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El anarquista Moncaleano

miércoles, 7 de junio de 2023 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

El paso inexorable del tiempo va borrando la memoria de la gente notable, ejecutora muchas veces de hechos sobresalientes y que por eso mismo debería ser recordada en los años futuros. Sin embargo, eso no sucede sino en contados casos. Es la triste realidad humana. Hoy las nuevas generaciones ignoran, en su inmensa mayoría, la vida de los próceres que nos dieron la libertad, y hay quienes no saben, incluso, quiénes fueron Bolívar, Santander o Sucre.

¿Conoce alguien quién fue el anarquista colombiano Juan Francisco Moncaleano? Me surge esta inquietud frente a la biografía de este personaje escrita por el profesor e historiador Orlando Villanueva Martínez, la que fue publicada en estos días en Bogotá por la Valija de Fuego, en edición de 656 páginas. Moncaleano nació en Líbano o en Honda, Tolima, en junio de 1881 –otras fuentes señalan que en 1883–. En palabras de su biógrafo, “fue un hombre controvertido y controvertible. Es el anarquista más importante de Colombia en toda su historia y uno de los más reconocidos de América Latina”.

A la corta edad de 14 años hizo parte de los ejércitos liberales y actuó en las guerras de finales del siglo XIX y comienzos del XX, en las que obtuvo alto rango militar. Se habla de que se desempeñó luego como profesor y filósofo, funcionario público, periodista, tipógrafo y comerciante. Su presencia en la vida pública le abrió poco a poco las puertas como agitador político, faceta que ejerció con absoluta convicción y que tuvo alta resonancia.

Para divulgar su pensamiento y librar sus denodadas luchas, fundó en 1910 el periódico El Revachol, que más adelante dejaría solo como Revachol, en honor de un anarquista francés. El anarquismo lo llevaba en la sangre y sería su razón de ser como ideólogo, combatiente, justiciero y revolucionario. Con su palabra demoledora arremetía sin tregua contra los poderosos, los tiranos, los burgueses, y mantenía la lanza enhiesta para defender a los pobres, los trabajadores, los artesanos, los plebeyos y, en general, a la población marginada.

Ese actuar incesante e implacable le acarreaba, por supuesto, fieras persecuciones, a la par que cárceles, torturas y vejámenes, tanto en Colombia como en otros países a los que se desplazó. A Méjico llegó en junio de 1912, atraído por su famosa revolución, y tres meses después fue expulsado con el rótulo de “anarquista peligroso”. Allí fundó la Casa del Obrero Internacional, y también el periódico ¡Luz!, mientras su esposa dirigía el periódico Pluma Roja.

Su expulsión del país azteca fue argumentada en el llamado Expediente n.º 8, nombre con el que el historiador Villanueva bautizó su biografía, seguido del subtítulo Juan Francisco Moncaleano: anarquista indomable. Los documentos auténticos de dicho expediente están recogidos como un anexo de la obra, lo mismo que los numerosos escritos del anarquista, lo cual constituye una novedad. Moncaleano murió en Massachusetts el 1.º de enero de 1916 –hace 107 años– a raíz de una operación del apéndice. Tenía 33 años.

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El Espectador, Bogotá, 3-VI-2023. Eje 21, Manizales, 1-VI-2023. La Crónica del Quindío, 4-VI-2023.

Comentarios 

Excelente artículo. Hay que recordar que hubo otro anarquista colombiano famoso, Biófilo Panclasta, dos años mayor que Juan Francisco Moncaleano. ¿Se habrán encontrado alguna vez? Bernardo Mayorga, Bogotá.

Me he llevado una sorpresa sobre el anarquista Moncaleano, porque desconocía la vida de este personaje. Ignoraba también la existencia de El Revanchol y los otros periódicos que él publicó. Me parece increíble que, siendo un personaje de tanta resonancia, no haya llegado hasta mis lecturas, máxime que soy un aficionado de antaño por la Historia. El saber es ilimitado y solamente podemos abarcar una ínfima parte. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Recuerdo de Fernando Soto Aparicio

miércoles, 24 de mayo de 2023 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

Celebro que el escritor y periodista caldense José Miguel Alzate se haya acordado de Soto Aparicio en los siete años de su muerte, ocurrida el 2 de mayo de 2016. Días atrás, el 11 de diciembre de 2015, había publicado yo la nota El atardecer de Soto Aparicio, que guardo en mi página web, seguida de sentidas expresiones de pesar. Transcribo algunas de esas voces de solidaridad frente a la infausta noticia que se veía llegar:

“Despides bellamente a un ser humano muy valioso y valiente. A un escritor que honra las letras de nuestro país” (Esperanza Jaramillo, Armenia). “No entendemos la muerte y, a veces, cuando alcanzamos a estar listos para irnos, nos hemos dado cuenta de que no entendimos lo que vivimos. Por el amigo que se está yendo, un abrazo estrecho de gratitud (Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá). “Qué triste debe ser escribir una nota para despedir a un amigo, pero también satisfactorio hacerle el reconocimiento público de los méritos cuando está aún vivo” (Eduardo Lozano Torres, Bogotá). “Qué valentía la de Soto Aparicio. Coger al toro por los cuernos. Examinar el dolor mientras se sufre. Eso para mí es heroísmo” (Gloria Chávez Vásquez, Nueva York). “Dolorosa la noticia y admirable la valentía de Fernando para enfrentar lo irremediable. Está dándole la cara con el arma que mejor conoce: la literatura” (William Piedrahíta González, Miami).

Como dice José Miguel Alzate, hoy están en el olvido grandes figuras de la literatura colombiana. Entre ellas, Eduardo Caballero Calderón, uno de los escritores más prestantes que ha tenido el país, quien hace poco fue recordado a través de Siervo sin tierra y de una serie de crónicas televisivas sobre la hacienda de Tipacoque.

Cuando falleció Soto Aparicio, me hicieron una entrevista y en ella me preguntaron cuántas obras de su larga producción pensaba yo que se salvarían del olvido, y respondí que no más de tres o cuatro. Entre ellas, La rebelión de las ratas, su creación cumbre –de eterna memoria–, que escribió a muy corta edad y que por ironía fue la que le abrió las puertas de la fama.

Lo mismo ocurre con Álvarez Gardeazábal respecto a Cóndores no entierran todos los días. En realidad, no se necesita sino una obra para pasar a la inmortalidad, y esto nos lo enseña Juan Rulfo con su imperecedera novela Pedro Páramo, de minúscula brevedad –apenas cien páginas–, en la que aprendió García Márquez a ser novelista.

Cuenta el periodista caldense que encontró en una librería de Ibagué el libro Fernando Soto Aparicio frente al espejo, de Caza de Libros, donde aparecen comentarios de varios escritores, entre ellos uno mío. He escrito muchos artículos sobre Soto Aparicio. Durante largo tiempo mantuvimos una estrecha e inquebrantable amistad. No puedo olvidar que fue él quien llevó a la televisión, en 1987, mi novela inaugural Destinos cruzados, que escribí a los diecisiete años de edad. Con ella inició RCN sus telenovelas nacionales. Y a través de ella refrendo este conmovido recuerdo.

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El Espectador, Bogotá, 20-V-2023. Eje 21, Manizales, 18-V-2023. La Crónica del Quindío, Armenia, 21-V-2023.

Comentarios 

Muchas gracias por recordarnos a ese gran ser humano y escritor que fue Fernando Soto Aparicio, a quien conocí personalmente en tu casa y de ahí surgió mi amistad con él. Mercedes Medina de Pacheco, Bogotá.

Regresando del profundo Boyacá, encuentro tu bella y sentida columna sobre Soto Aparicio, la que lo honra a él y a tu gran amistad. Estuve en Chiquinquirá y me sorprendió muy gratamente el homenaje callejero que le hicieron al poeta Julio Flórez al cumplirse este año los cien años de su muerte. Nos toca cuidar la memoria de los escritores y poetas, hasta el final de nuestros días. Eduardo Archila Rivera, Bogotá.

Cuando Bogotá tuvo tranvía

miércoles, 10 de mayo de 2023 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

El escritor y abogado Andrés Samper Gnecco (1918-1988), padre del periodista Daniel Samper Pizano y del expresidente Ernesto Samper Pizano, es autor de una deliciosa crónica que lleva el nombre de esta columna. Crónica que fue editada en 1973 por el Instituto Colombiano de Cultura en la famosa serie de bolsilibros creada por el poeta Jorge Rojas, primer director de la entidad. Samper Gnecco se distinguió por su talante cívico y su espíritu bogotano.

La colección de bolsilibros tuvo cerca de 170 títulos. Quien hoy la posea completa puede considerarse afortunado. Yo tengo ese privilegio. El primer tranvía apareció en 1884, y era un burdo artefacto movido por mulas que rodaba sobre rieles de madera revestidos de zuncho, y se desplazaba de la plaza de Bolívar hasta Chapinero. ¡Pobres mulitas! Muchas morían en esos trayectos inhumanos por física impotencia para resistir semejante suplicio.

El paso al tranvía eléctrico ocurrió en 1910, y su servicio se prolongó hasta 1951, cuando aparecieron los buses. La transformación de Bogotá cogió impulso a partir de 1884, cuando tenía menos de 100.000 habitantes, hasta el día de hoy, al llegar a 8´000.000. En aquellos días se fundó la empresa Ferrocarril de la Sabana (1887), cuya primera línea salía de San Victorino hasta Facatativá, y siguieron otros ferrocarriles que se dirigían hacia diversas latitudes.

Samper Gnecco recuerda el nacimiento del chorro de Padilla, cuando el agua que extraían los vecinos era llevada a las casas “en múcuras de barro, tapadas con tusas y sombreadas con frescos helechos”. Las onces eran una comida sagrada. Y al final de la tarde, los borrachitos les rendían culto a los anatoles, sinónimo del aguardiente ritual que consumían para bien dormir.

Bogotá era un recinto lento y amodorrado. Las campanas de las iglesias lloraban de tristeza, y los vecinos recorrían las calles con andar de ganso. El tranvía eléctrico contribuyó, pienso yo, a ponerle nervio a la ciudad. Años después, con la llegada del tren, los muchachos cantaban: “Paso a la rauda locomotora, paso que es hora de partir ya”.

Y estaban los célebres locos: Margarita, que vestía siempre de rojo, no se cansaba de lanzar gritos frenéticos al Partido Liberal; Violeta, que se creía prima hermana de san José y por consiguiente parienta cercana de la Virgen María, los buscaba de casa en casa; Pomponio, árbitro de la elegancia, repartía invitaciones vestido con “coco, saco negro, pantalón rayado, bastón, guardapolvos y clavel en el ojal”.

Han pasado 139 años desde la creación del tranvía. Tal vez Samper Gnecco nunca supuso que aquella Bogotá elemental, que comenzó a montar en tranvía cuando este era apenas una idea romántica, se desbordaría hasta límites incalculables. Llegaría el gigantismo y todo le quedaría estrecho. Y no daría el gran salto al metro –es decir, al futuro–, frenada por el oscurantismo y la pasión política. Hay que admitir que los gobernantes del pasado tenían una visión mucho más amplia para realizar planes de pronta y eficaz ejecución.

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El Espectador, Bogotá, 6-V-2023. Eje 21, Manizales, 4-V-2023. La Crónica del Quindío, Manizales, 7-V-2023.

Comentarios 

Muchas gracias. Mi viejo adoraba las crónicas reminiscentes, y la verdad es que las escribía con gran amenidad. Daniel Samper Pizano, Bogotá.

Mamá me llevaba al centro, es decir, al almacén Tía y alrededores, en tranvía. Alguna vez vi a la loca Margarita y al loco del tranvía, que corría para alcanzarlo. Gratos recuerdos. Vivencias que permanecen. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Más de 25 años duraron las pobres mulas arrastrando los pesados bloques, para ayudar a trasladar a los pasajeros. Un acto inhumano. Era una Bogotá en paz, donde los habitantes se conocían entre sí y se iban conversando en aquellos viajes. Curiosa la manera de obtener el agua que ayudaba a preparar el delicioso chocolate santafereño y reunirse en familia a contarse las novedades del día. Son 139 años de historias de una Bogotá con avances y también con desaciertos. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Gracias por tu estupendo artículo sobre el tranvía de mulas que conectaba el centro de Bogotá con Chapinero. Te envío el cuadro del tranvía que está en el Museo Nacional. Eduardo Archila Rivera, Bogotá.

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Un jesuita en el camino

martes, 25 de abril de 2023 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

Una de las columnas que más leí en época ya lejana –hasta que dejó de publicarse– fue la que aparecía los domingos en El Tiempo, titulada Un alto en el camino, del jesuita Alfonso Llano Escobar. Escrita durante 36 años, abarca 1.600 artículos, los que están recogidos en 11 volúmenes. Ha sido uno de los periodistas más constantes y prolíficos del país, y es además autor de más de 30 libros.

Durante su largo ejercicio sacerdotal se dedicó a difundir la palabra de Cristo –que fue siempre el orientador de su vida– con lenguaje claro y al alcance de todos. Trataba temas relacionados con la fe y con los conflictos del hombre, y los exponía con audacia, sentido reflexivo y ánimo controversial. Su columna era una de las más atrayentes y convincentes de la prensa nacional. El ejemplo de lo que predicaba está reflejado en su propia vida, que trasmitía sencillez, sabiduría y solidaridad con la gente.

Nació en Medellín en 1925 y murió en Bogotá en 2020. Ingresó en la Compañía de Jesús en 1941 y fue ordenado sacerdote en 1956. Se graduó en Filosofía y Teología en la Universidad Javeriana, y perfeccionó esos estudios en universidades de Roma. Dirigió el instituto de Bioética de la Javeriana y de la fundación Centro Nacional de Bioética. Toda la vida fue un estudioso de las complejas materias de un mundo en constante evolución y conflicto, y así mismo difundía y debatía los grandes problemas humanos.

En materia religiosa, le surgieron problemas con jerarcas de la Iglesia católica en asuntos relacionados con los anticonceptivos, la resurrección de Cristo y la virginidad de María, entre otros. Varias veces se refirió a la tesis “ascendente” según la cual a Cristo hay que considerarlo un hombre normal, con padres y hermanos, a quien Dios hizo su hijo debido a su perfección. Esa tesis no le da credibilidad a la virginidad de María, ya que Cristo nació hombre.

Y estalló el conflicto mayor para el valiente y erudito jesuita. Se habló de una “herejía”, y el caso fue a dar a Roma. La jerarquía colombiana, encabezada por el cardenal Aníbal Muñoz Duque, le prohibió ejercer el sacerdocio. Y, además, la vocación de escritor. “La relación con el obispo de Bogotá, monseñor Pedro Rubiano, venía tensa”, revela el padre Llano, y agrega: “…no se me permitió despedirme de mis lectores ni podía responder a entrevistas: solo me quedaba obedecer y callar. La Inquisición quedaba corta”.

Todo esto lo revela el jesuita en su libro póstumo –sus memorias– ¡Soy libre!  (Intermedio Editores), prologado por Roberto Pombo, exdirector de El Tiempo. La censura que recibió viola el artículo 18 de la Constitución colombiana, que consagra la libertad de expresión y establece que “nadie será molestado por razón de sus convicciones ni compelido a revelarlas ni obligado a obrar contra su conciencia”. He leído con mucho interés este libro estremecedor, y estoy atónito frente al castigo a que fue sometido el ilustre discípulo de Ignacio de Loyola.

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El Espectador, Bogotá, 22-IV-2023. Eje 21, Manizales, 20-IV-2023. La Crónica del Quindío, Armenia, 23-IV-2023.

Comentarios 

Lamentable fue la censura aplicada al padre Llano. Yo también leía sus artículos y sentí mucho lo sucedido. Me gustaban su enfoque humanístico, su claridad y calidez, entre otros aspectos. Elvira Lozano Torres, Tunja.

También yo fui un lector asiduo del padre Llano. Me pareció un erudito en materia religiosa y sus conceptos liberales siempre eran claros y libres. Esos conceptos «ofendieron» a la cúpula de la Iglesia católica colombiana, que de una manera grosera lo vetaron y le coartaron la libertad de expresión en forma abusiva y obsoleta. Típicos inquisidores. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Opiniones de lectores de El Espectador

Como de costumbre, una excelente columna. ¿Y de qué sorprenderse con la santa inquisición que prevalece en la multinacional de la depredación sexual de su grey, la pedófila Iglesia católica? Atenas.

Totalmente de acuerdo con usted: el padre Llano, un humanista. Castigado por la nueva inquisición enquistada en el Vaticano. Jorge.

Hasta en las mejores familias se cuecen habas. La Iglesia católica siempre ha sido dogmática. Lo que dice es palabra sagrada. “Se calla y punto”. Ana.

Si así se comportan los emisarios de Dios en Colombia, ¿qué podemos esperar de los poderosos que se consideran no emisarios sino representantes? Magdalena.

Como estamos hablando de transgresores del dogma católico y de las «ovejas perdidas» en la institución terrenal de la Iglesia católica, apostólica y romana, traigo a colación otros tres nombres de esa variante: los obispos Hélder Cámara y Frei Betto y el sacerdote Leonardo Boff. Hablar de la Teología de la Liberación en América Latina es sinónimo de esos nombres referidos. Leerlos es ver la otra cara (la pobre y marginada) de este continente. Una visión lúcida y valiente de nuestra historia. Shirley.

La Cápsula de “El Tiempo”

miércoles, 29 de marzo de 2023 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

Retrocedamos 40 años: 3 de marzo de 1983. Aquel día, a las 11:05 de la mañana, era enterrada la Cápsula de El Tiempo en los jardines del periódico. Circulaba la edición 25.000, y con ese acto los lectores de entonces enviaban un mensaje a los lectores de la edición 50.000, hecho previsto para el 24 de junio de 2052 (69 años, 3 meses y 21 días después). En la ceremonia estaban presentes los directivos de El Tiempo y el doctor Belisario Betancur, presidente del país, acompañados de numeroso público.

Para llevar a cabo el acto, el periódico había solicitado a sus lectores que sugirieran ideas sobre los objetos que debían recogerse como distintivos de la cultura que entonces existía. Y llegaron miles de cartas. Los 69 años que iban a transcurrir hasta la apertura de la cápsula representan 25.316 días. Hasta hoy se ha recorrido el 58 % del total del camino (40 años), y queda por recorrer el 42 % (29 años).

En la cápsula están depositados 1.408 objetos representativos de diferentes expresiones culturales. Los habitantes del año 2052 se encontrarán con objetos que no existirán en aquellos días, y que pueden considerarse muestras de museo, y apreciarán grandes testimonios del talento y los sistemas de la vida imperantes en épocas remotas.

En el campo bibliográfico, el acervo aportado es amplio. Veamos algunos títulos: Aguja de marear, de Otto Morales Benítez; El estudiante de la mesa redonda, de Germán Arciniegas; El cuento colombiano (2 tomos), de Eduardo Pachón Padilla; colección completa de las obras de Gabriel García Márquez; Diccionario de escritores colombianos, de Luis María Sánchez López; Colombia amarga, de Germán Castro Caycedo; La Gruta Simbólica, de José Vicente Ortega Ricaurte.

Todo el patrimonio seleccionado se encuentra protegido en 19 cajas divididas por colores, en las cuales se exhiben los grandes temas de la vida nacional, como el político, el económico, el religioso, el de la violencia, y además se ofrece un panorama sobre la idiosincrasia del país en los campos artísticos o folclóricos.

Los habitantes del futuro se enterarán de canciones famosas, como Soy boyacense, de Héctor J. Vargas; Espumas, de Jorge Villamil; Ay mi llanura, de Arnulfo Briceño, o La casa en el aire, de Rafael Escalona. Y descubrirán objetos curiosos, como la primera lavadora que se usó en el país; un escapulario, de los que hoy viajan en los taxis; un chupo para niño, o las armas que empleaban las Fuerzas Militares.

Con gran sorpresa me enteré de que dos de mis libros habían sido incluidos en la Cápsula de El Tiempo: El sapo burlón (1981), colección de cuentos publicada por la Biblioteca Banco Popular, y Caminos (1982), crónicas editadas por la Gobernación del Quindío. A un amigo que me felicitó por ese hecho, hace 40 años, le dije: “Aspiro a que mis descendientes descubran en el año 2052 un gerente de banco que aparte de hacer cifras también escribía mensajes para la posteridad”.

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El Espectador, Bogotá, 25-III-2023. Eje 21, Manizales, 23-III-2023. La Crónica del Quindío, 26-III-2023.

Comentarios 

Excelente información para muchísimos colombianos que ignoran sobre este gran «paquete» de artículos que en buena hora los directivos de El Tiempo idearon. Me imagino las caras de sorpresa y admiración de quienes dentro de 29 años descubran esa valiosa colección de objetos allí consignados. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Extraordinario artículo que me hizo retroceder a las noticias de la época, cuando se selló la Cápsula de El Tiempo. Por aquellos años hacía tránsito de mi vida universitaria al azaroso mundo de los primeros escarceos laborales. Para mí fue fantástico ese acontecimiento: nunca supe si era un viaje al futuro desde 1983 o uno al pasado desde 2052. Hoy pienso que la Cápsula de El Tiempo, más que un viaje en el tiempo, es un reencuentro con nosotros mismos en medio de una modernidad avasallante. Armando Rodríguez Jaramillo, Armenia.

Me siento muy orgullosa de que hubieran elegido El sapo burlón y Caminos para integrar la muestra significativa de una época de nuestro país, que más adelante va a ser conocida por las nuevas generaciones. Qué alegría saber que esos dos libros, que Valeria y sus amigas conocerán, son parte de mi papá. Liliana Páez Silva, Bogotá.