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Archivo para jueves, 31 de octubre de 2013

Serenidad y entereza

jueves, 31 de octubre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Si el sargento Rodrigo García Amaya no hubiera procedido con el aplomo que demostró al ser agredido por una turba de indígenas en el cerro Las Torres, en Toribío, habría podido causar una tragedia de incalculables consecuencias. En esos momentos de tensión y provocación, cuando el país entero estaba pendiente de la conducta de los militares ante la notificación de los indígenas para que abandonaran el lugar, era cuando más se necesitaba ejercer un valiente equilibrio.

El momento no era nada fácil. Por el contrario, revestía riesgo extremo. El sargento García, comandante del Batallón de Montaña No. 8, de la Fuerza de Tarea Apolo, hubiera podido responder con las armas al ataque de la muchedumbre de indígenas que, cual una invasión de hormigas furiosas, subían por la montaña para desalojar de allí a los cien militares. Sobre los hombros del sargento (que en ese momento era un símbolo de la autoridad del país) caía toda la responsabilidad de la acción que se ejecutara, o dejara de ejecutarse por negligencia o miedo.

Una voz de mando para que la gente bajo su dirección se resistiera con las armas a la ofensiva de los exaltados indígenas hubiera sido suficiente para no permitir la expulsión del cerro. ¿Pero a qué precio? Una cosa era estar preparado para el asalto ya anunciado, y otra mantener la serenidad necesaria para no incurrir en actos que pudieran prender el polvorín y producir una catástrofe.

El militar, por la misma índole de su misión, lleva en la sangre una serie de reflejos instantáneos que rechazan la cobardía o la indignidad, e incluso la indecisión en momentos cruciales que exigen respuesta inmediata y acertada. Los códigos del honor y el valor son quizás los mayores factores que regulan la vida en la milicia. Tales códigos estaban en juego frente a la arremetida de los indígenas, que armados de palos y en algunos casos de machetes irrumpían por todas partes, con ánimo destructor e insurgente, para tomarse la base en medio de gritos y empujones.

Se necesita tener nervios de acero para controlarse en ese estado de agresión, donde la cólera de los atacantes los hacía cometer toda suerte de desafueros contra las fuerzas del orden. Esos nervios de acero los tuvo el sargento García al preferir las humillaciones a cambio del mantenimiento de un clima propicio para buscar fórmulas de arreglo. Mayor espíritu de tolerancia no se podía dar en semejante trance.

Los indígenas la emprendieron contra él con saña mayor, por ser el comandante de la base. Lo dominaron, lo arrastraron y golpearon. Su sentido del honor estaba vapuleado por el desborde de la furia y la sinrazón de un tropel de indígenas que por primera vez acudía a esos actos de violencia, que ningún beneficio aportan para su causa.

El sargento, como hombre de honor –pero teniendo presente el bien de la patria–, no pudo evitar que las lágrimas brotaran de sus ojos. “No fue por rabia ni por temor –diría más tarde–. Fue por orgullo. Lloré porque no entendía cómo una comunidad a la que protejo y por la cual arriesgo mi vida me humillaba en esa forma y nos sacaba a mí y a mis hombres así”.

Hombre calmado, reflexivo y cauto, sin dejar de ser valiente, ha dado ejemplo de ecuanimidad en el buen ejercicio del mando. Del mando militar y del mando civil. Su valor consistió en saber manejar la adversidad. El conocido refrán “lo cortés no quita lo valiente” tiene cabal aplicación en su caso. Este acto de serenidad y entereza le otorga el título de héroe. Como tal lo proclamó el presidente Santos y lo  ovacionó el Congreso de la República.

Por lo demás, los militares regresaron luego al cerro Las Torres, cubiertos de gloria y de la admiración de los colombianos. Hoy las conversaciones entre el Gobierno y los indígenas se adelantan en armonía. Ojalá de ellas salgan hechos positivos y duraderos, que resulten tan sabios como el proceder –creo que sin antecedentes– del sargento García.

El Espectador, Bogotá, 27-VII-2012.
Eje 21, Manizales, 27-VII-2012.
La Crónica del Quindío, 28-VII-2012.

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Comentarios:

Hombres de honor así deberían estar en la línea de mando de los oficiales. Que le den la oportunidad de ir a la escuela militar. Se lo merece y el ejército podría ganar a un buen oficial.  carisma (correo a El Espectador).

En este país de chapuceros e improvisadores, cómo llama la atención una persona bien entrenada y disciplinada. El sargento debiera ser la norma, no la excepción. Ar mareo (correo a El Espectador.

Es que los indígenas están cansados de los atropellos de los militares y de un gobierno que se acuerda que existen cuando los necesita. Bien por los indígenas que siendo mayoría no se aprovecharon de eso, como sí lo hace el ejército cuando se encuentra con un puñado de campesinos, de indígenas o de familias indefensas. A los que hay que rodear y proteger es a los indígenas.  Bien por el soldado que tuvo ecuanimidad, es de lo rescatable en mucho tiempo por parte del ejército. Ánimo, indígenas, sigan con su lucha, es muy justa. eradelhielo (correo a El Espectador).

Hay muchos estudios serios sobre la expansión de los latifundios de los terratenientes a expensas de las tierras de los indígenas y el papel nada glorioso del ejército y demás fuerzas del Estado en ese despojo sistemático. La Historia no se nutre con anécdotas ni un acto de serenidad aislado glorifica a una institución corrompida. El hecho histórico fundamental es la manifestación de rebeldía y desconfianza de las comunidades contra quienes dicen protegerlas. Los soldados regresaron cubiertos de gases, no de gloria y admiración. TierrAjena (correo a El Espectador.

La ira indígena

jueves, 31 de octubre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

No es una ira momentánea la que en estos días ha estallado en Toribío, sino que viene de muchos, de muchísimos años atrás. Para ser exactos, desde hace más de cinco siglos, cuando los españoles descubrieron las tierras de América y miraban a los indios no como personas sino como animales.

Desde entonces la raza indígena ha vivido humillada, privada de sus derechos humanos y sometida a toda clase de desprecios, trabajos oprobiosos, abandono, tortura y destrucción. A lo largo de los tiempos han surgido de su seno tres grandes líderes: la cacica Gaitana, que acaudilló un movimiento contra los españoles en los años 1539 y 1540; Quintín Lame, que en 1914 dirigió un movimiento indígena en el Cauca, y el sacerdote nasa Álvaro Ulcué (el primer sacerdote indígena en Colombia), que libró aguerridas acciones por la misma causa y murió asesinado en 1984.

La Constitución de 1991 dio un paso adelante en la protección de los indios y en el reconocimiento de sus derechos ciudadanos, sin lograr su completa rehabilitación, que consiste en el respeto de sus territorios y tradiciones, el usufructo de sus tierras,  los beneficios de la salud y la educación y el amparo contra la pobreza y el hambre.

Estas comunidades vienen desde hace mucho tiempo acosadas por las guerrillas, que no solo las despojan de sus tierras sino que se llevan a sus hombres, incluyendo los adolescentes, para incorporarlos a las filas de la subversión, y a las muchachas, para volverlas sus amantes e inducirlas a la prostitución.

Los indígenas viven en medio de dos frentes: por una parte está la guerrilla, que no los deja vivir en paz, y por la otra, el poder oficial, que por épocas les ofrece el cielo y la tierra y luego se desentiende de ellos. Hasta el próximo conflicto. De revuelta en revuelta se ha llegado a la estruendosa situación que se vive hoy en Toribío y otros municipios del Cauca. Y no solo allí, ya que el problema ha trascendido a toda la nación y ha puesto en aprietos al presidente Santos.

Esto de no querer hablar con él cuando fue a buscarlos con sus ministros a la zona de la violencia, lejos de poder interpretarse como desaire, es la respuesta lógica a la falta de cumplimiento de la palabra oficial. Lo que los indígenas piden es paz, y trabajo, y tierras para sus cultivos, y salud, y educación. Esto no lo pueden conseguir en medio de los ataques guerrilleros a las poblaciones y del constante hostigamiento de que son objeto en los campos.

Parece que no hubiera pasado la época de explotación de los nativos en los tiempos feudales. Parece que ellos continuaran aún bajo el dominio de la burguesía, cuando eran esclavos del gamonal y el cura. Parece que no estuviéramos en pleno siglo XXI, sino en 1870, cuando surgió la casta política en la vida del país como el peor castigo de los indígenas, a quienes los poderosos arrebataron sus mejores tierras, muchas veces en alianza con la Iglesia Católica.

En el 2004, el presidente Uribe, en otra revuelta parecida a la actual, viajó a la región y megáfono en mano trató de hablar con los indígenas. Pero estos no quisieron hablar con él y le respondieron con rechiflas. Hace pocos días sucedió lo mismo con el presidente Santos, que tuvo que resignarse a efectuar en recinto cerrado un consejo de ministros, y regresó a Bogotá como niño regañado. Qué pena, pero es que los indígenas dejaron de creer en la palabra del Gobierno. Están cansados de promesas.

En septiembre del 2004 se llevó a cabo una caminata de sesenta mil indígenas pertenecientes a varios departamentos del país, en completo orden y sin que ocurriera el menor disturbio en la travesía, hasta llegar a Cali. Ese fue un mensaje elocuente que lanzó la raza indígena para hacer ver su espíritu de paz y pedir al propio tiempo que se les tenga en cuenta como colombianos que son. No como indios, dicho esto en la expresión peyorativa.

Pero su voz se ha perdido en el vacío. La Constitución de 1991 fijó para ellos claros beneficios, que solo en parte se han otorgado. Falta lo esencial, y por eso vuelven a protestar. Ojalá ahora, cuando el problema se ha agravado con serios incidentes de orden público, se llegue a reales soluciones, lo que descarta las promesas efímeras. Que haya diálogo, pero para cumplirlo.

El Espectador, Bogotá, 20-VII-2012.
Eje 21, Manizales, 20-VIIii-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 21-VII-2012.

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Comentarios:

Para los indígenas el problema es de vieja data, hay una deuda histórica con ellos y es el momento de analizarlo desde todos los puntos de vista. Su protesta es porque el Estado no se puede manifestar solamente con fuerza pública desmedida, gastándose la mayoría del presupuesto y dejando migas divididas, llamativos programas que no tienen recursos y llevan cada vez más a la miseria, la exclusión y a ser el país más inequitativo de la región. Preguntémonos (correo a El Espectador).

¿Se puede creer en la palabra de los indios? Por algo será que en todo proceso de consulta con las comunidades indígenas se deben grabar los encuentros porque lo único que no tienen es palabra. Lo que dicen un día lo cambian el otro. No han querido hablar con los últimos dos presidentes y después se quejan de que no mandan a hablar a nadie con el suficiente nivel y poder de decisión. Foreroha (correo a El Espectador).

Hay que tener en cuenta de manera seria a los indígenas. Claro que también están aguardando ese trato los afrocolombianos y los campesinos. En otras palabras, pasar del reconocimiento de la existencia en el país de la inequidad social, a una política seria de inclusión de todos los habitantes. Los programas de viviendas gratuitas y de familias en acción no son suficientes. Jaimebal (correo  a El Espectador).

Nunca es tarde para recomponer la deuda que tienen el Estado y la sociedad con nuestros indígenas. Recordemos que son ellos los dueños originales de estas tierras. Así pues, Presidente, a actuar con hechos, no con palabras. Jabermar (correo a La Crónica del Quindío).

Los indígenas deben tener claro que con esos palos llamados bastón de mando no van a contener ni repeler una guerrilla criminal que utiliza esa zona como corredor para extorsionar, secuestrar y sacar coca por el Pacífico. Juvaqui7294 (correo a La Crónica del Quindío).

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Violencia intrafamiliar

jueves, 31 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

En buena hora el presidente Santos presentó una ley que busca reducir el maltrato contra la mujer y la inasistencia alimentaria. Se habla de la mujer como la principal víctima de la agresión, pero también se incluye cualquier miembro de la familia sometido a abusos de carácter físico o síquico.

Esta ley fue promovida por la bancada de mujeres en el Congreso y contó con el apoyo del Gobierno por conducto de la alta consejera para la equidad de la mujer.  Se contempla una pena de 4 a 8 años de prisión para quienes incurran en esta conducta y además se establece que la persona maltratada no puede retirar la denuncia, bajo el fácil expediente que hoy existe de la conciliación mediante alguna suma de dinero, por lo general de baja cuantía, o por otro sistema similar, lo que no solo conduce a la impunidad del acto cometido sino a que este vuelva a repetirse.

Por otra parte, el hecho puede ser denunciado por cualquier persona que conozca la situación. Esto permite una vigilancia permanente en torno a la vida familiar, no solo por los integrantes de ella, sino por los vecinos u ocasionales testigos del maltrato. Al eliminarse de esta manera el miedo, la indecisión o la ignorancia de la víctima, que por lo general es una mujer, los agresores reprimirán, sin duda, sus instintos antisociales por el temor de ir a la cárcel. Pero si los cometen, que se atengan a las consecuencias.

En Colombia, país de relajadas costumbres y de leyes laxas, cuando no de jueces ineptos o complacientes, es monstruosa la violencia que se ejerce contra la mujer. Parece que viviéramos en territorio de bárbaros. A cada rato vemos en la prensa los casos más aberrantes perpetrados por individuos energúmenos que agreden a su propia mujer, a la familiar o a la compañera de trabajo. Y nada pasa, fuera de dejar destrozos físicos o morales en la persona atropellada.

Hay que erradicar la violencia doméstica. De ella se desprenden otros tipos de violencia, que pueden irse incrementando poco a poco hasta llegar a situaciones catastróficas. Esta violencia grande que vive el país quizá sea consecuencia de los estados de ira que respiran muchas almas envenenadas por el odio, el resentimiento o la brutalidad, y que al no existir métodos efectivos de represión y castigo, mañana pueden causar daños irremediables.

El dicho de que “a la mujer no debe tocársele ni con el pétalo de una rosa” es letra muerta para muchos. Hoy la mujer es el mayor objetivo del hombre irracional, capaz de lanzar contra ella los mayores denuestos y vejámenes y emplear incluso la fuerza física. Ese hombre salvaje puede emprenderla contra sus hijos, con procedimientos acaso más devastadores, porque estos pueden sembrar traumas y dejar cicatrices incurables para toda la vida.

Nos quejamos de la violencia que existe en las calles, en los centros educativos, en las oficinas o en los campos dominados por la guerrilla, pero no nos damos cuenta de que en el propio hogar surgen en ocasiones los mismos arranques destructores o asesinos. Y se cometen actos abominables bajo el amparo de la intimidad y la flojera para denunciarlos.

Ojalá la nueva ley entre a corregir estos desvíos de las mentes iracundas que, si no tienen reparo en pegarle a una mujer (que muchas veces es la madre de sus hijos), tampoco lo tendrán para lesionarla con un arma, e incluso asesinarla. Educar y proteger a la familia es el primer requisito para ser civilizados y miembros dignos de la sociedad.

El Espectador, Bogotá, 13-VII-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 14-VII-2012.
Eje 21, Manizales, 14-VII-2012.

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Comentarios:

La ley no debe tener sexo, color ni religión, debe ser imparcial para todos. La ley necesita una verdadera reforma y castigos reales, no premios como en nuestro país. Golpeadores, maltratadores, abandonar niños, padres irresponsables, adolescentes delincuentes, de todo se ve y no hay penas serias. Más que llenar cárceles generen temor y conciencia antes de actuar, para evitar el caos que hoy vivimos.  Antonioruizvelez (correo a La Crónica del Quindío).

La primera ley para sancionar y prevenir la violencia doméstica en Colombia se promulgó desde el año 1994. Lo que ha existido posteriormente son modificaciones, mediante otras leyes o decretos que sustituyen –y a veces mejoran– las versiones anteriores. Si bien los esfuerzos legislativos son importantes y necesarios, la ley por sí sola no evita este fenómeno, que es una epidemia social y un grave problema de convivencia y salud pública. Y ni crea, señor Páez, que esta violencia es producto de «instintos antisociales», del hombre «salvaje» e «irracional». Las violencias domésticas, que son muchas, provienen de valores culturales que consagran el poder de dominio de los hombres sobre las mujeres (machismo), que las discriminan como si las mujeres no fueran personas y ciudadanas con derechos. Ovejanegra (correo a El Espectador).

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Colombia negativa

jueves, 31 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

A menos de la mitad del período presidencial, Santos perdió la brújula. Increíble que esto suceda con un hombre de su experiencia, su disciplina y preparación, y que tantos signos alentadores dio en los inicios de su gobierno. Tremenda frase la que alguien ha lanzado para calificar la situación actual: “Este gobierno tiene poder, pero no tiene fuerza”.

Tal vez el Presidente se dejó halagar por los altos índices de popularidad, se dedicó a viajar demasiado por el exterior, no mantuvo la necesaria cohesión ni el suficiente empuje en su equipo ministerial, y así, poco a poco, el país se le fue saliendo de las manos. Los que no dormían eran los políticos, casta ambiciosa, voraz y ajena a los supremos intereses de la nación.

El espectáculo grotesco que presenció el país en los últimos días, cuando las tres ramas del poder quedaron involucradas en la creación de un engendro legislativo nunca antes visto, pone de presente el detrimento moral a que hemos llegado. Si los magistrados perdieron el pudor para negociar en la sombra ventajas en beneficio propio, es porque los dientes de la corrupción muerden en todas partes.

Todo vale, es la regla nefasta que ha arruinado los principios y desquiciado al país. La inmoralidad invade la vida nacional. Los negociados de la contratación y la corrupción de la justicia se convirtieron en frenos para avanzar por terreno seguro. Grandes proyectos de obras públicas están detenidos.

El Gobierno, que supo a tiempo la desviación que sufría su proyecto de reforma judicial, permitió que se consumara el adefesio, el que luego fue destruido por la opinión pública. El ministro de Justicia, funcionario actuante y decisivo en el trámite de la ley abortada, parece que hubiera cerrado los ojos ante la estocada final. Para guardar cierta compostura, se mostró como la víctima del naufragio, lanzándose a las aguas de la borrasca en que él mismo había participado.

Mientras tanto, los magistrados han guardado sospechoso silencio. Silencio culpable que de manera visible devela su culpa. Ya nada se puede ocultar en esta farsa de engaño al país y de traición de los sagrados deberes que impone tan alta dignidad. “Los magistrados no tienen la capacidad ética para estar en una corte”, sostiene Carlos Caballero Argáez, que dirige la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes y es una de las conciencias jurídicas y críticas más respetables del país. Y afirma que el Presidente ha perdido la gobernabilidad.

Esto lo corroboran las últimas encuestas de opinión y los rumores que se escuchan por todas partes. Tal el ambiente de detrimento y confusión que hoy se respira. Así,  se ha llegado a esta dolorosa realidad, a este caos enervante y a esta incredulidad generalizada. Colombia está enferma de grave afección. Cuando falla la moral, se agiganta la corrupción y se atrofia la credibilidad en los gobiernos. Ahora, rectificar el paso no es tarea fácil. Habrá que buscar medidas heroicas, y ojalá se encuentren. Ese es el gran reto que aparece en el futuro incierto del país.

En otro sentido, la economía va por buen camino. Pero la sola economía no es suficiente. Tampoco pueden ignorarse los logros en el combate del terrorismo. Grandes golpes se han dado contra la subversión, si bien esta no muestra señales de querer ceder en sus fines destructores.

Desde el lado de la oposición, el expresidente Uribe arremete contra el Gobierno y le endilga todos los males que nos agobian, muchos de los cuales vienen de su propia administración. Por supuesto, él no está dispuesto a calmar su ánimo belicoso, y cada día será más tormentosa su actitud dentro del objetivo, que acaba de anunciar, de volver a conquistar el poder. Estos vaivenes y nubarrones de la política desconciertan al país. Erizan a la ciudadanía. Según Global News Intelligence Latinoamérica, Uribe representa la más alta fuente de información negativa del país, con el 40,2%, mientras la guerrilla apenas significa el 12,2%.

Después de los descalabros, el Gobierno debe recoger los platos rotos, despejar el camino y buscar mejores horizontes. La dura oposición de Uribe debe convertirse en acicate para hacer mejor las tareas. “Soldado prevenido no muere en guerra”, dice el refrán popular. En eso confiamos. Hay que respaldar al Gobierno, al que elegimos con alta votación. A Santos, hombre inteligente, pragmático, sereno y audaz, le corresponde convertir en positiva la Colombia negativa que tanto nos duele hoy.

El Espectador, Bogotá, 7-VII-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 7-VII-2012.
Eje 21, Manizales, 7-VII-2012.

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Comentarios:

Coherente, desapasionado y sereno análisis a la situación causada por la fallida reforma a la Justicia, la cual debió abortar el propio gobierno, al enterarse del adefesio que resultó de su proyecto original, por la voracidad del Congreso, la falta de carácter de funcionarios del gobierno y la mezquindad de magistrados de las altas cortes El desconcierto y pesimismo de los colombianos está más que justificado. Muy a fondo se tendrá que emplear el presidente Santos para retomar, con firmeza y seguridad, el timón de la nave, pues las aguas seguirán turbulentas. Gustavo Valencia, Armenia.

La reforma a la justicia era solo un pretexto para concretar un sucio pacto secreto: más impunidad para el Congreso y los altos dignatarios del Ejecutivo, a cambio de más gabelas para los magistrados de las altas cortes; sólo que como era de esperarse cuando se negocia con malandrines y avivatos, el Congreso no resistió la tentación y a última hora quiso doblarse la tajada. Ahora todos hacen pucheros. Jazu (correo a La Crónica del Quindío).

Qué buena columna, ecuánime y verdadera. Los colores perdieron vigencia y ya no hablamos de rojos y azules como en el pasado. Lo que nos falta es un verdadero centro-izquierda, porque la izquierda pura no parece funcionar en este país: veo en Fajardo el único que encarnaría esa tendencia.  Jaime Lopera, Armenia.

Excelente análisis de la política actual en nuestro país. Y veo que los colombianos están respondiendo con madurez de entendimiento a las canalladas de la lacra que se ha metido por ambición, y no por ayudar al pueblo, a pretender legislar en Colombia. Gloria Chávez Vásquez, Miami.

Santos jugó a ganarse a Dios y al Diablo y creó un engendro que ni él mismo sabe cómo deshacer.  Ojalá esto no sea la espada de Damocles que aniquile el gobierno de Santos y su reelección. Domingos da guìa (correo a El Espectador).

Monstruos

jueves, 31 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Cuatro casos horripilantes ocurridos en los últimos días ponen de presente el grado de perversión humana que se vive en Colombia desde hace largo tiempo, a merced de gente depravada que recorre las calles como seres normales y que son peores que las fieras más sanguinarias.

La sociedad está atacada por la esquizofrenia. Terrible enfermedad transmitida por la plaga de sicópatas, dementes y desadaptados que esconden sus instintos salvajes en la vida ordinaria, donde suelen aparecer como personas inofensivas, y en el momento menos esperado inoculan el veneno letal que cargan en sus entrañas. A veces son víctimas de serias perturbaciones síquicas que reclaman pronto tratamiento. Pero como ni ellos ni el Estado pueden concedérselo, se convierten en monstruos capaces de cometer las mayores atrocidades.

Hace un mes, Rosa Elvira Cely fue encontrada todavía con vida en el Parque Nacional de Bogotá, violada y torturada en la forma más aberrante que pueda concebirse. Murió de peritonitis en el hospital al que fue llevada por la Policía en forma tardía. Había salido de un bar junto con un conocido, que sería el agresor. El presunto criminal, Javier Velasco, deberá responder además por el abuso sexual de dos hijastras de 4 y 10 años, en hechos ocurridos y denunciados en el 2007. Con todo, andaba suelto. Este caso encaja en la conducta de los asesinos en serie, verdadero peligro para la sociedad.

En Bogotá, el 17 de junio, el joven abogado Juan Guillermo Gómez salió de un bar en la zona rosa y se dirigió a pie a su residencia en el barrio Rosales. En el recorrido fue interceptado por un grupo de malhechores. Y le echaron mano al celular. No se conformaron con robárselo, sino que lo asesinaron a cuchillo. La policía capturó cuadras adelante a tres adultos y un menor, de 16 años, en poder de los cuales apareció el celular. Hablaban tranquilamente, como si nada hubiera ocurrido.

Una cara más, no solo de la inseguridad bogotana, que es la misma que existe en las grandes ciudades, sino de la frescura con que se mata cuando se opone resistencia o no se accede de inmediato al deseo de estos asaltantes de las calles que irrumpen a cualquier momento como lobos sanguinarios, y poseen la suficiente sangre fría para cometer las mayores barbaries.

El 25 de junio, en Curillo (Caquetá), Ramón Reyes llegó a su casa y le pidió a su madre que le preparara un agua de sábila para calmar un fuerte dolor de estómago. Deseaba distraerla. Quizás estaba desesperado porque no conseguía empleo. Y subió al segundo piso, donde dormían su esposa y sus cinco pequeños hijos, uno de ellos de seis meses. Minutos después, la alcoba era un mar de sangre: había degollado a las seis personas, y con la misma arma se había suicidado. Este proceder oscuro e indescifrable hace pensar que el sadismo y la brutalidad del hombre enajenado no tienen límite. Las fieras no hacen lo mismo.

En Villavicencio, ese mismo día, John Árlex Ferreira tuvo serenidad para escribir unas líneas a una hermana suya contándole que había asesinado a su esposa y a sus dos hijos. Sucedido el hecho macabro, trató de suicidarse. “No sé qué pasó. Toda la culpa es mía”, le dice a su hermana. Personas allegadas al hogar dicen que el asesino podría estar mal de la mente a raíz de un paludismo cerebral adquirido cuando prestaba el servicio militar. El abogado quiere fundar su defensa en este hecho. El resultado del desequilibrio mental (si de tal se trata) vino a explotar con el exterminio de la familia.

Vivimos rodeados de monstruos. La ciudadanía no tiene cómo defenderse de estas fuerzas soterradas que mantienen en vilo la tranquilidad pública y la paz de los hogares. La inseguridad ciudadana ha llegado a extremos inauditos. El Estado es ineficiente para dispensar el equilibrio y el bienestar que necesita la sociedad, y los gobiernos, asimismo, resultan inoperantes.

Como si fueran pocos los monstruos sociales que acechan en las calles e irrumpen en los hogares, un grupo de parlamentarios, también desquiciados, en lugar de legislar en bien del pueblo, lo hicieron en su propio beneficio. Y alcanzaron a crear su propio monstruo: el de la reforma judicial, que por fortuna fue destruida por la opinión pública. A Colombia no le cabe un esperpento más. Ni resiste más locuras.

El Espectador, Bogotá, 29-VI-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 30-VI-2012.
Eje 21, Manizales, 30-VI-2012.

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Comentarios:

Colombia es una nación enferma de violencia. La cultura de la violencia, la deshonestidad y la muerte que existen en Colombia serán difíciles de erradicar. Las distintas esquizofrenias, adquiridas o heredadas por la gran mayoría de individuos involucrados en la violencia, el homicidio, la violación de niños y mujeres, hacen del país el más violento de Latinoamérica y uno de los primeros del mundo. Viterbo de Magallanes (correo El Espectador).

Sí, es cierto, algo está mal en la cabeza de este tipo de personas, pero no necesariamente es esquizofrenia lo que padecen. La esquizofrenia no es condición suficiente para la locura asesina, ni el loco asesino es necesariamente esquizofrénico. El de la H (correo a El Espectador).

No es hipérbole reunir en la misma columna de opinión los monstruos que han desatado esa ola de crímenes, hechos que se nos dificulta asimilar, con las mañas de muchos de los parlamentarios, funcionarios y miembros de las altas cortes, que pusieron su voracidad desmedida por encima de los intereses del pueblo que los eligió y que aporta con impuestos el pago de sus altísimos salarios y el exceso de prebendas de que disfrutan. Gustavo Valencia García, Armenia.

Los mismos monstruos que han habitado Colombia desde siempre… En provincia el grado de barbarie ha estado fuera de todo límite. Me acordaba de una masacre acaecida en los 80 en la cual mataron a machete a toda un familia,  hasta los perros los picaron y metieron los pedazos a los fondos donde se cocinaba panela… Avisponpiolo (correo a El Espectador).

De todo este escándalo solo una cosa ha quedado bien clara: este país no tiene las tres patas (ejecutiva, legislativa y judicial) sobre la que descansa cualquier sociedad medianamente decente. EGD (correo a ElEspectador.com).

El peor monstruo colombiano está empotrado en los tres poderes constitucionales. Sus integrantes son los culpables del desempleo que crea caos, esquizofrenia y hambre. Por ellos existe la guerrilla, los paras, los delincuentes, la violencia, la guerra, el hambre, la pésima educación y todos los demás males que nos hunden en el más obscuro abismo.  Colombianoingenuo (correo a El Espectador).

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