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Archivo para jueves, 31 de octubre de 2013

Las cartas de antaño

jueves, 31 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Una reciente crónica de Fabián Forero en el diario El Tiempo ha revelado una noticia insólita: que la escritura a mano existe todavía. En medio de este mundo que ha roto con bellas costumbres del pasado, esto de saber que aún se usan las cartas manuscritas, comprendiendo entre ellas, por supuesto, las cartas de amor, nos da un alivio a quienes no podemos resignarnos a la disolución de normas y principios que definieron el estilo de los viejos tiempos. Y marcaron nuestra propia alma.

Dicha crónica descubre una entidad estatal que yo creía extinguida: los Servicios Postales Nacionales, que hoy funcionan con la marca 4-72. Curiosa identificación del nuevo organismo postal. Investigando su procedencia, supe que este número identifica las coordenadas que posee Colombia en el globo terráqueo. Los antiguos Correos de Colombia de días remotos, o la Administración Postal Nacional (Adpostal) de época menos antigua, han quedado reducidos a tres números: 4-72. Y a un color distintivo: el azul.

Ruth Romero Daza, mujer de 40 años, toda de azul vestida, inicia su recorrido diario a las 8:30 de la mañana. Cada día debe entregar, de puerta en puerta, 50 cartas en Bogotá, y lo hace en su bicicleta todoterreno, que se las sabe todas. Como ella, otros 389 carteros ejecutan el mismo oficio. En este frágil vehículo se transportan todavía esquelas de amor de parejas que guardan alguna semilla de romanticismo. También va la carta para el preso, o para el comerciante, o para el acreedor. Es un residuo del pasado que se niega a desaparecer, a pesar de la arremetida del correo electrónico.

“Internet sepultó el correo tradicional”, dice Fabián Ramírez, funcionario de 4-72. Y agrega que hoy se entregan en Bogotá unas 2.000 cartas semanales escritas a mano, mientras antes se despachaban hasta 20.000. Lo deplorable de este cambio mutilador es que antes la gente escribía sus cartas con esmero y reflexión, vale decir, con buena redacción, con ortografía, con raciocinio, con respeto y elegancia. Hoy, en aras de la velocidad, de la simplificación y el facilismo, a los corresponsales no les importa chapucear el idioma y cometer las mayores burradas.

El manejo de las tildes, de las mayúsculas y las minúsculas, la donosura y la claridad de la expresión son cosas del pasado. El mundo moderno ignora los códigos del bien decir. Lo que importa es ir rápido, sin detenerse ni profundizar en nada. La estética epistolar desapareció. Antes la correspondencia era un género literario. Hoy es un campo baldío. Por fortuna, todavía quedan exponentes que tratan de salvar lo poco que resta de este desastre universal.

La internet trajo mucho progreso al mundo. Pero al mismo tiempo sacrificó muchos valores. Carmen Zamora, amiga mía colombiana que vive en Los Ángeles (Estados Unidos), me cuenta que al ir a matricular a su pequeño hijo en el colegio, notó que entre los elementos que debía llevar no le pedían lápices ni bolígrafos. Creyó que se trataba de un olvido de la profesora, pero no fue así: esta le informó que dichos utensilios sobraban, y le indicó que en cambio debía llevar un computador manual donde el niño aprendería a escribir y pintar con el lápiz digital.

Por todo lo dicho, anoto que me causó sorpresa y admiración el saber que todavía hay personas que escriben sus cartas a mano, y una entidad que se encarga de llevarlas a sus destinatarios. Ojalá 4-72, que parece una empresa obsoleta en este mundo iconoclasta y arrasador, sobreviva en medio de la tormenta.

Quedan parejas que practican aún el método de “cartearse”, aunque no dentro de la velocidad e impersonalidad del correo electrónico (cuando no se emplea bien, vale la pena aclarar), sino a mano, con un bello sentimiento a flor de piel y acaso con una gotita de perfume sobre el filo del papel, como lo hacían los enamorados de antaño.

Esto puede ser una ilusión o una utopía, pero es que el hombre debe conservar el derecho a soñar. Cuánto diera yo por que algún día tocara en mi puerta la mensajera Ruth Romero Daza, con su bicicleta todoterreno, su uniforme, su gorra y su mochila pintados de azul. Lo difícil es encontrar la corresponsal para semejante aventura.

Eje 21, Manizales, 22-VI-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 23-VI-2012.
El Espectador, Bogotá, 23-VI-2012.

* * *

Comentarios:

Cuántas veces he añorado la carta, la tarjeta, la palabra de puño y letra. A los niños se les va privando de incursionar con sus medios en el mundo de la escritura, de la comunicación personal, etc.,  y ni qué decir de la lectura, todo condensado. Falta el delicioso contacto con las carátulas, el voltear de las hojas, los largos ratos con el libro entre las manos. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Los ordenadores no interpretan la emoción de los trazos contenida en la caligrafía de cada letra ni la carga de intimidad de los contenidos expresados con colores y aromas. MedaJoZa (correo a El Espectador).

¡Nostalgias del ayer! Ah, cómo no recordar aquellos tiempos idos, de cartas perfumadas y de tiernas palabras endulzadas con el más sutil embrujo de la inocencia primaveral. Cartas que iban y venían, unas, contando sus tristezas y sus cuitas de amor, las más, añorando no poder estar al lado de su amor (…) En mi caso, duré cinco años escribiendo cartas de amor para mi amada. Hoy llevo 43 años de casado con la que crucé cartas perfumadas con pétalos de rosa y pensamientos del camino, de aquellos tréboles de cuatro hojas. Hecnomef (correo a El Espectador).

Don Gustavo Páez me ha hecho recordar mis viejos tiempos de niño, cuando el cartero le llevaba la correspondencia y los telegramas a mi papá. Era una persona querida del pueblo. Foción Bustamante Carrascal (correo al El Espectador).

En tiempos del ordenador y del correo electrónico, las bellas cartas de amor viven un momento agónico. Los carteros de hoy en día sólo nos traen propaganda: jamás nos dan la alegría, de cartas, como Dios manda. Alab Buriticá Trujillo (correo a El Espectador).

Quiero manifestarle que comparto plenamente su parecer y sentir, y a la vez contarle que aquí en Venezuela la marca Montblanc promueve un concurso anual y premia a quien, a juicio del jurado, haya escrito la más bella carta de amor. Gracias por proporcionarnos ese bonito recuerdo. Aminta Urdaneta, Barquisimeto.

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Jonás

jueves, 31 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

No es usual que un perro se llame Jonás. Pero así se llama el nuestro, el simpático habitante del predio campestre de Villa de Leiva. Nos lo regalaron de cuatro años, y ya se llamaba Jonás. Es posible que el nombre bíblico se lo hubiera puesto algún niño imaginativo que se fascinó con la historia de la ballena que se tragó al profeta, y a los tres días salió éste sano y salvo, y por supuesto triunfante,  del vientre monumental del cetáceo.

Sea lo que fuere, el noble animal se convirtió en miembro de la familia. Bien pronto se volvió objeto de admiración, entretención y cariño. Lo veo correteando por la finca, brioso, elegante y fiestero. Cuando llegamos a Villa Astrid, sale a recibirnos, en medio de alborozos exuberantes, con un palo en la boca a manera de bienvenida. Si no aparece rápido el palo, busca una piedra tosca –por lo general de buen tamaño– para cumplir su estricta y calurosa regla de protocolo. Y al acercarse a nosotros da unos cuantos brincos en el aire, como todo un acróbata de la agilidad y la gracia, para así testimoniar la alegría que lo embarga.

Cuando al término de la temporada advierte que nos preparamos para el regreso, agacha la cabeza en lo alto de la loma, y de allí no se mueve. Permanece absorto mientras ve el ingreso de las maletas a los vehículos, y luego entra a su casa, a paso lento, decaído y taciturno. Existe una oculta fibra sentimental que une a los animales con los hombres. No todos los hombres saben encontrarla. En Jonás, que es todo sentimiento y nobleza, distinción e inteligencia, su percepción de la alegría y el dolor es más aguda que en muchos de sus congéneres.

Al principio tuvo problemas con Brownie, su compañero de morada, a causa de los cuales solían enfrentarse en encarnizadas contiendas. Brownie llegó a compartir el espacio de la finca a los pocos días de nacido, y como ambos son labradores (Jonás, cruzado con bóxer), supusimos que se llevarían bien. Así ocurría por lo general, pero la paz se alteraba cuando surgían motivos de celos, o de territorio, o derivados del temperamento dominante de Jonás.

Luego de darles algunas clases de convivencia tomadas de textos científicos, vimos con satisfacción que las dos mascotas se habían sociabilizado por completo, y terminaron entendiéndose como un par de hermanos. Quienes saben de perros comprenden muy bien estas cosas.

Y pasó el tiempo. A Jonás comenzó a vérsele el pelo blanco, señal de madurez y vejez. Ya no andaba rápido, a veces se fatigaba, dejó de volar por el campo como una saeta… Me acordé de Piero, en su canción famosa: “Viejo, mi querido viejo, ahora ya camina lerdo… la edad se le vino encima sin carnaval ni comparsa”. Fue entonces cuando le agregué otro nombre, nombre honorífico y muy bien ganado: “el patriarca”.

Mi patriarca se había vuelto viejo. Revisamos su calendario, y nos cercioramos con desconsuelo de que ya tenía 13 años, que convertidos a la edad canina representaban 80 años. Con la edad, vinieron las enfermedades. No solo disminuía su brío habitual, sino que perdía el oído, el equilibrio y la vivacidad de otros días. Sin mayor dificultad le descubrimos las densas cataratas.

Varias enfermedades, todas a un tiempo, dieron cuenta de la decadencia evidente del patriarca. Lo mismo que nos ocurre a los humanos. Por algo el hombre y el perro se parecen. Nuestra mascota tuvo, dentro de una familia compenetrada con el sentimiento hacia los animales, las mayores atenciones en su vejez, y contó con todos los recursos de la ciencia.

Jonás ya no existe. Lo derrotó el calendario. Murió sin sufrimiento, este 8 de junio. Brownie duró buen tiempo lanzando ladridos lastimeros. Según el veterinario, esta es la manera de expresar su luto el compañero o compañeros sobrevivientes. El par de loros, con su algarabía habitual, hablaban su propio lenguaje, mientras el cortejo de gallinas rebuscaba en el pasto, con cierta tristeza, el alimento cotidiano.

Corrijo cuando digo que Jonás ya no existe: existe en el corazón de una familia que no olvidará su presencia en el terruño, donde se queda en medio de flores, de paisajes y de recuerdos gratos.

Eje 21, Manizales, 15-VI-2012.
La Crónica del Quindío, 16-IV-2012.
El Espectador, Bogotá, 16-IV-2012.
Adda Defiende los Animales, n.° 45, Madrid (España), diciembre de 2012.

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Comentarios

De la familia

A Jonás lo vamos a recordar porque sus sentimientos son muy cercanos a los de un ser humano, y en algunos, quizás mejores. Aprendimos muchas cosas de él, y sobre todo que el amor se puede manifestar de la forma más sencilla, y la tristeza también es grandeza. Una vez cuando nos íbamos le vimos una lágrima, y él quiso que no lo viéramos. Quizás por eso siempre se escondía en su casa. Fabiola Páez Silva.

Me conmueve mucho este gran homenaje a nuestro magnífico Jonás. Está totalmente descrito lo que vimos a su lado: alegría, amor desmedido, demostración de ese afecto, energía, siempre que estábamos en Villa Astrid. Lo disfrutamos y lo amamos. Liliana Páez Silva.

Espléndido artículo, escrito con magia y sensibilidad, que plasma con realismo y al mismo tiempo con belleza lo que fue la vida y obra de Jonás. Pedro Galvis Castillo.

Quedamos muy complacidos con el artículo sobre Jonás, pero sentimos mucha tristeza al saber que murió esa mascota tan especial. Generalmente los perros se convierten en parte de la familia y expresan con su actitud y su mirada todo su cariño y lealtad. Pedro Elías Páez Escobar, Ligia.

Muy bello el «poema» sobre Jonás. Describir y pensar lo que él fue es maravilloso, más cuando se ha compartido. Y siempre fiel se acostó en su madre tierra. Me pregunto a dónde irá ahora su espíritu sumiso. Creo que a nuestros corazones. Juan Carlos Campuzano M.

Yo les comentaba a los presentes que si el animalito hubiera sabido leer y escribir, también habría firmado el «derecho a morir dignamente». El «patriarca», sin padecimiento alguno, en menos de un minuto, incluyendo la búsqueda de la vena en una de sus patas y la postura de la inyección, inclinó la cabeza hacia adelante y quedó como dormido con las caricias… Jorge Alberto Páez Escobar.

Excelente historia de Jonás. Una descripción muy detallada y muy bien escrita. Humberto Escobar Molano.

Lloré mucho con esta historia pues he perdido ya tres mascotas que han sido mi vida y sé el dolor tan grande que se siente cuando tienen que irse, verdaderamente ellos son un miembro más de la familia. Consuelo Hustace (Estados Unidos).

De lectores

Me acompaña un hermoso labrador llamado Cicerón. Los labradores son muy inteligentes y consentidos. Cicerón es todo un personaje, conoce mis rutinas, tiene un lugar en mi estudio e indefectiblemente tenemos que salir a caminar a las 5:30 p.m. a veces hasta con sombrilla. Sabe cuando voy para Armenia y se sitúa junto al carro para que lo lleve. Esperanza Jaramillo, Armenia.

Precioso homenaje a Jonás. No solo existe en el corazón de ustedes sino en el cielo perruno que estoy segura Dios ha destinado a esas leales criaturas. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Por medio de esta columna se hace partícipes a los lectores de todas partes que el bueno de Jonás se fue para no volver, y se fue para quedar en el corazón de los que lo quieren, tal como lo hacen los seres humanos. Loretta van Iterson, Ámsterdam.

Sé de sobra lo que es la muerte de un animal querido. Yo tuve un gato maravilloso, llamado Nikki, una verdadera maravilla. Mezcla de siamés y angora. (…) Mucho, mucho tiempo después, un día, en verano, nos dimos cuenta de que Nikki estaba enfermo. Lo llevamos al veterinario. Le recetó varias medicinas pero sin mucha esperanza. Esa noche lo acostamos en la cama de nuestro hijo, que era un lugar suyo donde solía ovillarse. En la madrugada me levanté para ir al baño y me encontré a Nikki casi a la puerta de nuestra alcoba, prácticamente muerto. Se había arrastrado penosamente los casi seis metros, de un dormitorio al otro, para venir a nuestro lado. De inmediato llamé un taxi y me largué al veterinario de guardia, no podía verlo sufrir. Le dieron una inyección en mi presencia, mientras él me miraba con unos ojos que me hacían llorar. Tanto como lloraron nuestros hijos al regresar de España (…) Paz a Jonás en el cielo de los animales, y ojalá se haga amigo de Nikki y de Platero. Ricardo Bada, Colonia (Alemania).

Hay que tener en el interior del alma una gran fibra humana  para manifestar el sentimiento de pena en la partida definitiva de un ser que en algún momento de nuestras vidas nos proporcionó alegrías, satisfacciones, como lo hizo “el patriarca”. Los animales tienen un mundo que nosotros los humanos pocas veces entendemos. Álvaro León Pérez Franco, París.

Soy una lectora de su artículo de El Espectador. Tengo una perrita 12 años y medio que lleva su vejez con dignidad, camina despacio, huele con más observación, les ladra a los jóvenes. Veo su carita más blanca y a veces sus ojos caídos cuando la tengo que dejar. Ha sido mi maestra en todo, como son los animales y la naturaleza. Solo quería decirle… qué maravilla su artículo, una bella experiencia como la suya me encantó compartir. Liliana Durán, Bogotá.

Su escrito sobre Jonás nos hermana. También tengo un labrador, se llama Mateo Montealegre,  también está cumpliendo 13 años y sufriendo los rigores de la edad adulta. Mateo llegó a decorar nuestras vidas en mi familia desde los 30 días de nacido, por lo que entiendo perfectamente su expresión poética del dolor que la partida de Jonás ha causado en usted y su familia. Trato de prepararme para el momento en que Mateo también termine su ciclo de vida y entre a formar parte del baúl de los bellos recuerdos. Libardo Montealegre M.

Qué crónica más bella. Qué sentimiento encierran tus palabras que puestas sobre el papel para perpetuar todo el cariño que ese ser devolvía a toda la familia cuando llegaban o el intenso dolor cuando partían, nos golpean a todos aquellos que, que con la misma sensibilidad, hemos amado y llorado a una mascota. Carlos Ochoa Martínez, Bogotá.

Hemos pasado por este trance doloroso, que solamente entendemos quienes lo hemos vivido. Luis Carlos Gómez Jaramillo, Bogotá. 

Los amigos como Jonás no se olvidan y si consigues otro perro llámalo igual y así perderás la capacidad de recordarlos llorando. Yo he tenido media docena de Polas a lo largo de mi vida de amante de los perros (tal vez tengo en exceso, dos grandes daneses, dos malineses, dos labradores, tres chihuahuas) y solo añoro llegar a estar tan viejo como ellos. Muy linda tu nota. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

Yo llevé a mi perra a que viera a mi otro perro que acababa de morir golpeado por un bus antes de enterrarlo; no tenía heridas externas, así que no se veía muerto. La perra lo vio, se detuvo, lo olió de lejitos y se fue como si nada. Pensé que no le había dolido verlo muerto pero al día siguiente (y por tres días en total), no comió, no salió, no le ladró a nada: entendí que estaba en negación el primer día, que asimiló el golpe sobre la marcha e hizo el duelo a su manera. Los animales no manifiestan sus sentimientos como nosotros pero de que tienen los mismos sentimientos no hay duda. El de la H (correo a El Espectador).

Este tipo de historias debería llevarnos a revaluar el maltrato y sufrimiento que imponemos a la mayoría de animales (ya sea porque los matemos para la alimentación humana o porque arrasemos su hábitat para extraer recursos). Cualquiera que haya vivido una historia de callado entendimiento con una mascota sabe que los animales no son autómatas indolentes, sino seres sensibles como nosotros, y que por lo tanto deberían tener derecho a la vida, a la libertad y a no ser torturados. Condoricosas (correo a El Espectador).

Cuando el hombre piense en los animales, y hasta se compare con ellos, comprenderá más a su semejante y podrá vivir en paz. Qué historia más humana.  Yetti (correo a La Crónica del Quindío).

Qué artículo tan lindo y qué par de perritos tan lindos. Es muy cierto lo que su hija comenta sobre esos seres tan especiales en nuestras vidas, son unos magníficos compañeros, amigos, y ojalá los humanos fuéramos tan sinceros y leales como ellos. María Elena Arango Ossa, Bogotá.

Muy buena crónica, y me pone pensativa, pues mi mascota Tito está en esa misma edad. Pienso mucho en el momento de su partida sobre todo por mamá que tiene 93 años y es muy apegada a él. Esperanza Ospina Giraldo, Palmira.

Me uno a su tristeza. El sentimiento por los animales es la mejor pintura del alma y la grandeza de una persona. ¡Qué excelente recuerdo de Jonás! Carlos A. Restrepo, Medellín.

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En la muerte de Brownie

(Tenía 11 años calendarios y nos acompañó con amor y alegría en Villa Astrid. Fue operado de un cáncer, y al final murió en la clínica de un paro cardiorrespiratorio. Villa de Leyva, 11 de enero de 2018).

*

Brownie, sé que tan pronto como diste tu último aliento, Dios se llevó tu alma bella e inocente al cielo. Sé que ya te ganaste tus pequeñas alas peludas, que te las mereces con todo el amor perruno. Estoy orgulloso de ser capaz de amar a un ángel tan sorprendente como tú. Estoy aquí en la Tierra y no sé cómo te las estás pasando en el cielo, pero confío que realmente lo estés disfrutando. Espero que corras por hermosos prados y cielos perfectamente color chocolate como tú. Nos duele mucho, pero te agradecemos tu ímpetu y tu energía para vivir. El creador de tu nombre, tu mamá, tus tíos, tus abuelos y por supuesto tu papá te extrañaremos y estaremos en paz. Gracias. Juan Carlos Campuzano.

Amor, hermoso escrito y homenaje para nuestro hijo perruno. Brownicito ha sido parte de nuestra historia, y nos regaló lo más importante: su amor y lealtad incondicional. Nos enseñó a vivir alegres y a ser fuertes. Fue una parte de mi vida personal, importante para mi recuperación del cáncer. Él no lo logró, pero luchó hasta el final. Gracias, Brownicito, siempre estarás en mi corazón. Liliana.

Juan, hijita: no tengo sino agradecimientos por todas las atenciones con nuestro inolvidable Brownicito. Astrid.

Divinos los escritos, Juan y Lili. Salen palabras desde lo más profundo del corazón. Diana.

Me quedo sin palabras. Santiago Campuzano, Méjico.

Un ala histórica

jueves, 31 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Hace cuarenta años sucedió el primer accidente aéreo en Armenia. Es el único que ha ocurrido allí. En aquella época sólo volaban en la región avionetas de Aerotaxi, de capacidad muy reducida.

Yo debía viajar a Bogotá, con mi esposa y los tres hijos, en la avioneta accidentada,  para asistir al día siguiente (17 de diciembre de 1971) al matrimonio de un hermano mío. Y había adquirido los tiquetes con suficiente anticipación. De pronto, por una de esas corazonadas que a veces suelo sentir, me dio por adelantar un día la fecha del viaje.

El gerente de Avianca me manifestó que eso era muy difícil, ya que todos los vuelos estaban copados. De todas maneras, me avisaría si a última hora alguien cancelaba el viaje. La llamada se produjo faltando pocos minutos para las seis de la tarde. Me volvió entonces el alma al cuerpo (presionado como estaba por aquel presentimiento que me tenía intranquilo): un viajero acababa de dejar disponibles los puestos precisos para que toda mi familia pudiera viajar un día antes.

Desde Bogotá llamé por teléfono a mi secretaria, y al otro lado de la línea escuché un grito prolongado e indefinible. En medio de mi desconcierto, no acertaba a saber qué sucedía. Mi secretaria, llena de terror, balbuceaba palabras inconexas. Cuando al fin logré que se serenara –y con dificultad se convenció de que no hablaba con un muerto–, me contó que momentos antes se había accidentado la avioneta y habían perecido todos sus ocupantes.

A esa hora mi nombre y los de mi familia corrían de boca en boca por toda la ciudad. Las emisoras no cesaban de transmitir la trágica noticia. Sin embargo, nosotros éramos los únicos que nos habíamos salvado de la lista siniestra, donde figurábamos a pesar de la cancelación de los cupos para aquel día.

Después se sabrían varias historias insólitas. En la misma nave pensaban viajar Ómar Giraldo Ramírez, exalcalde de Armenia, junto con Óscar Jaramillo, José Mejía y otros conocidos hombres de negocios, a las exequias de Mario Jaramillo Uribe en Bogotá. Al no obtener cupo en Aerotaxi, contrataron una avioneta expresa, y también se salvaron.

El comerciante bogotano Jaime Francisco Velilla, de visita en Armenia, iba a viajar esa noche por el aeropuerto de Pereira, atendido por modernos aviones jet, pero como le urgía llegar a Bogotá, lo hizo por el de Armenia y encontró la muerte. Un joven de Sevilla, hijo de un carpintero, estaba feliz con el regalo del tiquete aéreo que con esfuerzo le había prometido su padre para cuando obtuviera el grado de bachiller. Era el primer viaje que hacía por avión, y la muerte le truncó la dicha.

Inés de Hincapié tomaba clases de pintura con mi esposa, y se alegró al saber que viajarían las dos en el mismo vuelo. Iba acompañada de su hijo, el arquitecto Carlos Hernando Hincapié, a quien su novia se quedó esperando en Bogotá para la ceremonia del compromiso matrimonial. La ironía del destino determinó que en  la autopista que conduce a la zona de los cementerios del norte, nos cruzáramos, mi esposa y yo, con el cortejo fúnebre del capitán Sánchez Roa, piloto de la nave.

La frágil avioneta se accidentó a dos minutos del aeropuerto El Edén y cayó sobre la hacienda El Cabrero, célebre en la región. Al tratar de buscar la pista debido a la falla de un motor, la nave perdió el equilibrio y se precipitó a tierra. Un ala salió disparada por el aire y llegó hasta el Club Campestre, situado a corta distancia del aeropuerto. Allí se levantó un monumento con el ala mirando al cielo, que evoca  esta página luctuosa en la historia del Quindío.

Dentro de los designios inescrutables de la muerte, toda una familia se salvó de milagro, gracias a Dios, aquel 16 de diciembre. Días atrás había publicado mi primer libro, Destinos cruzados, y me faltaba mucho camino por recorrer en el campo de las letras. Mi hijo varón tenía diez meses, y las dos hijas eran unas niñas que despertaban a la vida. Todo un semillero de esperanzas, como los verdes campos del Quindío con sus cosechas en flor y sus agraciadas chapoleras.

La muerte es un visitante repentino e insospechado, que llega cuando menos se espera y clausura a veces los mejores sueños. El destino anda en contravía es el título de un libro del escritor quindiano Euclides Jaramillo Arango. Por su parte, Julio Flórez anota: “Todo nos llega tarde… ¡hasta la muerte!”.

El Espectador, Bogotá, 9-VI-2012.
Eje 21, Manizales, 8-VI-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 9-VI-2012.

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Comentarios:

Magnífico relato. Me acuerdo además que en ese viaje pereció la esposa del dueño del almacén Don Mario, quien ese día se ganó la lotería de Manizales, hecho que dio lugar a que el ingenio maligno de algunos paisanos hiciera circular chistes macabros. Óscar Jiménez Leal, Bogotá.

Tremendo, impresionante testimonio. Yo me salvé de la misma manera, pues iba a viajar en el vuelo de Avianca que terminó trágicamente cerca del aeropuerto de Madrid, a finales de 1983. En ese accidente murieron muchos valiosos intelectuales latinoamericanos, entre ellos Ángel Rama, Martha Traba y Manuel Scorza. Yo me quedé en París y a la mañana siguiente me llamó un amigo para darme la espantosa noticia. Carlos Vidales, Estocolmo, Suecia.

Me quedo sorprendida por los hechos que narras. Sí, tienes razón: al corazón hay que ponerle atención, muchas cosas se pueden o se podrían evitar si las personas escucháramos esa voz interior o premonición que anuncia, por lo general, cosas no muy buenas. Gracias a tu intuición salvaste la familia y el futuro de todos. Inés Blanco, Bogotá.