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El olvido de Paz de Ariporo

jueves, 10 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Néstor Magín Parada, vecino de Paz de Ariporo, es  lector constante de El Espectador y me es­cribe para contarme el abandono de su pueblo. Hace un pe­dido concreto: que Salpicón –la columna que se ocupa con frecuencia del municipio colombiano– sirva de canal para que el país sepa que hasta allí no llega la señal de la televisión colombiana. Reciben, en cambio, la señal de la televisión venezolana,»lo cual -dice el corresponsal– ha influido mucho en la educación de nuestra niñez, puesto que con más facilidad entonan el himno de la vecina re­pública y no el nuestro; y conocen más al presidente Car­los Andrés Pérez que a Virgilio Barco».

Es la misma situación que hallé hace varios meses en la ciudad de Cúcuta y en otros municipios de ese departa­mento, los que por su vecindad con Venezuela viven bajo la influencia televisiva del hermano país. La sobe­ranía colombiana se desvanece, como es obvio, cuando la protección del Estado no alcanza para establecer en los lejanos territorios unas estaciones repetidoras de nues­tra televisión. En los tiempos modernos el televisor ejer­ce indudable poder de penetración, y es natural que los niños de Paz de Ariporo consideren que el presidente es Carlos Andrés Pérez.

El señor Néstor Magín Parada ha tomado la vocería de su pueblo para abanderar un movimiento que reclama de las autoridades nacionales la llegada de nuestra televi­sión. Los vecinos quieren ver el mundial de fútbol y sen­tir las emociones, como buenos colombianos, de la actua­ción de nuestro equipo en los estadios de la competencia internacional. Aspiración por demás justa y patriótica que ojalá fuera satisfecha con la urgencia que demanda.

Yopal, Paz de Ariporo, Orocué y Maní están entre los principales municipios de la intendencia de Casanare, la que conforma una superficie de 44.640 kilómetros cuadrados y le aporta al país una buena base económica en el ren­glón de la ganadería y en la explotación forestal. Hace parte la intendencia de los Llanos Orientales, territorio embrujado por la belleza de la naturale­za y también, en otro sentido, por el olvido de los pode­res gubernamentales de la nación.

Los ejércitos liberta­dores cumplieron en esa zona extraordinaria labor con su heroica travesía del páramo de Pisba y su llegada victoriosa al Pantano de Vargas. Casanare, hermoso nom­bre indígena, significa revolución y libertad, y así fue incorporado en la gesta emancipadora.

Más tarde vino la violencia de los Llanos, hacia el año de 1953. Superada esta etapa, nacía una hermosa ad­vocación: Paz de Ariporo. El río Ariporo, caudaloso y so­berano, se impuso como símbolo de la paz. Hoy baña al pe­queño municipio (de escasos seis mil habitantes) y se due­le, en sus cantarines pesares, de no haber logrado llevar la televisión a esa lejana geografía, la que aparte de explotar los dos renglones antes citados, está mostrando su riqueza petrolera.

El alcalde ha desplegado toda su capacidad para que Inravisión ilumine la pantalla chica. Y como sus ges­tiones han resultado infructuosas, se constituyó una jun­ta cívica presidida por mi corresponsal, que tiene como distintivo el nombre de «Pro señal de televisión colombia­na para Paz de Ariporo».

Es una manera de hacer patria ésta de reclamar el disfrute de los bienes sociales. Desde el olvidado municipio se pide que Colombia llegue hasta allí. El dirigente de la población aspira, en frase expresiva de su carta, “a que el Gobierno nos dirija una miradita aunque sea con el rabillo del ojo”.

El Espectador, Bogotá, 22-I-1990.

 

 

 

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