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Archivo para jueves, 10 de noviembre de 2011

La magia de la palabra

jueves, 10 de noviembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

(En acto académico en la Universidad Central)

Si por magia se entiende la ciencia o el arte que enseña a hacer cosas extraordinarias, hemos de admi­tir que el escritor, que fabrica artifi­cios con la palabra, es un mago. Es el verbo don portentoso que Dios le otorgó al hombre para comuni­carse con sus congéneres, pero sobre todo para enno­blecer el alma y hermosear la vida.

El hombre, comunicador social por excelen­cia, aprendió desde los remotos orígenes de la huma­nidad a emitir sonidos articulados para expresar sus afanes y emociones, y más tarde implantó los primeros abecedarios que darían comienzo a la multiplicidad de lenguas que hoy permiten el entendimiento humano en todos los confines del planeta. Enhebrar palabras para crear belleza e ideas, y con las ideas armar revoluciones o pacificar los espíritus, es un milagro de la creación divina.

No creo que exista arma más poderosa que la palabra. En ella está concentrada la mayor dosis de invención de que es capaz el hombre. Su ejercicio cabal produ­ce estremecimiento. Unas veces embelesa y otras des­concierta. Su efecto tiene cierto parecido con el ra­yo, que deslumbra o fulmina. Vemos hoy, en nuestra pobre patria torturada, que las balas y la dinamita se combaten con los dardos de la palabra, y más tarde sabremos que la barbarie quedó derrotada con la razón, que es la que domina al universo.

No quiero hablar de la palabra destructora, sino de la palabra creadora. Es esta última la mano derecha del escritor y sin ella no seria posible el arte. Di­ce Fernando Soto Aparicio: «La palabra pinta, suena, abofetea, enamora, se dispara hacia el infinito o hacia el corazón, que viene a ser lo mismo; la pala­bra no tiene límites como no los tiene el nombre cuando aprende a entenderla (…) Por la palabra he en­tendido personas, injusticias, llamadas de auxilio, convulsiones sociales o plegarias».

El libro, que representa el mayor mensaje del es­píritu, no es más que un laberinto de palabras. Y és­tas, utilizadas con estrategia, harán del laberinto un edificio de ingenio y sorpresas. La fuerza del escritor reside en eso: en saber buscar y enlazar los vocablos para causar encantamiento. Muy en boga se halla hoy en la literatura latinoamericana el término de realismo mágico, que consiste en un delicioso juego de la mente para construir imágenes que transmitan fascinación.

El libro es un artículo hechizado. Su misterio está en ese raro encanto que determina el estilo. Todo hasta aquí parece una concatenación de fórmulas mágicas, desde aprender a leer y escribir hasta emborronar cuartillas y embarcarse en la aventura de los libros, una maravillosa andanza por los en­tresijos de la inteligencia.

Para ser escritor es indispensable ser buen lec­tor, y habrá que sospechar de quien, sin vastas lec­turas y sólida vocación, comete el atrevimiento de convertirse, por un arte de magia que aquí no es po­sible, en autor de libros. Máximo Gorki ya tenía pasión por la lectura a la edad de catorce años. Cercado por la pobreza ingresó como peón en una casa de burgueses, donde sólo se respiraba ambiente de ostentación y frivolidad. Mientras otros trabajadores mataban con licor sus ratos de ocio, el futuro escri­tor, que había descubierto en su barraca una biblio­teca abandonada, devoraba libro tras libro.

Ese contacto permanente con la palabra escrita, pero sobre todo el anhelo de adquirir conocimientos, le estructuraban la mente y le ensanchaban el corazón. El primer requisito para que el escritor pueda adap­tar el espíritu a la creación de las ideas es el de ser susceptible al mensaje que otros, consagrados ya en el exigente campo de las letras, han dejado como faros de navegación intelectual.

De tanto leer, con el tiempo terminó Gorki fami­liarizado con los grandes autores de la época. Y más tarde llegó a ser el genio de la literatura rusa, cuya obra recoge el ambiente de miseria del pueblo oprimido. El verdadero escritor ha de escribir siempre sobre la tragedia del hombre, porque esa es la fuente de todos los conflictos sociales. «Los libros –dice Gorki– son el evangelio del espíritu humano y reflejan la angus­tia y el tormento de la creciente alma del hombre».

Si escribir es un acto de humildad y de soledad, también es un deleite. Deleite esquivo, no compren­sible por las mentes prosaicas, que sólo se conquis­ta con perseverancia, con disciplina, con dolor y sangre. Del sacrificio, no lo dudemos, se obtiene lo mejor del arte.

Vengo a hacer hoy, en este augusto recinto de la Universidad Central, semillero que es de ideas, un acto de fe en el escritor colombiano. En este mundo moderno, caracterizado por la mediocridad y la indo­lencia, el escritor es un ser condenado al desdén y la incomprensión. Rindiéndole tributo, como lo hago con emoción y firmeza, sé que enaltezco lo que otros pisotean: el imperio de la palabra, privilegio de las minorías selectas.

Y lo hago con vanidad, porque también soy uno de los escogidos del arte, y al propio tiempo destaco el empeño solidario con que el líder del plantel, doctor Jorge Enrique Molina Mariño, fomenta la cultu­ra nacional. En esta universidad se rescata al escri­tor de las aguas procelosas de la ingratitud social. Y esto, doctor Molina, es hacer patria. No sé cuántos libros ha publicado hasta hoy el centró docente, y creo que la cuenta se le perdió al propio rector. Lo que importa es ver los estantes colmados de títulos colombianos. Manifiesta un pensador inglés que «la ver­dadera universidad hoy día son los libros». Con esta norma, nuestro rector ilustre ha hecho de su casa uni­versitaria una sementera del pensamiento.

Aquí ve la luz la novela Ventisca, mi sexto libro, que bien o mal escrita es ya una realidad palpable. Me cabe el honor gratísimo de colocar al lado de tanta obra erudita esta pequeña contribución al acervo de cultura que crece todos los días en estos predios del humanismo. Y como he venido a exaltar al escritor en su duro y regocijante oficio de sembrador de la palabra, es preciso el momento para repetir con Carlyle: «La ver­dad es que el arte es la cosa más maravillosa que el hombre ha imaginado».

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Revista Manizales, julio de 1990.
Aristos Internacional, n.° 46, Alicante (España), octubre/2021.

 

Comentarios
(noviembre de 2021)

Con la “La magia de la palabra” se comprueba, una vez más, tu destreza con la palabra escrita. Qué maravilla de estilo. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

A mi juicio, las palabras son como un alumbramiento en la vida del ser humano; las amamos, las degustamos como un buen vino; también nos alegran la vida, y algunas veces son dolorosas. Pero ellas, fuertes y vigorosas, nos enriquecen y animan. Inés Blanco, Bogotá.

Como buen mago, expresaste en unas pocas palabras los efectos que con ellas se pueden obtener y el placer que, bien empleadas, pueden generar en los seres humanos. Estoy de acuerdo en que la palabra es el arma más poderosa que existe. Es lamentable que, como toda arma, pueda ser utilizada también para provocar mal en muchas ocasiones. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

 

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La huella de Santander

jueves, 10 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El pasado 6 de mayo el país se acordó, en forma copio­sa y significativa, del Hombre de las Leyes, con motivo de cumplirse 150 años de su fallecimiento. Sobre Santan­der, llamado también la «conciencia civil de Colombia», es preciso reflexionar acerca de la repercusión que tie­ne su nombre en la conformación de la República.

Pocas vidas tan controvertidas como la suya. Unas veces atacado y otras alabado, el fallo de la histo­ria resulta hoy nítido para señalarlo como el patriota emprendedor y el abanderado del Derecho y la organización de las instituciones. Apenas de 18 años deja las au­las del Colegio de San Bartolomé, donde estudia Filosofía y Jurisprudencia, e ingresa en el ejército libertador. Pasa por las mayores responsabilidades del mando mili­tar hasta conquistar la vicepresidencia y luego la pre­sidencia de la Nueva Granada.

Al lado de Bolívar libra sus mayores combates, sobre todo en las batallas de los Llanos Orientales, de Paya, del Pantano de Vargas y de Boyacá. Al discrepar de Bolí­var, lo alimenta, sin embargo, su fidelidad a la causa de la independencia. Por intervención suya fracasan dos intentos de asesinar a Bolívar. Se involucra su nombre en la conjuración septembrina, sin que aún hoy hayan po­dido ponerse de acuerdo los historiadores sobre si en realidad fue conspirador contra la vida del Libertador.

Condenado a muerte, el propio Bolívar le conmuta la sentencia por la pena de destierro, y en tal virtud aban­dona la patria en julio de 1829 e inicia su exilio en peregrinación por Alemania, Francia, Suiza, Inglaterra, Italia y Estados Unidos, países donde adquiere mayor erudición y ensancha su personalidad. En marzo de 1832 la Convención Constituyente lo elige presidente de la Nueva Gra­nada, cargo que desempeña hasta 1837. Se distingue co­mo estadista objetivo y sereno que le imprime a su administración equilibrio y sentido del orden.

Una vieja dolencia del hígado termina con sus días, hace 150 años, en paz con su conciencia y con la patria, y la historia se encarga de exaltar su memoria como uno de los prohombres decisivos de la nacionalidad. Su accidentada vida amorosa y en ocasiones su impulsivo ejercicio de la vida pública, que en ambos casos han dejado huellas indelebles, parece que corrieron parejos para forjar una apasionante personalidad.

Colombia ha celebrado el aniversario con diferentes actos académicos, honores oficiales, registros en los medios de comunicación y publicación de libros. Menciono,  entre las obras editadas, las que cito en seguida, que he recibido por generosidad de sus autores:

* Santander y el Estado de Derecho, de Horacio Gómez Aristizábal. Obra publicada por la Universidad Central, con nota de presentación de Jorge Enrique Molina y con prólogo do Germán Arciniegas. «Horacio Gómez –dice Arciniegas– acumula documentos y sabe darles cierta frescura a sus estudios. Su tarea es meritoria y su laboriosidad ejemplar». Santander obtiene en este estudio un enfoque que vale la pena repasar. Gómez Aristizábal, que es hombro de Derecho y además de estudio, sostiene en su ensayo que no puede existir democracia sin leyes.

* Francisco de Paula Santander, «el cucuteño» fundador de la República, de Antonio Cacua Prada. Edición de la Academia de Historia de Norte de Santander y Ecopetrol. Una sucinta biografía donde el lector común, y sobre todo el lector estudioso, podrán hallar los rasgos sobresalientes del prócer. Es trabajo ágil, preciso y concatenado para buscar sin mayores tropiezos los hilos de esta vida ejemplar.

* Revista La Tadeo,  dedicada a conmemorar, en sustanciosos ensayos, los perfiles más notables de la vida de Santander. Se revive una página del general José Gabriel Pérez, escrita por orden del Libertador, con la trayec­toria de Santander entre 1792 y 1821. Y se destacan va­liosos ensayos de Alberto Lleras Camargo, Fabio Lozano y Lozano, Alicia Posada de Reyes, Armando Gómez Latorre y Pedro Acosta.

El Espectador, Bogotá, 10-VII-1990.

 

 

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Una triunfadora en el exterior

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Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

No supuso Gloria Chávez Vásquez en 1970, cuando se residenció en los Estados Unidos, que veinte años des­pués obtendría el premio Emma, que en otro terreno es como ganarse el Oscar en dicho país, como reconocimiento al periodismo femenino. Es la primera vez que una hispana consigue ese galardón. El recorrido de nuestra colega por periódicos y revistas de los Estados Unidos arroja un balance elocuente. Este premio también es para Colombia, y desde luego para la mujer colombiana, ya que Gloria representa esa escuela de luchadoras que han sabido defender con coraje y luci­dez las causas de la justicia y la dignidad humana.

Con paso firme ha ascendido las escalas, rigurosas y competidas, del periodismo norteamericano. Sus crónicas son ejemplo de concisión, claridad y firmeza. Se ha especializado en los temas latinoamericanos, entre los que se ocupa con frecuencia del ad­verso discurrir de la vida colombiana. Y como sus ideas suscitan polémicas, incluso en los propios periódicos donde ha trabajado, su camino no ha sido fácil. Pero todos la respetan por la entereza de sus postulados.

En Nueva York se graduó en ciencias del comportamiento y en literatura hispanoamericana y sicología. Su primera incursión en las letras fue con el cuento Sor Orfelina, que en 1971 le hizo ganar puesto de honor en las páginas del Magazín Dominical de El Espectador. Las termitas, su primer volumen de cuentos, refleja su capacidad de narradora profesional, la que luego refrendaría con dos títulos más: Cuentos del Quindío y Akum, la magia de los sueños. Ahora trabaja en Vanessa, mariposa mentalis, otro camino de cuentos.

Este haber literario y periodístico la señala como colombiana sobresaliente en el exterior. Y pone de manifiesto que para triunfar es preciso salir de Colom­bia. Muchos talentos se pierden en nuestra patria por falta de estímulo y campos de acción. Nadie es profeta en su tierra. Gloria Chávez Vásquez, oriunda del Quindío, no logró que su propia región le publicara el libro que iba a obsequiarle a Armenia, su tierra natal, en el centenario de su fundación.

Como lo recordarán los lectores de esta columna, El Conde del Jazmín sucumbió ante la jarana de las rei­nas y la parranda. Después de aquella crónica, varias ofertas ha recibido Gloria para que el personaje típico de los armenios se levante y camine. La autora, como anticipándose a las ironías de su parroquia, había pues­to en labios de uno de sus protagonistas de ficción es­tas palabras que son de verdad: «Te repito por milloné­sima vez, Chichigua: desconfía de los humanos».

Otra faceta admirable de la personalidad de la pe­riodista es su sentimiento por los animales. Está vin­culada a vigorosas campañas, tanto de Estados Unidos como del mundo, que defienden los derechos de estos se­res desamparados y maltratados, en todas las culturas del orbe, por la ferocidad humana. Colombia es uno de los infiernos de los animales.

Aprovecho la ocasión, a propósito, para agradecer las numerosas manifestaciones de solidaridad que reci­bió esta columna como consecuencia de la crónica Cuando los animales lloran, que tuvo repercusión no sólo en Colombia sino en el exterior. Asociaciones defenso­ras de los animales y personas particulares me hicieron llegar un verdadero plebiscito que estimula estos no­bles empeños del periodismo.

Esa es Gloria Chávez Vásquez: digna representan­te de nuestro país en los Estados Unidos. Combatiente de la pluma y del periodismo creadores. Mujer, periodista, escritora, en ella se conjugan virtudes suficien­tes para engrandecer su raza y su tierra.

El Espectador, Bogotá, 30-V-1990.

 

Encuentros de la palabra

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Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

En agosto de 1988 se realizó en Riosucio el 6° en­cuentro de la palabra. Sale ahora, publicado por la Go­bernación de Caldas, con la asesoría editorial de Sonia Cárdenas Salazar, un hermoso libro de 578 páginas que recoge las conferencias y demás registros del suceso provincial. El editor es César Valencia Trejos y el au­tor de la carátula, Carlos A. Restrepo Calvo. Es Riosucio, hoy por hoy, el único sitio del país que sostiene con regularidad esta clase de torneos del arte donde se dan cita, sin importar esfuerzos ni distancias, escrito­res y poetas, lo mismo que periodistas, pintores, músicos y amigos en general de la cultura.

A todos los mueve un afán común: comunicarse. Tal vez los atrae la presencia del más locuaz de los riosuceños –el diablo– y los arrastra la ocasión de escapar por unos días, bajo el abrigo del pueblo acogedor, de las rutinas y sinsabores cotidianos. En la provincia reside el alma de la nación. Y a Riosucio se va en plan de identidad con los valores y los símbolos de la patria. «En defensa de la provincia debemos librar todos los combates», dice Otto Morales Benítez.

Hoy la provincia colombiana, en general, vive presa del miedo y la violencia. Las zonas cafeteras se sienten intranquilas. El sosiego comarcano está alterado por las hordas criminales. Riosucio era una excepción y ya no lo es. En los alrededores hay zozobra.

Estos encuentros de la inteligencia, que deben conti­nuarse con igual entusiasmo, se convierten en un conjuro diabólico (ya que el diablo de Riosucio es bueno) contra la maledicencia. La ciudad viene elaborando en silencio, casi sin darse cuenta, una magnífica antología del talento colombiano en los libros que edita después de cada encuentro. Allí las balas se combaten con palabras.

En el volumen que comento puede uno solazarse con el testimonio que dejan escritores como Germán Arciniegas, que destaca a Riosucio como imagen de la Repú­blica; o Hernando García Mejía, que presenta una sem­blanza de Adel López Gómez como maestro del cuento, la crónica y el humor; o José Chalarca, que analiza la novela Tomás, del escritor de la comarca Rómulo Cues­ta, como una de las mejores que se han publicado sobre las guerras civiles; o Álvaro Gartner Posada, que bus­ca la verdadera identidad del célebre Diablo del Carna­val; u Orozzia Rodríguez de Correa, que hace un inven­tario de la mujer dentro de la vida de Riosucio; en fin, hay otros interesantes enfoques sobre tomas locales y nacionales, lo mismo que capítulos dedicados a la poe­sía, la música, las artes plásticas y otros enfoques de la reunión.

Germán Arciniegas, el escritor más joven de Colom­bia, vive encantado con la figura histórica del padre José Bonifacio, «un cura de ojos tan azules y de tanto vigor en una edad que entonces era la de los viejos», e insta a los riosuceños a llevar al personaje a una novela «con el cuento del burro garañón que servía pa­ra alimentar el tesoro de la Iglesia». En estas rondas por la villa blasonada de Caldas no sólo se tropieza uno con el calor humano de Otto Morales Benítez, el riosuceño más auténtico, sino con personajes de leyenda como el padre José Bonifacio, a quien algún novelista debe resucitar.

La palabra es el mayor don que Dios le ha concedido al hombre. Riosucio sabe hablar. En los proverbios de Salomón se lee: «Manzana de oro en canastilla de plata: así es la palabra dicha a su tiempo».

El Espectador, Bogotá, 25-V-1990.

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Misivas:

Elogiosas palabras para con nuestro pueblo y el Encuentro de la Palabra sirven de alicientes para continuar estas citas culturales y contribuir con este granito de arena a la grandeza del alma del país. Juan Guillermo Trejos Zapata, vicepresidente de la Corporación Encuentro de la Palabra, Riosucio.

Reconocidos por elogio transparente de su pluma aparecido en El Espectador, decano de la independencia, guía espiritual de la dignidad del país. Su escrito llena a la comunidad riosuceña de alborozo y optimismo. César Valencia Trejos, Riosucio.

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Resucita un poeta

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Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Alguien me habló por primera vez, hace más de diez años, del poeta tolimense Martín Pomala, nacido en Ata­co en 1884 y muerto en Ibagué en 1951. Vengo ahora a descubrir a Pomala, en toda su trascendencia, en el libro que le dedica José Antonio Vergel –graduado en Filosofía y Letras en la Universidad Javeriana y vin­culado en Rusia, donde reside hace varios años, a importantes medios de comunicación–, obra que se lanzó en Bogotá dentro de la Tercera Feria Internacional del Libro, publicada por Ecoe y Ediciones el Mohán.

Vergel, también tolimense, escribe esta obra después de veinte años de investigar al personaje. En ella re­sucita Martín Pomala (o Jesús Antonio Cruz, su nombre de pila), poeta hoy olvidado, y grande en su época, a quien Luis Eduardo Nieto Caballero mencionó como el «verdadero cantor del Tolima».

Pomala fue condenado a la indiferencia de los nue­vos tiempos. Ahora su biógrafo, que no quiere dejar mo­rir a este muerto grande del Tolima, lo rescata de las sombras  sepulcrales. Como adelantándose a la ingratitud humana, anotó Pomala: “Es que la vida pasa! ¡Y la vida nos hiere con sus perversidades de bestia y de mujer!”.

¿Quién fue Martín Pomala? Veámoslo en sus rasgos ge­nerales. Hijo natural de la lavandera analfabeta Mer­cedes Cruz. En la escuela pública de su pueblo adelanta los estudios primarios, y luego consigue una beca para el colegio San Simón, de Ibagué, donde cursa hasta el tercer año de los secundarios. Se incorpora co­mo combatiente en la Guerra de los Mil Días y allí cae prisionero.

Su madre fue la gran adoración de su vida. Muerta ella, recibe duro golpe del que nunca se curaría. En Ibagué trabaja como empleado público. Se dedica además a la escritura y la lectura. Sobresale como la sorpresa literaria del momento. Felisa Carvajal, el inmenso amor de su vida, lo desdeña. A ella le dedica el poema Sangre, uno de los mejores de su producción. Las penas las miti­ga con licor.

Le sobreviene en 1916 la grave crisis de su salud que se conoce como «obnubilación ascendente». Es recluido en Bogotá en un manicomio, por espacio de siete años. Entre lúcido y lunático fabrica en el asilo versos a montones, que se pierden en su mayoría. Le canta al Sol: «Pa­dre Sol, ilumínanos. Padre Sol, ten piedad de estos lo­cos hermanos que a fuerza de dolor se están volviendo cuerdos».

En 1924 sale del asilo. Casi nadie lo reconoce. Se de­dica a vagar. Sufre hambres y maltratos. Viaja a Calarcá, a Caicedonia, a Popayán. A Guillermo Valencia le hace un gran reportaje. Se dirige a él como «Su Alteza Serenísi­ma y Maestrísima». El bardo de Popayán lo interpela: «No soy Alteza Serenísima. Diga usted: Excitadísima». De pa­so por Armenia se enamora locamente de Lola Botero, bella dama que no le corresponde. ¡Amor de poeta!

Menesteroso, abandonado y enfermo, se mueve como una hoja seca por las calles de Ibagué. Los años 50 son de dictadura y violencia. Y Pomala, antigobiernista decla­rado, proclama su socialismo y su rebeldía. El 20 de ju­nio de 1951 encuentran su cadáver, en alto grado de des­composición, por los lados del acueducto. Nunca logra es­clarecerse el crimen. Todo esto parece una ráfaga de ad­versidades del destino. En medio de ellas el poeta plas­mó su obra sobresaliente.

Errabundo, nostálgico y enamorado, y poseedor además de discreto tono de humor, Pomala había colocado en el poema Sangre esta pincelada sobre su dura existencia: “Tiempo después la suerte me arrojó del bohío. / Dije adiós al rebaño, a las selvas al río… / Y puesta ya en mis labios la sombra del bigote / me di a la aventura y me sentí Quijote”.

El Espectador, Bogotá, 19-V-1990.

 

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