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Manizales Cultural

jueves, 10 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

La cultura en Manizales es un sello inextinguible. Un legado de la raza. Cuando se regresa a este sitio amable, siem­pre aparece la cultura, aquí y allá, como una invasión del ro­cío. No ha dejado de ser la villa esclarecida, cantada por sus poetas y escritores y admirada por todo el país.

Desde el piso elevado donde tiene su oficina Augusto León Restrepo Ramírez, hasta hace poco contralor del departamento, y años atrás director del periódico La Patria, me entusiasmó contemplar la silueta airosa de la ciudad, a la que un volcán activo le pone nimbos de respeto y majestad.

Augusto León postulará su nombre, en la campaña que se ave­cina, para la Cámara de Representantes. Ojalá no se malogre, en alas de la política, el escritor y poeta que siempre ha sido. Leyendo su poemario Eros, de reciente circulación, pien­so que su labor quedaría bien cumplida si logra inyectarle poe­sía a la política. El amigo había publicado en 1980 su primer libro de poesía, titulado Las palabras que no tienen coraza.

Ahora, con Eros, ratifica su vocación literaria. Esta vez aparece, limpia y sensual, la pasión femenina. El dolor y el placer de amar subliman el zumo de las emociones. Es un erotismo manejado al mismo tiempo con ardor y sutileza: “El lecho se encontraba cercano a una nube / y fuimos a la nube, / a amarnos, como estaba escrito…”

En Augusto León Restrepo se unen el poeta, el escritor, el periodista, el jurisconsulto, el político. Rara amalgama. Con un terminado ideal: el hombre culto.

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Hallo, en otro ángulo de la ciudad, la noticia sobre una entidad cultural que acaba de nacer: la Fundación Fernando Mejía Mejía. Con ella se perpetuará la memoria del insigne poeta de Salamina, muerto en abril de 1987, cuya producción ha traspasado los límites patrios. Su último libro, La heredad y el exilio –selección poética ordenada por él mismo para el Fondo Cultural Cafetero–, vino a ver la luz va­rios meses después de su muerte. Se convirtió en su propio homenaje póstumo.

Fernando había escrito estas palabras al comienzo de la obra: “Esta poesía es el sonido opaco de una campana derrotada”. Bello y lánguido presagio de su muerte cercana. Gloria, la viuda, será el alma de la Fundación. O sea, el alma del poeta. Para ella dejó este mensaje en su poema Canción de otoño para Gloria:  “Recuerda que en otoño los labios son más ávidos,  / y se abren en el aire los frutos  en sazón.. . / Gocemos este tiempo do sabias plenitudes. / ¡No olvides que vivimos la más bella estación!”.

Jaime Mejía Duque, distinguido intelectual caldense, asesora la edición de otro libro de Fernando Mejía Mejía. En él se incluirán poemas inéditos, correspondencia con escritores y diversos enfoques sobre la obra y la personalidad del poeta tempranamente desaparecido.

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Por Gloria López, hija de Adel López Gómez, me entero de que su padre no alcanzó a gozar la alegría de su último libro, que pensaba distribuir en el centenario de Armenia, su patria chica. La obra, que corre por cuenta de la Gober­nación de Caldas, lleva un elocuente título: Huella. Y será, sin duda, la huella del maestro de la palabra que consa­gró su existencia al cultivo de profundo humanismo. Caldas y Manizales, el mapa sentimental que Adel tanto quiso después de su tierra quindiana, quedan en deuda con el prolífico y brillante escritor que mucho honor le dio a Colombia.

El Espectador, Bogotá, 20-X-1989.

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