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La voz de los poetas

viernes, 11 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Dos antologías poéticas, de diferentes regiones del país, llegaron en forma simultánea a mis manos. Las he leído con interés –y algunos poemas con verdadero placer–, sin saltarme ninguna producción y por más reacio que soy a cierta poesía moderna carente de sentimiento, de ritmo y claridad. Esto nada tiene que ver con la tendencia actual del verso libre, ya que entre quienes practican dicha regla hay verdaderos artistas, aunque otros (la mayoría) no lograrán que su mensaje trascienda a los tiempos futuros. Tambiénse encuentran pésimos poetas entre quienes escriben con rima y no dominan la magia de la expresión. La poesía debe transmitir, ante todo, emoción y asombro.

Pero de lo que se trata no es del gusto personal del cronista, sino de aplaudir el hecho de que en una nación frívola y violenta como la nuestra todavía existan personas que hagan poesía y, sobre todo, quienes la lean. Decía Álvaro Mutis, en reciente encuentro de poetas realizado en Cartagena, que si a él asistían el presidente de la República y dos expresidentes, el país estaba salvado. «Poesía –afirma Carlos Castro Saavedra– es lo que le hace falta al mundo para poder cambiar, para renunciar a su forma de espada y adquirir la de nido, la de tibia y hermosa morada de los hombres».

Poemas de la mujer es el título de uno de los libros a que me refiero, y recoge 138 poemas dedicados a la mujer, la mitad de autores de la Costa Atlántica. Está editado por la Universi­dad de Cartagena y  dirigido por Jorge Marel, el poeta del mar, actual jefe de publicacio­nes de la citada universidad, que se lanza al rescate de «poetas desconocidos, olvidados o simplemente discriminados, casi siempre por extraños pre­juicios de los distintos antologistas».

La mujer, eterna como la poe­sía, es cantada por viejos y jóvenes bardos. Poemas inmor­tales como Teresa, en cuya frente el cielo empieza…» (de Carranza) y voces nuevas como la de Raúl Gómez Jattin invitan a este festín convocado por la Universidad de Cartagena, bajo la rectoría de Carlos Villalba Bustillo, también poeta: «Me aco­san tu recuerdo y tu quebranto, / los rumores finales de tu llanto, / y la inmensa tristeza que me cubre».

El otro libro es Poetas en Antioquia, publicación de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, cuya directora, Gloria Inés Palomino, adelanta exce­lente labor cultural. El autor de la selección, Luis Iván Bedoya, recoge trabajos de 80 poetas nacidos entre los años 1826 a 1966, y lo hace, al igual que Marel, con criterio de valoración para varios nombres que se han mantenido ignorados.

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«Se ha dicho –manifiesta Be­doya– que sólo un buen poema puede llegar a justificar todo el empeño puesto en la produc­ción de una vasta obra». Justa apreciación la suya: si Epifanio Mejía, por ejemplo, no hubiera escrito con nota de excelencia sino La muerte del novillo, poema de profunda sensibilidad, sólo con él habría logrado mención en las letras. Los nombres más notables de la poesía regional, en asocio de otros menos conoci­dos pero dignos de destacarse, afirman en esta selección la trayectoria lírica de Antioquia. Es reconfortante saber que en medio de tanta aridez y tanta oscuridad todavía se escucha la voz de los poetas. Ellos tienen la palabra. Poesía es la lámpara que necesita Colombia en esta hora de tinieblas.

El Espectador, Bogotá, 9-XI-1991

 

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