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Archivo para viernes, 11 de noviembre de 2011

Invasión de indigentes

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En días pasados, 300 perso­nas menesterosas se tomaron en Armenia el templo de San Francisco, acción que se prolongó hasta altas horas de la noche, cuando tuvo que intervenir la policía para hacer el desalojo. En el operativo fueron retenidos 39 indigen­tes, 9 de ellos con ante­cedentes penales.

El motivo que expusieron los organizadores de esta ac­ción cívica, como hay que llamarla, es el incumplimiento de promesas electorales a esta población que espera, como todo núcleo social, que se so­lucionen sus necesidades.

Estos seres desamparados que deambulan por las calles capitalinas como elementos desechables (término cruel que les ha dado la sociedad de consumo), claman justicia, con su miseria a cuestas, y nadie los escucha.

A esta noticia se le dio en la prensa quindiana más el carácter de policiva, con gran­des titulares en primera página y fotos sensacionalistas, que lo que es en realidad: un drama social llamado a des­pertar la conciencia de gober­nantes y políticos para que se alivie el hambre de esa masa flotante que carece de condiciones mínimas para vivir como seres humanos.

Hay que decirlo con clari­dad: la sociedad arrogante de los centros urbanos, que vive entre clubes y lujos, menosprecia a estos parias que los mismos ricos se encargan de crear por la indolencia de sus capitales. La riqueza mal repartida es la causante de tanta mi­seria. Por eso, los indigentes de Armenia invadieron el templo y pusieron su dedo acusador en la sensibilidad ciudadana.

Este capítulo debe mirarse con la seriedad que tiene. No se trata de llevar a los patios de la policía a unos vendedores de basuco para mostrarlos como reos abo­minables. El mal tiene otras raíces. Es el propio mundo capitalista en que vivimos el que hace resentidos sociales.

Es la falta de solidaridad la que fomenta estos estados de morbilidad callejera. Las auto­ridades deben saber interpretar el mensaje para que la capital quindiana sea una capital humana.

La Crónica del Quindío, Armenia, 24-VIII-1992.

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Instituto Caro y Cuervo

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace 50 años –el 25 de agosto– el presidente Al­fonso López Pumarejo sancionó la Ley 5ª de 1942, por la cual la nación se asoció a la celebración del centenario de Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo. Era ministro de Educación Germán Arciniegas. Por esa ley se creó el Instituto Caro y Cuervo en honor de estos dos grandes humanistas, nacidos am­bos en Bogotá con un año de diferencia (Caro en 1843 y Cuer­vo en 1844). Como dato curioso, sus edades, al morir, también se llevaron un año de diferencia (Caro murió de 65 años y 8 meses, y Cuervo de 66 años y 8 meses).

Sus vidas fueron paralelas no sólo en el ciclo cronológico sino sobre todo en sus realizaciones como eruditos de la lengua. Cuer­vo está considerado el más grande de los lingüistas españo­les del siglo XIX. Caro es uno de nuestros clásicos más desta­cados. El instituto que se honra al llevar sus nombres resulta el reflejo de los viejos tiempos de­dicados al estudio, la investiga­ción y el trabajo creativo, tan distintos de los actuales que nadan entre la molicie y la frivo­lidad.

Jorge Eliécer Gaitán, un hom­bre superior de este siglo, sien­do ministro de Educación en 1940 fundó el Ateneo Nacional de Altos Estudios, cuya finalidad era dedicarse “únicamente al cultivo de la ciencia pura, a la investigación de la verdad por sí misma y al estudio de los gran­des temas de la naturaleza y del pensamiento humano». Otro de sus propósitos fue el de culmi­nar la redacción del Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana, obra que que­dó trunca a la muerte de Cuervo, y en la que se sigue trabajando en forma in­tensa.

El Ateneo, del que dependió en principio el Instituto Caro y Cuervo, fue la primera semilla de la magna obra que cumple hoy, para orgullo de Colombia, diez lustros de vida admirable.

No en vano corre sangre pura por las venas de esta institu­ción. Como defensora y difusora de la lengua y la cultura, ningún organismo nacional la supera. Es un semillero que inyecta cien­cia a filólogos, literatos, antro­pólogos e historiadores, incluso de otros países. En su amplia gama de publicaciones se reco­ge, con altura ejemplar, el testi­monio de un país enriquecedor de las letras. Son sobresalientes sus revistas Thesaurus y Noticias Culturales y la serie bibliográfica La Granada Entreabierta.

El hecho de que en 50 años de existencia el instituto sólo haya tenido cuatro directores, denota un triunfo contra los vicios bu­rocráticos. Los personeros de la entidad, pertenecientes a las más altas esferas académicas, cientí­ficas y docentes, y dotados ade­más de eximias virtudes perso­nales, por sí solos pregonan excelencia: Félix Restrepo, José Manuel Rivas Sacconi, Rafael Torres Quintero, Ignacio Chaves Cuevas. A ellos se suma el nom­bre también ilustre de Fernando Antonio Martínez, que estuvo encargado de la dirección por espacio de varios años. Preciso es destacar, además, el concur­so de distinguidos colaborado­res que han contribuido y con­tribuyen desde diferentes posiciones al engrandecimiento institucional. Estos 50 años re­presentan un júbilo para Colom­bia y las letras castellanas.

Con esta afirmación de patria y cultura, bueno es traer a cola­ción las palabras pronunciadas hace cinco años por el director actual, Ignacio Chaves Cuevas, con ocasión del ingreso de varios socios honorarios:

«Y es que resulta en verdad alentador y vivificante –para una institu­ción como la nuestra– el encontrar en medio de una sociedad desmemoriada y mezquina, per­sonas que todavía se preocu­pan, sienten y viven la cultura y apoyan con su talento y su trabajo la labor de las contadas instituciones que en el país luchan por la construcción y el progreso de la ciencia”.

El Espectador, Bogotá, 30-VIII-1992.

 

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A propósito de los correos

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Una costosa campaña publicitaria difundida en la televisión, en periódicos y revistas, y pagada por la Administración Postal, o sea, por el bolsillo de los contri­buyentes, anuncia una gran transformación en el servicio de los correos nacionales. Para hacer más llamativo el men­saje se ha tomado la efigie de nuestra preciosa reina Paola Turbay, con un sobre en la mano y una sonrisa encan­tadora. Lo malo es que el sobre no llega con la rapidez que allí se pregona.

Hay que ser francos: a Adpostal le falta aún mucha dinámi­ca para competir con las em­presas particulares –esas sí en verdad eficientes– que, por unos pesos más, ponen al día siguiente el sobre en manos del destinatario en cualquier sitio del país. Como usuario perma­nente que soy de los correos, encuentro que las entregas de Adpostal son inconstantes: unas veces llegan con la celeri­dad que anuncia la publicidad, y otras se demoran por días injustificables.

Me han llegado, y me siguen llegando después de la campaña adornada con sonrisa de reina, correos de la misma ciudad hasta con ocho días de retardo. En contraste, en muchos casos es más veloz la correspondencia del exte­rior.

¿Se justifica un costo tan elevado para tratar de cambiarle la imagen a Adpostal? Si la empresa nos suminis­trara el dato de la erogación por este concepto, nos quedaríamos pasmados. ¿Cuánto valen páginas enteras en periódicos y revistas, con el lujo que se ha empleado, repetidas en múltiples ediciones?

Estos son dineros oficiales gas­tados con alegría. Poco o nada es lo que se ha cambiado. La austeridad pregonada por el Gobierno no se observa en este capítulo. La mejor publicidad es la que se deriva del propio servicio, que ojalá, en este caso, se pusiera a la altura de las cuñas publicitarias para explicar, siquiera en mínima parte, semejante derroche.

La ineficiencia burocrática

A propósito de un comentario de esta columna, he recibido la siguiente comunicación de la Alcaldía Mayor de Bogotá:

«Hemos leído con suma aten­ción el artículo Abusos silencio­sos en su columna Salpicón, en el cual, con el fino estilo que lo caracteriza, usted describe la desidia y la deficiente atención de algunos funcionarios de la Empresa de Energía de Bogotá.

“Aprovecho la oportunidad pa­ra reiterarle el interés de la presente administración por mantener una comunicación abierta y espontánea con nuestros conciudadanos. En este proceso de acercamiento con la comunidad, los medios de comunicación cumplen una trascendental labor informati­va al interpretar el sentimiento colectivo y al brindar, con me­surada reflexión, las diversas alternativas de solución a los problemas de nuestra ciudad. Este compromiso asumido de manera directa por usted se traduce en su empeño de pro­pugnar condiciones de vida más justas para todos los bo­gotanos, y se identifica con nuestro propósito de mejorar el nivel de vida de nuestros conciudadanos.

“En nombre del señor alcalde mayor de Santafé de Bogotá, doctor Jaime Castro, quiero comunicarle que su inquietud ha sido remitida, con instruc­ciones precisas del alcalde mayor, al doctor Alberto Calde­rón Zuleta, gerente de la Em­presa de Energía, quien anali­zará las fallas señaladas por usted, con el objetivo de erradicar el círculo vicioso de la ineficiencia burocrática”. Ignacio Pombo Villar, secretario privado.

El Espectador, Bogotá, 26-VIII-1992.

Un campesino sin regreso

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

He vuelto a leer, muchos años después de su primera lectura, un excelente libro quindiano. Se trata de la novela Un campesino sin regreso, de Euclides Jaramillo Arango, que fue publicada por la editorial Bedout en 1959. Este libro, que no volvió a editarse ni se consigue en las librerías, ha cumplido 33 años de vida. Pertenece a la gran literatura regional que, triste es decirlo, no conocen la mayor parte de las nuevas generaciones.

Novela sobre la violencia colombiana, de las mejor logradas en este género. Como consecuencia de aquella época nefasta, muchos escritores nacionales dejaron su testimonio veraz, incorporado hoy a lo que se conoce  como la “literatura de la violencia”. Pocos, sin em­bargo, son los libros que en realidad están llamados a per­durar, y entre ellos se cuenta el de Jaramillo Arango, por más que el propio Quindío lo tenga olvidado.

Los jóvenes de hoy ignoran lo que fue la violencia política que azotó los campos del Quindío. Por fortuna, ya quedó derrotada la negra noche y no han vuelto a presentarse gérmenes que hagan temer por la aparición de aquella barbarie. El Quindío, a pesar de los signos adversos que castigan hoy su actividad agrícola, vive en un oasis de paz. Pocos depar­tamentos pueden mostrar la misma suerte.

La narrativa, que es por ex­celencia la gran historiadora de los tiempos, recoge en el libro que aquí comento un episodio lacerante sobre aquel turbión que pasó por el Quindío y sembró pavor y destrucción. Se destruían los hombres como ver­daderos lobos, sin saberse por qué, y desaparecía la tranquilidad en campos y po­blaciones. El sectarismo político, que hacía de las suyas en el territorio nacional, se enseñoreó de las campiñas cafeteras y desvertebró la tradicional fisonomía de esta región que sólo conocía el tra­bajo honrado.

Este libro de Euclides Jaramillo Arango es un canto a la tierra. Lo más sagrado que tiene el quindiano, su tierra feraz y amorosa, se engrandece en la pluma maestra de quien presenció de cerca la hecatombe fratricida. ¿Cómo pedirles a los jóvenes de hoy que conozcan esta novela si ya no se consigue? Ojalá alguien se preocupe por reeditarla.

La Crónica del Quindío, Armenia, 11-VIII-1992.

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GOG: entre el silencio y la gloria

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

(En el primer aniversario de su muerte)

El mejor homenaje a Gonzalo González Fernández (GOG) se lo dio la muerte. Fue preciso que muriera, el 12 de mayo de 1992, para que el país celebrara su silenciada celebridad, la que, dada su elegante y abrumadora mo­destia, no permitía que se exhibiera ante nadie. Rehusó siempre los hono­res. Y se aplicó el verso del regocijo: “¡Qué descansada vida la que huye del mundanal ruido!».

Como gozaba con la sencillez y rechazaba la notoriedad, supo esco­ger su puesto de privilegio en la vida: el de la discreción. Fue ser tacitur­no, y de esta manera negó el trópico de su pueblo natal (Aracataca) y la algazara de Barranquilla, donde pasó su niñez y parte de su juventud.

En Bogotá, donde se graduó de abogado, es posible que el frío glacial y el gris melancólico le hubieran adormecido el alma. En este ambiente de recogi­miento desarrolló su vocación de humanista y forjó su mundo espiri­tual. Se volvió artesano de la palabra. Al principio elaboraba, con invencible timidez, cuartillas recelo­sas que había pulido una y otra vez y que no se atrevía a enviar a los periódicos. Conforme progresaba en el arte de escribir, más temeroso se volvía de las imperfecciones idiomáticas y más avanzaba en su camino cultural.

Y de tanto exigirse, mayor dominio adquiría como autor de páginas suel­tas, publicadas con honores en co­lumnas hoy olvidadas de revistas y periódicos. Al tiempo con la lectura y la escritura atendía la cátedra universitaria, y gozaba en sus momentos de expansión –entre can­ciones, guitarras y acordeones– de las  tertulias bohemias, que sólo compartía en momentos especiales con amigos íntimos. Fue discreto en todo: en la amistad, en la bohemia, en la literatura, en la vida.

Parecía un caballero inglés, sigi­loso y refinado. Con su noble porte –un poco a lo quijote y un poco a lo gentleman– se movía con los visos del soñador, el dandy y el intelectual. Su innata amabilidad le hacía ganar rápido amigos y adhesiones. Quienes distin­guen a la gente más por el cerebro que por la apariencia, y más por la naturalidad que por el alboroto, sa­bían que allí residía un ser superior

A la postre se consagró como filólogo, gramático, crítico literario, maestro del idioma y periodista de la mejor estirpe. Era tanta su simplicidad, que hasta su propio nombre, que le parecía pomposo e interminable, lo redujo a tres letras. Y lo hizo famoso. Esto parece arte de magia.

Mi recuerdo de GOG data de 1971. Entonces dirigía él las páginas del Magazín Dominical de El Espectador. Allí nació mi carrera literaria, estimulada por el lejano maestro que sabía hallar en cualquier lugar del país el signo del escritor en cierne. Le envié mi primer trabajo y me lo premió. Esa publicación primeriza, que a cualquiera emociona y fortifica, me marcó para siempre. Al paso de los días se fue abriendo campo en el Magazín un proyecto de escritor, hasta consolidarse mi destino litera­rio que hoy, 22 años después, es irrevocable.

Sin el impulso decisivo de aquel descubridor de aptitudes, muchos escritores habrían permanecido en el anonimato. Su mayor aporte al mun­do de las letras fue incentivar la pasión literaria en quienes sentían vocación de artistas. Con ese ideal despertó afanes intelectuales y creó una escuela de cuentistas, novelistas, ensayistas y poetas. Fue la época de oro que evocamos con emoción y alegría quienes nos embarcamos en la gran aventura de escribir.

GOG hizo impacto en el país. Su talento conquista puesto de honor en las letras, en la docencia y en el periodismo. Como artista de la palabra fue severo, medido, intransigente, armonioso, perfeccionista. Intelectual auténtico. Poeta y  pensador. Con un grado de excelencia: formador de escritores.

El Espectador, Bogotá, 11-V-1993.

 

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