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Casa del Salto de Tequendama

jueves, 18 de julio de 2024 Comments off

Gustavo Páez Escobar

La construcción de esta casa legendaria ocurrió entre 1923 y 1927 y fue obra del arquitecto Pablo de la Cruz. Parte del diseño fue ejecutada por Carlos Arturo Tapias y se le imprimió el estilo republicano, con gran influencia francesa. Estamos ante una edificación centenaria que en algún momento se volvió lugar de historias de horror y que en 2018 fue declarada como “bien de interés cultural del ámbito nacional”. En principio era una estación del tren que transportaba a la gente deseosa de ver la cascada y pasar un día de campo o una temporada de descanso en medio de la belleza del entorno.

En 1928, impulsado el proyecto arquitectónico por el presidente Pedro Nel Ospina, abrió sus puertas al público una soberbia mansión de cinco niveles y diez habitaciones, a la que llegaba la alta sociedad bogotana, vestida de gala, a disfrutar de reuniones entrañables. Se le bautizó Castillo de Bochica en honor del dios muisca que había creado el Salto de Tequendama. Las familias viajaban hasta allí en coches tirados por caballos.

La Casa del Salto u Hotel del Salto, como pasó a llamarse en forma indistinta, mantuvo su brillo hasta mediados del siglo XX, y perdió interés cuando fueron liquidados los ferrocarriles nacionales. Poco a poco la gente se desentendió del sitio al dejar de ser atractivo. Con el paso del tiempo, se acentuó el deterioro del inmueble hasta caer en el abandono total. Las puertas permanecían cerradas, y se decía que en el interior habitaban los fantasmas.

Un día, Roberto Arias Pérez, fundador de Colsubsidio, se propuso recuperarlo. Para el efecto, abrió un lujoso restaurante con prevalencia del ambiente francés que se había dejado perder. Vino una nueva etapa de fulgor que atrajo corrientes entusiastas de turistas, pero esta no duró mucho tiempo. En las vías de acceso aparecían signos de inseguridad y violencia, y la clientela se tornó escasa. Así las cosas, volvieron a cerrarse las puertas al entrar el restaurante en franca decadencia. Ante esta realidad, Arias Pérez resolvió poner el negocio en venta. La operación no era fácil. ¿Quién iba a exponer capital para un negocio riesgoso?

Pero como no hay imposibles, una dama emprendedora y altruista, María Victoria Blanco, que con su esposo dirigía la fundación Granja Ecológica El Porvenir, fue la voz inesperada que entró en contacto para rescatar el inmueble y crear allí la Casa Museo Salto de Tequendama. Esta fundación, que tiene como mira la conservación del medio ambiente y la preservación del bosque de niebla nativo y las áreas adyacentes, buscó el apoyo oficial y realizó la transformación de la casa en escombros, manteniendo su estado original.

Y resucitó el viejo Castillo de Bochica con otro nombre y otras perspectivas. Hoy funciona allí un centro de estudios ambientales y agrológicos como parte de una gran sede cultural que cuenta con amplia biblioteca destinada a los estudiantes y el público en general. Tomo este fiel recuento del libro de arte titulado “La verdadera historia de la Casa del Salto de Tequendama” (2018), impreso en la editorial Panamericana por la fundación ecológica antes citada, y que tiene el patrocinio de la empresa de energía Enel. De este modo se salvó la memoria histórica que se había esfumado en la atmósfera agitada por los suicidas y los fantasmas.

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Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 14-VII-2024.

Comentarios

Muy agradable artículo sobre el Hotel del Salto de Tequendama. Qué bueno que lo rescaten y lo organicen y especialmente con fines culturales y ecológicos. Encuentro una fecha equivocada: el presidente Pedro Nel Ospina ejerció el cargo entre 1922 y 1926. En el 28 el presidente era Miguel Abadía Méndez. Eduardo Arcila Rivera, Bogotá.

Respuesta. Hago esta precisión: quien ideó e impulsó la obra entre 1923 y 1926 fue Pedro Nel Ospina. La construcción concluyó en 1927, y se inauguró en 1928, en el gobierno de Miguel Abadía Méndez (1926-1930). Por el gran empeño que puso Pedro Nel Ospina en dicha obra, está reconocido como su creador. GPE

Conocí detalles de la recuperación de la casa, trabajo realizado por muchos, durante varios años. La arquitecta restauradora fue Claudia Patricia Hernández, quien me comentaba cómo avanzaba la obra. Arquitecta María Eugenia Beltrán Franco, Armenia.

Respuesta. Además, Claudia Patricia Hernández fue quien lideró la restauración del teatro Faenza en Bogotá. Veamos estas curiosas semejanzas entre este par de edificaciones centenarias: 1) en ambas actuó el mismo arquitecto Carlos Arturo Tapias; 2) el teatro fue inaugurado en 1924, y la casa del Tequendama en 1928; 3) las dos tuvieron mucho esplendor, y años después vivieron notable decadencia; 4) la misma arquitecta Hernández ejecutó la restauración de las dos obras, conservando intacta su singularidad artística; 5) las dos fueron declaradas bienes culturales de la nación. GPE

Con tantos suicidios, es apenas natural que habiten en esa zona las leyendas y los fantasmas. Lo mejor de todo es que la casa ha sido recuperada con su fardo de almas en pena rondando por el lugar. Inés Blanco, Bogotá.

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Fantasmas y mitos del Tequendama

miércoles, 3 de julio de 2024 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

Desde muy joven me interesé por el Salto de Tequendama, y cuando lo conocí quedé deslumbrado ante su majestuosidad. Es uno de los mayores espectáculos de Colombia, cuyo origen proviene del dios Bochica. Por consiguiente, está encadenado con la mitología de los siglos. Se cuenta que Bochica, para evacuar las aguas que inundaban la sabana de Bogotá formó este soberbio despeñadero que se precipita desde 157 metros de altura.

En 1826, Bolívar, alucinado por semejante visión, dio un salto incontenible a la piedra de dos metros cuadrados situada en la boca del precipicio. Esta se conocería como la Piedra de los Suicidas. Desde los años treinta del siglo XX se convirtió en el lugar preferido de quienes se tiraban al abismo en un descenso de seis segundos. Así se resolvía y sigue resolviéndose la angustia de vivir.

En 1941, se recuperó por primera vez un cadáver que flotaba en el agua como si fuera su cementerio natural. Ese mismo año, un agente de la Policía Nacional, llamado José Suárez, caminaba con su novia por el sitio y de repente le dio un beso, subió a la piedra, se quitó el sombrero y se lanzó al vacío. En el entorno se erige la Virgen de los Suicidas, a la que muchos se encomiendan antes de dar el paso mortal. A la catarata también se le conoce como el Lago de los Muertos. Todo suena fantástico, pero es real. Tequendama significa en lengua muisca «el que se precipitó hacia abajo».

¿Cuántas personas se han suicidado en el Salto de Tequendama? Imposible saberlo. Antes se llevaba un registro detallado, pero como los casos llegaron a ser innumerables, la cuenta se perdió. Muchos se fueron del mundo sin dejar rastro, como ocurre con los desaparecidos por la violencia en la época actual. En otro tiempo había agentes de la Policía que vigilaban el sitio para impedir el acto fatídico, lo cual no era suficiente, pues hasta en horas nocturnas se buscaba la muerte sin la mirada de testigos.

Son numerosas las cartas que han dejado estos desertores de la vida. La joven María Prieto le dijo adiós a su existencia con estas palabras: “Por la ingratitud de mi novio, me confundo en la profundidad del misterioso Salto de Tequendama”. Otra misiva: “Vivo despreciado, vivo en una batalla solo, y puedo seguir mi suerte”. Situados en otro escenario, el cantante y compositor Kurt Cobain escribió este mensaje antes de suicidarse el 5 de abril de 1994: “Se me ha acabado la pasión. Y recordad que es mejor quemarse que apagarse lentamente. Paz, amor y comprensión”.

La catarata posee poder magnético, tanto para irradiar encanto como para inducir a la muerte. Leo la noticia ocurrida en septiembre de 1973 cuando un bus chocó contra una volqueta y cayó en la profundidad, con un saldo de catorce muertos. Aparte del deseo patológico de morir, se atraviesa, como en este caso, el golpe de la fatalidad.

Se dice que en los alrededores se escuchan voces, llantos y lamentos. Son las almas en pena que han quedado atrapadas en aquel territorio de suicidas. Los espíritus vagan por la zona no se sabe por cuánto tiempo, creando hechos paranormales. La belleza del Salto Tequendama se entrelaza con la fascinación, la muerte, los espantos y el misterio.

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 Eje 21, Manizales, 29-VI-2024.  Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 30-VI-2024.

Comentarios

Desde los muiscas hasta nuestros días el Salto de Tequendama cautiva a quienes allí se detienen a apreciarlo. De niño lo vi por primera vez en su majestuosidad, más tarde reducido a su mínima expresión, y posteriormente sus nauseabundas aguas, contaminadas por Bogotá, me causaron inmensa nostalgia. Y me pregunté a quién se le había ocurrido construir ese hermoso edificio –creo que de arquitectura republicana– en ese sitio, el que si no me equivoco sirvió de escenario no hace mucho para una película colombiana entre cómica y de espanto. Diego Arango Mora, Armenia.

Desde niña escuchaba los comentarios de las mamás y abuelas sobre los suicidas del Salto de Tequendama. Los domingos eran los preferidos para que los suicidas se arrojaran al abismo, y ese hecho desataba una serie de historias de terror y de cartas de despedida. Yo, una niña, sentía pánico de acercarme a las tormentosas aguas. Este artículo me devolvió a la infancia y a sentir el mismo miedo y la misma brisa húmeda que el viento arrojaba al rostro de los curiosos que nos acercábamos para ver la famosa Piedra de los Suicidas. Inés Blanco, Bogotá.

Muy ilustrativa tu nota para quienes desconocen hasta en dónde está situado el Salto de Tequendama. Ignoraba el significado del vocablo en lengua muisca y me queda la duda de si «el que se precipitó hacia abajo» se refiere al caudal de agua o si ya desde aquellas épocas acaecían suicidios allí. Las dos últimas veces que pasé por el Salto de Tequendama solo vi un menguado chorro al que difícilmente le quedaría bien el nombre de cascada o catarata. Es una lástima. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

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El Karina, 42 años después

viernes, 21 de junio de 2024 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

El deceso de Eduardo Otero Erazo, capitán de navío retirado de la Armada Nacional, hace revivir la epopeya marítima protagonizada por él hace 42 años. El buque ARC Sebastián de Belalcázar, que comandaba, se enfrentó al Karina y lo hundió en el océano Pacífico, en cercanías del cabo Charambirá, por transportar un cargamento de 400 toneladas de armas y municiones para el grupo guerrillero M-19. Era el 14 de noviembre de 1981.

Otero Erazo había recibido la orden de zarpar desde Buenaventura hacia la isla Gorgona en persecución de un buque pesquero que por allí transitaba en forma ilegal. Más tarde le llegó una contraorden que le indicaba la presencia de un barco que venía de Panamá, el cual debía interceptar. En efecto, esta nave apareció de repente con las luces apagadas, y cuando el buque de la Armada encendió el reflector, fue detectada la palabra Karina.

Al observar el buque fantasma que el Belalcázar hacía una maniobra para sobrepasarlo, fue atacado de inmediato. Se iniciaban angustiosas horas de lucha entre las dos partes, en medio de disparos, ráfagas incesantes, heridos y muertos. El barco de los guerrilleros,  comprado en Alemania, había corrido infinidad de peripecias en su traslado entre Hamburgo, Berlín, el canal de Panamá, el desierto de la Guajira, la selva amazónica y el litoral del Pacífico colombiano.

Este barco estaba tripulado por intrépidos guerrilleros capaces de sortear todos los peligros. Los más aventajados eran Fernando Erazo (“Salvador”), Héctor González y Jairo Rubio (“Henry”), quienes con fiereza arremetían contra el enemigo implacable. A su vez, los del Belalcázar eran duchos profesionales del mar, formados con rigor por la Armada, y que conocían, por consiguiente, las contingencias que debían afrontar en sus viajes marítimos y fluviales.

Al frente de ellos iba Otero Erazo, oficial de amplia pericia, que contaba con la asesoría del segundo comandante, teniente de fragata Fernando Camacho Londoño, y el concurso de un notable grupo de oficiales y suboficiales: Lozano, Lesmes, Betancur, Gómez, Restrepo… La guerra era a muerte entre dos fuerzas aguerridas, hasta que a la media noche el Karina comenzó a hundirse entre la oscuridad y la tempestad. El buque fue devorado por el mar a más de 4.000 metros de profundidad, con su cargamento de armas que nunca se recuperó.

Germán Castro Caycedo narra a la perfección esta historia en el libro El Karina, que acabo de releer como homenaje a la memoria de mi amigo Eduardo Otero Erazo. ¡Honor al héroe de Charambirá! Su fallecimiento me conturba. Era compañero de curso de mi hermano Jorge Alberto, que también obtuvo el grado de capitán de navío de la Armada Nacional.

Karina era el nombre de una hija del intermediario principal del barco negociado en Alemania. El libro ha tenido 37 ediciones en Colombia y ha sido traducida a 9 idiomas. La agonía del Karina hace pensar en la derrota que tarde o temprano caerá sobre los guerrilleros y los contrabandistas. El relato es impactante, escalofriante, y se lee como una novela por el interés, la precisión y el suspenso que el autor estampa en sus páginas. Por otra parte, la obra es un retrato del mar, con su belleza, paisajes, borrascas y misterios.

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Eje 21, Manizales, 19-VI-2024.  Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 16-VI-2024.

Comentarios

 Me ha conmovido la muerte del capitán de navío, tu amigo y compañero de Jorge Alberto, con el episodio del hundimiento del Karina. Importante reconocimiento y feliz recordación de la valentía de este hombre de mar que hace tantos años envió al fondo del océano el armamento del M-19. Inés Blanco, Bogotá.

El poeta de la colonización

jueves, 6 de junio de 2024 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

En dos artículos recientes he tocado el tema de la colonización antioqueña, uno de los sucesos más importantes de la historia colombiana en los campos cultural, económico y social. Tal el éxodo masivo desde Antioquia hacia los actuales departamentos de Caldas, Risaralda y Quindío, y parte del Tolima y Valle del Cauca, que se asentó en las tierras baldías y creó un nuevo mapa y una nueva idiosincrasia en el país.

La novela El río corre hacia atrás, de Benjamín Baena Hoyos, es la pintura más fiel de ese proceso histórico. En ella describe, con lenguaje elocuente y poético, lo que es una real epopeya realizada por gente intrépida que, luchando contra toda clase de infortunios, se abría paso por las breñas inhóspitas, fundaba pueblos y afincaba a sus familias en los terrenos conquistados.

Esta novela es un canto a la tierra y a la lucha del hombre por poseerla. Su lenguaje es magistral. Punzante en ocasiones, y siempre florido y certero. Los hechos se presentan con refulgente claridad y llevan al lector a sentirse en el mismo lugar de los sucesos. Abundan la metáfora encantadora, la expresión lírica, la agudeza mental, la idea filosófica. Veamos un ejemplo: “Después vino la muerte y empezó a cavarle en el pecho. A cavar y cavar y cavar con los truenos de la tos. Así noche y día, hora tras hora. Eso acabó secándole la vida”.

Benjamín Baena Hoyos es el poeta de la colonización. ¿Alguien sabe que era además poeta romántico? Esta vena la vio crecer al lado del maestro Valencia, cuando estudiaba abogacía en Popayán. Escribió el libro Otoño de tu ausencia, que está ignorado por los comentaristas literarios. En el Quindío, donde el autor vivió buena parte de su vida, no lo mencionan Héctor Ocampo Marín, Nodier Botero ni Carlos Alberto Castrillón. En ninguna librería nacional se consigue. Lo descubrí en la firma internacional Buscalibre, y lo compré.

El poeta mantuvo oculta esta obra durante largo tiempo, y él mismo dirigió la edición en Pereira pocos días antes de su muerte (1987). Ignoro qué suerte tuvo dicha publicación. Lo que sé es que el libro fue el ganador, 26 años después, del tercer concurso de “Letras de Pereira para el mundo”, convocado en 2013 por Ediciones sin Nombre (México), Universidad Tecnológica de Pereira y Frisby.

Fue editado en Pereira, en marzo de 2014, por Gráficas Olímpica, y tiene esta dedicatoria: “A Esther, con amor, más ahora, cuando ya la vacilante luz de los recuerdos sólo alcanza para alumbrar tenuemente los más oscuros rincones del corazón”. Supongo que Esther era su esposa. Escribí a la universidad pereirana en busca de mayores datos, pero no me respondió. Baena Hoyos es también autor del libro Relatos del abuelo, sobre el que no he conseguido ninguna información.

Otoño de tu ausencia: ¡bello poemario! De él recojo estas perlas: “Y un día volveremos / como de algún naufragio, / tú con la voz cansada / de estrellas y de pájaros / y yo con los caminos / abiertos de tus brazos”. “Y así voy por la vida vislumbrando un presagio / que me libre en la hora del eterno naufragio / y me arrastre consigo por fantásticas simas”.

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Eje 21, Manizales, 30-V-2024.  Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 2-VI-2024.

Comentarios

 Qué buen escrito sobre Benjamín Baena Hoyos a quien traté por muchos años. Su esposa Esther Restrepo era prima hermana de mi madre Amelia Jaramillo, y ellas se trataban como hermanas. El padre de Esther, Mariano Restrepo, fue un ciudadano destacado de Armenia, dirigente y alcalde de la ciudad. El matrimonio Baena Restrepo tuvo dos hijos: Silvio y Ariel. El primero fue un distinguido y exitoso ingeniero (especialista en comunicaciones telefónicas). Diego Moreno Jaramillo (exministro, exalcalde de Armenia, exgobernador del Quindío).

Gracias por tu artículo sobre un nuevo hallazgo, un libro desconocido sobre la Colonización Antioqueña. No sé si conozcas el libro El último encomendero, de Luis Eduardo Gallego Valencia, sobre el inicio de esta gesta colonizadora. Eduardo Arcila Rivera, Bogotá.

Respuesta. Leí El último encomendero cuando fue publicado hace ya muchos años, y lo comenté en mi columna. Soy amigo de su autor desde mi época quindiana. GPE

Esta epopeya colonizadora deberá ser siempre recordada y llevarnos a imaginar esa lucha frontal de los colonizadores con la enfermedad y la muerte.  Porque este territorio era en verdad una zona impenetrable. Esos personajes valientes y decididos merecen ser recordados. Esperanza Jaramillo, Armenia.

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Las mujeres de Álvarez Gardeazábal

martes, 21 de mayo de 2024 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

 Dice Gustavo Álvarez Gardeazábal en el libro que voy a reseñar: “Mis lectores y mis oyentes han sabido siempre que no he tenido apetencias sexuales por las mujeres. Ellas, empero, han sido los soportes de mis afectos, los pilares de mis gestas y los grandes personajes de mis narraciones”.

Dicho libro hace parte de los doce que acaba de editar El Tiempo –con su sello Intermedio– para conformar la Biblioteca Gustavo Álvarez Gardeazábal. Entre ellos se encuentran títulos descollantes como Cóndores no entierran todos los días, Las guerras de Tuluá, Dabeiba, Comandante Paraíso, El divino. Un aplauso merece el periódico al rendir el justo homenaje que merece uno de nuestros grandes escritores.

Las mujeres de la muerte es otro de los títulos de esta serie. El escenario es Tuluá, la tierra natal del novelista. Nadie como él ha contado con tanta propiedad e indignación la violencia que desde tiempos pretéritos se ha ensañado en su pueblo. Como estigma de ese desastre, inmortalizó en su novela cumbre la figura siniestra del cóndor. La Tuluá de entonces es la misma de ahora, formada por delincuentes que causan regueros de sangre y exterminan la paz bajo la arremetida del odio, el atropello, el suplicio y la muerte.

En medio de balaceras, revólveres, bombas y metralletas, allí la gente vive aterrorizada a toda hora. Ayer eran los pájaros, hoy son los asesinos de La Inmaculada. Tuluá está vuelta un infierno. Huele a muerte. Los personajes que ventila Álvarez Gardeazábal en estos relatos escalofriantes son mujeres que llevan a rastras el dolor comunitario que nunca se extingue.

Ellas han perdurado en las entrañas del novelista amante de su pueblo. Estas mujeres simbólicas (Ana Dolores, Merceditas, Marianita, Bolivia González, la Potes, la señorita Raquel…) no solo sufren sus propios dramas, sino que los irradian a la familia y a la comunidad. Y producen un estallido social. A través del tiempo desaparecen de la escena como hojas secas que se lleva el viento, y llegan otras a remplazarlas. Reales unas y otras de ficción, el narrador ha escrito estos relatos como testimonios descarnados de lo que sucede no solo en su comarca, sino en el país. Tuluá es Colombia.

Y resalta su afecto hacia mujeres con quienes ha tenido trato deferente en el campo literario y en los altos cargos que ha ejercido. De hecho, libros suyos están dedicados a ellas. El que aquí comento lleva la dedicatoria para Rubiela Pérez Castillo, quien “me iluminó con su serenidad –dice él– en los momentos de gloria y en los duros episodios a que fui sometido”. A la periodista española Pilar Narvión le dedicó El tiritero, y Dabeiba a la escritora caleña Carmiña Navia. Hay varios casos más.

Especial atención me causa la historia de la señorita Raquel, la embalsamadora de Tuluá. Ella sabía todos los secretos de la gente, ya que por sus manos pasaban todos los muertos. No cambiaba su oficio por ningún otro. Todos la querían y la requerían, y ella vivía feliz con su afianzada dignidad. Era la indeclinable memorialista de la muerte, y se llevó a la tumba, a sus 89 años, la satisfacción de haberles dado la mano a sus paisanos en el trance final.

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Eje 21, Manizales, 17-V-2024.  Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 27-V-2024.

Comentarios

 Espléndido comentario a mis mujeres. Como diría la señorita Raquel en su quehacer mortuorio: «Más que generoso». Mil gracias. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

La Tuluá del Cóndor que me tocó vivir con la muerte alfabética de los firmantes de la carta a Rojas Pinilla pidiendo protección. Empezando con el ilustre abogado Aristides Arrieta. Violencia reencauchada hoy día con la banda de la Inmaculada. La Colombia violenta de siempre alimentada por políticos corruptos a quienes les conviene que nada cambie y seguir engordando sus bolsillos ¡Cruel realidad! William Piedrahíta, desde Estados Unidos.