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Archivo para martes, 1 de noviembre de 2011

La iglesia de mi pueblo

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Hoy mi pueblo merece una crónica. Me imagino a los di­rectores del periódico exclamando: “¡Otra vez Soatá! ¿Y qué hecho especial ha sucedido allí para que se haya ganado el honor de una nota editorial?”. Pues Soatá, sufridos lec­tores, es hoy noticia. Puede que la noticia no sea fres­ca en mi pueblo, ya que ocurrió hace unos meses, pero lo es para esta columna y sus lectores. La vida de provincia camina lentamente y a eso se debe el encanto de los pueblos.

Dos episodios encadenados, el uno positivo y el otro negativo, sacaron a Soatá de su sopor. El lado bueno, la consagración de su templo en la categoría de concatedral, con bendiciones episcopales y alborozos justi­ficados. Y el malo, el robo, días más tarde, de valiosas joyas de la parroquia avaluadas en sesenta millones. Suma nada despreciable incluso ahora que la plata vale poco (y con la que, imagínense ustedes, muchas penurias se remediarían). Pero como no se trata de plata sino de oro, y además de finos objetos religiosos de larga tradi­ción, el suceso alborotó e indignó a la población.

Siempre que ocurre un asalto contra los bienes que guarda la Iglesia en sus templos y casas parroquiales, yo me hago la misma pregunta: ¿Por qué la institución de Cristo, que fue fundada sobre la pobreza, tiene tantos tesoros? Los santos no son más santos ro­deándolos de lujos millonarios. La Virgen no necesita coronas de oro, ni piedras preciosas, ni inútiles deste­llos de esmeraldas y rubíes.

Ya es frecuente escuchar toda una serie de hurtos que se han desatado contra las alhajas de la Iglesia por to­dos los lugares del país. A la Virgen, de tanto engala­narla de joyas, ya no la dejan respirar. Los símbolos de la fe viven rutilantes de pedrerías y espejismos. Entre tanto, legiones de menesterosos mueren de hambre, con el bolsillo vacío.

Quienes han pasado por Soatá, la Ciudad del Dátil, re­cordarán la presencia, desde varios kilómetros, de la gi­gantesca cúpula que sostiene la imagen de la Inmaculada Concepción, patrona del pueblo. El efecto óptico es mara­villoso: parece que la Virgen flotara en el aire y se so­lazara entre las nubes. El mármol negro, tan caracterís­tico de Italia, le da realce a este recinto de piedad, es­pacioso y solemne, donde mis paisanos se encuentran a dia­rio con su fe y ruegan por sus necesidades.

La remodelación y ampliación del templo fue ordenada en el siglo pasado, año de 1893, y su reconstrucción des­de las bases se inició en 1916. Este proceso de edifica­ción y embellecimiento de la casa de Dios ha durado, en la paciencia de los soatenses, una eternidad. Es la misma eternidad con que se trabaja en la carretera central del Norte. El pueblo ya se había acostumbrado a que su igle­sia estuviera siempre en obra –y ahora extrañará las ri­fas y las recolectas y los bazares–, hasta que con la llegada del nuevo párroco se puso fin a un siglo de re­signación.

Manos encallecidas, como las de Froilán López, José Anaí Gómez y Víctor Zambrano –los héroes ocultos de los pueblos–, intervinieron activamente en la fabricación de la cúpula, los altares y los mausoleos; ellos se han ga­nado una indulgencia. Los párrocos comprometidos en la reconstrucción, presbíteros Cayo Leonidas Peñuela, Jo­sé María Quijano, José Ignacio Márquez, Guillermo Gonzá­lez, Jorge Alberto Guatibonza, Víctor Hugo Fuentes, José Agustín Amaya y Augusto Pinilla Ruiz, el actual, todos pusieron su grano de arena para este empeño colosal que se sale un poco de la realidad de mi pueblo.

*

Soatá, como se ve, se ganó la crónica. Cien años de expectativas y padecimientos, y al final su casa de ora­ción concluida entre aleluyas y sorpresas. Con la mala suerte, porque en este mundo todo es ironía, de que los pillos, que no cierran el ojo ni dejan ocioso el cerebro, se levantaron con el botín. Queda una paciente y hermosa realización, pero también una enseñanza para aprender.

El Espectador, Bogotá, 5-X-1988.

 

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Un coloso llamado Méjico

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

1 

Méjico fiel, me dueles en la carne,

me dueles en el llanto, me limitas

en la extensión de todos los caminos

porque conmigo viajan tus orillas…

Laura Victoria

La  insigne  poetisa colom­biana, viajera pertinaz por los caminos de América, hace 48 años llegó a Méjico y allí se quedó. Lo mismo ha sucedido con el poeta Germán Pardo García y el escritor Aristomeno Porras. Méjico, país de sólida cultura y embrujados caminos, atrae a los intelectuales. Porfirio Barba Jacob, Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Luis Enrique Sendoya, Marco Tulio Aguilera Garramuño y tantos otros escritores ilustres, del pasado y el presente, han he­cho de Méjico su segunda patria americana.

Al descender el avión sobre la gran planicie de Ciudad de Méjico, brilla  ante nuestros ojos la metrópoli monumental. Su variedad de colores y paisajes perfora las nubes y siembra una sensación de encanto. Estamos en la ciudad más populosa del mundo, con cerca de veinte millones de habitantes. Es un centro que lucha, en forma denodada pero también in­fructuosa, por derrotar la con­taminación de la atmósfera que ahoga pajaritos en los tejados de las casas y mañana, si no se controla el gigantismo, matará hombres por las calles.

Surge ante nuestros ojos el país mítico con el que siempre hemos soñado. El país de le­yenda de Pedro Páramo. Llegan a la mente, todavía sin co­menzar el recorrido, las ma­ravillas que todos nos cuentan sobre esta urbe fosforescente —La región más transparen­te, deCarlos Fuen­tes—, llena de vida y surcada por majestuosas avenidas e imponentes edificios; y nos sa­cude el ánimo la cercanía del pueblo altivo, batallador, jovial y hospitalario que sobre su pasado de epopeyas y rebelio­nes ha construido su presente de luchas y grandezas.

En el aeropuerto nos reciben Germán Pardo García y Aris­tomeno Porras. El poeta depo­sita una flor en manos de mi esposa. Grandioso e inesperado homenaje que abre en cálido abrazo la hospitalidad que nos espera, y a la que se unirán más tarde Laura Victoria y sus hijos, y otros amigos deferentes.

El rumor sobre las mortifi­caciones aduaneras a los co­lombianos resulta falso. Ha­llamos, por el contrario, cortesía y rapidez en los trámites de llegada, y esto, sumado a la atención recibida a bordo de Varig, se presenta como signo promisorio para la feliz estadía con que vamos a cele­brar los 25 años de matrimonio.

El país comienza a llegarnos rutilante. La fiesta se apodera del corazón. El arte colonial, que Méjico resguarda con tanto celo, hace hermoso con­traste con la ciudad de perfiles modernos que se prolonga por grandes extensiones con líneas vertiginosas.

Por doquier se encuentran zonas arqueológicas de gran riqueza cultural, a la par que museos, conventos, iglesias, murales, casas colo­niales. La arquitectura de Méjico es esplendorosa. Desde la Torre Latinoamericana, imponente edificio de 47 pisos y 162 metros de altura, que no se conmovió ante el pasado te­rremoto, se contempla la ciudad como hormigueante y luminoso sendero de construcciones y pedrerías.

Todo en Méjico es monu­mental. Avenidas como La re­forma e Insurgentes, dinámicas y bulliciosas y adornadas de glorietas, fuentes, árboles, edificios y almacenes, son el eje nervioso multiplicado en miles de arterias, por donde se mueve y respira esta urbe de infinitos caminos.

Ante esta sobrecogedora belleza, recordamos que nos hallamos en Méjico, pueblo grande, un coloso de América.

2

Que mi aliento te escriba –así lo ansío–

en  el poncho de un indio ecuatoriano,

en el mero sarape mexicano

o en la miel de un jarabe tapatío…

Henry Kronfle

Cuando penetramos en la Catedral Metropolitana, uno de los tesoros religiosos más deslumbrantes del mundo, nos sentimos sobrecogidos con tanto esplendor. Esta mole de arte y rezo deja en el espíritu una extraña sensación de éxtasis y desconcierto. Sus extraordinarios retablos, sus numerosas capillas iluminadas por la presencia casi viva de los santos, la riqueza decorativa que refulge por todas  partes en irradiaciones auríferas, transmiten fascinación.

En el Palacio Nacional, situado en la misma Plaza de la Constitución –o Zócalo, que llaman los mejicanos–, se encuentra uno, frente a los murales de Diego Rivera, con la historia nacional desde la época prehispánica hasta 1929.

Otro día nos vamos a las pirámides, situadas a una hora en automóvil desde el centro de la ciudad. Teotihuacán (o lugar de los dioses) era la ciudad más importante de Mesoamérica. Centro fundamental de la mitología mejicana. Allí los aborígenes se encontraban con los dioses, el cielo, la tierra y los hombres. Y ahora, los turistas colombianos se comunican con los aborígenes en las pirámides del Sol y de la Luna, o en la Calle de los Muertos, o ante la Serpiente Emplumada.

Y por la noche, para matizar el programa, nos escapamos a la Plaza de Garibaldi. Miles de mariachis, que hacen de este recinto musical su bolsa nocturna de empleo, salen de la entraña del pueblo y ponen en el ambiente su sonora imagen folclórica. Entre rancheras y tequilas le gritamos un viva a Méjico.

El médico Humberto Segura Peñuela, hijo de Laura Victoria, nos invita al Ballet  Folclórico de México, en el Palacio de Bellas Artes. Es éste un majestuoso edificio construido casi todo en mármol blanco de Carrara, en cuya ejecución se gastaron treinta años. Comentan que debido a su peso considerable el edificio ha descendido varios centímetros bajo tierra. Es el Teatro Nacional del país y está reservado para espectáculos culturales muy destacados. En él se han presentado Germán Pardo García y Laura Victoria.

El Ballet Folclórico, creado en 1952, recorre el mundo en exhibición de arte, de elegancia y autenticidad mejicanas. Los mitos, las costumbres, la música, las danzas, las bellas mujeres, los bravos pistoleros de la canción y el duelo amoroso, la revolución, todo se repasa en estos fastuosos escenarios, al conjuro de misteriosas coreografías. Cuando hay arte verdadero, es como si los ritmos y alegorías se fueran alma adentro para crear un mundo hechizado.

No cabrá en estas crónicas veloces todo cuanto vimos, oímos y saboreamos. Méjico no cabe en pocas cuartillas. Sólo pretendo, en este vuelo fugaz, recrear una emoción. Dejar constancia del asombro. Viajar será siempre un placer de la vida. El ocio más estimulante es el de los caminos.

No siempre son realizables los deseos. Irene Silva, dama de cultura del Huila, se lamenta en su poema Los imposibles viajes del recorrido por Méjico que había acariciado con su hijo Gustavo Fernando —arquitecto, pintor y poeta prematuramente fallecido— y que no pudo realizar. Con esta estrofa de su poema, cierro la crónica de hoy:

Habríamos querido presenciar / un auténtico ritual del vuelo, / transmitido desde los Totonacas, en Papantla / y quizá sentirnos envueltos / en la profunda actitud mística de los protagonistas. / Explorar los  trescientos setenta y ocho nichos / de El Tajín / en el templo de la diosa del Maíz, / porque buscabas las Culturas del Maíz, / «tan nuestras en sus raíces” /  como decía Neruda…

Yo,  un habitante de inertes páramos,

con mis diluvios acá llegué

y con las brumas que no olvidáramos

cuando los Andes abandoné….

Germán Fardo García.

El ancestral Bosque de Chapultepec, que mide 223 hectáreas, es la zona ecológica más importante de la ciudad. Está sembrada de viejos ahuehuetes (cipreses), árboles que en Méjico alcanzan dimensiones gigantescas. El área, antiguo asentamiento del pueblo mexica, es centro recreativo y cultural donde entre lagos y parques se respira aire puro y se admira, en el Museo Nacional Antropología, la valiosa colección prehispánica, complementada con otra de los tiempos modernos.

Imposible estar en Méjico sin saludar a la legendaria Virgen de Guadalupe. La Guadalupana la llama el pueblo con cariño, con sentido de posesión y orgullo nacionalista. Es la novia de los mejicanos y la patrona de Hispanoamérica. También el turista se enamora de ella. El indio m Diego, a quien la soberana se apareció en el año de 1531, es otro símbolo del país. Símbolo de humildad y fe religiosa.

Tampoco quedará completa la excursión sin un paseo por los canales de Xochimilco, entre flores y mariachis. O sin presenciar la imponente perspectiva de la Ciudad Universitaria. O sin subir al metro, uno de los más modernos del mundo. O sin recorrer, en Tepotzotlán, el viejo convento de los franciscanos, museo gigante, como todo en Méjico, de arte colonial y religioso. O sin conocer las cadenas de grandes almacenes populares que impresionan por su dinámica y organización. Los atractivos son múltiples y lo único lamentable es que no alcance el tiempo para tanta maravilla.

Quien vaya a Méjico debe aprender a saborear los platos de la cecina criolla, cuya variedad es infinita, como lo manifiesta Beatriz Segura –o Alicia Caro– mientras revuelve y condimenta –y hay que saber lo que esto significa– los suculentos manjares con que nos agasaja, al tiempo que su marido, el actor Jorge Martínez de Hoyos, nos estimula el ape­tito bajo la efusión de los quemantes tequilas.

Otro día, en casa del ingeniero Mario Segura y su espesa Consuelo –dueños en Cancún de un complejo turístico–, probamos otras formulas y conocemos otros secretos. La gastro­nomía mejicana es de las más apreciadas del mundo. Hay que aprender a picarse con chiles (o ajises), que se reproducen en más de 200 variedades, y mostrar al regreso la lengua y el paladar enrojecidos para que la gente crea que estuvimos en Méjico. Quien en su experiencia de viaje no pueda hablar de tacos, quesa­dillas o chalupas –y para qué provocar el gusto de los lectores con otros antojos–, no sabe lo que es bueno.

Las «Culturas del Maíz» se remontan a las épocas prehispánicas y han pasado a los tiempos actuales co­mo un patrimonio indestructible. El maíz es en Méjico la diosa que todo lo preside y todo lo sazo­na. Es no sólo el alimento indispensable de las mesas sino la inspiración de los poetas.

Hablando de poetas, Germán Pardo nos obse­quia, como símbolo de amor en nuestro aniversario de bodas, la rosa que mantiene en un mueble de su residencia, cerca de sus tres dioses: Einstein, Cayo Julio César y Jack Dempsey. Final grandioso y conmovedor de este viaje inolvidable.

Méjico, coloso de América. País rico en turismo y prehistoria. Pueblo grande. Raza sufrida y victoriosa. Su historia es una epopeya. El mejicano, golpeado hoy por su dura economía y temeroso ante el incierto futuro político, sabe, sin embargo, querer su tierra. Es tal vez el pueblo más nacionalista del mundo. Ya la canción lo definió: “Méjico lindo y querido”.

El Espectador, Bogotá, 12, 21, 30-IX-1988.

 

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Colombianos en Méjico

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Ha sido Méjico país hospita­lario para los colombianos. Tierra generosa para el cultivo de las letras, las artes y las ciencias. Viven allí muchos colombianos (universitarios, poetas, escritores, profesiona­les, comerciantes) que sobre­salen en sus respectivas áreas y le dan honor a nuestro país. En viaje realizado con mi esposa tuvimos la suerte de encontrarnos con varios compatriotas que más grato hicie­ron el  recorrido por el gran país azteca.

Laura Victoria, residente allí hace 48 años, fue la primera mujer que irrumpió en Colom­bia con su sensual romanti­cismo. Revolucionó la poesía colombiana. Se puso a la altura de las grandes líricas (Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni, Delmira Agustini y Rosario Sansores) y entre todas escribieron la poe­sía amorosa más bella de que pueda enorgullecerse el conti­nente americano.

Mientras Laura Victoria me contaba con tono nostálgico sus épocas luminosas entre giras interna­cionales y aplausos, yo me dolía de que en Colombia no circularan hoy los libros que le dieron la fama (Llamas azules, Cráter sellado y Cuando florece el llanto).

Beatriz Segura Peñuela, la hija de Laura Victoria, fue a su vez la primera colombiana que conquistó las cumbres del cine mejicano, donde hizo famoso el nombre de Alicia Caro. Actuó en cerca de 40 películas, entre ellas María y La Vorágine. Casada con Jorge Martínez de Hoyos, uno de los artistas con mayor popularidad en el cine y la televisión, la pareja goza de mucha estimación en el mundo de la farándula.

Humberto y Mario, los otros hijos de Laura Victoria, ocupan importantes posiciones, el uno como médico y el otro como ingeniero civil. Esta familia colombiana ha descollado en la gran nación.

Germán Pardo García, el poeta del cosmos, es uno de los creadores más densos del mundo, cuya producción se aproxima a 40 libros. Al igual que Borges, el Premio Nóbel de Literatura ha sido indolente con su mérito. Hoy nuestro compatriota ve declinar su existencia entre dolores y pesadumbres, lejos de lo que más quiere: Colombia. Yo lo visité en su residencia en Río Támesis, privilegio que pocos logran, y me sentí absorto ante el misterioso universo de sus dioses y fantasmas.

Aristomeno Porras es otro colombiano destacado, natural de Boyacá, que vive en Méjico hace mucho tiempo y añora también el suelo nativo. Es el brazo derecho de Germán Pardo García, junto con el poeta y diplomático ecuatoriano Henry Kronfle. Aristomeno Porras, pro­motor de cultura que escribe en la prensa mejicana con el seudónimo de Luis D. Salem, es el principal animador de la re­vista Nivel, hoy en peligro de extinción por falta de recursos económicos, después de 30 años de duro batallar.

Henry Kronfle, aunque ecuatoriano, está muy ligado a Colombia tanto por su admiración por Pardo García como por sus nexos familiares con políticos e intelectuales nuestros. Leo ahora con deleite dos de sus libros, Los sonetos de las defi­niciones y Vibraciones del alma.

Otra colombiana distinguida es Diana López, hija de Adel López Gómez, que se mueve en el mundo cultural de Méjico y desde allí escribe para el pe­riódico La Patria, de Manizales.

En la actividad comercial sobresalen los hermanos Cortés Forero, propietarios de Indistri Mex, empresa que consolida amplia trayec­toria de progreso y ha logrado superar los reveses de la economía mejicana.

Cuando uno se encuentra en el exterior con gente de la propia tierra, y sobre todo con gente de prestigio, es como si la patria se prolongara en amable resonancia más allá de las fronteras.

El Espectador, Bogotá, 28-VIII-1988.

 

 

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El mono degenerado

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Jorge Roos mira al siglo XXI. Es un destacado huma­nista uruguayo residente en España desde 1955 –y que trabajó en una emisora bogotana en los difíciles años que siguieron al 9 de abril–, autor de decididas campa­ñas sobre la causa de los animales. Sus escritos, de hondo sentido cultural y filosófico, se abren campo en los países latinoamericanos. En Europa se difunden con creciente interés. Acaba de salir en España, publicado por Progensa (Madrid), una reedición de su Mono dege­nerado, donde sustenta, junto con otros dos libros an­teriores que recoge en el mismo volumen, su tesis sobre la degradación de la vida en postrimerías del siglo ac­tual.

Roos, situado frente a la neurosis colectiva que se ha apoderado del planeta, cataloga la ferocidad del in­dividuo como uno de los factores más determinantes del terrorismo universal. Si la raza humana proviene del mono –y todos nuestros actos son por consiguiente si­miescos–, nunca como ahora ese mono se ha degenerado. Pero es preciso redimirlo y hacerlo sociable.

Los escritos de Roos mueven las fibras más sensibles del espíritu y buscan suprimir todo tipo de violencia. Sus tesis causan impacto y abanderan movimientos por los derechos de los animales, los seres más vilipendia­dos en esta ola de vandalismo. En Nueva York funciona la Asociación Latinoamericana en Defensa del Animal, que preside Gladys Pérez y cuenta con la estrecha colabora­ción de la periodista y escritora colombiana Gloria Chávez Vásquez.

La campaña combate los tratamientos inhumanos de que son víctimas los nobles brutos, sobre todo en los países que se dicen civilizados. Las corridas de toros, uno de los espectáculos de mayor incitación de masas y productoras de fuertes divisas, son manifesta­ciones de barbarie que se ofrecen al público con el falso rótulo de actos culturales. Primero se consagra el rey de la fiesta y después se le asesina con sevi­cia. Y antes se le ha sometido a toda clase de vejáme­nes, como untarle vaselina en los ojos, colocarle ta­cos de algodón en narices y garganta, y agujas dentro de los testículos, para que se enfurezca y rinda más.

En España, sede de las Olimpiadas de 1992, se ofrecerá el mayor circo de san­gre con las monumentales corridas que desde ahora se preparan para celebrar los 500 años del Descubrimiento de América. ¡Qué horror!

Cuenta Roos que todavía hay lugares donde se pinchan con alfileres los ojos de los canarios para que, al quedar ciegos, canten mejor. En los laboratorios se somete a los animales a transplantes, amputa­ciones, cirugías cerebrales, sondeos monstruosos e in­númeras torturas, hechos que se repiten una y mil ve­ces, mecánicamente, sin ningún asomo de piedad. Es un fraude científico criminal que no aporta nin­gún avance a la medicina pero que se sigue practicando con saciedad maniática.

¿Y qué decir de los gallos que se colocan vivos en una cuerda floja para que el público los degüelle en las fiestas de San Pedro; o de las focas a las que se arranca la piel antes de morir para que ésta no se es­tropee y dañe el negocio; o de los caballos que entre sofocos, hambre, sed e insoportable esclavitud deben arrastrar, con los huesos al aire y la miseria galopan­te, el carruaje del suplicio?

*

El hombre capaz de estos salvajismos no puede ser decente. Por eso, el mundo es violento. La guerra es con­secuencia de la deshumanización del individuo. El hom­bre contemporáneo es un monstruo. Un mono degenerado.

“El verdadero equilibrio –dice Jorge Roos– sólo puede comenzar a tener vigencia cuando se logre eliminar la crueldad, que es la que produce su opuesto, el desequilibrio”.

El Espectador, 7-I-1989.

* * *

Misiva:

Le agradezco de todo corazón la generosidad de sus palabras y su clara identificación con esos conceptos. Noble gesto el suyo y lo aprecio de verdad. Hacen falta vitalmente, no particularmente, estas sino todas las ideas y definiciones correctas, destiladas gota a gota, que logren inspirar una nueva conducta a la sociedad humana en general. Jorge Ross, Madrid (España), 28-I-1989.

 

 

 

Ave, Ancízar

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Aprendió política por equivocación. Cuando estudiaba abogacía en la Universidad Javeriana se proponía ser litigante de prestigio. Nunca  barón de la política. Su primer cargo de importancia, al­calde de Armenia, lo hizo variar de rumbo. Fue el trampolín que lo lanzó a las posiciones más destacadas de su comarca.

Líder de la campaña que consiguió la independencia administrativa del Quindío, fue el primer gobernador del de­partamento. Ya para entonces había sido concejal, diputado, representante a la Cámara, embajador, senador de la Re­pública. Y había actuado como promotor de campañas cívicas, en las que mostraba claras condiciones de caudillo.

Poco a poco fue aglutinando su fuerza política y cada vez llegaba más lejos. Un día se quedó como jefe indiscutible del liberalismo quindiano y desde entonces maneja un electorado que le ha permi­tido mantener su imperio polí­tico. Cuando en el Quindío se habla del Cacique, ya se sabe a quién se refiere. Es lo mismo que decir Cacica en el Cesar. Ninguno de ellos lo interpreta como término despectivo, sino como título de honor.

Es el hombre más influyente en la vida del Quindío. Se le critica por el demasiado poder que ejerce, a veces absoluto, pero se le respeta como hombre batallador. Dentro de su propio partido han surgido discre­pancias alrededor de su nom­bre, pero él, un zorro de la po­lítica —al igual que su jefe Turbay—, logra más tarde salir victorioso.

Tal vez su mayor derrota ha sido la pérdida por voto popular de la alcaldía de Armenia, de­bate en el que el ancizarismo descendió verticalmente. Al­gunos creyeron que se había producido la caída del monarca. Y a los pocos meses, todavía vivas las heridas del fracaso, Ancízar da un salto sorpresivo: es elegido presidente del Se­nado.

Se dice en el Quindío que Ancízar López López nunca pierde. Su llegada a tan alta posición es el resultado de larga espera y probada veteranía. Su comarca se siente contenta con el triunfo. Es el político que ha trabajado con mayor tenacidad y eficacia por el progreso de su tierra. Es el quindiano que más se nota en el país. Otros paisanos suyos, que han accedido a ministerios y posiciones notables, se han engrandecido en las alturas y han  terminado desentendiéndose de la comarca.

Ojalá que este Cacique de carrera, que corona una larga etapa de servicios, contribuya ahora, desde la presidencia Senado, a rescatar la imagen que ha dejado perder la institución.

El Espectador, Bogotá, 4-VIII-1988.

 

 

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