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El modelo japonés

domingo, 16 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace 36 años Mac Arthur avanzaba por el Pacífico ocupando posiciones estratégicas para dominar a los ja­poneses, que parecían invencibles. Los Aliados luchaban desesperadamente contra un enemigo tenaz que no se mostraba dispuesto a rendirse y que, por el contrario, miraba con arrogan­cia los avances de los americanos.

Cuando el gobierno japonés recibió el ultimátum, lejos de entregarse hizo mofa del enemigo porque no suponía que ya estaba lista la bomba atómica que destruiría, aquel fatídico 5 de agosto de 1945, la ciudad de Hiroshi­ma, y tres días después desolaría a Nagasaki.

La guerra se había ganado con la fuerza nuclear. El Japón, con dos millones de muertos, arrasada la población, destruida su industria y esterilizada su agricultura, era un pueblo agonizante. Sus fortalezas fí­sicas y morales caían abatidas por un enemigo superior. En esas condiciones firmó la rendición incondicional, se­llando el término de la Segunda Guerra Mundial, guerra pavorosa que dejó mutilada a la humanidad, aunque no parece que experimentada, ya que su afán armamentista, y ahora neutrónico, la arrastra a peores desastres.

Pero aquel pueblo agotado aprendió de esa lección incendiaria a levantarse sobre las ruinas. Reducidos los japo­neses a la miseria absoluta, desnudos y hambrientos, iniciaron la etapa de la reconstrucción física y moral. Del martirio de Hiroshima y Nagasaki salió la fuerza creadora. Era preciso sacar de la destrucción el aliento necesario para demostrarle al mundo que no se había perdido la última batalla: la del espíritu.

Las fábricas comenzaron a organi­zarse, las ciudades a reconstruirse, la agricultura a tecnificarse, y la vo­luntad, el arma más poderosa, a vencer el cerco que parecía invenci­ble. Se dice hoy que el mayor atributo de los japoneses ha sido su inteli­gencia. Se propusieron aprender a ser sabios, y lo lograron. Fueron recepti­vos a todas las enseñanzas y, siempre en plan de adquirir nuevos cono­cimientos, dominaron la tecnología moderna que ellos exportan exportan al mundo entero.

A los norteamericanos los mantie­nen en jaque. Los descubrimientos japoneses invaden todos los mercados del planeta. Son los mejores fabri­cantes de automóviles y camperos, de aparatos de televisión, de computa­dores, de mecanismos electrónicos. Marcas tan famosas como Sony, Honda, Toyota, Nissan, Mazda, Hi­tachi, Toshiba… demuestran lo que vale esta nación poderosa.

Es el Japón campeón del mundo. Sus habitantes son lectores apasionados y hacen de cualquier medio de información un canal de enseñanza. Les gusta asistir a conferencias y toda clase de actos culturales, porque saben que el cerebro humano es portentoso. Se ex­plica así que sea un país de científicos.

Este modelo de superación reta hoy al mundo con su técnica. Aprendió a ser grande en medio del desastre. ¡Qué lejos estamos nosotros de copiar, siquiera en mínima parte, a este gigante del desarrollo!

Tenemos en nuestro suelo colombiano todo lo contrario de lo que nos enseña el modelo japonés: pereza para producir, desgano para leer, incapacidad para crear, desidia para progresar… Nos sobran malos dirigentes, porque ni siquiera sabemos escogerlos, y nos asfixia la corrupción en todos los estamentos de la sociedad. El males­tar social atenta contra la seguridad pública y la estabilidad económica.

Sin embargo —¡quién lo creyera!—, se nos ha prometido volvernos el Japón de Suramérica. ¿No será un sueño fantástico? El molde, como se ve, se buscó demasiado exigente.

El Espectador, Bogotá, 7-X-1981.

 

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