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Los héroes lloran en la oscuridad

domingo, 10 de abril de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Los héroes lloran en la oscuridad es el sugestivo titulo de la primera novela de Jesús Arango Cano, editada por Quin-Gráficas, de Armenia. Yo había tenido antes la oportunidad de leer otros libros del escritor quindiano, de fondo histórico o sociológico. No me sorprende en ab­soluto encontrarlo ahora en el campo de la narrativa. La cultura de Arango Cano es diversa. Su inquietud intelectual se plasma en 14 obras anteriores, de variado orden: desde las complejas inquisiciones sobre la inmigración, hasta su peregrinaje por los vericuetos del café; desde el enfo­que de arduos problemas sociales, has­ta la investigación de las culturas abo­rígenes, materia en la que es verdadera autoridad.

Podría pensarse que su obra resulta inconexa, por no ofrecer una consagración, un exclusivismo en determinado terreno. Pero no hay duda de que esta profusión enaltece de sobra su vasto conocimiento del saber humano.

Dice un amigo que hay mayor méri­to en «publicarse», así sea mediocre la obra, que en devanarse los sesos escri­biendo grandes proyectos que, a lo me­jor, solo servirán para acordarse la pos­teridad, cuando no burlarse, del inédito antepasado. Arango Cano ha tenido el valor de «publicarse» 15 veces. Su vo­cación literaria no se resigna a la timi­dez y, al contrario, tiene el arrojo de lanzarse al público en medio de un mundo hostil para el escritor, aunque ten­ga éste los quilates de un Arango Cano.

Resulta deprimente encontrar la desi­dia de editores y libreros hacia el au­tor colombiano. Baste echar un vistazo a cualquier vitrina, donde las obras ex­tranjeras se multiplican, mientras las colombianas apenas se exhiben solitarias en el sitio menos indi­cado. Y si el autor es de provincia, o incipiente, olvídese de las librerías y confórmese con regalar las dos terceras partes de la edición y colocar con su propio esfuerzo el escaso residuo.

Los héroes lloran en la oscuridad es una historia viva, palpitante. La no­vela no debe ser cosa distinta. Su autor se limita a dar testimonio de una épo­ca. Es indudable que hay acá más his­toria que ficción. Historia bien novelada. Es el hombre que vive sus propias vicisitudes, víctima de la an­gustia y a veces de la ignominia. Es el ingenuo, el iluso provinciano, perdido en el piélago –por fortuna ya distan­te– de odios y ambiciones incrustadas en un sistema que se pinta con cálculo y objetividad.

Jaramillo, el recluta desertor, revive una época virulenta. Recuerda su frus­tración y exhibe su desesperanza. Tie­ne el autor el talento de poner la histo­ria en boca de un sencillo soldado de la patria, quien comienza el relato advirtiendo que «los sucesos que fueron terriblemente ingratos, los vamos mi­rando sin la angustia o el odio de los primeros años de su impacto». Separa jirones de la historia. El lenguaje fluye sencillo, llano. Está libre de artificiosos vuelos literarios que suelen deslumbrar pero no con­vencer. Es el lenguaje del pueblo.

La historia se desarrolla con interés. No falta el humor picante, ni la fina ironía. Recuerda el autor que el mun­do tiene héroes. Todos hemos sido hé­roes alguna vez. Pero también hay hé­roes de papel, que «lloran en la oscuri­dad».

La Patria, Manizales, 28-III-1972.

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