la cerveza, y la leche, y el bus, y la luz, y el arriendo, y no sé qué más, subieron de precio, ahora tiene más dinero para la juerga del sábado.

Bien pronto cam­bié la reacción de protesta al pensar que cincuenta devaluados pesos que se botan tan fácilmente no deben aho­rrarse si contribuyen al lustre externo, tan necesario en este mundo engominado, así sea aceptando a regañadientes el alza del 45 por ciento en un servicio que por lo menos nos hace caminar menos apenados.

Al unísono con la lustrada, nada mejor que saborear una buena taza de café. Como es plena época cafetera y el mercado externo está salvando la eco­nomía del país, pagar un poco más por el tinto es apenas rendirle tributo al artículo redentor de las finanzas nacionales. Teñido con leche, vale más, lógicamente, pues el verano secó los pastos y las ubres de las vacas, y por otra parte, el azúcar, para uno y otro caso, es producto  de lujo.

Ante argumentos tan sólidos, se pagan sin protesta los veinte o los treinta centavos más. A la mesa llegará, claro está, el vendedor de lotería con el novedoso plan de hacer­nos millonarios de la noche a la maña­na. Y como siempre, perdemos. Es bue­no tomar como sobremesa una aspirina o un calmante, artículos que en el ca­fé tienen una ganancia del 500 por ciento, y en la droguería solo han subido el 176 por ciento.

Usted, que mentalmente ha acompa­ñado este recorrido y que sin duda lo ha realizado muchas veces, sabe que no es imaginario. Aprenda principios de economía preguntándole al peluquero, o al lustrabotas, o al tendero, por qué sube la vida. No se lo explicarán con palabras técnicas, sino con ejemplos elementales como los que se recogen en estas líneas.

Sin el galimatías de los economistas, de todas maneras lo ha­rán pensar que en este enredo, en este proceso multiplicador (inflación lla­man aquellos), hay por lógica un már­tir. Si su mujer remata la lección de economía diciéndole que algo se ha volteado, no dude que usted es la vícti­ma: ese algo es la cuenta en el banco. Y si es otra cosa, tanto peor.

El Espectador, Bogotá, 6-VI-1973.
La Patria, Manizales, 14-XI-1973.

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