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Reinas pero desdichadas

jueves, 14 de junio de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Muy indicado el título de Reinas pero desdichadas con que Eduardo Lozano Torres bautizó su reciente libro sobre las esposas de Enrique VIII, publicado por Intermedio Editores. La dinastía Tudor reinó en Inglaterra por 118 años y dentro de ese periodo Enrique VIII ocupó el poder durante 37 años. Fue rey de Inglaterra desde los 18 años.

La famosa Casa de Tudor se caracterizó por ser una monarquía autoritaria y controvertida que jugó papel fundamental en los sucesos de Europa y del mundo, habiéndose iniciado bajo su mando la exploración de América. El tono y la severidad del régimen se reflejaron, en el caso de Enrique VIII, en la dureza –rayana en la crueldad– que el rey implantó para el manejo de sus seis esposas y sus numerosas amantes.

Su primera esposa fue Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, con quien se casó por conveniencias de ambas monarquías. En las casas reales no eran los contrayentes los que escogían a sus cónyuges, sino sus padres. El sentimiento amoroso no tenía ninguna importancia. Catalina le dio una niña, y esta murió en el alumbramiento. Un año después, nació un varón, que murió al poco tiempo. El tercer hijo nació muerto. Lo mismo ocurrió con el cuarto. El quinto parto correspondió a una niña, que sería reina de Inglaterra 37 años después. El sexto parto  fue el de otra niña, y esta también nació muerta.

En definitiva, dejó de existir el hombre que se requería para asegurar la sucesión varonil de la Casa de Tudor. Mientras tanto, Enrique vivía enredado en amoríos con otras mujeres, y con una de ellas tuvo el anhelado varón, que moriría de tuberculosis años después. Todo esto significó una verdadera desgracia para el rey y su familia. Como su esposa no podía concebir hijos varones, Enrique le solicitó al papa Clemente VII la anulación del matrimonio, para casarse con Ana Bolena, una de las damas de compañía de Catalina de Aragón, petición que fue negada por el pontífice.

No obstante, Enrique se divorció de Catalina de Aragón mediante una ley del Parlamento, lo que trajo como consecuencia la ruptura entre Roma e Inglaterra y el nacimiento de la Iglesia anglicana. Con Ana Bolena tuvo una hija, y también un varón, que murió al poco tiempo. Acusada por adulterio e incesto, la reina murió decapitada por decisión de su esposo. La  quinta esposa, Catalina Howard, que había sido su amante, sufriría la misma pena de la decapitación por infidelidad con el rey.

Las otras esposas fueron Juana Seymour, Ana de Cléveris y Catalina Parr. Ninguna conoció la felicidad a su lado. El repudio hacia ellas era una constante en la conducta del monarca. Las tenía más como presas palaciegas que como las mujeres fulgurantes que les daba su condición de reinas. Con Ana de Cléveris el matrimonio nunca se consumó. Catalina Parr, la sexta esposa, fue la única que le sobrevivió.

Enrique VIII fue un soberano extraño e incomprensible, cuyo carácter displicente, ostentoso y autoritario sembraba a su alrededor una atmósfera de distancia y miedo. Sin embargo, duró 37 años en el trono. Murió enfermo y desolado.

Este repaso histórico, que parece sacado de la fantasía, nos traslada a la rancia monarquía inglesa de hace 5 siglos. Eduardo Lozano Torres –autor de La caja de Pandora, Diccionario de mitología y Bolívar, mujeriego empedernido, del mismo sello editorial– le dedicó a la obra varios años de investigación y logra atrapar la atención del lector con estos episodios de apasionante crudeza.

El Espectador, Bogotá, 9-VI-2018.
Eje 21, Manizales, 8-VI-2018.
La Crónica del Quindío, Armenia, 10-VI-2018.

Comentarios

Muy cruel la vida de estos personajes, quienes teniéndolo todo, han sido miserables y asesinadas. El rey Enrique VIII hizo de las suyas, ser despreciable como hombre y sin duda como rey. Qué bueno no ser reina y tener que acostarse con un personaje de esa talla. De las monarquías es fascinante leer sus historias de terror. El Renacimiento nos dejó ejemplos espeluznantes. Por algo está la serie de Los reyes malditos que me la leí toda. Me encanta la historia novelada. Inés Blanco, Bogotá.

Qué interesantes todos estos datos personales que de manera jocosa se relacionan con la popular frase: “Pasa hasta en las mejores familias”. Un rey que trató de coger el cielo con las manos en sus tantas mujeres y que no cultivó ninguna, por lo que lo acompañaron en el poder y no en su desdichada soledad, cuando con seguridad necesitaba de una mujer que lo cuidara y lo protegiera de los designios dolorosos que a veces tiene la vida. Liliana Páez Silva, Bogotá.

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Violencia política de los años 30

miércoles, 3 de agosto de 2016 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En el libro ¿Por quiénes doblaron las campanas?, de reciente aparición, Antonio Cacua Prada revive una época nefasta de la violencia partidista en el país: la que azotó a la provincia de García Rovira, en el departamento de Santander, durante los años 30 del siglo XX.

El estallido de la conflagración comenzó el 29 de diciembre de 1930, cuando la policía municipal de Capitanejo, que era liberal, asesinó a un grupo de campesinos conservadores que se inscribían para votar en la elección de diputados en febrero del 31. Ese hecho se repitió en Guaca el 2 de febrero y dio origen a la formación, en ambos bandos, de las llamadas “chusmas”, que eran grupos de ataque y de defensa, de triste recuerdo en la historia del país.

El 29 de junio de 1931 fue asesinado el párroco de Molagavita, Gabino Orduz Lamus, oriundo de San Andrés (provincia de García Rovira), por el agente de la policía departamental Roberto Tarazona.

A lo largo de la década se recrudeció la ola de asesinatos en la provincia. Al concluir la hegemonía conservadora e iniciarse la liberal con el gobierno de Enrique Olaya Herrera, en 1930, irrumpió la represión del partido ganador contra sus adversarios. Esta época violenta tuvo su mayor expresión en Santander y en Boyacá.

Con el cambio de un partido al otro vino la renovación de la policía, la que sin ser numerosa, dada la proporción del país, producía numerosos muertos en el bando contrario. Era una policía rudimentaria, pero de todos modos contaba con las armas gubernamentales y con el amparo de la impunidad. Lo que había sucedido en los gobiernos conservadores se trasladaba ahora a los liberales, situación que llegaría hasta el año 1946, cuando volvieron los conservadores al poder con el triunfo de Mariano Ospina Pérez.

La realidad monda y lironda era que la violencia estaba empotrada en Colombia desde la derrota del dominio español. El país permanecía en guerra constante, con el objetivo claro de exterminar a los situados en la frontera opuesta. Ahora, en 1930, el turno correspondía a los liberales, y esta vez la saña era más recalcitrante que la ejercida en años anteriores.

El inicio de la nueva etapa de la barbarie fratricida tuvo ocurrencia en Capitanejo, población limítrofe con el norte de Boyacá, hecho que dio origen a repetidas masacres. Se mataba con alevosía y a sangre fría, como lo recuerda Antonio Cacua Prada en esta memoria histórica.

El 10 de septiembre de 1932, el alcalde de San Andrés, Clímaco Rodríguez, dirigió feroces acciones que se tradujeron en la muerte de numerosos labriegos, la intención de asesinar al coadjutor, Carlos Colmenares, el ataque a las religiosas del hospital y del colegio de señoritas y la destrucción de la imprenta donde se editaban el  semanario Lucha y Defensa y la Hojita Parroquial.  

Don Pedro Cacua Jaimes, padre del historiador Cacua Prada, había fundado dicho semanario el 13 de diciembre de 1930, y su vida se extendió hasta el 10 de septiembre de 1932. En estos días su hijo Antonio tenía apenas seis meses de edad. Para evitar ser asesinados, la familia tuvo que refugiarse en la finca de un familiar y ocultarse durante varios días en unas cuevas indígenas.

Pasados los años –el 10 de febrero de 1979–, don Pedro Cacua Jaimes, que había alcanzado alto liderazgo político en su tierra, y que moriría días después, le dijo a su hijo: “Como eres un apasionado por la historia, te tengo un regalo muy especial. Te voy a entregar tres colecciones de periódicos, empastados, y un folleto, en ellos encontrarás parte de la historia de tu pueblo, y de Guaca”.

En esto consiste el libro que edita hoy Antonio Cacua Prada: en reproducir en forma textual los artículos publicados en el semanario Lucha y Defensa, que se convierten en testimonio fiel de una de las etapas más sanguinarias de la vida colombiana. Han pasado 37 años desde el día en que recibió el legado de su padre, y 86 años desde que en García Rovira estalló uno de los capítulos más tenebrosos del odio y la retaliación movidos por la pasión política. Época cavernaria de ingrata recordación.

El Espectador, Bogotá, 31-VII-2016.
Eje 21, Manizales, 29-VII-2016.

Comentarios

Este recuento histórico de la violencia en Santander y norte de Boyacá se reprodujo en otros sitios de Colombia. Baste recordar los hechos acaecidos en el Valle del Cauca y que sirvieron a Álvarez Gardeazábal para su novela «Cóndores no entierran todos los días». Infortunadamente el 90%, y creo no exagerar, de los colombianos ignora cómo y quiénes fueron los generadores de la violencia que desde hace muchas décadas ha golpeado al país y frustrado la anhelada paz. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Este artículo y el libro del escritor Cacua Prada son la historia de la provincia y las ciudades colombianas: ora violencia partidista, ora ataques guerrilleros, ora el narcoterrorismo, ora las matanzas de paramilitares, ora la sevicia de las bacrim y ora… En Colombia siempre hay una nueva violencia que falta por suceder. Ojalá algún día tengamos la inteligencia colectiva de cambiar este mal endémico. Armando Rodríguez Jaramillo, Armenia.

Leí la columna con la desazón que me causan escritos de ese corte; con él recordé el Quindío de mi niñez. Cada vez me convenzo más de que este es un país de bobos bravos, muchos de ellos de muy mala clase. Josué Carrillo, Barcelona (Quindío)

Ese es un vergonzoso capítulo  de la historia política de Colombia que se ha querido borrar para culpar al partido conservador y específicamente a los expresidentes Ospina y Gómez como «los padres de la violencia partidista en Colombia».  Mi padre, quien fue veterano suboficial del Ejército en los años veinte y comienzos de los treinta, me contaba cómo en un país que venía en paz, ésta fue rota por unas masacres de decenas de conservadores inermes concentrados en las plazas de mercado en algunos municipios de  Caldas, en  Gachetá y en Salazar de Las Palmas. Luis Granados Morales, Bogotá.

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Nariño: prócer olvidado

lunes, 23 de diciembre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

El próximo 13 de diciembre se cumplen 190 años del fallecimiento en Villa de Leiva del gran Precursor de nuestra Independencia, Antonio Nariño. Con tal motivo, la Academia Patriótica Antonio Nariño, presidida por Antonio Cacua Prada, y de la que es vicepresidente Eduardo Durán Gómez, realizará el mismo 13 de diciembre, en la casa hacienda El Cedro, de Bogotá, un acto conmemorativo de la muerte del prócer.

Por otra parte, la revista Semana, asociada con la Gobernación de Cundinamarca y el Banco de Bogotá, ha elaborado una edición especial de 130 páginas para celebrar los 200 años de la independencia de Cundinamarca, donde el actor principal es Antonio Nariño. Duele decir que su nombre, que tanta participación tuvo en la gesta emancipadora de la corona española, y tantos presidios y dolores sufrió por la causa de la libertad, se encuentra opacado en nuestros días.

Poco es lo que a las nuevas generaciones les dice hoy la figura de Nariño, y de ahí la importancia de los dos sucesos antes mencionados. El hombre contemporáneo se ha desentendido en tal forma de la historia que configuró nuestro carácter republicano, que le cuesta trabajo identificar a los próceres del pasado. Con dificultad distingue a Bolívar y Santander, y de ahí en adelante surge una enorme nebulosa.

Ignora, por ejemplo, que la Casa de Nariño, o Palacio de Nariño, donde reside el Presidente de Colombia y es la sede del Gobierno nacional, se construyó en el terreno que ocupó la casa natal del héroe. Y se le dio su nombre para recuerdo de los tiempos futuros. Sin embargo, semejante tributo ha dejado de tener significación en los días actuales, por deplorable olvido de la Historia, que ni se enseña en los centros educativos, ocupados a veces en afanes baladíes, ni ejerce su papel de maestra y orientadora de la vida social del país.

Antonio Nariño nació en Santafé de Bogotá en 1765. Pertenecía a una de las más distinguidas y acaudaladas familias santafereñas. En tal condición, hubiera sido uno de los hombres más prósperos de la época. De hecho, fue notable su éxito en la vida de los negocios. Pero él era más de estudio e ideas que atado al dinero. Como persona ilustrada, bien pronto se identificó con los líderes de la Revolución Francesa. A su biblioteca llegaron los libros de Voltaire y otros pensadores franceses.

En 1794 utilizó su imprenta Patriótica para imprimir y difundir la Declaración universal de los derechos del hombre y el ciudadano, que él mismo había traducido del francés. Por este hecho, considerado un delito, fue condenado a diez años de cárcel. Además, se le confiscaron todos sus bienes y fue desterrado a perpetuidad de la Nueva Granada. Tres veces recibió condenas penitenciarias. Buena parte de su vida la pasó en la cárcel. Lograba escapar, pero más tarde era aprehendido.

Nunca desistió de sus ideas, y siempre chocaba contra obstáculos poderosos: tanto los provenientes de las autoridades españolas, como los infligidos por contradictores de sus causas patrióticas. En 1814 realizó ante el Congreso una defensa magistral de su posición ideológica, hecho que acrecentó su fama de estadista.

Agotado por esa racha de adversidades, sus últimos días los pasa en Villa de Leiva. Allí ha ido a buscar reposo y la cura de su salud. Aparentaba veinte años más de los que tenía. Tres meses después de su llegada a la población boyacense, muere a la edad de 58 años, el 13 de diciembre de 1823. Sobre él dice Indalecio Liévano Aguirre que “personifica los valores auténticos de la nacionalidad, porque nadie como él los encarna con mayor grandeza”.

El Espectador, Bogotá, 30-XI-2013.
Eje 21, Manizales, 30-XI-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 30-XI-2013.
Mirador del Suroeste, N° 50, Medellín/2014.

* * *

Comentarios:

En mis nebulosos recuerdos de bachillerato leí un epitafio de Nariño que decía algo así: «Amé a mi patria, cuánto la amé…” Me gustaría que me enviaras el texto completo del epitafio. En cuanto a los jóvenes de ahora, escasamente se acuerdan de Bolívar y Santander. Luis Quijano, colombiano residente en Estados Unidos.

Respuesta. Este es el epitafio, pronunciado por Nariño cuando entró en los momentos de la agonía: “Amé a mi Patria: cuánto fue este amor lo dirá algún día la Historia. No tengo qué dejar a mis hijos sino mi recuerdo. A mi Patria le dejo mis cenizas». GPE


En buena hora tu pluma sale en defensa de la memoria del prócer. Acertado escrito, que estoy seguro tendrá un importante impacto entre la intelectualidad colombiana. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

Es cierto, ahora no se  enseña historia, mucho menos valores patrios. A pesar de su temprana muerte, fue mucho lo que Nariño hizo por el país y por  las futuras generaciones. Inés Blanco, Bogotá.

Antonio Nariño es el verdadero héroe de nuestra revolución y prócer colombiano. Es triste que las nuevas generaciones y algunas viejas no lo conozcan. Estoy seguro que seríamos una mejor sociedad si intentáramos seguir sus ideales y vocación de servicio hacia la comunidad. Ojalá los políticos actuales tuvieran algo de su grandeza y rectitud. King62 (correo a El Espectador).

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Cien años de historia

lunes, 28 de octubre de 2013 Comments off

Gustavo Páez Escobar

Grata sorpresa nos proporciona Luis Carlos Adames, investigador silencioso del periodismo de antaño, lo mismo que de los hechos históricos que giran en derredor, con la publicación del libro que lleva por título Del centenario al bicentenario, al que le agrega la siguiente anotación: Historias de gobiernos, periódicos y periodistas, 1910-2010.

Varios años le demandó al autor la confección de este trabajo minucioso que hoy ve la luz en denso volumen de 518 páginas en gran tamaño, impreso por la Editorial Lealon, de Medellín. Al programa se vinculó la Asociación Nacional de Linotipistas (Andel), de la que es presidente Luis Carlos Adames desde 1997. Andel es una entidad casi centenaria, pues nació en 1923, lo que indica que se trata de un gremio que corre casi parejo con el recorrido de la obra. Es la agrupación gremial más antigua de Colombia.

Adames es uno de los mayores representantes de la linotipia que quedan en el país. Inició su actividad en Cromos y en El Tiempo, y en este último se convirtió en la mano derecha de Calibán en cuanto a la comprensión de sus artículos se refiere, los cuales, escritos en letra menuda e indescifrable, nadie más que Adames era capaz de traducirlos para llevarlos a las páginas del periódico. El asesor de Calibán se había especializado en Sao Paulo, y años después de su labor en El Tiempo pasó a dirigir durante dos décadas la Imprenta del Banco Popular, la que iniciaba la extraordinaria labor que se llevó a cabo con la serie bibliográfica que bajo los auspicios del presidente de la institución, Eduardo Nieto Calderón, tanto beneplácito recibió en el país.

La maestría de Adames fue fundamental para dicho cometido. Él mismo realizó dos grandes  ejecuciones dentro de la serie mencionada: las antologías Escritos escogidos de L.E.N.C (5 tomos) y Obra escogida de Alfonso Bonilla Naar (2 tomos). Además, es autor de los siguientes libros: Calibán y la prensa de opinión, Periodistas, violencias y censuras, y Otto, el periodista que negoció la paz.

Luis Carlos Adames sale ahora con la obra gigante a que se refiere esta nota. Esto de reseñar los hechos sobresalientes que han ocurrido en los gobiernos y en el periodismo del país en los últimos cien años es tarea colosal. No es un tratado de historia, sino la relación sucinta de los principales sucesos, con análisis ágiles sobre cada caso y cada persona, y con prescindencia de juicios críticos, pues tal no es el objetivo de la obra.

De lo que se trata es de presentar el curso de los días bajo el liderazgo de los gobernantes y de los protagonistas del periodismo (ramas esenciales en toda democracia, y que deben ser independientes), donde se hace énfasis en los capítulos más notorios que han marcado la historia colombiana en el ciclo referido. Se ofrecen datos biográficos de los personajes y abundante material gráfico, a fin de que el lector se oriente con facilidad y amenidad dentro de este inventario objetivo y bien discernido. Y busque, si lo desea, otras fuentes de estudio, que las hallará sobre todo en obras de estricto orden académico.

“La información genera la opinión”, se anota en las palabras liminares. A pesar de su extensión, la obra se deja leer con interés y agrado. Es una guía, una síntesis, un libro informativo, elaborado a base de textos breves, concisos y definidores. Es esta condición notable en la escritura del autor, y de ella ha hecho gala en sus libros anteriores. Por lo tanto, es obra valiosa para toda clase de lectores, y merece nuestra voz de aplauso.

El Espectador, Bogotá, 9-III-2012.
Eje 21, Manizales, 9-III-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 10-III-2012.
Revista El Velero, Coempopular, # 21, agosto de 2012.

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Comentario:

Con mucho interés leí la nota sobre el libro que acaba de editar Luis Carlos Adames, y sentí mucha nostalgia pues hace muchos años compré el libro sobre Calibán –a quien leí y admiré mucho– también escrito por Adames. El libro sobre Calibán lo releo de vez en cuando pues jamás pasará de moda. En verdad haces un justo homenaje a un escritor tan talentoso como Adames, que ha pasado desapercibido por el grueso del público, mas nunca ignorado  por el gremio de las letras. Luis Quijano, Houston.

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Mujeres en la historia

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Dos distinguidas académicas, Mercedes Medina de Pacheco e Hilda Gómez de Monroy, acaban de poner en circulación, dentro de la serie bibliográfica de la Academia Boyacense de Historia, sendos trabajos que hablan de mujeres: Las mujeres en las Elegías de varones ilustres de Indias y La mujer colombiana y el proceso histórico de sus derechos.

Paciente labor de pesquisa tuvo que adelantar Mercedes Medina de Pacheco para localizar en los 113.609 versos que componen el poema más extenso escrito en lengua castellana –Elegías de varones ilustres de Indias, de Juan de Castellanos– las 179 mujeres que aparecen en dicha obra. Eran mujeres ocultas tras la sombra de los varones que protagonizaron en el siglo XVI los sucesos de la conquista y colonización del Nuevo Mundo.

Algunas de ellas cumplieron verdaderas hazañas al lado de sus hombres, pero esos hechos pasaron inadvertidos por los cronistas, quienes dirigieron sus escritos hacia la exaltación de los caudillos y se olvidaron de las heroínas. Hoy, en esta época que ha entrado a revaluar a la mujer en su justa dimensión, la escritora boyacense vuelve sus ojos al pasado para desentrañar de las páginas memoriosas de Juan de Castellanos los actos de heroísmo ejecutados por esa pléyade de indígenas ignoradas.

Si a las mujeres de entonces se les hubiera dado su real importancia, habrían salido sorprendentes capítulos sobre la sutileza, la pasión y la intrepidez femeninas, como actoras de grandes aconteceres épicos, algunos de ellos pintados de sangre y tragedia, a la altura de los dramas griegos. La autora del estudio escudriña los versos monumentales de Juan de Castellanos, párroco de la catedral de Tunja durante 35 años, y deshilvana las vivencias escondidas en el cruce de razas con los conquistadores.

El cura y escritor dejó su propia historia femenina al reconocer, al final de sus días, a su hija Jerónima y entregarla en matrimonio a Pedro de Rivera. Esa huella de su pasado, según lo anota Enrique Medina Flórez en certero ensayo sobre el poeta-cronista, fue el producto «de sus amores en Venezuela o acaso en islas del Caribe».

La autora de la investigación hace de su trabajo una obra al mismo tiempo histórica, original y apasionante. Las 179 mujeres extraviadas en aquellos versos gigantescos, de difícil lectura en nuestros días, resucitan en la pluma acuciosa de la académica boyacense. Cada una de esas mujeres tiene su propia historia. Su propio encanto y su propia fascinación.

El libro de Hilda Gómez de Monroy, cargado de feminismo, recoge las luchas de la mujer por la conquista de sus derechos durante el siglo XX. Es un recuento minucioso, basado en fuentes históricas, que se convierte en valiosa obra de consulta sobre el itinerario de sacrificios y realizaciones que condujeron al reconocimiento de la mujer como ser pensante, autónomo y generador de progreso.

Comenzando el siglo actual, la mujer no tenía la menor independencia para intervenir en la vida pública, ni se le reconocía ningún atributo como persona libre y creativa. Su condición femenina se confundía con la esclavitud hogareña, y los esposos apenas la consideraban hábil para procrear y criar hijos.

Las desigualdades ante el varón eran ostensibles y detestables, en todos los órdenes, y el exceso de sumisión de la mujer, que no sólo existía en Colombia sino en todo el continente, provocó una insatisfacción silenciosa que se manifestaría en abierta rebelión contra el machismo imperante.

No fue fácil cambiar en poco tiempo las costumbres ancestrales, pero la acción progresiva que a partir del año 1930 (punto de arranque de la lucha femenina) comenzó a surgir en el país, dirigida por voluntades aguerridas como la de Soledad Acosta de Samper, María Cano o la poetisa Laura Victoria, condujo a la conquista de los derechos políticos, civiles, culturales y laborales que hoy reconocen las leyes aprobadas en el resto del siglo XX.

Valioso trabajo el que entrega Hilda Gómez de Monroy en su obra académica, en la que recoge este proceso histórico que logró definir, en bien de la dignidad humana y del progreso nacional, la igualdad de los sexos en este mundo actual tan plagado de desequilibrios e injusticias.

El Espectador, Bogotá, 15-VIII-2002.