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Fidel Castro, en prisión

domingo, 25 de julio de 2010

Por: Gustavo Páez Escobar

Entre los documentos que me suministró Laura Victoria para elaborar su biografía, encontré uno que me produjo especial atención y es el reportaje concedido por ella a Excelsior, de Méjico, el 22 de abril de 1985, donde narra el encuentro casual que tuvo con Fidel Castro poco tiempo antes de triunfar la revolución cubana.

La poetisa, redactora en aquellos días de un diario capitalino, era llamada por el director de la cárcel de Miguel Shultz cuando algún colombiano requería ayuda. El centro de reclusión funcionaba en vieja casa colonial, y en cuarto del primer piso estaba enferma la colombiana a quien Laura Victoria fue a visitar aquella vez. Más que necesitarla para su propio beneficio, la presa le informó que un grupo de cubanos, con quienes había entablado momentánea amistad, y que estaban próximos a ser expulsados del país, querían hablar con ella. Entre los detenidos se encontraban Fidel, su hermano Raúl, el Che Guevara y Camilo Cienfuegos.

Fidel, a quien Laura Victoria conoció aquel día (“muy joven y muy guapo”, como lo describe), se paseaba nervioso por el patio, a la espera de hablar con la colombiana. Al saludarse, ella le manifestó que, aunque nunca lo había visto en persona, ya lo conocía por charlas con Alberto Bayo, militar español que daba instrucción a los guerrilleros cubanos, y con quien se vería horas más tarde en la casa del pintor Luis Marín Busquets.

El súbito descubrimiento se convirtió en puente de aproximación hacia la inesperada periodista colombiana, a quien Fidel le preguntó, todavía dominado por los nervios y tras un instante de titubeo, si podía confiar en ella. Al invitarlo Laura Victoria a que lo hiciera sin ningún temor, al guerrillero se le iluminó el cerebro y le renació la esperanza. Entró al baño y escribió unas líneas veloces para Bayo, considerado su tabla de salvación en la encrucijada en que se hallaba. Y le pidió que recogiera una misiva para Bayo, que encontraría debajo de la almohada de la enferma.

Más tarde el militar recibía el correo secreto, que había logrado traspasar la puerta del penal con la complicidad del ángel caído del cielo para salvar la revolución. Abriendo tamaños ojos ante el hallazgo de su amigo, por más preso que estuviera –y a quien llevaba varios días buscando por todo Méjico–, Bayo predijo con emoción que estaba ganada la guerra.

La historia de Cuba pudo haber cambiado aquel día si la periodista no visita la cárcel de Miguel Shultz. Aquella misiva mínima, que ojalá se hubiera guardado para la historia, permitió a Bayo mover sus influencias para que el grupo insurgente no fuera expulsado a la isla y para que Fidel Castro dejara el presidio para comandar la expedición que cantaría victoria en la Sierra Maestra.

Laura Victoria no volvería a verse con Fidel Castro. En el reportaje de Excelsior aclara que nunca sintió simpatía por la causa comunista y la atraía en cambio el postulado que Fidel encarnaba en ese momento como paladín de la libertad de Cuba. Tras el derrocamiento de Batista en 1959, la poetisa escribió el poema El caudillo, donde expresa:

“Es un hombre sin tiempo; / se gestó en la matriz de las edades / con la sustancia de las lágrimas / y vio la luz en el dolor de Cuba, / junto al sollozo de las olas / y a la batalla de los vientos (…) / Yo lo he visto / con la frente surcada de futuros / y las barbas nocturnas / empapadas de siglos; / lo he mirado delgado como el agua, / señalando jornadas redentoras / en un mapa de incendio”.

Este poema, junto con la acción desarrollada en la cárcel, le hicieron ganar la Orden de Martí, la que le fue entregada en la Embajada de Méjico. Hasta donde sé, este episodio es ignorado en las biografías de Fidel Castro y tiene, por supuesto, honda significación dentro de las incidencias que llevaron a la toma del poder en la isla. Si Bayo, como atrás se dijo, no hubiera ejercido los actos que permitieron la llegada de los rebeldes a Cuba, otra habría sido la suerte de la revolución.

Bajo dicha hipótesis, no es aventurado pensar que Batista habría ajusticiado a los dirigentes rebeldes para fortalecer la dictadura, quién sabe hasta cuándo. Desaparecidos los hermanos Castro, el Che Guevara y Camilo Cienfuegos, la insurrección habría quedado aplastada y el dictador hubiera podido morir en su trono, al igual que Franco, que se apoderó de España por espacio de 36 años, y del propio Castro, que ha hecho lo mismo con Cuba durante casi medio siglo. Período que parece haber llegado a su fin con la grave enfermedad del caudillo.

El Espectador, Bogotá, 14 de agosto de 2006.
Revista Susurros, Lyon (Francia), No. 13, diciembre de 2006.
Eje 21, Manizales, 27 de noviembre de 2016 (con motivo de la muerte de Fidel).

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Comentario:

Página histórica que bien merece la pena de ser ampliamente conocida. Me hace pensar en que uno nunca sabe la trascendencia que puedan tener sus actos más espontáneos, como en este caso el comentario de Laura Victoria sobre su relación amistosa con el militar español. Aída Jaramillo Isaza, Manizales.

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