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Archivo para la categoría ‘Miradas al mundo’

Grupos de odio

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La guerra biológica que se ha desatado con­tra Estados Unidos y el mundo occidental tras la destrucción de las Torres Gemelas, acude al ántrax como arma mortífera contra la vida humana. No bastó el sacrificio de seis mil seres inocentes, sino que el estallido del odio se esparce por el planeta en un polvillo arrasador que siembra pánico en todas las naciones y abre las puertas del Apocalipsis.

Hay sospechas de que la bacteria pató­gena no proviene de Osama bin Laden, a quien se señala como el destructor de las to­rres, sino de grupos extremistas residentes en los Estados Unidos, animados por una sed insaciable de rencores acumulados con­tra el pueblo norteamericano. Se habla de 600 grupos de odio (bate groups) formados a través del tiempo como hordas de la muerte, con propósitos comunes: oponerse a la autori­dad, atacar al Gobierno y la democracia, implantar el neonazismo , sembrar el caos como sistema de poder.

En esta olla explosiva existen fanatismos religiosos y políticos, herencias hitlerianas, alianzas de separatistas negros de origen musulmán, adeptos del antisemitismo y la discriminación, y todos cuentan con célu­las extendidas por todo el país. Como se su­pone que el ántrax sale de ellos mismos, su objetivo no puede ser más claro: extermi­nar al enemigo. Y el enemigo es la civiliza­ción.

Por eso, cualquier habitante de Esta­dos Unidos está condenado a muerte, no importan sus creencias ni su condición so­cial, económica o religiosa. La guerra es contra el país y el sistema, contra un con­junto de países, contra todo el mundo. Es la humanidad entera la que está amenazada de muerte.

Sin embargo, la situación no es nueva. Desde sus orígenes, el hombre aborrece a su hermano. Nació con odio en el alma. Es­te estigma, recibido de Caín, es el mayor castigo que pesa sobre la naturaleza huma­na.

Todas las guerras del mundo, las mun­diales y las domésticas, las santas y las fanáticas, han sido provocadas por el odio. Na­die quiere ceder y todos buscan triunfar. La Biblia recoge esta tremenda profecía, en palabras de Cristo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino; y habrá grandes terremotos, y en diferentes luga­res, hambres y pestes; y habrá terror y gran­des señales en el cielo. Pero todo será ape­nas el principio de los dolores».

El ántrax ha existido siempre como si­nónimo de odio y destrucción. Se encuentra en la propia Biblia. Las pestes de la Edad Media, que mataron a 20 millo­nes de habitantes de los 60 que tenía Eu­ropa en 1348, causaron la peor época de pánico en aquellas naciones y se atribu­yen a castigo divino. De tiempo en tiempo, y cuando el hombre se vuelve más perverso, Dios lo castiga con pestes, gue­rras, caída de torres y ántrax. Leo en algu­na parte esta frase terrible: «Si no le temes a Dios, témeles a las bacterias».

En Colombia vivimos bajo el imperio del miedo desde hace mucho tiempo. Los gru­pos guerrilleros no solo se destrozan entre sí mismos –de hermano a hermano, como en el capítulo de Caín y Abel–, sino que tienen aterrorizada a la población con una guerra peor que la del ántrax: la vida no vale nada en los espacios urbanos ni en los rurales. No se puede andar por calles ni por carreteras, ni tener una casa de descanso y ni siquiera un humilde capital. No se puede expresar el li­bre pensamiento. El odio está regado contra todo el mundo.

Esta explosión de los peores instintos del hombre, configurada en Estados Uni­dos con la existencia de 600 grupos de odio, y en Colombia con otro número conside­rable de legionarios de la muerte, la define muy bien Benavente: «Hoy se unen los hombres para compartir un mismo odio, que para compartir un mismo amor».

El Espectador, Bogotá, 11-XI-2001.

Los secretos de Fidel Castro

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Castro confió a la poetisa colombiana Laura Victoria un papel secreto que impidió que un grupo de cubanos fuera expulsado de Méjico.

He leído en El Espectador la noticia sobre la repentina apa­rición de Dalia (o Delia) Soto del Valle, la esposa oculta de Fidel Castro, unión de la que existen cinco hijos varones: Alexis, Alex, Alejandro, Antonio y Ángel. Pocos en la isla sabían de es­ta relación, ya que el caudillo tiene establecido que los asun­tos del Estado no deben mezclarse con la vida privada.

Este suceso corresponde al misterio que rodea la vida de Fidel Castro. El hecho de que los nombres de estos varones comiencen todos por la letra A (caso distinto al de los tres hijos procreados con Mirta Díaz Balart), hace pensar en un enigma curioso. El pueblo cubano no sabe siquiera si su mujer actual, con la que ha tenido larga convivencia, se llama Dalia o Delia.

En mi poder reposa la primera página de Excelsior, correspondiente a la edición del 22 de abril de 1985, que da cuenta del encuentro que tu­vo la poetisa Laura Victoria con Fidel Castro, tres décadas atrás, en la cárcel mejicana donde éste se hallaba detenido junto con el Che Guevara y Ca­milo Cienfuegos, días antes de la revolución cubana.

Laura Victoria, amiga del di­rector de la cárcel y que ejercía el oficio de periodista, era llamada por éste cuando algún colombia­no necesitaba ayuda. Una vez se le informó que una compatriota suya se hallaba enferma, y de in­mediato fue a visitarla. Por ella se enteró de que un grupo de cu­banos estaba listo para ser ex­pulsado del país. Y deseaban hablar con Laura Victoria.

Fidel Castro, apuesto joven de 27 años, paseaba intranquilo por el patio. Al estrecharse las manos, la periodista le manifes­tó que ya lo conocía por el general Bayo, de nacionalidad española (que había dado instrucción militar a los guerrilleros cuba­nos). Castro le preguntó si su amistad con el general era cerca­na. Y ella le dijo que ese mismo día comería con él en casa del pintor Luis Marín Busquets.

Castro, titubeante, deseó sa­ber si podía confiar en ella. Ante lo cual, Laura Victoria lo invitó a que lo hiciera. El preso, que ha­lló convincente la actitud de la periodista, entró al baño y escri­bió de afán un papel. A su regre­so, le dijo al oído: «Debajo de la almohada de la enferma hay una misiva para el general». Más tarde, la colombiana se en­contró con Bayo en la casa del pintor y le hizo entrega del reca­do de Fidel Castro.

Aquel papel secreto impidió que el grupo de cubanos fuera expulsado dos días después en el barco que salía de Tuxpan con destino a la isla. Esto hubiera podido cambiar la historia de Cuba. Laura Victoria, en toda su vida, sólo ha visto a Castro aquella vez. Pero la presencia del caudillo, y lo que para ella –sin ser comunista– represen­taría más tarde como líder de la revolución cubana, le produje­ron hondo impacto.

En 1959, año en que el revo­lucionario entró triunfante en La Habana tras la derrota de Batista, la poetisa fue condeco­rada con la Orden de Martí por el poema épico El caudillo, dedi­cado a aquel preso «muy joven y muy guapo», como lo definió, confinado años atrás en la cár­cel de Miguel Shultz.

El Espectador, Bogotá, 17-VIII-2001.

Mirar hacia África

jueves, 10 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El escritor colombiano Gustavo Pérez Ramírez, que por espacio de 16 años fue funcionario de las Naciones Unidas, ha publicado, con prólogo de Otto Morales Benítez, un in­teresante libro, extraño para nuestro medio: Mirar hacia África. La obra sale en coedición de Plaza y Janés con el Servicio Colombiano de Publicaciones y fue impresa por Editora Guadalupe.

Es un ensayo profundo y muy documentado que se realiza después de varios viajes del autor al continente olvidado. El continente humillado por su negrería y su aparente atraso. Como Pérez Ramírez es sociólogo de vasta erudición, consiguió enfoques del mayor interés sobre los anteceden­tes y la proyección de esta parte del mundo que pue­de parecemos remota pero que está ligada con Latinoamé­rica bajo diversos aspectos.

Zona desconocida por la mayoría de colombianos y latinoamericanos. La idea que sobre ella te­nemos es la de un territorio de negros, lleno de desiertos, sequías, hambrunas, enfermeades endémicas y conflictos sociales. Apenas lo recordamos por las aventuras cinemato­gráficas de Tarzán.

Falta mucho conocimiento sobre la rea­lidad africana y este libro se convierte en sorprendente revelación. «África –afirma el autor– es un aliado na­tural de América Latina; somos geológicamente gemelos, antropológicamente hermanos. Nuestra sangre quedó mezclada durante el periodo de la esclavitud y en la actualidad compartimos igual suerte entre las hegemonías políticas, cul­turales, militares y económicas».

Al avanzar en las páginas del libro nos enteramos de una serie de intereses comunes que nos aproximan hacia aquella área: negociaciones del precio internacional del café, defensa de los precios de las materias primas, posición ante la deuda externa. África es tierra subyugada: también lo es Latinoamérica. Lo es Colombia.

El libro es, por otra parte, una deliciosa aventura intelectual. Nos descubre las culturas negras y un amplio horizonte sobre la literatura, la filosofía, las artes, las costumbres, los mitos y leyendas. Es un continente ancestralmente religioso y culturalmente creativo. Con la conquista en 1986 del primer Premio Nóbel de Literatu­ra, Wole Soyinka, se borró la imagen que se tenía sobre un pueblo inculto.

El africano no sólo es religioso sino que defiende va­lores fundamentales como el de la familia y la comunidad. Guarda gran respeto por los antepasados y considera la procreación una forma de afirmar la raza, hasta el extremo de registrar hoy uno de los mayores índices de crecimiento demográfico del mundo.

Con el proverbio «los hijos son mejores que las riquezas», la población, que a comienzos del siglo XIX era de 70 millones, y que en 1950 había llegado a 224 millones, hoy pasa de 600 millo­nes y para el año 2000 está calculada en 872 millones. Allí han fracasado los controles de la natalidad: la gen­te prefiere la fecundidad, así sea entre la pobreza.

Mirar hacia África es también abarcar el ominoso ré­gimen del Apartheid, una de las afrentas más graves que pesan sobre el ser humano. Esta segregación racial, impues­ta por los poderosos, es crimen de lesa humanidad. La supremacía blanca, generada por las transnacionales, ex­cluye a la población africana de las tomas de decisiones y de la participación en la riqueza.

*

Dijo Nixon: «Quien controle al África contro­lará al mundo». El libro de Gustavo Pérez Ramírez permite penetrar en el misterioso y perturbador hallazgo de este gi­gante que trata de romper sus cadenas milenarias. Darwin sostiene la teoría de que África es la cuna de la humanidad. Si de allí venimos, es bueno no olvidar el ancestro.

El Espectador, Bogotá, 28-III-1990.

 

El modelo japonés

domingo, 16 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace 36 años Mac Arthur avanzaba por el Pacífico ocupando posiciones estratégicas para dominar a los ja­poneses, que parecían invencibles. Los Aliados luchaban desesperadamente contra un enemigo tenaz que no se mostraba dispuesto a rendirse y que, por el contrario, miraba con arrogan­cia los avances de los americanos.

Cuando el gobierno japonés recibió el ultimátum, lejos de entregarse hizo mofa del enemigo porque no suponía que ya estaba lista la bomba atómica que destruiría, aquel fatídico 5 de agosto de 1945, la ciudad de Hiroshi­ma, y tres días después desolaría a Nagasaki.

La guerra se había ganado con la fuerza nuclear. El Japón, con dos millones de muertos, arrasada la población, destruida su industria y esterilizada su agricultura, era un pueblo agonizante. Sus fortalezas fí­sicas y morales caían abatidas por un enemigo superior. En esas condiciones firmó la rendición incondicional, se­llando el término de la Segunda Guerra Mundial, guerra pavorosa que dejó mutilada a la humanidad, aunque no parece que experimentada, ya que su afán armamentista, y ahora neutrónico, la arrastra a peores desastres.

Pero aquel pueblo agotado aprendió de esa lección incendiaria a levantarse sobre las ruinas. Reducidos los japo­neses a la miseria absoluta, desnudos y hambrientos, iniciaron la etapa de la reconstrucción física y moral. Del martirio de Hiroshima y Nagasaki salió la fuerza creadora. Era preciso sacar de la destrucción el aliento necesario para demostrarle al mundo que no se había perdido la última batalla: la del espíritu.

Las fábricas comenzaron a organi­zarse, las ciudades a reconstruirse, la agricultura a tecnificarse, y la vo­luntad, el arma más poderosa, a vencer el cerco que parecía invenci­ble. Se dice hoy que el mayor atributo de los japoneses ha sido su inteli­gencia. Se propusieron aprender a ser sabios, y lo lograron. Fueron recepti­vos a todas las enseñanzas y, siempre en plan de adquirir nuevos cono­cimientos, dominaron la tecnología moderna que ellos exportan exportan al mundo entero.

A los norteamericanos los mantie­nen en jaque. Los descubrimientos japoneses invaden todos los mercados del planeta. Son los mejores fabri­cantes de automóviles y camperos, de aparatos de televisión, de computa­dores, de mecanismos electrónicos. Marcas tan famosas como Sony, Honda, Toyota, Nissan, Mazda, Hi­tachi, Toshiba… demuestran lo que vale esta nación poderosa.

Es el Japón campeón del mundo. Sus habitantes son lectores apasionados y hacen de cualquier medio de información un canal de enseñanza. Les gusta asistir a conferencias y toda clase de actos culturales, porque saben que el cerebro humano es portentoso. Se ex­plica así que sea un país de científicos.

Este modelo de superación reta hoy al mundo con su técnica. Aprendió a ser grande en medio del desastre. ¡Qué lejos estamos nosotros de copiar, siquiera en mínima parte, a este gigante del desarrollo!

Tenemos en nuestro suelo colombiano todo lo contrario de lo que nos enseña el modelo japonés: pereza para producir, desgano para leer, incapacidad para crear, desidia para progresar… Nos sobran malos dirigentes, porque ni siquiera sabemos escogerlos, y nos asfixia la corrupción en todos los estamentos de la sociedad. El males­tar social atenta contra la seguridad pública y la estabilidad económica.

Sin embargo —¡quién lo creyera!—, se nos ha prometido volvernos el Japón de Suramérica. ¿No será un sueño fantástico? El molde, como se ve, se buscó demasiado exigente.

El Espectador, Bogotá, 7-X-1981.

 

Verdades sobre el comunismo

martes, 11 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Un amigo me trajo de España el recorte de un periódi­co donde se comentan intimidades del comunismo, rela­tadas por una pareja que vivió por algún tiempo en Ru­sia y pudo observar de cerca las costumbres allí reinan­tes.

Luego de haber estado en contacto con el pueblo ru­so y de buscar, inútilmente, la igualdad que preconiza el comunismo por todas las latitudes del planeta, la pa­reja regresó desencantada de los sistemas descubiertos. La esencia del partido comunista, extractada de los códi­gos de Marx, consiste en el reparto de los bienes mate­riales. De ahí la eterna lucha del trabajo y el capital. Se piensa, lo que es desde luego válido, que si existen para todos iguales oportunidades de subsistencia, ha­brá dignidad humana.

Pero la realidad en Rusia, la meca del comunismo, es bien diferente. El pueblo vive con estrecheces, mien­tras la burguesía disfruta de grandes comodidades. Lo primero es que no debería haber burguesía, si tanto se combate. Y allí hay lujos para los de arriba y penurias para los de abajo.

La clase privilegiada goza de mansiones suntuarias y no se ve el propósito de querer despojárselas, aplicando el principio de la equidad. Los asalariados tienen que hacinarse en humildes viviendas.

Ser miembro del partido comunista no es fácil. Y no lo es porque el partido es una élite. De 260 millones de ciudadanos rusos, sólo son miembros del partido 16 mi­llones, o sea, el 6%. Para la admisión se requiere pasar por muchas pruebas, pero sobre todo ganar­se ese privilegio, si es que en realidad puede considerarse como tal. Se busca gente con determinadas condiciones, con buen nivel educativo, con aptitudes de liderazgo y hasta con alto grado de aseo y urbanidad.

Esto último llama poderosamente la atención. No son los descamisados ni los descorbatados personas idó­neas para ingresar a los cuadros directivos. Nuestros «chiverudos» colombianos, que pretenden hacer proselitismo con exhibición de sus arrebatadas barbas, como si la filosofía de Marx estuviera en la pelambre, serían rechazados por antihigiénicos.

La falta de decoro personal, la dejadez del vestido, la suciedad corporal son motivos que en Rusia impiden la afiliación al partido comunista. Todo lo contrario de lo que acontece en Colombia. Aquí la melena, y por lo general una melena repugnante, ha querido convertirse en símbolo revolucionario. Será, cuando más, una de­mostración de desaseo. Las ideas se conciben y se expresan mejor cuando se posee buena higiene, en todo sentido, lo que supone también la higiene mental. No puede haber buena disposición anímica cuando el cuerpo está descuidado.

Se cree que Rusia es país de igualdades. Nada tan falso. El turista sólo ve lo que le muestran. A su llegada a Rusia le presentan una falsa imagen, con la que pretenden impresionarlo. Hay gran­des tiendas destinadas a diplomáticos, viajeros y jerar­cas del partido. La miseria permanece oculta. No se ven las colas que se forman en los almacenes lu­chando por la vida. Allí están los proletarios, peleando su sustento. La libertad está coartada. No se puede protestar públicamente. El pueblo vive oprimido. Cuando un intelectual se libera de este ambiente es porque está ya por fuera del país.

Esta pareja que no encontró las maravillas que se predican, dice que halló en cambio «una dictadura férrea en la que el hombre es explotado por el Estado». ¿No se­rá mejor la democracia, a pesar de sus cojeras?

La Patria, Manizales, 11-XI-1980.