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Una ciudad perpleja

viernes, 11 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Medellín toca a duelo. Hoy es una ciudad agonizante. La gente vive atemorizada y se recoge temprano en los hogares. Los sitios nocturnos se silenciaron desde que el miedo se convirtió en el habitante fantasmal de la noble urbe perpleja. Todos los días hay muertos frescos. En esta masacre silenciosa e indiscriminada caen poli­cías, sicarios, vagos, ingenuos transeúntes, gente ino­cente.

Los policías, contra quienes a toda hora están diri­gidas las armas del sicariato, andan erizados y dispa­ran de puro miedo. Así reaccionan ante el pánico. Lo mismo ocurre en el terreno contrario, el de los mafiosos. Sus armas apuntan a los policías pero se llevan por delante a quienes se atraviesan en su mira siniestra.

En el día hay incierta animación, y en la noche, pa­vor. La gente corre, al filo de las seis de la tarde, hacia sus residencias. Las discotecas ya no tienen clien­tes. En la industria y el comercio han descendido las ventas hasta niveles alarmantes. En el comercio de los licores se comenta una disminución superior al 30 por ciento, lo que signifi­ca, en nuestro Estado cantinero, graves perjuicios pa­ra muchas actividades que se financian con el consumo alcohólico.

Una noche le eché un vistazo a la urbe titilante y la encontré asustada. Apenas unos parroquianos despis­tados, o tal vez acostumbrados a los miedos nocturnos, vagaban  por las calles céntricas. Parecían, ellos mismos, otros fantasmas de la ciudad espectral.

Durante varios meses El Espectador ha dejado de cir­cular en Medellín y en Antioquia ante los atentados de que fue víctima. Primero fueron asesinados los representantes locales del periódico y luego amedrentados los voceadores. Para evitar más muertes injustas, el diario se retiró temporalmente de su propia tierra. Al no existir garantías suficientes en la guerra encarnizada que busca intimidar a la prensa, murió otro grito ahogado de los hombres libres.

Medellín ha estado huérfana, durante varios meses, de su periódico raizal. La gente no puede acostumbrar­se a este vacío espiritual. Vuelve ahora a aparecer El Espectador, pero no en la forma abierta de antes. Como un ilustre personaje clandestino. De todas mane­ras, este hecho presagia una esperanza.

Algún día, y triunfal, regresará El Espectador a cantarse por las calles de Medellín y  por los caminos de Antioquia. Cuando esto ocurra con plena evidencia, habrá cesado la horrible noche. Habrá vuelto a vencer la razón sobre la tiranía. Y parece que el día no está lejano.

El periódico nació en Medellín el 22 de marzo de 1887 y ese mismo año tuvo la primera suspensión por orden oficial. Después fue varias veces amordazado, perseguido e incendiado. Su fundador padeció cárceles y amenazas. Sus descendientes han sufrido una guerra interminable de los gobiernos represivos y de los imperios económicos. En 1986 don Guillermo Cano pagó con su vida, en vísperas del centenario del periódico, la valen­tía de decir la verdad cuando otros lisonjeaban la men­tira. Como si fuera poco, una poderosa carga de dina­mita que se escuchó en el mundo entero por poco arra­sa con la sede del diario en la capital del país.

Medellín toca a duelo. La ciudad es una solemne plegaria que se repliega por las noches silenciosas, sólo alteradas por el fragor de las metralletas, pidiendo que vuelva la sensatez. Este redoblar de los infiernos que se siente hoy en la ciudad, y que enerva y a la vez pone a reflexionar, retumba en las conciencias atemorizadas y enseña que el hombre no puede vivir entre cadenas.

El Espectador, Bogotá, 9-VIII-1990.

 

 

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