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Poeta del dolor

viernes, 11 de noviembre de 2011

En la muerte de Germán Pardo García

Por: Gustavo Páez Escobar

La pena marcó la existencia y la vasta e inspirada obra poética de Pardo García, fallecido en Méjico a los 89 años, el 23 de agosto, donde vivía desde mediados del siglo. El siguiente boceto de su vida atormentada es parte de Biografía de una angustia, libro que publicará el Instituto Caro y Cuervo.

Germán Pardo García nace el 19 de julio de 1902, en Ibagué. El niño recibe el nombre completo de Germán Vicente Pardo García Esponda. Son sus padres el jurisconsulto Germán D. Pardo, natural de Choachí, y la dama Ju­lia García Esponda, nacida en Ibagué. Choachí —o Chiguachía, en lenguaje muisca, que significa «Ven­tana a la luna”— ejercerá enorme influencia en la personalidad del infante.

Germán tiene dificultades de salud a los pocos días de nacido. Le aparece fuerte dolencia en la columna vertebral, a consecuencia de la cual queda paralizado. Los médicos conocen esta enfermedad con el nombre de mielopatía. (Muchos años después los neurólogos llegan a pensar que el niño en reali­dad nació paralizado y hablan de una lesión congénita). Sus padres se alarman. Consultan médicos y curanderos. La angustia de los progenitores, y sobre todo de doña Julia —que tal vez se siente culpable por haber traído al mundo un ser paralítico— es po­sible que se transmita al cerebro de la criatura. Los primeros años son decisivos para formar la persona­lidad, y en ellos se incuban, cuando hay anormalida­des, traumas que a veces no logran extirparse en el resto de la vida.

El año 1903 es de constante tribulación. El niño, lejos de mejorar, muestra signos de franco retroce­so. Sigue paralizado y cada vez su salud es más pre­caria. La medicina de la época es rudimentaria y no consigue mayores adelantos. Se aplican puntos de fuego en la columna vertebral, sistema de tortura que el pequeño debe soportar ante el desespero de sus padres; pero no hay recurso más avanzado y con él se practica la mayor ciencia médica del mo­mento.

Agotadas todas las posibilidades sin que el niño reaccione, su muerte parece próxima. El padre com­pra una cajita mortuoria. Ya todos se han hecho a la idea del deceso inminente, que es la mejor fórmu­la para que el sufrimiento termine. Y entonces se presenta el milagro. Germán exterioriza un movimiento. Luego sus padres observan, con infinito regocijo, que ha movido un dedo de la mano derecha. A los pocos días su cuerpo tiene mayor acción.

El futuro poeta se ha salvado. Ha regresado de la cajita mortuoria, que ya estaba engalanada con sedas angelicales, a la luz. Apenas cuenta un año de vida. Rodando el tiempo, visita en 1928 su pueblo natal —por primera y única vez— y se encuentra con algo terrorífico que le muestran sus familiares: el pequeño féretro. Lo han conservado durante 25 años, por extraño capricho que nada tiene de sentimental, y ahora lo descubren, como una aparición fantasmal, ante quien estuvo a punto de utilizarlo. El poeta no puede contener las lágrimas.

De por vida

Desde entonces, Germán Pardo García no vuelve a Ibagué. La ciudad le pone su nombre a un colegio y él pide que lo retiren. No lo hace por desaire contra su patria chica sino por considerarse indigno de ese honor. Siempre ha huido de los honores. De to­das maneras, el colegio sigue hoy llevando su nombre.

La lesión de la columna vertebral, que parece cu­rada por completo, le deja delicadas consecuencias para toda la vida. Es una enfermedad recurrente que lo ataca por épocas y le produce serios desajustes. Víctima del vértigo de Meniére, su organismo queda alterado por alto grado de sensibilización que no le permite soportar ruidos persistentes ni compañías continuas. Esta irritabilidad lo hace alejarse de la gente para calmar en la soledad el desespero de su desgracia. Su desequilibrio es crónico. La parálisis lo embiste cuando menos lo espera y es posible que entonces se acuerde de la cajita mortuoria que ha debido ocupar.

En Etiología y síndrome de una angustia anota lo siguiente, refiriéndose a él mismo: “Y aunque se volvió consumado gimnasta, su locomoción se perturba con  frecuencia. Es así como ha escrito su obra: con la precipitación de los sobreexcitados, en el clima del quebranto y de la angustia. Esta es la causa de su segregación enorme y su encerrado mutismo”.

Y en carta del 3 de octubre de 1986, presa de inmenso dolor, me confiesa: «Mi salud se está agravando lentamente. La mielopatía que padecí al nacer, y que jamás se me curó y permaneció oculta durante 84 años, ha vuelto a atacarme y me paraliza sin que haya modo de obtener gracia del cielo o del infierno para que yo no sufra más».

El 5 de junio de 1905 muere su madre al dar a luz a Julia. A la niña se le pone el mismo nombre de la mamá. Germán queda huérfano de madre cuando todavía no ha cumplido los tres años de vida. Dice que no conserva recuerdo alguno sobre ella. En reportaje que le hago en 1986 le pido que me dé una definición sobre su madre, y me respon­de a secas: “No la conocí”. El mismo concepto le so­licito sobre su nodriza y su madrastra, que han de­bido convertirse en madres sustitutas, y las califica de la siguiente manera: “Mi nodriza: una bruja de la Noche de Walpurgis. Mi madrastra: la esposa de Sa­tán».

Hecho poeta, y cuando ya han corrido muchas aguas turbias bajo sus puentes, en 1954 publica su Teoría de la noche americana —recogida en el libro U.Z. llama al espacio—, en la cual proclama su tre­menda orfandad y declara que la noche de América es su única madre.

Motor poético

Su mayor estigma ha sido el dolor. En la antigüe­dad, a los esclavos se les hacía una señal con un hie­rro candente. Así quedaban condenados a la esclavi­tud. Cuando el punzón se aplica en el alma, ya na­die lo borra. Por eso, casi toda la poesía de Pardo García está signada por la angustia. Sin el dolor, na­cido de la tragedia íntima del poeta, no hubiera lle­gado a elaborar una de las poesías más bellas que se hayan escrito sobre la tierra. El sufrimiento ha sido el cristal que le ha permitido ver y manifestar la ancha realidad del ser humano.

Adel López Gómez me anota lo siguiente en carta de febrero de 1986: “Germán Pardo García, el poeta del dolor, que cualquiera podría confundir con un espíritu en pena eterna, es uno de esos genios que le hacen falta a la humanidad para escribir la di­mensión de la vida».

Acudí al escritor de Manizales, que en sus crónicas de La Patria se había ocupado de la vida y la obra de Pardo García, en demanda de datos para elaborar el presente esbozo biográfico. Adel no sólo había leído su obra completa sino que lo había visitado en su domicilio mejicano. Y por toda respuesta me remitió la clave que necesitaba: Etiología y síndrome de una angustia.

Desde entonces no he hecho sino profundizar en este documento dantesco. He mantenido intensa co­rrespondencia con el maestro, hablé con él en Méji­co, le hice un reportaje que causó impresión, he pre­guntado por él a quienes lo conocen y lo admiran —e incluso a quienes no lo admiran, porque de todo hay en la viña del Señor—, y siempre ha surgido, ní­tido, el mayor signo de su tragedia: el dolor. La an­gustia, en definitiva, es el motor de su excelsa pro­ducción poética. Sin esa angustia existencial el pla­neta se hubiera perdido de un genio.

Confesión final

La poesía de Germán Pardo García tiene múlti­ples y maravillosas facetas —de amor por los seres, de amor por la naturaleza, de misticismo, de viajes por las regiones del asombro, de temblor fascinado frente a los arcanos de la ciencia y el misterio—, y siempre, de principio a fin, está movida por el is­mo sentimiento: la angustia. Al hombre hay que pin­tarlo con veracidad. En Pardo García la angustia es su entraña más íntima. Sacarlo de ella sería desdi­bujarlo. El autor de estas líneas, por más que ha in­tentado verlo de otra forma —acaso para suavizar el tono lúgubre de su trabajo— sólo ha hallado en él un hombre afligido. La angustia, sin embargo, es su mayor grandeza. Siendo su terrible epopeya perso­nal, con ella ha plasmado en el arte la tragedia hu­mana. Sin ella sería un ser opaco.

Sin el dolor no habría ciencia, ni poesía, ni escri­tores, ni arte. Es el mayor crisol que existe para fun­dir el espíritu y generar las ideas. El dolor hace in­dagar al hombre por los orígenes de las cosas, pro­duce desacomodo, y con él, inquietud y búsqueda, caminos que llevan al descubrimiento. La sensibili­dad se estimula con el dolor y se atrofia con la moli­cie. Lo grave del dolor es no saber soportarlo, ni encauzarlo para que sea productivo. Gracias al sufri­miento el hombre se levanta de la tierra y busca so­luciones en las alturas. Todo lo contrario de lo que causa la comodidad: quietud y letargo.

Esta dimensión de la angustia escrutadora de mundos —que puede desgarrar al hombre sin que por eso renuncie a ella el artista— resulta manifies­ta en una frase de Germán Pardo García: «Yo no soy sino un alma enamorada de la angustia «. Es una confesión que hace al final de sus días, cuando ya todo está consumado. Cuando está escrita su obra cumbre.

(Pardo García fue colaborador asiduo de este suplemento, donde pu­blicó muchos de sus poemas. El siguiente soneto —inédito— lo envió hace poco especialmente para L.D.)

Flores enfermas

Esa rosa se muere de hermosura.

Aquel lirio, de azules soledades,

y en un mar de doradas tempestades

el laurel se deshoja de amargura.

 En todo altar padece la figura

del jazmín del amor sin igualdades,

un nardo sobre el pecho les supura.

 El trébol en las sombras se marchita.

La angustia de una flor es infinita.

¡Oh clavos del Dolor, que ya se han visto

en todo cuando nace a la Belleza

y envía, cual la dalia, su tristeza

al huerto en que padece Jesucristo!

Germán Pardo García

El Tiempo, Lecturas Dominicales, Bogotá, 1-IX-1991

* * *

Comentarios:

De repente alguien penetraba en aquellos recintos misteriosos, que él le abría sin recelo quizá porque encontrara interlocutor idóneo a sus confidencias. Lo hizo con Gustavo Páez Escobar, en un reportaje terrorífico en que Pardo narró de su propia voz, con lenguaje descarnado, los acontecimientos que revelara de soslayo en la autobiografía introductora de su Apolo Pankrátor de 1.400 páginas, en el cual recogiera en 1977 su obra entre los años de 1915 a 1975. Belisario Betancur (palabras tomadas de su artículo Memoria de Pardo García, El Colombiano, Medellín, 30-VIII-1991).

Quizá la característica más pronunciada de la personalidad de Germán Pardo García fue la autenticidad. Poeta inmenso, conocedor insondable de la lengua castellana, artista del verso en sus más depuradas formas estéticas, por más de 60 años Pardo García ocupó un lugar de vanguardia como insomne creador de belleza, el más consagrado forjado de imágenes poéticas en el vasto panorama de la literatura hispanoamericana contemporánea. En representación de ésta, muchas veces surgió su nombre en los círculos intelectuales como el más digno de ser consagrado con el Premio Nobel. El Tiempo, Bogotá, 25-VIII-1991.

Compartimos tu honda pesadumbre por la muerte del genial poeta Germán Pardo García, quien seguirá viviendo en el presente y en el porvenir, gracias a la biografía que le escribiste. Lástima grande que el maestro no hubiera alcanzado a mirarse en ese fiel reflejo. Vicente Landínez Castro, Laurita, Barichara.

Congratulaciones por elogiosos artículos sobre el gran vate cósmico cuya poesía tiene soplo de eternidad. Jorge Franco Vélez, Medellín.

  

 

 

 

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