Inicio > Biografía > Las cenizas de Pardo García

Las cenizas de Pardo García

viernes, 11 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El poeta había dado instrucciones al doctor Aristomeno Porras, su ángel tutelar –gran colombiano que reside en Méjico hace largos años, y el mejor confidente de Pardo García–, para que sus despojos fueran cremados y lanzadas al mar sus cenizas. Él, sin embargo, consideró con muy buen criterio que su deber era dejar en manos del Gobierno de Colombia la decisión correspondiente. Y entregó las cenizas a nuestro embajador en Méjico, doctor Julio César Sánchez García.

Es el momento de rendirle al poeta un patriótico homenaje póstumo. Hay que traer sus cenizas y devolverlas al escenario natural que él tanto quiso, y que tanto dolor y tanta poesía le produjo: el páramo. Así me permito sugerirlo. Como creo acertada la propuesta, he dirigido la siguiente comunicación:

*

Señor embajador: he sido informado de la presencia que usted tuvo, como digno representante de nuestro país, en los actos que siguieron al fallecimiento de Germán Pardo García. Soy abanderado desde años atrás de la figura del poeta, y así lo he expuesto en diversas ocasiones en mi columna de El Espectador. Varios  periódicos recogieron notas mías de tributo al gran desaparecido. Biografía de una angustia es el título de un libro que escribí sobre él y que espero publicar pronto.

Supe que el doctor Aristomeno Porras entregó a usted las cenizas del poeta. Es el momento de rendirle al maestro, ya con el simbolismo de su regreso definitivo a la patria, un gran homenaje nacional. Pienso que el sitio indicado para depositar sus cenizas es el páramo de El Verjón, en inmediaciones de Choachí.

Aunque él no nació en esa población, siempre la consideró como su patria chica, y así lo manifestó en diversas formas, sobre todo en su poesía. A Ibagué, que veía como un accidente geográfico en su llegada al mundo, sólo la visitó una vez, en el año 1928.

Germán Pardo García debe regresar al páramo, donde pasó sus primeros años de abandono y tristeza. El páramo lo marcó para siempre e inspiró su poesía magistral. Su alma fue modelada por la montaña. Ahora, el mejor homenaje que se le puede hacer es el de entregarlo a la entraña de la tierra a que pertenece. Yo me imagino, en medio del páramo, un obelisco en piedra de la región que pregone a los vientos de América la memoria del inmenso poeta de la angustia. Usted es el  indicado, señor embajador, para encauzar esta idea. GPE

*

Otra idea: donar a la Casa de Poesía Silva –por cuya recuperación tanto luchó el poeta desde las páginas de la revista Nivel– su vieja máquina de escribir, su elemento de trabajo que se convertiría, en este museo de la poesía que es la Casa Silva, en símbolo perenne de una obra magistral. En tal sentido le he escrito a Aristomeno Porras.

El Espectador, Bogotá, 20-IX-1991

Categories: Biografía Tags:
Comentarios cerrados.